Eduardo Galeano
Escritor uruguayo. Se ha desempeñado como jefe de redacción y director editorial en su país y en Argentina. Es autor de varios libros publicados desde 1971, los cuales se han traducido a más de veinte idiomas; asimismo, cuenta con una extensa obra periodística. Ha recibido los premios Casa de las Américas (1975 y 1978) y Aloa (otorgado por editores daneses, 1993); en 1989 su trilogía Memorial del fuego fue premiada por el Ministerio de Cultura de Uruguay y recibió el American Book Award (Universidad de Washington). Es doctor honoris causa de la Universidad boliviana de San Andrés.

Tiempos de miedo. Vive el mundo en estado de terror, y el terror se disfraza: dice ser obra de Saddam Hussein, un actor ya cansado de tanto trabajar de enemigo, o de Osama bin Laden, asustador profesional.
        Pero el verdadero autor del pánico planetario se llama Mercado. Este señor no tiene nada que ver con el entrañable lugar del barrio donde uno acude en busca de frutas y verduras. Es un todopoderoso terrorista sin rostro, que está en todas partes, como Dios, y cree ser, como Dios, eterno. Sus numerosos intérpretes anuncian: “El Mercado está nervioso”, y advierten: “No hay que irritar al Mercado”. Su frondoso prontuario criminal lo hace temible. Se ha pasado la vida robando comida, asesinando empleos, secuestrando países y fabricando guerras.
        Para vender sus guerras, el Mercado siembra miedo. Y el miedo crea clima. La televisión se ocupa de que las torres de Nueva York vuelvan a derrumbarse todos los días. ¿Qué quedó del pánico al ántrax? No sólo una investigación oficial, que poco o nada averiguó sobre aquellas cartas mortales: también quedó un espectacular aumento del presupuesto militar de Estados Unidos. Y la millonada que ese país destina a la industria de la muerte no es moco de pavo. Apenas un mes y medio de esos gastos bastaría para acabar con la miseria en el mundo, si no mienten los numeritos de las Naciones Unidas.
        Cada vez que el Mercado da la orden, la luz roja de la alarma parpadea en el “peligrosímetro”, la máquina que convierte toda sospecha en evidencia. Las guerras preventivas matan por las dudas, no por las pruebas.
        Ahora le toca a Irak. Otra vez ese castigado país ha sido condenado. Los muertos sabrán comprender: Irak contiene la segunda reserva mundial de petróleo, que es justo lo que el Mercado anda precisando para asegurar combustible al despilfarro de la sociedad de consumo.
        Espejo, espejito: ¿quién es el más temido? Las potencias imperiales monopolizan, por derecho natural, las armas de destrucción masiva.
        En tiempos de la conquista de América, mientras nacía eso que ahora llaman mercado global, la viruela y la gripe mataron muchos más indígenas que la espada t el arcabuz. La exitosa invasión europea tuvo mucho que agradecer a las bacterias y a los virus. Siglos después, esos aliados providenciales se convirtieron en armas de guerra, en manos de grandes potencias. Un puñado de países monopoliza los arsenales biológicos. Hace un par de décadas, Estados Unidos permitió a Saddam Hussein lanzar bombas de epidemias contra los kurdos, cuando él era el mimado de Occidente y los kurdos tenían mala prensa, pero esas armas bacteriológicas habían sido hechas con cepas proporcionadas por una empresa de Rockville, en Maryland.

        En materia militar, como en todo lo demás, el Mercado predica la libertad, pero la competencia no le gusta ni poquito. La oferta se concentra en manos de unos pocos, en nombre de la seguridad universal. Saddam Hussein mete mucho miedo. Tiembla el mundo. Tremenda amenaza: Irak podría volver a usar armas bacteriológicas y, mucho más grave todavía, alguna vez podría llegar a tener armas nucleares.
        “La humanidad no puede permitir ese peligro”: proclama el peligroso presidente del único país que ha usado armas nucleares para asesinar población civil. ¿Habrá sido Irak quien exterminó a los viejos, mujeres y niños de Hiroshima y Nagasaki?
        Paisaje de nuevo milenio: gente que no sabe si mañana encontrará qué comer, o si se quedará sin techo, o cómo hará para sobrevivir si se enferma o sufre un accidente; gente que no sabe si mañana perderá el empleo, o si será obligada a trabajar el doble a cambio de la mitad, o si su jubilación será devorada por los lobos de la bolsa o por los ratones de la inflación; ciudadanos que no saben si mañana serán asaltados a la vuelta de la esquina, o si les desvalijarán la casa, o si algún desesperado les meterá un cuchillo en la barriga; campesinos que no saben si mañana tendrán tierra que trabajar y pescadores que no saben si encontrarán ríos o mares envenenados todavía: personas y países que no saben cómo harán mañana para pagar sus deudas multiplicadas por la usura.
        ¿Serán obras de Al Qaeda estos terrores cotidianos? La economía comete atentados que no salen en los diarios: cada minuto mata de hambre a 12 niños. En la organización terrorista del mundo, que el poder militar custodia, hay mil millones de hambrientos crónicos y seiscientos millones de gordos.
        Moneda fuerte, vida frágil: Ecuador y El Salvador han adoptado el dólar como moneda nacional, pero la población huye. Nunca esos países habían producido tanta pobreza y tantos emigrantes. La venta de carne humana al extranjero genera desarraigo, tristeza y divisas.
        Los ecuatorianos obligados a buscar trabajo en otra parte han enviado a su país, en el año 2002, una cantidad de dinero que supera la suma de las exportaciones de banano, camarón, atún, café y cacao.
        También Uruguay y Argentina expulsan a sus hijos jóvenes. Los emigrantes, nietos de emigrantes, dejan a sus espaldas familias destrozadas y memorias que duelen. “Doctor, me rompieron el alma: ¿en que hospital se cura eso?”
        En Argentina, un concurso de televisión ofrece, cada día, el premio más codiciado: un empleo. Las colas son larguísimas. El programa elige los candidatos, y el público vota. Consigue el trabajo el que más lágrimas arranca. Sony Pictures está vendiendo la exitosa fórmula a todo el mundo. ¿Qué empleo? El que venga. ¿Por cuánto? Por lo que sea y como sea. La desesperación de los que buscan trabajo, y la angustia de los que temen perderlo, obligan a aceptar lo inaceptable.
        En todo el mundo se impone el “modelo Wal Mart”. La empresa número uno de los Estados Unidos prohíbe los sindicatos y estira los salarios sin pagar horas extras. El Mercado exporta su lucrativo ejemplo. Cuanto más dolidos están los países, más fácil resulta convertir el derecho laboral en papel mojado.
        Y más fácil resulta, también, sacrificar otros derechos. Los papás del caos venden el orden. La pobreza y la desocupación multiplican la delincuencia, que difunde el pánico, y en ese caldo de cultivo florece lo peor. Los militares argentinos, de quienes muchos saben sus crímenes, están siendo invitados a combatir el crimen: que vengan a salvarnos de la delincuencia, clama a gritos Carlos Menen, un funcionario del Mercado que de delincuencia sabe mucho porque la ejerció como nadie cuando era presidente.
        Costos bajísimos ganancias mil, controles cero: un barco petrolero se parte por la mitad y la mortífera marea negra ataca las costas de Galicia y más allá. El negocio más rentable del mundo genera fortunas y desastres “naturales”. Los gases venenosos que el petróleo echa al aire son la causa principal del agujero de ozono —que ya tiene el tamaño de Estados Unidos—, y de la locura del clima.
        En Etiopía y en otros países africanos, la sequía está condenando a millones de personas a la peor hambruna de los últimos veinte años; mientras, Alemania y otros países europeos vienen de sufrir inundaciones que han sido la peor catástrofe del último medio siglo.
        Además, el petróleo genera guerras.
        Pobre Irak...
        ...Y pobre América Latina.