Leonor Paulina 
Domínguez Valdés

Profesora de tiempo e investigadora en el Departamento de Humanidades de la UIA Torreón.

A lo largo de mi experiencia en el oficio de la investigación clínica, misma que se complementa con la riqueza que me aporta la práctica en la misma línea de trabajo, he podido constatar que la realidad emocional del sujeto, sea hombre o mujer, se mueve en torno a dos sentimientos fundamentales: el odio y el amor. 
       
Los últimos trabajos en investigación psicoanalítica  pretenden demostrar que de hecho, el odio es un sentimiento mucho más antiguo que el amor. Empero, ambos sentimientos atan al sujeto al sistema familiar y concretamente a las figuras parentales en forma definitiva.
        En cuanto a las relaciones entre hermanos, no sucede lo mismo, toda vez que ni emocional ni social ni culturalmente hay una exigencia categórica para que exista algún vínculo entre éstos, una vez que han abandonado la casa paterna.
        Así, el modelo de familia nuclear que aún prevalece en las clases medias de las sociedades occidentales sienta las bases para la creación de un sinfín de vínculos, mismos que se crean, se diluyen y se modifican de acuerdo con la evolución de la misma.
        El “rol” de hijo o hija parental se le asigna al sujeto desde el momento en que nace. Sin embargo, éste puede ser transferido a otro de los hijos, cuando aquel que había sido elegido inicialmente por los padres para velar por ellos, logra escaparse del sistema. De igual forma, se elige al hijo o a la hija que habrá de ser el exitoso, el amor de papá, el consentido, el frágil y al que no debe exigírsele absolutamente nada... Todo lo que venga de él o ella es altamente valorado.
        Uno de mis descubrimientos en el trabajo con familias consiste en la apreciación de la presencia de algunos elementos constantes en la problemática de las mismas. En todas las familias humanas existe la tendencia de ambos padres a formar alianzas entre algunos de los miembros que las conforman. Así, la mujer frágil ante un cónyuge con una personalidad limítrofe procura hacer alianzas con aquellos de sus hijos que siente capaces de rescatarla. Éstos, a su vez, son los objetos odiados por el padre, toda vez que representan aquello que él no es, que no puede ser. El padre con personalidad limítrofe, es por lo general un sujeto que se autodevalúa y se autodenigra, manipulador y maestro en el manejo de la dinámica del doble vínculo, genio en la transmisión de dobles mensajes y por lo tanto, perseguidor implacable, digno padre de hijos con personalidades esquizoides... y a veces, cuando deciden coronarse vitaliciamente en su carrera narcisista, obtienen como premio la transformación de un ángel en un esquizofrénico. 

                    

        Cuando los hijos que han servido como objetos depositarios del sufrimiento de la figura parental que ha jugado el “rol” de víctima se convierten a su vez en el muro que carga las demandas del amo, las cosas se complican, toda vez que por una parte tienen que actuar como soporte del más vulnerable, y por otra, se sienten con la obligación de satisfacer las demandas y los anhelos que el amo no pudo conseguir y que espera ver cristalizados en su descendencia.
        Los hijos parentales se convierten en verdaderos malabaristas, auténticos equilibristas en el arte del mantenimiento de la homeostasis familiar y durante años se olvidan de mirarse a sí mismos y de considerar sus propias necesidades. Es como si sus vidas se detuvieran y fuera del desarrollo físico natural, no hubiera cabida para nada más, se les va la vida en debatirse y batirse en un duelo constante entre la imperiosa necesidad de satisfacer las necesidades, los deseos y los anhelos de la familia, hasta que poco a poco y de repente, ¡pum!, una situación límite les hace despertar violentamente.
        Cuando estas personas descubren la realidad, el golpe resulta avasallador. Entonces, todos los sentimientos habidos y por haber, re–conocidos o no, surgen de las cavernas iluminados por el fuego del amor y del odio. Las rivalidades eternas existentes entre los diferentes miembros de la familia surgen como por arte de magia ante las situaciones límite y se hacen explícitos los intereses que vinculan y vincularán eternamente a los diferentes integrantes del clan familiar, porque con suma frecuencia, la renuncia a la familia por uno o algunos de sus miembros es imposible, aunque aveces la distancia geográfica resulta ser una gran salvación. En otros casos, cuando la distancia territorial es imposible de lograr, se puede construir una distancia emocional. Sin embargo, mientras el resentimiento y el rencor estén presentes, el sujeto “víctima” continuará fijado y fusionado con su victimario y por tanto, paralizado ante su incapacidad para diferenciarse y dar el brinco liberador hacia la separación definitiva y con ello, hacia la posibilidad de empezar a construir una vida más sana, más plena: una vida propia.

        La liberación de los sentimientos que la cultura occidental ha definido como negativos inaugura un nuevo momento en el proceso curativo, y aunque suele ser una etapa sumamente difícil y dolorosa para el consultante, desde la perspectiva del quehacer terapéutico representa un gran avance en el proceso de recuperación del paciente.
        Frecuentemente, el proceso de descubrimiento, reconocimiento, aceptación, análisis y elaboración de sentimientos tales como la ira, el resentimiento, el rencor y la desconfianza, precisan de una enorme inversión de tiempo y esfuerzo personal de parte del analista y el analizante.
       
Los así llamados sentimientos negativos van aparejados a sentimientos aún más íntimos de vergüenza e ira hacia el “sí mismo”. El sujeto siente que se odia por no haberse rescatado a tiempo, se odia a sí mismo y no cesa de recriminarse... Mira al pasado como lo irrecuperable y ante la incertidumbre del futuro, no ve en el horizonte sino un presente ingrato. Pero cuando el trabajo terapéutico es exitoso, casi a rastras y con gran dificultad, el hombre o mujer se levanta, e inicia la tarea de reconquista y reencantamiento de sí mismo.

Invierno 2002

Bibliografía
Lindholm Charles, Culture and Identity, McGraw Hill/Boston University, EU, 2001

Medina Cárdenas Eduardo, “Enfermedad y contexto sociocultural”, Imágenes en Salud Mental, Santiago de Chile, septiembre de 2001.
Riquelme Véjar Raúl, “La personalidad: sus trastornos y estructuras limítrofes”, Imágenes en Salud Mental, Santiago de Chile, septiembre de 2001.