Ricardo Coronado Velasco
Maestro en Ingeniería, maestro en Letras Modernas y candidato a doctor en Historia. Director del Departamento de Ciencias Fisicomatemáticas de la UIA Torreón. Ha publicado, entre otros, Nocturnancia, Por las que van de arena, Los refugios de la memoria y Epistolario de un sueño.

Durante siglos, hasta los años cuarenta del veinte, el método científico se mantuvo prácticamente inobjetable. Entonces, desde el terreno de la Biología comenzó a ponerse en duda su eficacia para entender la complejidad de los organismos vivientes y afrontar los complicados problemas que presentan. Ahí resultaban inoperantes, vanos, los conceptos mecanicistas del mundo. Pronto la Física, la Sociología y, en general, las demás disciplinas se sumaron a esos reclamos, pues habían acumulado una serie de problemas para los cuales el modelo analítico se mostraba incapaz de ofrecer soluciones plausibles. Fue así como surgió y empezó a desarrollarse un nuevo paradigma intelectual que concibiera la realidad de forma más explicable. Actualmente, la teoría de sistemas ha resuelto muchos de los dilemas a los que había llegado la ciencia y se nos presenta como una formidable alternativa para la solución de problemas en un amplio espectro que va desde la Matemática hasta la Administración de Empresas.
        La concepción filosófica mecanicista apareció durante el siglo XVII y ha influenciado el pensamiento científico desde entonces, con mayores o menores aportaciones y modificaciones en cada una de las distintas etapas por las que ha atravesado. Esta posición entiende la realidad como una inmensa máquina. Y aplica el concepto a los elementos que la integran: máquinas también son la sociedad, los animales, el hombre mismo. Por lo tanto, afirma, la realidad física puede y debe explicarse a partir de la mecánica, es decir, de las nociones de materia y movimiento.
        De acuerdo con esta doctrina, el mundo, como toda máquina, está constituido por una serie de elementos últimos e indivisibles
sus componentes mecánicos cuya combinación y disposición dan como resultado la realidad como un artefacto. De suerte que para entender una cosa hay que desmembrarla en sus partes: si comprendemos la conducta individual de éstas y su aportación al comportamiento general, estamos en condiciones de aprender y aprehender la cosa. Por esta razón se dice que el mecanicismo es reduccionista, pues sostiene la posibilidad de dividir la realidad en fragmentos independientes; por ese motivo también se le conoce como “pensamiento analítico”.
       
Además, se dice que el mecanicismo es determinista. ¿Por qué? Como consecuencia de que la mecánica lo es. En otras palabras, el pensamiento mecanicista supone el principio de causalidad: nada en el mundo físico sucede al azar; cualquier cosa es el efecto, el resultado de una causa necesaria y suficiente. Bajo esta idea podemos prever la existencia y las características de un suceso si conocemos las causas o la suma de condiciones necesarias y suficientes para que acaezca. Por supuesto, uno de los grandes dilemas del determinismo fue el libre albedrío: ¿cómo explicar en un universo determinista la libre elección y el propósito?
        Pero, ¿difiere el pensamiento sistémico
—la teoría de sistemas— del pensamiento analítico? Sí, en lo fundamental; aunque, bien tratados, ambos métodos de investigación pueden dar resultados complementarios y ofrecernos una idea más desarrollada de la realidad.
        Por principio de cuentas, el enfoque sistémico contemporáneo asume la realidad de manera mucho más compleja —y completa— que una simple máquina, por extraordinaria que parezca. Para la teoría de sistemas, el mundo es más que una máquina: es un sistema. Un sistema cumple con tres condiciones: 1) la conducta de cada elemento tiene un efecto sobre la conducta del todo, 2) la conducta de los elementos y sus efectos sobre el todo son interdependientes y 3) sin importar cómo se formen los subgrupos de elementos, cada uno tiene un efecto sobre la conducta del todo y ninguno tiene un efecto independiente sobre él.

                    

        De las premisas anteriores se deducen por lo menos dos consecuencias inmediatas. Una: un sistema no puede ser dividido en partes independientes. Dos: no es posible conocer el todo a partir del conocimiento individual de sus partes y la forma cómo interactúan ya reunidas. ¿Por qué? Porque cada una de las piezas posee propiedades que pierde cuando se separa del sistema y, por otro lado, el sistema mismo ostenta cualidades esenciales que no tiene ninguna de sus partes. Un ejemplo persuasivo es el cuerpo humano: un ser humano puede correr, leer, escuchar música… gracias al acomodo, a la ordenación que mantienen sus órganos dentro de toda la estructura; pero si extrajéramos uno de sus ojos, este órgano por sí solo no sería capaz de ver como cuando interactúa con el resto del cuerpo.
        Por otro lado, el principio de causalidad es otra de las grandes discrepancias entre los dos enfoques. Para el pensamiento sistémico es mejor hablar de una relación mucho más amplia de productor–producto que una simplista de causa–efecto. Un ejemplo lo aclara: desde el punto de vista de causa–efecto una semilla de naranjo producirá irremediablemente un naranjo, es decir, la semilla de naranjo es necesaria y suficiente para producir el naranjo. En cambio, desde el punto de vista de productor–producto, la semilla es un elemento necesario, pero no suficiente; el agua, el clima, el medio ambiente… también son elementos que aportan al efecto.
        No obstante, la mayor discordancia está en sus métodos de trabajo. En el pensamiento mecanicista el análisis precede a la síntesis y pasa por tres etapas: 1) descomposición de lo que va a ser explicado, 2) explicación de la conducta o propiedades de las partes tomadas por separado y 3) combinación de estas explicaciones en una explicación del todo. El primer paso es el análisis; el último, la síntesis.
        El enfoque sistémico, en cambio, aunque también transita por tres estadios, invierte el orden del procedimiento: 1) identificar un todo que contenga
—o sea, el sistema— del cual el objeto que será explicado es una parte, 2) explicar la conducta o las propiedades del todo que contiene y 3) explicar la conducta o las propiedades del objeto que va a ser explicado, en términos de su función —o sus funciones— dentro del todo. Aquí la síntesis precede al análisis.
        Hay que destacar que ambas posturas incorporan el análisis y la síntesis en un orden inverso. Sin embargo, no es en esto donde radica la divergencia, sino en que el método sistémico combina el análisis y la síntesis de un modo totalmente distinto.
        Pongamos un ejemplo: supóngase un historiador mecanicista enfrentado a la necesidad de explicar un epistolario del siglo XIX. Empezaría por desarticular sus elementos: cuántas cartas componen el epistolario, a quién están dirigidas, quién es su remitente, qué dicen, de cuántas cosas allí se habla, las fechas en que están datadas, los personajes aludidos, los lugares mencionados, cuáles cartas responden a otras del conjunto… Luego las reuniría y correlacionaría el conjunto con su tiempo y espacio. Entonces estaría en condiciones de reconstruir para nosotros la historia que allí se relata.
        En cambio, un historiador que trabaja con la perspectiva sistémica, frente a la misma tarea, iniciaría por identificar el sistema comunicativo que contiene al epistolario (digamos, el sistema de comunicación epistolar). Este historiador definiría los objetivos y funciones del sistema de comunicación epistolar y, a su vez, las relaciones de éste con un sistema todavía mayor: el sistema social que lo contiene. Finalmente, explicaría o definiría el epistolario en términos de sus relaciones y sus funciones dentro de los sistemas de comunicación epistolar y social.
        Contrastando los dos métodos, el resultado se puede resumir como sigue:
        1. En el método analítico, el objeto a ser explicado es tratado como un todo que será fraccionado; por el contrario, en el sistémico, el objeto a estudiar es tratado como parte de un todo contenedor.
       
2. El análisis reduce el foco del investigador; el tratamiento sistémico lo dilata.
        3. El acercamiento analítico se enfila sobre la estructura: revela cómo trabajan las cosas; el sistémico se concentra en la función: descubre por qué operan como lo hacen.
        4. La visión mecanicista produce conocimiento; la sistémica, comprensión.
        5. El enfoque analítico describe; el sistémico, explica.
        En suma, podemos concluir que el paradigma sistémico nos proporciona una visión integradora de la realidad. Porque no sólo toma en cuenta los diferentes elementos que constituyen el sistema y sus diversas relaciones, sino también todos aquellas partes y relaciones que componen el entorno del sistema definido. No es gratuito que el holismo sea la base filosófica que sustenta esta posición.

        Por otro lado, el pensamiento sistémico considera que existe una estrecha relación entre el observador y el objeto observado. La realidad creada es producto de una coautoría entre ambos, en un espacio y tiempo determinados. Así, el objeto depende de la percepción del observador. La realidad es subjetiva, personal. Una cosa es lo que el mundo real es y otra cómo el observador la concibe para sí. En este sentido es por demás clarividente el epígrafe con el que Gabriel García Márquez inicia su libro autobiográfico Vivir para contarla: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
        Sin duda, las filosofías que iluminan el pensamiento sistémico contemporáneo son la fenomenología de Husserl y la hermenéutica de Gadamer, que a su vez se nutre del existencialismo de Heidegger, del historicismo de Dilthey y de la misma fenomenología de Husserl.
        Finalmente sólo resta destacar que la teoría de sistemas presenta una nueva opción para la solución de problemas; no necesariamente la muerte o el abandono del método analítico. Tampoco se trata de posturas antagónicas; al contrario, pueden ser complementarias. Digamos que por medio de una podemos ver el interior de los objetos; por la otra, su fachada externa. Después de todo, ambas no son más que instrumentos con los cuales tratamos de asir nuestra realidad. Ya escribió atinadamente alguna vez el austriaco Franz Werfel (1890–1945): “En la existencia del hombre no hay realidad que no sea hija de su propia alma creadora”.