Martín López Calva
Director General de Servicios Educativo Universitarios de la Ibero Puebla, ha publicado entre otros, Vámonos inmóviles, Buscando nuevos cómo para un mismo por qué, Aquí quiero yo verlos... y Mi rival es mi propio corazón. Obtuvo el segundo lugar en el primer certamen de ensayo Agustín de Espinoza, sj, convocado por la UIA Torreón.

“Las condiciones de humanización exigen el tomar
en cuenta la situación deteriorada del otro y el
proyecto de liberación necesario para superarla.”
Javier Prado Galán, sj, p. 239.

1. Prado y Savater: ¿elección o destino?
El libro Fernando Savater: grandeza y miseria del vitalismo* que será analizado en estas líneas, es un ensayo que tiene como tema la obra del filósofo vasco contemporáneo y persigue develar su propuesta ética y política, contrastándola con la perspectiva del eudemonismo fundamentada, sobre todo, en la propuesta de Xavier Zubiri. Este texto es, de algún modo, una continuación de una obra anterior de Javier Prado titulada Ética sin disfraces, que tomaba como pretexto el muy vendido y muy leído texto de Savater: Ética para Amador y dos textos aparecidos como contraparte Ética para Pancho y Ética para el bichorro, para hacer un análisis sintético de la perspectiva ética presentada por este autor donostiarra y presentar algunos elementos de una propuesta ética “zubiriano–pradiana” o “pradiano–zubiriana”.
        Esta continuidad en la preocupación de Prado Galán por analizar la filosofía de Savater me suscitó de entrada la pregunta: ¿decisión o destino? (es sabido que a veces uno no escoge a un autor, sino que parece que es el autor el que lo elige a uno), ¿admiración u oposición? (parece ser que cuando hay insistencia en abordar críticamente a un autor, puede ser porque hay admiración en el que lo aborda, más que oposición), ¿diferencias o similitudes? (muchas veces estudiar a un autor con el que hay diferencias explícitas, revela algunas similitudes implícitas o también explícitas).
        De la primera pregunta solamente Javier nos puede decir algo; sobre la segunda, leyendo los dos libros mencionados, es evidente que aunque hay una postura crítica frente al autor analizado, hay también un reconocimiento explícito de su aporte. De la tercera quiero ocuparme en el resto del texto. Lo hago a partir de algo que recordé al escribir este comentario. Hace muchos años ya, Jacobo Zabludovzky, en una muy buena entrevista que le hizo al pintor catalán Salvador Dalí, hizo una pregunta cuya respuesta sarcástica y real, se me quedó muy grabada. Preguntó el periodista: “¿En qué se parecen Pablo Picasso y usted, maestro?” A lo que Dalí contestó de inmediato: “Picasso es pintor, yo también; Picasso es español, yo también; Picasso es comunista, yo tampoco”. ¿En qué se parecen Javier Prado y Fernando Savater? Arriesgo algunas hipótesis.

2. Un filósofo que escribe claro frente a otro filósofo que escribe claro
Si algún estigma tiene Savater en el medio académico, es el de ser un “filósofo light”, que es “demasiado sencillo”, que “no tiene el rigor necesario” para considerarlo un verdadero filósofo. De hecho en el libro que se analiza se menciona la autocomparación que hace Savater sobre su obra equiparándola más con la de Borges que con la de Spinoza, al definirla como “literatura sapiencial” más que como filosofía. Sin embargo, a pesar de estas críticas o descalificaciones que se hacen a su extensa y muy rica obra (por cierto, muchos de los que lo descalifican no tienen un solo libro publicado), desde mi personal punto de vista, y que creo es compartido por mucha gente, el que un filósofo escriba de manera clara y accesible es algo que se tiene que agradecer y que habla más de capacidad de síntesis y comunicación, que de falta de rigor o nivel intelectual.
        Por otra parte, en Savater habría que distinguir sus obras más filosóficas (Ética como amor propio, El contenido de la felicidad, Apología del sofista) de sus obras de divulgación (Ética para Amador, Política para Amador, Las preguntas de la vida), aunque en ambos casos, a pesar de manejarse en distinto nivel, se trata de textos claros, amenos y aun, plagados de humor e ironía.
        En el caso de Javier Prado y del libro que nos ocupa, es también muy agradecible encontrarse con un ensayo que contiene una muy amplia y suficientemente rigurosa revisión y presentación de diversos autores y corrientes filosóficas, escrita de una manera clara, fluida y muy didáctica. Leyendo el texto resulta evidente el excelente conocimiento filosófico del autor y su enorme capacidad para presentar en unas cuantas páginas o incluso líneas, las principales ideas que conforman el pensamiento de autores tan complejos como Nietzche o Spinoza, las características fundamentales del pensamiento moderno y el posmoderno, las líneas conductoras de la obra de Savater y sus principales cambios o “corrimientos”, etcétera.

3. Un filósofo con varios antecesores frente a un filósofo con un antecesor predominante 
Tres son los principales filósofos que según Prado, han influido en Savater: Nietzche, Spinoza y Cioran. Dos más son los filósofos españoles que de manera no explícita tienen también influencia en su obra: Unamuno y Ortega.
        Con una capacidad didáctica magistral, este libro nos introduce en los elementos más relevantes de la obra de estos filósofos y nos va indicando los que han sido tomados e interpretados por Savater a lo largo de su obra. De Nietzche, la definición fundamental del vitalismo, la muerte de Dios y la voluntad de poder a la que el autor vasco llama “voluntad de valor”. De Spinoza, la identificación de Dios con la naturaleza, la convicción de que el fin último del hombre es la alegría y la valoración del cuerpo y de los sentimientos como elementos centrales en la ética. De Cioran, su idea de lucidez como experiencia que descubre la ausencia de fundamentos (la inanidad del ser, que produce vértigo), aunque contradictoriamente, dado que Savater habla del amor propio como fundamento último. De Unamuno, la idea de la búsqueda o deseo de inmortalidad en el ser humano; y de Ortega, el planteamiento pindárico: “Llega a ser lo que eres”.
        Uno es el filósofo con el que Javier Prado afirma identificarse más como fundamento para los planteamientos éticos que contrastan el pensamiento savateriano: Xavier Zubiri. Sin embargo, como en Ética sin disfraces, se extraña un planteamiento introductorio más amplio y explícito al pensamiento zubiriano, al menos en la parte que corresponde a la ética. Hay en el texto un apartado donde se plantean algunas ideas de la antropología de Zubiri y el concepto de hombre como autoposesión o de la idea de felicidad como autorrealización o “sentirse realmente bien”. Se exponen además, algunos planteamientos de Aranguren, quien desarrolla más ampliamente el pensamiento de Zubiri en la ética. Sin embargo, la complejidad del pensamiento de este filósofo español, del que Savater ha estado alejado en su obra, y la pretensión explícita de proponerlo como el elemento de contraste para analizar críticamente el vitalismo savateriano, hacen que un lector no identificado con esta filosofía no encuentre suficientemente planteados los elementos básicos que sirven a dicho contraste. Esta insuficiencia es notable también en el capítulo final del libro. La expectativa que va creando la excelente contextualización histórica de la ética y la no menos sólida presentación descriptiva y analítica de la obra del autor donostiarra, no se satisface con la muy breve reflexión crítica que se hace en el capítulo de cierre, donde quedan sin responder muchas de las muy pertinentes e iluminadoras preguntas que Javier Prado ha ido planteando al describir la obra de Savater. Aunque quizá esta sea una virtud del libro: dejarnos con mucho más elementos para pensar a partir de estos cuestionamientos no resueltos con la amplitud esperada.

 

4. Un filósofo moderno frente a otro filósofo moderno
Prado insiste en el carácter moderno e ilustrado del pensamiento de Savater. Destaca en esto su oposición a Cioran que afirmaba que la historia es indefendible y su creencia en las promesas de la modernidad reflejadas en su apuesta a la razón, en su defensa del individualismo (no individualísimo), en su creencia en el progreso, la civilización y la democracia representativa.
       
Es indudable la veracidad de este juicio: “Savater es un moderno que escribe en un mundo posmoderno”. Lo es incluso por sus planteamientos lógicos racionales en los que se presentan disyuntivas totalmente excluyentes y alejadas de lo que hoy se empieza a difundir más ampliamente como “pen-samiento complejo”. Bien analiza Prado en este libro el planteamiento contradictorio savateriano respecto del amor propio y el egoísmo como fundamento de toda actuación ética y por otro lado, el concepto de la posibilidad de la ética en la política como “reconocimiento en el otro”, o la dificultad para conciliar esta posición individualista, este “egoísmo ilustrado” con la construcción de una sociedad democrática.
        Pero es también evidente el pensamiento moderno del autor de este libro que hoy presentamos. Su planteamiento de la ética de la responsabilidad o de la compasión a partir de Victoria Camps —sin duda sugerente y muy pertinente para nuestro tiempo y nuestro continente— como excluyente u opuesto radicalmente al fundamento del amor propio planteado por Savater, la idea de que la ética y la política, aunque tengan relación, tienen que respetar la “independencia de sus campos”, su reiterada defensa del valor de las identidades nacionales y los estados nacionales y su oposición a las propuestas de elementos de autoridad o justicia supranacionales o mundializados (a pesar de que es cierto lo que se señala como riesgos), resultan sin duda observaciones plenamente modernas e ilustradas frente a la realidad nueva y desconcertante de la globalización que está exigiendo pensamiento complejo, integración de los campos del saber y conciencia de esa “tierra–patria” que menciona Morin.

5. Un filósofo vitalista contra un filósofo eudemonista
Al vitalismo de Savater, opone el autor de este libro el eudemonismo aristotélico–zubiriano, es decir, al planteamiento reciente de Savater en el sentido de que el fin último del ser humano es la alegría (ya no la felicidad) ligada al placer o a la mera complacencia o impunidad (ausencia de sanción en lo moral), se opone como propuesta en el libro la cuestión de la felicidad entendida como realización e integración, o al menos no opuesta al deber e incluso al placer, aunque propone la primacía de la contemplación y la importancia de la compasión ante los sufrimientos de los demás.
        Con excelente tino se cuestiona la noción savateriana de que el mal moral está en los condicionamientos culturales, sociales y económicos que ponen obstáculos a nuestra personalidad. El eudemonismo plantea que el mal tiene que ver necesariamente con el uso de la libertad, y el mero condicionamiento no implica libertad sino que es un simple elemento de contexto para el uso de ella. Se critica con acierto también, el soslayo que se hace de la importancia de la situación o circunstancia en el discernimiento de los valores y la poca valoración que se le da al discernimiento mismo.
        No queda suficientemente claro sin embargo, cómo analiza la propuesta eudemonista de Zubiri la cuestión del fundamento. Se sugiere que no es el amor propio y que la meta es la felicidad entendida como realización, se sabe que se está hablando de la necesidad de criterios anteriores que orienten el querer al que Savater concede la primacía sobre el deber, se infiere que se acepta la existencia de valores universales o valores no individuales sino del hombre en genérico, aunque este planteamiento no queda claro ni cuáles son esos criterios anteriores.
        ¿Será que esa autoposesión que está en juego o realizándose en la realidad concreta de cada persona o de la humanidad como colectivo tiene “impresos” esos criterios anteriores?, ¿será que ese querer puede ser aceptado si se entiende no como un querer caprichoso y espontáneo, sino como un querer responsable y verdadero?, ¿será que la humanización es la finalidad y que la felicidad o la alegría son solamente componentes?, ¿será que este querer no es solamente individual, sino que tiene características comunes a todos los seres humanos y eso es lo que le falta a la ética savateriana?, ¿será que las normas o valores objetivos son construcciones históricas y culturales o son realmente universales?

6. Un filósofo inmanentista frente a un filósofo con visión trascendente
Un filósofo inmanentista es analizado en este libro por un filósofo con visión de trascendencia. Esto queda claramente presentado en el libro y con mucha suficiencia argumentativa. Un ejemplo es la descalificación que hace Savater de las filosofías teológicas por afirmar que estarán siempre condicionadas por los dogmas de la religión que se profese. El cuestionamiento de Prado acerca de la posibilidad de construir una filosofía a favor de la vida desde una actitud creyente es una muestra de este debate.
        Sin embargo, la diferencia más notable no está allí, sino en la propuesta ética misma. Savater parte de la “muerte de Dios” proclamada por Nietzche (que afirma no lleva necesariamente al ateísmo) y de la visión inmanentista de Spinoza sobre el ser humano que lo conduce a proponer una visión del presente, una visión que no considera la cuestión de un proyecto futuro de vida o de un horizonte utópico y optimista, y que habla de priorizar el presente y su afirmación vital, así como de la importancia del disfrute corporal o del ideal ético del conatus spinoziano, el esfuerzo de toda cosa por perseverar en el ser, que se ve colmado en la alegría.
        La visión eudemonista que se plantea tiene sin duda un punto de partida trascendente y por ello considera la posibilidad de realización a partir de un proyecto personal de futuro o de un proyecto de “liberación” colectivo. Parte además de una complementación entre el querer personal y la responsabilidad desde la compasión por el otro, que sin duda son parte de una perspectiva totalmente distinta a la sugerida por Savater.

7. Un filósofo de izquierda frente a un filósofo de izquierda
Prado critica la autodefinición de Savater como filósofo de izquierda por considerarlo demasiado europeo y preocupado excesivamente por la problemática política o de la paz, pero sin tomar en cuenta la necesidad del cambio de estructuras económicas, la resolución del problema de la pobreza como el que enfrentamos en Latinoamérica y la perspectiva de relación entre la paz y la justicia.
        El énfasis de Savater en la libertad sobre la igualdad es cuestionado también por el autor de este libro como poco consistente con una postura de izquierda, ya que la izquierda tradicionalmente se ha ocupado del problema de la igualdad priorizándolo sobre el de la libertad.
        Dos visiones de izquierda, una ligada más bien al concepto de izquierda democrática europea de corte político y antitotalitario, la otra ligada más a la perspectiva de cambio de estructuras económicas y a la lucha por la justicia que ha sido más enfática en el Tercer Mundo y en particular en Latinoamérica. Nuevamente surge la necesidad de una visión de complejidad y de adecuación o resignificación de lo que el término izquierda significa o puede significar hoy para ser pertinente tanto en Europa como en Latinoamérica. Sorprende por ejemplo la afirmación “No cabe duda de que para Savater, ser de izquierda es ser demócrata”, que expresada de esa forma y en el contexto de la crítica a la postura del filósofo vasco, pudiera sonar descalificadora cuando parece ser que hoy en día, no habría quien concibiera una izquierda no democrática.

 

8. Un filósofo europeo frente a un filósofo latinoamericano
Estas dos visiones de la izquierda tienen que ver sin duda con el contexto del que ambos filósofos (Savater y Prado) provienen. El primero ha vivido en un contexto europeo, ha sido víctima de la dictadura franquista y ha padecido los problemas de violencia derivados del nacionalismo radical vasco materializado en la ETA. El segundo es producto de un contexto latinoamericano cuya problemática fundamental y acuciante es la de la desigualdad social, la pobreza y la explotación de las mayorías: la falta de justicia.
        Sin embargo, estas visiones en un mundo globalizado deben llegar a tocarse y a complementarse. No cabe duda que los europeos deben tomar conciencia del acuciante fenómeno de la pobreza y la injusticia en el Tercer Mundo, dado que empiezan a vivir sus efectos en el enorme número de inmigrantes que llegan en busca de trabajo y de condiciones humanas de existencia. Es también muy cierto que en Latinoamérica es necesario cobrar conciencia de la importancia que tiene, aún para la solución de los problemas sociales o de pobreza, la generación de una cultura democrática, de un modo participativo de vida social y de un estado de derecho con instituciones sólidas, que rindan cuentas a la sociedad.
        Es aquí donde quizá habría un símil con la respuesta de Dalí, en el sentido de que, al menos como impresión general de este lector, podría afirmarse: Savater es político, Javier Prado tampoco...
        Sin conocer de manera exhaustiva la obra del filósofo vasco, me parece que la dimensión política no es la parte más sólida, y de algún modo la presentación y el análisis de Prado lo demuestran. La ética savateriana del amor propio sufre y tiene que hacer bastantes concesiones o “corrimientos” para traducirse al ámbito político.
        Pero también por la profundidad del análisis da la impresión de que esta dimensión tampoco es el ángulo más fuerte de trabajo de Javier Prado. La parte de la política al describir la obra de Savater es la que tiene las preguntas menos interesantes y carece, por ejemplo, de cuadros comparativos que presenten sintéticamente la evolución del pensamiento del autor como lo hacen los excelentes esquemas que se incluyen en el capítulo anterior, cuando se habla de su ética. El análisis de lo político queda al final en el libro de Javier y tampoco es la parte más sólida o profunda del texto, además que contiene elementos cuestionables como lo ya señalado al hablar de la postura de izquierda o la negación de este estado mundial que hará que se respeten los derechos humanos o la crítica a la propuesta de reorientar a la ONU, que no están suficientemente explicadas y parecen no corresponder a la realidad de la globalización, a la necesidad de pensar globalmente los derechos humanos, a la idea emergente de la internacionalización de la justicia y al surgimiento de la corte penal internacional, etcétera. Savater es político, yo tampoco.

9. Un filósofo reconocido frente a un filósofo por conocer
Con sus virtudes y sus defectos o limitaciones muy bien señalados en el libro que se presenta, con Fernando Savater estamos frente a un filósofo reconocido internacionalmente por sus aportes filosófico–literarios o literario–filosóficos. Con un gran dominio y facilidad de comunicación, Javier Prado hace un muy justo (en el sentido de hacer justicia y en el sentido de precisión) recorrido por la obra de este pensador español. Lo hace mostrando que es un muy buen filósofo que cuenta con un rico bagaje de conocimientos, lecturas, manejo de autores, síntesis trabajadas, corrientes de pensamiento asimiladas, dominio y pasión por el tema de la ética y la antropología filosófica, y pasión por transmitir todo esto de manera muy didáctica y humilde. Esto nos habla ya de un muy buen autor y hace suficientemente recomendable este libro que podría titularse, como dice la reseña, “Savater sin disfraces”, parafraseando el título del libro anterior de Javier. En efecto, este libro “desenmascara” las virtudes y las limitaciones, las verdades y las apariencias (como eso del pesimismo savateriano que en realidad es optimismo), de la obra de este autor tan leído en México en los últimos años.
        Sin embargo, yo desearía que a partir de este libro pudiéramos ir encontrando a “Javier Prado sin disfraces” en sus próximas (espero que no solamente en el sentido de siguientes, sino de cercanas en el tiempo) obras. Me refiero a que lo leído en sus dos publicaciones anteriores nos revela a un filósofo que se antoja leer por sus planteamientos originales que no parten del análisis de las obras de otros, sino que revelen la comprensión y reflexión del autor y su interpretación y adecuación de la filosofía Zubiriana a los campos de la ética y la antropología que parecen ser los que más le apasionan.

10. Un filósofo polémico frente a un filósofo que polemiza
Muy recomendable es en síntesis la lectura de este nuevo libro de Javier Prado. Quien guste y conozca algo de la obra de Savater podrá reafirmar ideas ya leídas, corregir o confrontar otras, descubrir muchas nuevas y tener un panorama muy completo de la ética de este autor.
        Quien no guste pero haya leído a Savater, podrá reafirmar quizá las razones por las que no comparte sus ideas sobre la ética.
        Los que gusten o no de Savater sin haberlo leído —que seguramente serán muchos más— podrán entender con bastante claridad de qué hablan cada vez que lo mencionan para alabarlo o para criticarlo.
        Los que no estén en ninguno de los casos anteriores —lo cual es difícil pero posible— podrán encontrar mucha riqueza en aprender de los diversos enfoques de la ética, de los principales problemas que hoy se plantean en este campo y del contexto histórico en el que los tenemos que analizar y entender, y de la realidad a la que tienen que responder. Podrán además conocer un poco de uno de sus más polémicos representantes en lengua española a través del estudio realizado por un filósofo mexicano que sabe polemizar con él de una manera muy clara, didáctica y “sabrosa”. Que lo disfruten.

*Fernando Savater: grandeza y miseria del vitalismo, UIA ciudad México, México, 2002, 247 pp.