Enrique Sada Sandoval
Alumno de la Licenciatura en Comercio Exterior y Aduanas. Miembro del Taller Literario de la UIA Torreón. Ha publicado en periódicos y revistas, y en las antologías Hoy no se fía y Acequias de poesía.

Un tiempo, el mismo,
va tajando mis ojos
en ráfagas o aisladas tolvaneras.

Alguien dirá el azar, cuando parece
que un brazo invisible
se ha empeñado en quebrar,
de juego en juego,
la poca esperanza que nos queda;
y el corazón, recién partido,
late aún sobre el altar de la carnicería.

No has visto cómo azotan los cipreses
sorprendidos por la tarde,
ni sabes lo que duelen las goteras
cuando escurre llorosa la canción
del adiós a través de los tejados.
No sabes, y esto es lo más grave,
cómo pena el sol en cada puesta
cuando no puede más que sonrojarlo
la estúpida vergüenza de mirarse
solo, siempre, al mismo espejo,
donde aplauden los acantilados;
es tal su dolor
que prefiere ahogarse
antes que buscar la limosna de otros ojos.

Y es aquí donde volvemos a encontrarnos:
pálidos, quietos, de rodillas,
apoyados sobre el mismo dolor.
Mira que aún me arrastro en tus cenizas

 

Elegía

Camino las entrañas vacías
de la ciudad.

Me han invitado a alguna fiesta
en el casino, tan sólo a siete cuadras
del Hotel Calinda Francia,
donde esperan
la gente, los amigos,
que ya se adelantaron.

Voy sin ardor ni voluntad,
y las esquinas parecen ser las únicas
ociosas, preocupadas
en marcarme el paso,
obligándome a quitarme el sombrero
frente a templos y bares, siempre llenos
de voces lejanas que se acercan
montadas sobre el frío;
frente a casas añejas de cantera,
con sus puertas abiertas
como una falda
que invita a mirar a los errantes.

Ahora llueve y busco, casi riendo,
el abrigo maternal de algún portón,
o del quiosco tímido que aflora
en el centro de la plaza,
como un niño perdido: esperando
a quien no ha de llegar nunca.

Todo pasa y el tiempo se detiene
a cobrarme la cuenta de tu olvido
frente a una calle de ventanas tuertas
donde una pareja se anuda;
o en el balcón de un café, segundo piso,
donde asoma
la risa entrecortada
de una mujer que no conozco.

Y pienso en ti mientras se ahogan
las calles apretadas, las banquetas,
con sus bocas abiertas por el sol.
Veo tus ojos en contadas estrellas
que ahora surgen pudorosas,
y en la luz de los faroles encendidos,
como los senos de una virgen indecisa
entre el beso del aire o el escote.