Salvador Castañeda
Alumno de noveno semestre de la Licenciatura en Sistemas Computacionales e Informática e integrante del taller literario en la UIA Torreón. Ha publicado cuentos y poemas en distintos periódicos y revistas de la región.

El hombre suda, se retuerce en su sitio, está siendo partícipe de una batalla jamás concebida, por un combate que lo tiene al borde de los sentidos. Él contraataca sin escudo ni espada. Tiene las manos desnudas y alrededor no hay piedras, no hay armas disponibles, más que su propia astucia. El rival es un monstruo inabarcable. Una bestia indomable que escapa a toda concepción humana. Para derrotarla, hay que disponer de un coraje y fortaleza propias de un guerrero determinado a darlo todo para vencer al enemigo.
        El hombre se ha agotado mentalmente, pues las estrategias no han dado resultado. Cada golpe asestado ha sido burlado astutamente por su rival, que permanece en su sitio desde que lo trajeron a este lugar. La bestia tiene distintas caras. Los hombres que tuvieron el privilegio de conocer sus secretos ya no están aquí, fueron devorados por la boca misma del monstruo el descuidarse en la batalla.
        Cuando se cree que se le ha derrotado, pues hay momentos largos donde la bestia parece estar dominada, llega un tiempo en que todo se paraliza, el rival endemoniado adquiere de pronto un control absoluto de la situación, detiene el tiempo de su reloj y nada se puede hacer al respecto: se está a merced de su voluntad. Y otras veces, hasta se deja acariciar, en una complicidad inocente, en un acuerdo mutuo de las partes, para luego devolvernos la desesperación y la intranquilidad.

 

 

        El monstruo lo devora todo. Crece a cada momento. Nunca se puede estar a la par con él. Y es que muchos otros traidores han contribuido a su desarrollo, alimentándolo con más inteligencia y más energía. Aunque parezca contradictorio, a pesar de su grandeza, sus formas son diminutas, su cuerpo no abarca siquiera la totalidad de la palma de la mano. Pero su poder es infinito.
        El hombre entonces reacciona. Recuerda los consejos de su maestro: “Nada le pertenece en realidad. Los hombres se someten a su grandeza y poder, adorándolo como a un dios; es una dependencia mutua, el monstruo no podría existir sin el hombre, como todos los dioses de todos los tiempos. Serás capaz de percibir el temor en la bestia cuando descubras el arma secreta, la maniobra que la desintegrará por completo... hasta que alguien en otro tiempo la reviva nuevamente”. Con este conocimiento, el hombre continúa su lucha: la bestia ataca de nuevo. El hombre la esquiva, lanza nuevos golpes, pero éstos son insuficientes. El combate es presenciado por toda la humanidad a través de una red infinita de combates, ligados unos a otros en su propio espacio universal, en distintos idiomas y diferentes culturas.
        El monstruo abre nuevas perspectivas a lo desconocido. El hombre se sumerge en ellas, trata de evitar los escenarios irreales que la bestia le presenta para hechizarlo, porque ella conoce todos los secretos, todas las estrategias; todas las técnicas creadas por el hombre, han pasado alguna vez por su memoria, por eso se hace casi imposible vencerla.
        Y en un último esfuerzo de fe, casi por azar o por favor del destino, le llega la revelación celestial: ¡alguien a su espalda le confiesa el secreto que puede inmovilizar a la bestia para dar el golpe mortal que acabe temporalmente con el monstruo hasta que algún traidor lo reviva! Se da cuenta del propósito del hombre, y en un último intento, arroja un desesperado ataque. La escena se paraliza por completo. Pero el hombre, antes de morir en el combate, sacando las últimas fuerzas de su cuerpo lacerado por la batalla, da la estocada final que acaba con los gritos ensordecedores de la bestia: Ctrl+Alt+Supr.