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Guillermo
Garibay Franco
Licenciado en Comunicación por la UIA
Torreón.
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Con
la efervescencia revolucionaria disuelta años atrás y poco más de dos
décadas de haber asumido el rango de ciudad, Torreón presentaba en
1929 un semblante fecundo y pacífico. El anhelo de progreso era la
consigna de aquellos pobladores que ganaban paso al tiempo, asegurando
los cimientos del promisorio porvenir lagunero.
El
avance de Torreón era notorio en sus distintos ámbitos: en proyectos
de embellecimiento, pavimentación y alumbrado de la ciudad, en las
gestiones a favor del puente Nazas y en la construcción del eminente
teatro Isauro Martínez, principalmente, así como en el trabajo continúo
en los campos agrícolas, los comercios y las nacientes industrias.
Los
vínculos sociales no sólo eran palpables en los escenarios de trabajo
y organización comunitaria, sino también en aquellos de esparcimiento
de la joven población, donde las corridas de toros, los partidos de béisbol,
las peleas de box, el circo, los espectáculos teatrales y los bailes de
resistencia eran algunas de las distracciones más esperadas y
disfrutadas. A diferencia de estos, el cinematógrafo había asumido ya
una posición preferente en su condición cotidiana, provocando que en
la incesante fascinación por las entonces películas mudas los
espectadores torreonenses encontraran una ventana a relatos, donde
personajes y lugares inimaginables se imprimían en su memoria e irrumpían
en la forma de percibir y entender la realidad, de relacionarse con los
demás, hablar, vestirse, peinarse, bailar, fumar, reír... |
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Así como hoy, el cine traspasaba en sus alcances los muros de las salas
cinematográficas y deambulaba en el vaivén popular; aquellos años
eran también de carteleras y marquesinas dominadas por títulos
estadounidenses, las estrellas de Hollywood eran residentes del
imaginario de los torreonenses, los diarios locales publicaban entre sus
notas de sociales apuntes sobre la farándula nacional e importada, así
como reseñas de las películas más gustadas por el público lagunero.
El
5 de febrero de 1929 se anunció en El
Siglo de Torreón el estreno de la cinta norteamericana Alas (Wings, 1927) en el teatro
Princesa, la cual era descrita como “La magna epopeya del espacio
(que) acelera el pulso e inflama la mente”, “el imponente superfilm,
imposible de superar”, “un canto a los héroes del aire y en la que
personifican sus principales personajes los eminentes y popularísimos
artistas de renombre universal Charles Roger, Clara Bow y Richard
Arlen”. Se subrayaba también el hecho de que jamás se habían
llevado a la pantalla escenas tan intensamente dramáticas como las que
se desarrollan en las nubes a centenares de metros sobre la tierra. Alas
era una súper producción que pocos debían dejar pasar desapercibida y
fue así como el sábado 9 del mismo mes, después de amplios preámbulos
a su favor, se estrenó con gran asistencia del público torreonenese,
que fue testigo de prodigiosas secuencias de combates aéreos difícilmente
imaginadas por una población que en esos días, después de la
infortunada muerte de una mujer a causa de meningitis, afrontaba la
amenaza de más brotes epidémicos y la necesidad de establecer medidas
cuarentenales.
Simultáneamente,
la noticia publicada por los diarios locales del 4 de marzo de 1929
acerca de la declaratoria de guerra contra el gobierno federal por el
general José Gonzalo Escobar, significaba una inminente vuelta de
tuerca en la dinámica citadina. Dicho levantamiento era respaldado por
otros militares en diversos estados de la República, cuyo epicentro
quedó evidentemente ubicado en Torreón, donde por varios años Escobar
había sido jefe de operaciones de la plaza militar, y contaba con el
respeto y aprecio de gran parte de los sectores de la población.
Entre
los habitantes de Torreón no se hicieron esperar las especulaciones
sobre la supuesta rebelión contra el gobierno de Obregón, cuyas
primeras señas se dejaron ver a partir del regreso de Escobar de
Monterrey, donde había forzado a algunos banqueros a otorgarle
cuantiosos “préstamos” para la causa. El 12 de marzo se llevó a
cabo una manifestación en la Plaza de Armas, en la que ya se veían
grupos provenientes de Chihuahua, Durango y Zacatecas dispuestos a
apoyar la llamada “escobariada”.
La
vida de los torreonenses no había sido trastocada por la dichosa
polvareda revolucionaria, las labores y devaneos cotidianos mantenían
ocupados a los habitantes, entre ellos a don Aureliano L. Rodríguez
Tamez, entonces presidente municipal, quien durante una función de cine
en el Princesa fue abruptamente desalojado y detenido por un grupo de
soldados escobaristas por negarse a apoyar el movimiento. Las
autoridades municipales de Torreón pronto fueron remplazadas de sus
cargos por aquellos que, a juicio de Escobar, no obstaculizaran su
cometido. Fueron saqueados algunos bancos de la región. Las notas sobre
el asunto publicadas tanto por El Siglo de Torreón como La
Opinión fueron manipuladas por los militares escobaristas
que controlaron estratégicamente aquellos medios informativos, tratando
de evitar sobresaltos entre la población.
Sin
embargo, poco tiempo pudo mantenerse el estado de calma: el 15 de marzo
por la mañana, Torreón fue atacado desde los aires por un aeroplano de
la Fuerza Aérea Mexicana, enviado con la intención de amedrentar a los
escobaristas. Después de sobrevolar insistentemente, el piloto liberó
ráfagas de metralleta y dejó caer bombas del avión sobre el tren y
los cuarteles de Gonzalo Escobar frente a la estación del ferrocarril,
con tan mal tino, que ocasionó también averías en las calles y
alboroto en la población, la cual se mostró pasmada ante aquel espectáculo
aéreo. Muchos se quedaban estupefactos viendo las maniobras del
aeroplano, que poco después se hizo acompañar por otro de las fuerzas
rebeldes —en respuesta a tales ataques— que surcaba paralelamente el
cielo; otros seguían aquel despliegue aéreo de cerca con catalejos
desde posiciones más seguras, mientras que muchos más corrían en
busca de refugios, los niños se metían debajo de las camas y las
puertas de las casas eran cerradas en franca seña de temor ante el
combate en los aires.
Una
mezcla de temor y curiosidad invadió aquel día Torreón, que sin
necesidad de mayor contrariedad, por la noche fue testigo de las
gigantescas e incontrolables llamas y humaredas que salían del mercado
Juárez, el cual, al parecer, había sido incendiado por la tropa
escobarista y al poco tiempo, quedó consumido y reducido a cenizas.
Durante
los dos siguientes días el cielo torreonense fue nuevamente escenario
de la intrusión militar, pero con un aeroplano más el día 16 y tres
el 17, con los que la Fuerza Aérea Mexicana abrigaba el desquite
militar contra las fuerzas rebeldes, cuyas descargas de metralleta y
bombardeos alcanzaron a la población civil, dejando a su paso varios
lesionados y dos muertos en los incidentes más bruscos suscitados en la
Plaza de Armas y cerca del teatro Herrera.
Aquel
mismo día, en la opacidad de la noche, las tropas escobaristas
abandonaron sigilosamente la plaza militar de Torreón y huyeron hacia
Chihuahua, evitando con ello mayores represalias por parte del gobierno
federal.
El
18 de marzo se difundió prontamente la noticia de la retirada
escobarista a través de las líneas de El Siglo de Torreón. Las
autoridades se reincorporaron en sus cargos, los servicios municipales
fueron reorganizados y la población presenció nuevamente un panorama
alentador y sereno. Tiempo después se supo que las fuerzas escobaristas
habían sido interceptadas cerca de Jiménez, Chihuahua, desarticulándose
la revuelta con la huida de Escobar, presumiblemente a Canadá.
Aquel
abrupto episodio se mantuvo por mucho tiempo como tema central de los
torreonenses, que en él daban cuenta del primer ataque aéreo en la
historia militar del país, hecho que era anteriormente conocido sólo a
través del medio cinematográfico en la película Alas,
en cuyas imágenes, la trama del ataque aéreo a Torreón fue emulado,
despertando mayor excitación al servir como excepcional telón de fondo
para los habitantes de aquel Torreón.
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Con este ensayo publicado en El
Siglo de Torreón el 12 de diciembre de 2002, el autor obtuvo
el segundo lugar en el concurso “Nuestra identidad. Torreón ayer y
hoy”, convocado por el mencionado diario, TV
Azteca y GREM.
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