Angélica Monserrat Márquez Osuna
Angélica Monserrat Márquez Osuna
Estudiante de cuarto semestre de la Licenciatura en Comunicación en el ITESO. Con el presente ensayo, enviado bajo el seudónimo “Fractal”, se hizo acreedora al tercer lugar del certamen Agustín de Espinoza, sj, que convoca la UIA Torreón a través de Acequias.

Nuestra tragedia reside en la riqueza de las alternativas disponibles
y en el hecho de que muy pocas de ellas son seriamente exploradas.
Tom Athanasiou1

La pregunta “¿cómo hacer exigibles los derechos?” tiene en su seno el supuesto que puede empantanar las soluciones. Hoy parece que esta cuestión de los derechos puede ubicarse también en el terreno de la interpretación y la imaginación.
        Cabe destacar que encontramos pertinente (a)bordar el elemento interpretativo porque es desde ahí donde el ensayista o analista estructura las alternativas; es decir, la interpretación (re)presenta el punto desde dónde se sitúa el autor para hablar de un tema y cómo teje las interconexiones, incluyendo unas, pero a su vez, excluyendo otras, lo cual tiene implicaciones políticas (¿qué es lo importante?)
        La problemática se encuentra cuando un sujeto se presenta ante su lector hablando desde un punto de vista privilegiado y universal; al contrario, parece ser que una alternativa no se sustenta en su universalidad, sino en las relaciones que la construyen y reconstruyen.
        La interpretación que se cuestiona (para después situar al lector en el punto de análisis de este ensayo) será llamada, a manera metafórica, “la alternativa del cazador”. Este modo de construcción de alternativas considera que para hacer exigible un derecho es necesario enunciar en diversas frases programadas que luego serán ejecutadas por los sujetos (o por sus mediadores, las instituciones) que carecen de derechos, para así poder exigirlos.
        Esta interpretación entiende que el analista necesita buscar (o cazar) en su pensamiento las alternativas para luego aprenderlas, trabajarlas y exhibirlas como si fuesen un ser disecado e inmóvil. Este tipo de alternativas están limitadas a la recuperación o promoción de derechos: los derechos están ahí, sólo hay que llevárselos a los marginados. El problema no radica en que las voces no son escuchadas, sino más bien, en que si quieren hablar tienen que hacerlo con el lenguaje legítimo.
        Si nos inspiramos en el pensamiento foucaultiano, lo anterior quiere decir que el rol del intelectual no es el de dar propuestas, sino el de elaborar una especie de cartografía y de esta manera, hacer hablar a aquello que le manda señales; de otra forma, el intelectual se posiciona como un pastor que lleva a las ovejas al sendero del bien.
        Las alternativas que salgan de un cazador suponen, primero, que el objeto del tema es estático, es decir, que se encuentra en alguna parte y sólo es necesario atraparlo para poseerlo. Segundo, que la posesión del objeto únicamente es posible por aquél que tenga las armas y estrategias para argumentar alternativas: quien no cumpla con una serie de requerimientos no podrá hacer exigible ningún derecho. Tercero, que aquellos que no poseen estas armas son sujetos pasivos que necesitan de alguien letrado que les diga cómo exigir sus derechos.
        Por otra parte, y para analizar las raíces históricas de esta alternativa según la perspectiva del historiador y sociólogo Immanuel Wallersetein,2 la Revolución Francesa trajo consigo implicaciones estructurales no sólo respecto a cambios institucionales (del feudo al Estado) o respecto a impulsos proliberales (todos los países deben tener una revolución para alcanzar el progreso), lo que implicó, según este sociólogo, una normalización del cambio.

        Después del estallido de la Revolución Francesa y su expansión a otros países emergen varios levantamientos y se empieza a presentir que esta Revolución se sale de las manos no porque algunos “burgueses” estuvieran buscando cambios políticos, sino porque algunos “campesinos” o algunos sansculottes (extremistas), o algunas mujeres empezaron a tomar las armas y a marchar o a manifestarse.3
        Para controlar estos innumerables (dis)turbios, las esferas de poder se valen de un dispositivo muy singular: la normalización del cambio, esto es, argumentar que el cambio en un mundo civilizado y progresista es normal; y para que llegue a serlo, debe desarrollarse bajo fronteras institucionales determinadas y por la ciudadanía letrada (los intelectuales cazadores), por ejemplo, los partidos políticos, los sindicatos y algunas Organizaciones No Gubernamentales. Lo que busca este dispositivo es que el cambio exista, pero que sea controlado. De esta manera el cuestionamiento es: ¿quién controla el cambio? Una manera de normalizar el cambio es mediante las instituciones que pretenden controlar los procesos de movilización. El mejor ejemplo es el oxímoron4 Partido “Revolucionario Institucional”.
        Así, cuando una mujer quiera exigir su derecho a ser representada, en lugar de manifestarse, crear maneras de hablar y formar vínculos societales con otras mujeres que buscan lo mismo, es mejor que se dirija a una ventanilla en donde tiene que llenar una forma, dar su firma un par de veces y tener en sus manos una credencial para votar.
        Por lo tanto, las instituciones cumplen el rol de ser las productoras y reguladoras de esta normalización del cambio: ellas dicen cómo y quién desarrolla las alternativas; el ingrediente que complejiza este entramado social es que actualmente se está viviendo un desanclaje5 institucional, es decir, que los rituales del Estado, de la familia, de los partidos políticos, de la Iglesia y del Ejército ya no son suficientes para producir y poner a circular sentidos acordes a las exigencias sociales. De esta forma su situación social se encuentra en cuestión, lo que nos lleva a pensar que esta normalización del cambio también se encuentra en crisis.
        Como respuesta a esta insatisfacción de las ofertas institucionales emergen en nuestras sociedades, de manera caótica, otras formas no normalizadas de practicar, hablar y pedir los derechos. Las alternativas no surgen de un campo estático, sino que están emergiendo en la actividad. En nuestras sociedades modernas la actividad está en la cuidad, en el campo, en las escuelas, en los barrios, en las plazas, en las fiestas, en la televisión y en internet. Entonces, en lugar de que el analista se pregunte qué alternativas debe proponer para hacer exigibles los derechos, debería preguntarse por las alternativas que están emergiendo actualmente en la red social, mismas que son nombradas, contadas y narradas bajo diferentes lenguajes y formas, en vez de optar por normalizarlas, cazarlas y disecarlas bajo un leguaje supuestamente legítimo.
        No necesitamos nuevos derechos, sino nuevas formas de hacer política para estas mismas instituciones y legitimar las formas no institucionalizadas de exigir derechos (de hacer política). Incluso hay organizaciones e instituciones, como algunas ONG’s, que en varios campos sociales no han sido legitimadas como medio de exigir y practicar los derechos.
        Ahora bien, para cartografiar esta red que teje las prácticas, discursos y formas de poder emergentes, encontramos algunos de los vectores alternativos por donde se hacen exigibles estos derechos: en el campo de lo económico, de lo social y lo cultural. Cabe destacar que estos campos se analizarán bajo el ángulo contextual desde la pérdida de sentido institucional (el desanclaje del que se habló anteriormente) y también desde los medios de comunicación como un lugar desde donde se hacen visibles las nuevas prácticas y discursos emergentes.6
        Respecto al campo económico, actualmente la migración se está constituyendo como una opción para gran cantidad de personas que, entre otros problemas, no encuentran recursos económicos en su país de origen. Ante esta situación surgen historias orales, imágenes de televisión y corridos, en donde se platica y cuenta de un lugar mejor, en el que es posible hacer exigible el derecho a un salario y a una habitación. La seducción de estas imágenes e imaginarios es fuerte y difícilmente es pensada su consecuencia sin caer en extremos como la idealización o el miedo (que se traduce en racismo, xenofobia, explotación y exclusión). Todo lo anterior en contraste con los turistas mundiales que pueden habitar lugares sin tener problemas porque sus prácticas sí están legitimadas.
        En el campo de lo social, debido a que ya no son suficientes los vínculos societales con los que se había contado para la cohesión social,  nuestras maneras de estar juntos7 están cambiando; emergen nuevos espacios con leguajes e identidades peculiares que en algunos casos se encuentran tejidos con hilos tecnológicos: los cibernautas y sus chats, los graffiteros y sus paredes, los darketos y sus colores, los raves y sus fiestas electrónicas.
        Por último, en el campo de lo cultural, a falta de anclaje institucional que articule significados y rituales en la sociedad, nacen ofertas que dan sentido a la vida de los sujetos sociales: nos encontramos con oleajes de tendencias religiosas, medicinas alternativas, mitos urbanos y retorno de religiones orientales e indigenismos. Además, “la televisión se convierte en el nuevo espacio de gestión de la creencia. La mediatización del milagro o del acontecimiento, lejos de operarlo, le otorga credibilidad, mediante la transparencia de la imagen”.8
        Somos conscientes que estas nuevas formas de exigir derechos son altamente ambiguas, por lo cual saltan a los labios dos preguntas: ¿cuáles de las formas en que actualmente se exigen los derechos deberían ser legitimadas y cuáles no? y ¿quién hará el juicio de lo que es legítimo y lo que no?
        Una institución que no pueda ser capaz de responder la pregunta por lo legítimo de un derecho (que ya se exige) y cuestionarse la misma respuesta, es una institución que corre el riesgo de desarticularse. Esto significa no sólo replantear nuestras instituciones, sino nuestras estructuras de pensamiento político. Las voces, las oralidades, los cantos, la creatividad, el juego, los colores y las formas que está tomando nuestra sociedad emergen: ella imagina y desde ahí se (entre)teje la historia, sus alternativas y su curso. La historia no se hace desde un laboratorio o desde la alternativa del cazador. 
        En resumen, ante la pregunta ¿cuáles son las alternativas actuales para hacer exigibles los derechos económicos, sociales y culturales?, existen los supuestos de un intelectual que encuentra en el pensamiento a su presa (alternativas) y que se halla ubicado en un lugar privilegiado (hablando como autoridad y normalizador del cambio). A esto se opone una visión dinámica: ¿cómo se están haciendo exigibles estos derechos? y ¿qué hacer con las voces que los exigen? Los múltiples discursos y alternativas emergentes nos hacen pensar que no es cuestión de cómo hacerlo exigible, sino de cómo legitimar lo que de hecho se está exigiendo.
        En palabras de Wallerstein: “Esta pérdida de legitimidad es, a mi juicio, un factor primordial de la crisis sistémica en que nos encontramos. La recreación de cierta clase de orden social es cuestión no sólo de construir un sistema alterno, sino también, en gran medida, de legitimarlo”.9 El sistema alterno está configurándose con exigencias que emergen de cualquier parte, ¿lo estamos legitimando? Esta es, a nuestra manera de ver, la situación actual: ¿hemos asumido este reto como algo plausible?, o será como la tragedia que cuenta Tom Athanasiou: hay riqueza en las alternativas disponibles, pero muy pocas de ellas son seriamente exploradas.

Bibliografía
Best Steven y Kellner Douglas, The Postmodern Adventure, Guilford, Londres, 2001.

Giddens Anthony, Consecuencias de la modernidad, Alianza, Madrid, 2002.
Foucault Michel, Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid, 1992.
Martín–Barbero Jesús, “Heredando el futuro: pensar la educación desde la comunicación” en Nómadas, No. 5, Universidad Central, Santa Fe de Bogotá, 1997, pp.10–22.
Reguillo Rossana. “El oráculo en la ciudad: creencias, prácticas y geografías simbólicas. ¿Una agenda comunicativa?” en Diálogos de la comunicación, No. 49, FELAFACS, Lima, Perú, octubre 1997, pp. 33–42.
Wallerstein Immanuel, Impensar las ciencias sociales, Siglo XXI, México, 1999.
Wallerstein Immanuel, Utopística, Siglo XXI, México, 1998.

1 Citado por Best y Kellner (2001).
2
Cfr. Wallersetin (1999).
3 Wallerstein (1999, p.17).
4 Oxímoron: relación sintáctica (...) de dos antónimos (...) ejemplo: la música callada, la soledad sonora. O. Ducrot y Tsvetan Todorov, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, Siglo XXI, Buenos Aires, 1972, p. 319.
5 Giddens (2002, pp. 32–38).
6 Cfr. Martín–Barbero (1997).
7 Cfr. Martín–Barbero (1997).
8 Reguillo (1997, p.34–35).
9 Wallerstein (1998, p. 6).