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La globalización ha provocado, entre otras cosas,
que un nuevo fantasma no sólo recorra Europa, sino el mundo entero: el
fantasma de la guerra. El justificado pánico mundial a la conflagración
que desean Estados Unidos y sus aliados —España, Inglaterra— contra
Irak cunde hoy por el planeta y deja ver que no todo es indiferencia e
individualismo; decenas de movimientos, muchos generados incluso en los
Estados Unidos —como el de los actores—, dejan ver claro que el
camino bélico no es el más favorecido y que, pese a ello, la terquedad
es la divisa colgada en el pecho del poder avecindado en la Casa Blanca.
El mundo está
en ascuas. La reflexión sobre la convivencia pacífica se hace cada vez
más urgente dada la letalidad de las armas que hoy existen, pero al
parecer los oídos del poder no son lo suficientemente receptivos y la
consigna es acabar con "el peligroso" Irak. Es obvio que
debajo de los discursos justificatorios hay descomunales intereses económicos,
pero no es menos cierto que los argumentos en pro de la guerra
evidencian la soberbia de un gobierno que, una vez más y ahora sin
contrapesos, se erige como gendarme del planeta, como policía global
autoerigido y diseñador a modo de sus delirantes casus belli.
En el 2003,
los certámenes de ensayo convocados por la uia
Torreón desde las páginas de Acequias
tienen como objetivo, frontal u oblicuamente, repensar la coyuntura que
atraviesa el mundo en la primera gran crisis militar del tercer milenio.
Por un lado, el concurso Pedro Arrupe, sj, propone como tema la
"Encarnación del carisma ignaciano en la justicia hoy",
mientras que el certamen Juan Agustín de Espinoza, sj, busca que los
participantes reflexionen sobre la "Relación actual entre la
guerra y los intereses del mercado".
Son dos temas
que, así sea modestamente, quieren abrir un espacio a la gestación de
ideas en torno al problema capital de nuestra hora: la guerra y sus
terribles, lastimosas e inequitativas connotaciones.
Jaime
Muñoz Vargas
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