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La recuperación de la experiencia como problema filosófico
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Luis
Armando Aguilar Sahagún
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Luis
Armando Aguilar Sahagún
Doctor en Filosofía, profesor investigador del ITESO. Es autor del
libro El derecho al desarrollo: su exigencia dentro de la visión de un
nuevo orden mundial, publicado por el ITESO y la Ibero Puebla, 1999. |
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“No
podemos medir el horizonte de otros
por el propio, ni tener por inútil lo que a nosotros
no nos sirve de nada; sería temerario querer
determinar el horizonte de otros...”
Emmanuel Kant
Introducción
Entre educadores es común hablar de recuperación de la práctica
educativa como de un ejercicio para la formación de docentes reflexivos
orientado a la transformación de la práctica docente (Schön). El
ejercicio tiene sus pasos bien definidos y se refiere a un tiempo y unas
prácticas determinadas. En el programa del Doctorado en Filosofía de
la Educación del ITESO (DFE) se
ha sentido la necesidad de esclarecer en qué sentido el ejercicio de
recuperación de la experiencia constituye un problema filosófico. Las
siguientes reflexiones tienen el propósito de mostrar que, en su
sentido más hondo, recuperar la experiencia es filosofar: reflexionar
los modos de ser, proceder y vivir para ampliarlos, hacerlos más fructíferos
y más libres. Aquí me referiré sobre todo a la experiencia
profesional.
En un
primer momento se establecerán algunos puntos que ayuden a distinguir
entre la recuperación de la práctica y la recuperación de la
experiencia profesional; luego se presentarán algunos supuestos y
problemas que plantea este ejercicio; después se esclarecerá en qué
sentido la recuperación de la experiencia se plantea como un problema
filosófico y como punto de partida de una investigación filosófica.
Hacerlo supone poder tomar distancia de distancia de la experiencia: de
lo vivido, de las creencias y prejuicios, etcétera. El pasado
recuperado se vuelve presente gracias a la posibilidad de hacer memoria
de él y de integrarlo en el presente de cara al porvenir. La unidad del
tiempo recuperado no es algo dado, es tarea, y plantea la pregunta por
los posibles sentidos de lo vivido. En realidad, por el sentido de la
vida. Tales cuestiones serán tratadas en la última parte de este
trabajo.
1.
Recuperación de la práctica y de la experiencia profesional
En los anuncios publicitarios suele leerse: “se solicita ingeniero con
cinco años mínimo de experiencia profesional”. La experiencia a la
que se refieren alude a la especialidad, al conjunto de conocimientos y
habilidades sometidas a la prueba de “la práctica”. La experiencia
suele valorarse mucho, por lo menos tanto como la formación
profesional. En el uso común experiencia y práctica suelen
identificarse. O bien, se concibe la primera como la suma de todas las
prácticas, y se supone un cierto incremento en el saber hacer, por los
aprendizajes que sólo dan los años de experiencia, sobre el mero saber que
proporciona la formación profesional. El saber
hacer encierra la clave para solucionar los problemas prácticos
que la mera posesión de conocimientos no resuelve. Es lo que hace de
una persona un experto.
Recuperar
la práctica profesional es una expresión
que sirve para referirse a un proceso de rememoración de la vida vivida
con un interés particular. No se trata de elaborar una autobiografía,
como intento de recuperar el tiempo vivido, con todo lo que ha sido y
significado para su autor. En sentido propio sólo es posible recuperar
lo que se tuvo y ya no se tiene, lo perdido o que parece serlo, lo que
parece que ocurrió y “no volverá jamás”. En este sentido,
recuperar hace alusión al tiempo de la vida que aparece como
“perdido”, que se buscara recuperar,
como lo ha hecho magistralmente el escritor francés Marcel Proust en su
extensa obra: En busca del tiempo perdido.
Rememorar es traer a la memoria lo que se ha realizado, aquello que
hemos hecho de manera consciente o inconsciente, siempre con vistas a lo
que nos hayamos propuesto, de acuerdo con una intención
particular.
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Se
trata de recuperar la práctica. La memoria se sirve de pluma y papel,
porque el proceso de traer a la memoria supone atención a lo que fue, a
lo que hicimos, a lo que nos pasó, a nuestra vida, porque la vida “es
lo que nos pasa” (Ortega y Gasset). La atención rescata el instante,
lo identifica, lo nombra o al menos, lo consigna en forma cifrada. La
recuperación es repetición, pero en un
sentido diferente al del mero repaso: volver a andar un camino para
saber qué ocurrió y qué me pasó. La recuperación no tiene como fin
el deleite del revivir —aunque éste sea un fruto secundario—, como
tampoco el dolor por la culpa de lo que estuvo mal —aunque siempre sea
saludable reconocer errores para enmendarlos—.
Tenemos
necesidad de reflexionar la práctica.
Es pensando críticamente la práctica de hoy
o la de ayer como se puede mejorar la próxima. El propio discurso teórico,
necesario a la reflexión crítica, tiene que ser de tal manera concreto
que casi se confunda con la práctica. Su distanciamiento epistemológico
de la práctica en cuanto objeto de su análisis debe “aproximarlo”
a ella al máximo. Cuanto mejor realice esa operación mayor
entendimiento logra de la práctica en análisis y mayor comunicabilidad
ejerce en torno de la superación de la ingenuidad por el rigor. La
asunción que el sujeto hace de sí en una cierta forma de estar siendo
es imposible sin la disponibilidad para el cambio; para cambiar, y de
cuyo proceso también se hace necesariamente sujeto.
La recuperación de la práctica profesional es la rememoración de
diversas prácticas, modos de proceder, de las distintas maneras en que
realizamos las múltiples tareas que le daban forma a un puesto de
trabajo y de las “funciones” que en él desempeñamos durante algún
tiempo. La práctica está hecha de la multiplicidad de actividades que
nos demandó el entorno o que nos hemos demandado a nosotros mismos para
alcanzar una meta, para dar razón de ser a un nombramiento o para
legitimarlo.
Al
relatar lo que hemos hecho, lo que hemos vivido, lo que nos ha ocurrido
en la práctica profesional, buscamos destacar lo que nos parece que ha
sido particularmente significativo. Resulta casi imposible hacer el
registro de todas y cada una de las experiencias y momentos en los que
la práctica haya marcado una huella decisiva. La memoria tiende a ser
selectiva, necesita ser orientada a las experiencias límite (Jaspers), a las cuestiones que marcaron
un cambio radical o una reorientación decisiva de algunas concepciones
de la vida, actitudes, ideas o formas de proceder.
La
reflexión sobre la práctica es el acompañamiento de la acción que,
sin ignorar lo contingente, lo condicionado y limitado, avanza en la
realización posible de la libertad humana. La recuperación de la práctica
es el modo de reflexión selectiva por el que se distingue el camino
biográfico de las rutinas del homo
laborans en el trayecto circunscrito que define su quehacer.
La recuperación establece la configuración del sentido del trayecto o
camino andado, como punto de referencia respecto del cual otras
experiencias se comprenden como hitos, puntos de ruptura, de inflexión,
de crisis, de “pérdida”.
La recuperación de la práctica profesional
es al mismo tiempo recuperación de aspectos de la totalidad de nuestra
vida, es un fragmento de lo que hemos sido, por lo que hemos hecho como
profesionales en algún campo del saber, o lo que tuvimos que realizar
en algún puesto de trabajo, porque esa actividad nos cayó en suerte y
nos vimos en la necesidad de aprender a hacerla. La intención de la
recuperación de la práctica es “pragmática”: se trata de
identificar las acciones como procesos que podemos modificar a través
del reconocimiento amoroso de las formas en las que hemos procedido, de
los errores y aciertos, y de la clara intención de perfeccionarlas de
acuerdo con mejores criterios estratégicos.
Toda
práctica es un tipo de experiencia, pero no toda experiencia es
necesariamente una práctica. El término experiencia abre a diversos
campos de significados, según se pase de su acepción en los usos de la
vida cotidiana, en el ámbito propio de las ciencias, humanas y
naturales, o de la filosofía, en su basta tradición de pensamiento.
Cabría añadir aquí los estudios teológicos. De suyo, la comprensión
de la experiencia constituye uno de los problemas más difíciles de
resolver desde el punto de vista corpóreo, estético, afectivo, moral o
religioso, por mencionar sólo algunos. La acepción de la experiencia
no es fácilmente homogeneizable. En todo caso se trata de la
experiencia humana como forma de conocimiento, entendida bajo algunos de
sus aspectos.
Una de las connotaciones
fundamentales de la experiencia es la participación personal y directa
en realidades o situaciones repetibles, es decir, implica
involucramiento, continuidad y permanencia de la realidad experimentada
de un modo directo y comunicable.
Para formar parte de la experiencia humana, en cualquiera de sus ámbitos,
el objeto que se presenta a la intelección consciente de la persona ha
de poder validar su carácter objetivo o intersubjetivo.
La realidad es lo que las
cosas son, en muy distintos ámbitos: físico}natural, moral, del
conocimiento, etcétera. Toda realidad puede ser objeto de experiencia
humana. Dado que
de suyo los distintos ámbitos de la experiencia humana se implican unos
a otros, no es posible homogeneizar ni los objetos ni los métodos de
reflexión sobre ellos. El ejercicio de recuperación puede poner de
relieve alguno de los aspectos de la experiencia profesional con el propósito
de identificar su naturaleza y significado como experiencia humana.
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2.
Supuestos del ejercicio de recuperación
La recuperación de la práctica profesional tiene varios supuestos: a)
la posibilidad de deslindar lo vivido en el contexto laboral, de lo
vivido en el decurso biográfico del conjunto de nuestras vidas; b) la
distinción de una línea o trazo que, a pesar de los posibles devaneos,
traspiés o cambios de ruta en la “trayectoria profesional”, permite
detectar cierta unidad en el conjunto de experiencias vividas; c) la
posibilidad de haber descubierto un cierto sentido a la vida en su
conjunto o bien, formar parte de su búsqueda. Es posible que la persona
se identifique con su profesión, es decir, que la viva como vocación
personal.
En
nuestro vivir buscamos “realizarnos”, hacer real el “proyecto”
que somos. Decir sentido —de nuestra vida, y de la realidad en la que
nuestra vida está inserta— es referirnos al proyecto de realización
en una perspectiva de esperanza. Ser
proyecto parte del deseo radical y pasa a través del despliegue de
escalas de valoración y consiguientes ejercicios de opción hasta
nuestras acciones concretas. El término “sentido” tiene mucho que
ver con esta estructura, derivado metafóricamente de la orientación
espacial. Damos uno u otro sentido concreto a nuestras acciones. Unos
sentidos más cercanos remiten a otros más remotos. Las metas lejanas
confieren sentido para nosotros a las cercanas. Por extrapolación
podemos llegar a preguntarnos por el sentido de nuestras vidas y por el sentido
último que pueda tener todo.
La
recuperación de la práctica profesional tiene normalmente como fin
pasar revista a las cosas que hemos hecho para mejorar, optimizar
tiempos, procesos, resultados, relaciones de trabajo y actitudes, e
incluso el replanteamiento de la propia actividad para dar un giro en el
sentido de nuevos intereses o antiguas inquietudes que no habían
encontrado su cauce de expresión.
La
recuperación supone la posibilidad de someter el conjunto de las
acciones a un análisis detenido. El sentido de la recuperación de la
práctica es comprender lo ocurrido en lo que hemos hecho y vivido. Esta
comprensión tiene como consecuencia una cierta comprensión de nosotros
mismos como agentes, autores y actores de nuestra vida (Zubiri).
Si bien para comprender
muchas de nuestras acciones resulta iluminador detectar sus motivos más
profundos, ciertos patrones de comportamiento o modos de proceder, la
recuperación de la práctica profesional no equivale a una especie de
psicoanálisis biográfico. Se recupera lo que se ha perdido, lo que
(ya) no se tiene presente, los olvidos. Recuperar es volver a dar
sentido a lo rememorado. La fuente de sentido es el deseo de
aprovecharlo para modificarlo, ponerlo en la perspectiva adecuada: la
que nos permite ponderar logros y fracasos a la luz de criterios más
amplios, de parámetros que elegimos para retomar nuestra práctica de
manera más satisfactoria, con mejores resultados.
La
recuperación supone un ser inacabado, que ha vivido, y cuyos actos lo
han definido. Por eso este ejercicio tiene una dimensión ética. Toda
toma de conciencia que busca una nueva orientación pasa inevitablemente
por la necesidad de “tomar en peso la vida” en algunos de sus
aspectos. Supone que los actos y las experiencias, aunque sean
definitorios, no son definitivos. “Fui náufrago antes que
navegante”, decía Séneca. Gracias a la capacidad de optar, de dar
significado y de significar, la persona puede reorientar su vida
profesional hacia lo que intuye que realmente la puede realizar
humanamente. Su
condición es el deseo de autenticidad y el valor para volver sobre lo
esencial.
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3. Algunos problemas que plantea la
recuperación de la experiencia profesional
La recuperación de la experiencia profesional plantea algunos problemas
que será conveniente tener en cuenta:
1.
Lo que puede llamarse la “falacia autobiográfica”: construir o
reconstruir la propia identidad a través de uno o varios relatos. Este
ejercicio puede servir para plantear la pregunta por la identidad del
sujeto. Paul Ricoeur (1991) le llama “identidad narrativa”. El
ejercicio es arduo y largo. Su empleo es un modo de reflexión filosófica.
2.
El deseo de exhaustividad, que va acompañado del intento de encontrarse
a sí mismo en toda actuación o conjunto de acciones realizadas. Si
el empeño se pone en el conocimiento de la propia subjetividad, se abre
el laberinto de sentimientos, deseos, recuerdos, etcétera. Si el sujeto
quiere conocerse
puede deslizarse fácilmente por una pendiente que lo lleva a buscarse a sí mismo en una
reflexión cuya esterilidad no es posible descartar.
3.
Dificultad para hacer una diferenciación suficiente entre los ámbitos
de la vida profesional y los de la vida personal. En sentido estricto,
la distinción sólo es formal, porque empleamos buena parte de la vida
en trabajar. Pero la recuperación supone algo así como una puesta
entre paréntesis de lo que no consideramos formalmente como práctica o
experiencia profesional. No sorprenderá que la recuperación conduzca a
reconocer que lo fundamental, lo más significativo de ella, tenga que
ver con factores que en un primer momento aparezcan en un segundo plano:
ciertas relaciones, encuentros personales, la presencia de la vida
cotidiana en el mundo laboral, conmociones asociadas a cosas ajenas a la
profesión...
4.
Deslizamiento por una pendiente que se queda en procesos de tipo terapéutico,
en análisis sociológicos o antropológicos. Estos procesos pueden
ofrecer una herramienta poderosa para la recuperación. Pero ésta no se
logra necesariamente con su ayuda. Las ciencias humanas son medios de un
medio más general. El ejercicio de recuperación tampoco es un fin en sí
mismo. Relatar
puede ir acompañado de una reflexión concreta. La psicología moderna
nos ha advertido acerca de los modos y riesgos de un proceso de
razonamiento (racionalización) que impide una mirada serena sobre
nuestra propia realidad; de una especie de cedazo o dique que filtra la
memoria para ponernos a la defensiva... Aquí se abre una ruta: la
realidad vivida puede ser experimentada como una amenaza cuyo origen se
encuentra en la falta de concordancia entre las versiones de lo que
hemos hecho, por todo lo que no hemos tenido suficientemente en cuenta,
de tal manera que el ser, el actuar y querer mantengan la unidad del ser
que las produce, nunca idéntico a sí mismo. La cuestión por la
identidad del “quien”, del “yo”, de la persona, aparece como una
de las más difíciles de plantear.
Un camino para salir de la trampa del “conócete a ti mismo” puede
ser el reconocer: reconócete en lo que haz hecho y vivido. El
reconocimiento es un modo de obedecer.
6.
Falta de radicalidad en el cuestionamiento de las razones, de los
problemas, dificultades e incluso fracasos de una práctica profesional.
El deseo de radicalidad caracteriza a la mejor reflexión filosófica.
Quien toma su propia experiencia como punto de partida de una reflexión
filosófica tiene que estar dispuesto a llevar su pregunta hasta sus últimas
consecuencias. Cabe advertir que el reconocimiento del límite sólo se
alcanza cuando el límite se ha superado. Por eso es difícil distinguir
cuando un cuestionamiento ha sido verdaderamente radical.
7. Falta de claridad respecto
de los criterios para detectar los cuestionamientos significativos que
se plantea y de delimitación de las cuestiones relevantes, tanto desde
el punto de vista profesional como filosófico y cultural. La recuperación
de la práctica puede conducir a descubrir numerosas preguntas, búsquedas,
inquietudes, deseos... todos ellos significativos y valiosos. Es
conveniente establecer algunos criterios iniciales como parámetros de
lo que se está buscando, aunque sobre la marcha se tengan que
modificar. Lo importante es identificar un núcleo básico, un punto en
el que se anuden los significados bajo alguna caracterización que
permita remitir a una experiencia como “experiencia fundante”, es
decir, como punto de partida de una búsqueda reflexiva y meditativa. Si
la cuestión es relevante y significativa para quien la formula, la
significación filosófica y cultural dependerá en buena medida de la
manera en que se exprese o formule.
8. Falta de sentido formativo
de la recuperación, de sus repercusiones y de sus posibles significados
en el orden social. Una recuperación tiene sentido formativo cuando
quienes se involucran o se ven afectados por ella son edificados o
transformados en alguna manera por lo que ocurre en el proceso o por sus
resultados. Las repercusiones y significados sociales de un ejercicio de
esta naturaleza no necesariamente se pueden identificar de forma
inmediata. Lo importante es la posibilidad de intuir que el sujeto que
recupera llega a tener la profundidad del vínculo que lo liga a los demás
y del fruto en que esta experiencia, eventualmente, se traduce. El
sujeto nunca sabrá si realmente es profeta en su tierra.
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4. Recuperación de la experiencia como
problema filosófico
El ejercicio de la recuperación de la experiencia es filosófico cuando
busca esclarecer los supuestos fundamentales en que se sustenta la
propia manera de ver, comprender y actuar: nuestra “filosofía de la
vida” puesta en práctica, plasmada en opciones, obras y palabras. El
ejercicio puede exigir el recurso de otros métodos, a partir de cuyos
resultados sea posible preguntar por su origen y su significado radical.
Recuperar
la experiencia profesional es el ejercicio de comprender la parte de
nuestra historia personal, aquello en lo que nos hemos empeñado a través
de algún trabajo o actividad. Los modos de llevar a cabo este ejercicio
son muy diversos: el recuento de la vida como historia, las vivencias,
su raíz, su significado, etcétera. Las ciencias humanas y sociales
ofrecen métodos que pueden ser de provecho de acuerdo con el modo de
ser de cada persona, sus circunstancias, experiencias y necesidades:
historias de vida, etnografía, terapias, lecturas sociológicas e
incluso experiencias de carácter espiritual. Lo importante es el
resultado: la capacidad de descubrir significados que permitan caer en
la cuenta de que se es capaz de plantear preguntas de un orden distinto
al convencional o al propio de las disciplinas de naturaleza científica.
La
vida humana es multiforme, heterogénea en sus momentos, intereses y
metas, con distintos niveles de intensidad en la entrega de lo que
hacemos; transcurre con diversas formas y grados de estar presentes.
Recuperar la experiencia profesional es hilvanar los numerosos trabajos,
tareas, penas, gozos y alegrías de lo realizado, como momentos
significativos de nuestro itinerario.
La recuperación de la
experiencia se plantea como un problema filosófico porque la índole de
este ejercicio inevitablemente nos confronta con quienes somos como
sujetos, con nuestro proceder y decidir. Como “fuente” de la que
brota toda práctica, el sujeto se vuelve cuestión para sí mismo. San
Agustín relata cómo la muerte de un buen amigo, se convirtió en un
problema para sí mismo. Sus Confesiones
son un ejemplo de un modo magistral de recuperar y
resignificar la propia experiencia, es decir, la “vida vivida”.
Tratar de esclarecer la propia identidad, el propio modo de ser, lleva
al planteamiento por el origen y el sentido de una práctica
determinada. Se trata de momentos de toma de conciencia en los que el
sujeto se encuentra en la situación de una recuperación radical: la de
sí mismo. En este sentido, la recuperación de la práctica es un modo
de poner en cuestión el sentido de la vida.
Recuperar la experiencia no
es una misión imposible, pero sí ardua, y acaso larga. Se recupera
“lo perdido” o lo que parece estarlo. En el camino de la vida “nos
vamos perdiendo” en varios sentidos. Nuestro ser, nuestra identidad,
nuestros sueños, intenciones, fuerza para volver sobre nosotros mismos,
o sobre nuestros pasos. Nos
perdemos... No parece que recuperar la experiencia sea un
trabajo inútil. En ello nos puede ir la vida, o alguno de sus aspectos.
Al recuperar su experiencia el hombre puede encontrar la ocasión para
recuperarse como persona.
El paso central de la
recuperación parece ser algo personalísimo. Tiene que ver con lo que
el sujeto descubre como aquello que en el fondo siempre ha querido o
buscado. Pero requiere de un maestro. La recuperación guarda semejanzas
con un ejercicio de iniciación, por eso pide acompañamiento.
El éxito del ejercicio de recuperación de la
práctica se basa en la voluntad verdadera por parte del sujeto y en la
capacidad de reconocer que ha habido formas de actuar y de hacer las
cosas que “funcionaron” y otras por las que ha podido ir perdiéndose
a sí mismo como persona practicante de un oficio. Lo que últimamente
se persigue a través de la recuperación de la práctica es el
encuentro consigo mismo, a través de los problemas, las preguntas, las
disyuntivas que se plantean a una persona como ser humano y como
profesionista.
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5. La recuperación de la experiencia
profesional como punto de partida de una investigación filosófica
La reflexión filosófica trata de volver a encontrar el principio de la
conciencia a partir de sus operaciones en la existencia, a fin de volver
a ella, transformarla y promoverla. La reflexión es un modo de pensar
que tiene como propósito profundizar en el conocimiento de la vida
interior del sujeto, liberarla y descubrir las operaciones que hacen
posible una experiencia verdadera. Se trata, por una parte, de
identificar la forma en que la persona puede llegar a autoposeerse y a
vivir con sabiduría. Y por otra, de distinguir la lógica propia de la
vida interior. El análisis reflexivo busca que el sujeto pueda
apropiarse de las experiencias concretas en que se finca su propio
desarrollo. El fin de la reflexión filosófica es favorecer el progreso
de la vida interior. Sobre esta base será posible fundar la unidad
sistemática de la experiencia y del conocimiento. No se da un
antagonismo entre la filosofía como forma de vida y la filosofía como
un saber sistemático. La verdadera filosofía se presenta como
“sistema encarnado” en personas o en construcciones teóricas.
El
ejercicio reflexivo es la búsqueda de la plena conciencia, en el
entendido de que nunca se llega completamente a ella. El camino de la
reflexión, la reditio
o vuelta completa sobre sí mismo, pasa a través de numerosos intentos
de clarificación, de acción, de plasmación y expresión de lo que
somos. En ellas queda algo de nosotros, que “habla” de lo que somos.
Al volver sobre ellas logramos cierta recuperación, mejor dicho, nos
vamos recuperando.
La respuesta a la pregunta
por lo que realmente se quiere puede convertirse en la “hipótesis de
trabajo” de una investigación doctoral o de toda la vida. Pero a lo
mejor hay que modificar un poco la hipótesis día con día, por aquello
de que si bien siempre somos el mismo, nunca somos lo mismo.
En el DFE
se parte de algunos supuestos básicos:
1.
La práctica profesional recuperada puede ser punto de partida de una
reflexión más profunda sobre la misma, a la que podemos llamar
“reflexión filosófica”. Esto supone que la práctica recuperada
tenga como objetivo fundamental la tematización de una experiencia
fundante —un tipo de conmoción que, por involucrar a toda la persona,
puede ser caracterizada como “existencial”— susceptible de una
reflexión desde diversos acercamientos. La experiencia es fundante en
la medida en que la persona la asume como motor de una búsqueda
reflexiva. La misma recuperación de la experiencia es de suyo un
ejercicio filosófico que es posible realizar de distintas maneras.
2.
El sujeto puede llegar a descubrir cómo reflexionar sobre sus propias
experiencias de un modo que rebasa el tipo de reflexión “natural”,
“ingenua” o de “sentido común”, para interrogar con una mirada
más crítica y penetrante en la significación de lo vivido: sus
supuestos, motivos, prejuicios... a un nivel cada vez más profundo, el
posible y necesario.
Reflexión sobre los supuestos.
Un supuesto es algo que se toma como evidente. Los supuestos son las
ideas o las creencias que nos llevan a ver las cosas de determinada
manera y a proceder en ciertas formas. En la recuperación de la
experiencia sólo son significativos aquellos supuestos que de manera
decisiva son vividos como fuentes del error, de una atadura, de un falso
prejuicio que me ha impedido ver lo que ocurre o ha ocurrido “en
realidad” y no de acuerdo con una mentalidad acrítica.
La actividad humana está condicionada por un
conjunto de ideas y creencias acerca del ser humano, de la sociedad, del
mundo, de los criterios morales. Tanto el psicoanálisis como la
sociología del conocimiento han identificado el origen y el peso de los
“imaginarios”, de las representaciones sociales, familiares y
culturales, que funcionan como estructuras normativas en la mente de los
sujetos y en la mentalidad de las colectividades.
En su obra El malestar en la cultura
Sigmund Freud puso de manifiesto las fuentes latentes que dentro de la
cultura moderna imponen pautas de conducta sobre las personas y las
conducen a comportamientos en poca consonancia con los propios deseos
subjetivos. La emancipación de las taras
culturales que produce dicho malestar pasa por un proceso de
concientización. Nietzsche había señalado cómo a la base de
numerosas formas de pensar y de proceder algo “se esconde”: la sed
de poder, la incapacidad para la vida, el resentimiento o la mentira;
Carlos Marx fue quien señaló con mayor agudeza el enorme influjo que
tiene un estado de cosas basado en la explotación de unos sobre otros,
en la perversión del trabajo por el dinero o sobre la mentalidad
dominante dentro de una sociedad. Estos pensadores, conocidos como los
“maestros de la sospecha”
han dado lugar a profundos estudios sobre la estructura de la economía,
la sociedad, la cultura y la mente humana. La Sociología del
Conocimiento
ha surgido como el estudio sistemático del origen y condicionamiento
del saber en el contexto de sus condicionamientos sociales. La teoría
de Jürgen Habermas sobre el conocimiento y los tipos de conocimiento
que dan sentido al tratar de dar cuenta de los diversos modos de la
racionalidad que dan sentido a la vida de la especie humana. En todos
estos estudios se pone de manifiesto el enorme peso de estructuras que
no permiten que el ser humano viva, piense y actúe como un ser
emancipado y capaz de pensar por sí mismo. La “madurez humana” y la
reflexión autónoma se presentan como un ideal inaccesible.Esta
burda caracterización de los diagnósticos que buscan dar cuenta de la
poca libertad de acción y de pensamiento puede servir para comprender
lo que se entiende por identificar los supuestos. Recuperar la
experiencia para identificar los supuestos no equivale a someterse a una
terapia psicoanalítica; tampoco se trata de hacer un estudio a fondo
sobre las propias creencias desde el punto de vista de la sociología
del conocimiento; ni de someter a un proceso de “desenmascaramiento”
cuanto se ha hecho y buscado en la práctica profesional. La experiencia
vivida por toda persona adulta supone la capacidad de identificar el
origen de ciertas concepciones acerca de la moral, de lo que es la vida
y su valor, del tipo de vínculo que nos une a lo demás, a la sociedad;
del tipo de conflictos y experiencias negativas en el propio trabajo, y
del origen que pudieron haber tenido.
Todo esto es importante,
porque en buena medida la idea que tenemos sobre nosotros mismos forma
parte de nuestro ser.1
Así como el conjunto de ideas y creencias en las que vivimos —nuestra
“visión del mundo”— constituyen el punto de partida de nuestro
modo de proceder, querer, valorar, decidir u omitir, desentrañar los
supuestos de una práctica profesional es desmenuzar las ideas centrales
que la han constituido y determinado: lo que es el trabajo, el origen
del deber, el sentido del quehacer, el valor de las cosas, la estructura
del mundo social, las posibilidades humanas de vivir la justicia, la
existencia de Dios...
Reflexión sobre los motivos. La
reflexión sobre los motivos forma parte de lo más íntimo de las
personas. Corresponde a cada sujeto el acceso a sus propios
motivos, en el encuentro del hombre consigo mismo. Su comunicación
supone la libre decisión de compartir con otros la propia vida
interior.
En la recuperación de la experiencia profesional tiene sentido la
reflexión sobre los motivos de la acción sólo en la medida en que
mediante ella es posible identificar momentos importantes en el
desarrollo de la práctica. Particularmente de aquellos puntos que
marcaron cambios decisivos de actividad, modos de hacer las cosas,
formas de relacionarse con compañeros, alumnos y otros en general. La
clarificación de lo que mueve a un persona a elegir un trabajo, a
adoptar determinadas actitudes dentro de él, a elegir determinados
medios en vista de ciertos fines, puede ser aleccionador. Es
significativa una reflexión sobre los motivos en la medida en que
permite considerar la propia práctica con mayor libertad.
Reflexión sobre los prejuicios.
Los supuestos de nuestro modo de ver las cosas y de proceder pueden ser
considerados como prejuicios si nos hemos apropiado de ellos de un modo
más bien poco consciente. Los prejuicios están asociados a un proceso
poco reflexivo en la adopción de ideas, de “juicios” hechos por
otros o de alguna manera presentes en un medio cultural. Son las ideas y
creencias que forman parte de la mentalidad en la que nos movemos, y los
hacemos nuestros de una forma en cierto modo natural, como el aire que
respiramos.
La
lengua es cede de innumerables prejuicios y los usos que de ella se
hacen suelen promoverlos, de acuerdo con los vínculos propios de un
grupo, una comunidad o una nación. Los prejuicios forman parte de una
tradición y suelen tener una fuerza normativa entre los sujetos. Su
adopción no es gratuita, sino que puede obedecer a numerosas causas.
Una de ellas es sin duda su poder de vinculación, es decir, de
constituirse en las cosas en las que “hay que creer” para formar
parte de un grupo o por lo menos, para no ser excluido de él explícitamente.
Una de las mayores
dificultades para lograr un conocimiento adecuado de las cosas consiste
en saber asignar a los prejuicios el lugar que les corresponde. Dado que
en los pre–juicios suele haber juicios de valor, las exigencias de
lograr un conocimiento de la realidad lo más objetivo posible han
conducido a grandes autores como a Max Weber a buscar el desarrollo de
una ciencia “libre de juicios de valor”. Intentos como los de
Edmundo Husserl o Martin Heidegger por desarrollar un pensamiento lo más
cercano “a las cosas mismas” a través de la descripción de los fenómenos
vividos por la vida consciente han mostrado gran fecundidad, pero al
mismo tiempo, importantes límites. Hans–Georg Gadamer se esforzó por
mostrar que, en realidad, el intento de liberarse de prejuicios no es sólo
ilusorio, sino además, improductivo. Cuando intentamos comprender algún
texto, por ejemplo, lo decisivo no es “estar libre de prejuicios”,
sino la capacidad de distinguir los prejuicios falsos de los verdaderos.
Esto sólo lo podemos lograr a través del diálogo. En el diálogo
podemos identificar tanto el “horizonte” de nuestro interlocutor
como el nuestro. Llegamos a la comprensión del asunto
que nos ocupa cuando somos capaces de llegar a afirmar:
“esto es así”, es decir, cuando logramos formarnos un juicio a
partir de los prejuicios que inevitablemente nos acompañan. En el
intento por mostrar lo que hay en cada pregunta, habrá que poner al
descubierto los prejuicios que conducen a su formulación.2
Los prejuicios son condición de la comprensión.
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6.
Tomar distancia de la práctica profesional
La distancia en el tiempo tiene más sentido que la mera desconexión de
los propios intereses sobre un objeto de reflexión que en este caso es
la propia experiencia profesional. La distancia es la única vía para
dar expresión completa al verdadero sentido que hay en las cosas. En
realidad el verdadero sentido de un texto o de una obra es un proceso
inagotable, casi infinito. No es sólo que se puedan ir filtrando cada
vez mejor las fuentes de error, eliminando así las posibles
distorsiones del verdadero sentido, sino que constantemente aparecen
nuevas fuentes de comprensión que hacen patentes relaciones de sentido
insospechadas hasta ese momento. La distancia en el tiempo que hace
posible este proceso de filtración no tiene propiamente una dimensión
concluida, sino que ella misma está en constante movimiento y expansión.
Poner a distancia a través de un proceso de filtración no sólo
contribuye a que se vayan desechando ciertos prejuicios, sino que
permite la aparición de aquellos que están en condiciones de guiar una
comprensión correcta.
Como observa Gadamer: “Sólo
la distancia en el tiempo hace posible resolver la verdadera cuestión
crítica de la hermenéutica, la de distinguir los prejuicios verdaderos
bajo los cuales comprendemos, de los prejuicios falsos que producen los
malentendidos.”
Hacer patente un prejuicio implica poner temporalmente en suspenso su
validez, pues mientras un prejuicio nos determina no lo conocemos ni lo
pensamos como juicio. Es imposible poner ante sí un prejuicio mientras
éste continúe obrando imperceptiblemente. El modo de reconocerlo es
“estimularlo”, poniéndolo en contacto con la tradición. Pues lo
que mueve a la comprensión tiene que haberse hecho valer de algún modo
en su propia alteridad. La compresión comienza ahí donde algo nos
interpela. Esta es la condición hermenéutica suprema cuya exigencia es
poner por completo en suspenso los propios prejuicios. Pero la suspensión
de todo prejuicio y de todo juicio tiene la estructura lógica de la
pregunta. La esencia de la pregunta es abrir y mantener abiertas las
posibilidades.4
7.
Sentidos de la recuperación
La importancia de recuperar la experiencia y la práctica profesional no
se agota en volver a tenerla presente o tomarla en cuenta. Hay
experiencias que pueden estar presentes de manera consciente, sin que
por ello sean significativas como punto de partida de una reflexión. La
decisión de reflexionar sobre ellas supone un propósito claro por
transformarlas en algún sentido. La recuperación de la práctica
ofrece el material necesario para hacerlo. La reflexión es el verdadero
camino de la recuperación. La recuperación es de suyo un ejercicio de
reflexión. La metáfora de volver
a obtener lo perdido, real o aparentemente, sirve para
describir el camino de la conciencia. El sujeto no es transparente a sí
mismo, ni aun en sus momentos de mayor lucidez. La recuperación
consiste en “volver a andar los propios pasos” a través de las
marcas que hemos ido dejando en el camino: los actos, las obras, las
omisiones.
Al
hacerme consciente de lo hecho, como lo hecho por mí, la reflexión es
la vuelta a lo que soy en relación con quienes han ido formando parte
de mi mundo; me doy cuenta de lo realizado y de lo que he llegado a ser.
La reflexión me constituye como sujeto y me permite identificar las
operaciones, las leyes y las normas en todos los ámbitos de mi
actividad como ser espiritual en mi dimensión histórica, corpórea y
social. Como punto de partida de una investigación filosófica, la
reflexión tendría relevancia filosófica, en la medida en que el
ejercicio deja de ser un relato autobiográfico para convertirse en un
proceso que logra tocar aspectos fundamentales del ser humano en cuanto
tal.
En
todo acto consciente se da un movimiento propiamente reflexivo en el que
se toma cierta distancia respecto de sus operaciones. El sujeto
reacciona en sus actos conscientes frente a aquello de lo que se ha dado
cuenta en forma de un rechazo o de un consentimiento. La relación del
sujeto consigo mismo constituye la posibilidad de la conciencia y con
ella, de la promesa de libertad.5
En cierto modo el análisis reflexivo se superpone a un primer grado
implicado en la vida consciente. No se añade a ella como un momento más,
sino que trae consigo la interrogación sobre la existencia, sobre la
verdad de la conciencia que se tiene de sí mismo. En este sentido es
una especie de iniciativa
radical6
que no depende de alguna condición contingente. Este tipo de reflexión
puede ser caracterizada como propiamente filosófica, a diferencia de la
reflexión de la vida cotidiana, si bien en cada caso la frontera entre
una y otra no resulta fácil de distinguir.
El sentido de la recuperación
de la experiencia es la identificación de los aprendizajes más
importantes acumulados a través de la práctica. Se trata de
capitalizar las ganancias de
los años de aprendizaje,7
normalmente, para hacer mejor las cosas o para compartir con otros el
saber adquirido. Quien recupera su experiencia profesional de manera
suficientemente metódica y sistemática está en condiciones de
convertirse en un maestro. Quien recupera su práctica está en
condiciones de mejorarla o de reorientarla, incluso de convertirla en
punto de partida de un nuevo proyecto, de iniciar un nuevo trayecto
dentro del proyecto de su vida.
La recuperación de la práctica profesional
es significativa como toma de conciencia de hechos y omisiones; de sus
motores, sus resultados y condicionamientos, incluyendo las
concepciones, ideas y expectativas. Es el ejercicio que nos permite
cotejar con suficiente distancia lo que buscábamos con lo que
obtuvimos, la intención con el fruto objetivo de la acción. El
resultado del ejercicio que busca recuperar la experiencia aparece como
camino de libertad y fundación de sentido.
La unidad del sujeto, por lo
que es y hace, puede ser fuente de conflictos. La identidad de la
persona está marcada por todo tipo de acciones humanas, realizadas en
cualquier ámbito de la vida. Lo que suele llamarse “profesión” no
se reduce al orden de los trabajos, los empleos, a lo que llevamos a
cabo como parte de un “puesto”, en correspondencia con las funciones
que nos son asignadas o podemos definir por cuenta propia, dentro del ámbito
de nuestras posibilidades. La profesión abarca, al final
del camino, el conjunto de actividades que llegamos a amar, aquello a lo
que nos entregamos de tal manera que no tenemos más remedio que hacerlo
con cuidado, en sus más mínimos detalles. La profesión es uno de los
grandes tesoros de la persona, porque en ella se va quedando, como
decantada, gran parte de la vida. Si esto ocurre, la profesión es
vivida como vocación. Quizá éste sea el sentido último del ejercicio
de recuperar la “vida vivida”. |
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8. Entre la recuperación del pasado y la
previsión del futuro
Pareciera que estos dos caminos son formas antagónicas para enfrentar
los problemas educativos. Hacer un repaso de lo vivido va del análisis
de los modos en que se han hecho las cosas, a la toma de conciencia de
lo que ha ocurrido en la vida profesional para, a través de la reflexión
sobre su sentido, poder transformarla. Éste se presenta como un camino
largo, de introspección, rememoración y autocrítica. Supone lucidez,
valor y voluntad de cambiar inercias y errores.
Existe otra mirada sobre lo
educativo que se fija en el futuro, en las necesidades sociales, en las
exigencias de un mundo cada vez más complejo y competitivo, en el que
los saberes no pueden darse el lujo de quedar rezagados, a menos que se
renuncie a estar al día. Es cuestión de supervivencia, de actualidad,
de competencia. Echar una mirada a lo vivido, darse a la tarea de
"recuperar la práctica" parece un tiempo perdido, estéril, más
propio de un proceso terapéutico que de una puesta al día de los
problemas urgentes a los que es necesario atender con diligencia. Este
enfoque supone atención a los problemas sociales, actualización en los
avances científicos y tecnológicos, deseos de educar a la altura de
los tiempos.
Propiamente no hay exclusión
entre los valores que uno y otro enfoque buscan promover. Es cuestión
de intereses, prioridades y concepciones de la educación, así como de
las maneras de transformarlo. Puede decirse que estos modos de ver los
medios para atender a la educación son tipos ideales que se desprenden
de ciertas mentalidades: la primera, marcada por las ciencias humanas y
la segunda, por las ciencias naturales o aplicadas. ¿En qué punto se
cruzan uno y otro enfoque?, ¿de qué manera se complementan?, ¿bajo qué
condiciones sería posible un diálogo fecundo entre ambos?
Los dos tipos ideales
encuentran un término medio en la comprensión de la realidad: el ser
humano, su acción, el mundo, la sociedad. También en la autocomprensión
de los educadores, en el valor que le otorgan a la reflexión sobre la
propia práctica, a los métodos para hacerlo, en el hábito de revisar
lo que se ha hecho y en las estrategias para aprender y sacar de ello
"cosas nuevas y cosas viejas", que verdaderamente puedan
enriquecer la propia comprensión, la comprensión de los demás y del
mundo común. De un modo decisivo está en juego el valor de la
experiencia y la posibilidad de aprender de ella.8
Recuperación de la
experiencia pasada como camino para situarse en la realidad presente de
cara a un futuro por construir. Aquí la dimensión temporal del ser
humano se pone de manifiesto en su totalidad. Los dos modos de abocarse
a los problemas profesionales y educativos ponen el acento en la reflexión
sobre la experiencia como un camino para alcanzar la sabiduría o un
conocimiento objetivo, obtenido metódicamente y probado o probable, en
función del comportamiento previsible de los objetos, sometidos a la
experimentación. Históricamente se ha llegado a establecer una dicotomía
entre ambos caminos, al grado de que en la cultura moderna parece
imposible reconciliar experiencia
y experimentum, sabiduría y ciencia.9
Siempre ha sido un reto
lograr la armonía entre ciencia y sabiduría. Acción, experimentación
y transformación parecen tener que poner a un lado la contemplación.
El énfasis en la capacidad natural de la razón y en la investigación
de las causas aún no conocidas de los fenómenos naturales parece
exigir el máximo esfuerzo y dejar para el buen sentido las respuestas
que plantea la vida misma, en su cotidiano devenir. Es sintomático que
las actividades teóricas asociadas a la reflexión de tipo filosófico
sean consideras como "ociosas" en un sentido peyorativo, es
decir, inútiles en cualquier sentido.
Quizá la contraposición se
derive de la tendencia a separar el proceso de conocimiento de otros
aspectos vitales del ser humano: el afecto, la sensibilidad en sus
distintas formas y la acción humana en todas sus dimensiones.0
A este respecto, Paulo Freire ha observado que no es posible nombrar las
cosas sin haberlas transformado previamente. Sabiduría es al mismo
tiempo acción y conocimiento.1
Plantear la ciencia como alternativa de la sabiduría supone una
distorsión enajenante. "¡Cómo nos resultan fríos y extraños
los mundos que han sido descubierto por la ciencia!" (Nietzsche).
A partir de una exclusión
llevada al extremo como la mencionada, se plantea una doble pregunta:
por una parte, sobre la fecundidad de insistir en la recuperación de la
práctica como un camino para lograr una auténtica sabiduría de la
vida, capaz de atender a los problemas sociales que demanda el
desarrollo científico y tecnológico de la manera más humanizante para
todos y de dirigir la práctica educativa en ese sentido; por otra
parte, si un pensamiento que se orienta de manera preminente a la solución
de los problemas de la ciencia y de la técnica no ganaría en saber,
si quienes lo cultivan de forma profesional, echaran una mirada a la
experiencia vivida, que incluye la experimentación con las cosas.
Cfr.
Freire Paolo, Pedagogía de la autonomía, Siglo XXI, 2ª ed., México, 1998, pp. 40–41. Maceiras Manuel, ¿Qué
es Filosofía? El hombre y su mundo, Cincel, Madrid, pp.
60–69 (con prólogo de Paul Ricoeur).
Para una mayor profundización pueden consultarse las
obras Naturaleza,
Historia, Dios, Ed. Nacional, Madrid, 1955 e Inteligencia Sentiente,
Alianza, Madrid 1983 de Xavier Zubiri.
Cfr.
Gómez Caffarena José, Razón
y Dios, Fundación Santa María, Madrid, 1985, pp. 55–56.
Cfr.
García
de Alba Juan Manuel, Ética profesional, parte fundamental, amiesic,
Guadalajara, 1999, p. 172.
Cfr.
Ricoeur Paul, Sí mismo como otro, fce,
México, 1991.
Agradezco al maestro Miguel A. Bazdresch haber
compartido sus puntos de vista sobre este tema, que fueron punto de
partida de estas reflexiones.
Cfr.
Ricoeur Paul, “The hermeneutics of Suspicion", Hermeneutics, Questions and Prospects,
Shapiro y Sica, Amhherst, 1984, p. 54–65.
Cfr.
Ricoeur Paul, "Nota sobre la historia de la filosofía y la
sociología del conocimiento", Historia
y verdad, Encuentro, Madrid, 1991, pp. 55–60.
Cfr.
Reboul Oliver, Los valores de la educación, Idea Universitaria, 1992, pp.
141–170. Sobre todo el capítulo VII “El adulto, ¿mito o
realidad?”
Cfr.
Zubiri Xavier, Sobre el hombre, Alianza, Madrid, 1986, p. 431.
Cfr.
Jean Grondrin (editor), Gadamer
Lesebuch, C. B. Mohr, Stuttgart, 1997, p. 295 y Hans–Georg
Gadamer, Verdad
y Método, “El círculo hermenéutico y el problema de los
prejuicios”, 1996, pp. 331–360.
Gadamer Hans–Georg, Verdad y Método, tomo I, Sígueme, Salamanca, p. 369.
Ídem, passim.
Puede consultarse con provecho a Paul Ricoeur en “La función hermenéutica
del distanciamiento”,Verdad y Método, Del
texto a la acción, FCE,
Buenos Aires, 2001, pp. 95–110.
Nabert Jean, “L´itinéraire de la conscience”, p.
73, citado por Paul Lebert, Nabert, Segherts, París, 1971, p. 32.
El texto de Paul Ricoeur “La iniciativa” resulta
muy esclarecedor como contribución a una reflexión filosófica del
significado del presente con relación a la arquitectura del tiempo, de
su relación con la acción y sus implicaciones éticas y políticas. Cfr. Ricoeur Paul, Del
texto a la acción, FCE,
Buenos Aires, 2001, pp. 241–256.
La obra de Hans–Georg Gadamer que lleva este título
ofrece un buen ejemplo de una recuperación autobiográfica reflexiva.
También puede consultarse Popper Karl, Búsqueda
sin término, Tecnos, Madrid, 1985.
Cfr.
Tugenhat Ernst, “¿Kann man aus der Erfahrung lernen?”, Probleme
der Ethik, Reclam, Stuttgart, 1988.
Duch Lluís, La
educación y la crisis de la modernidad, Paidós, Barcelona,
1997, p. 55.
Véase por ejemplo el análisis que hace Maurice Blondel en su obra La acción, bac,
Salamanca, 2000.
Paulo
Freire constructor de sueños. Su imagen, su voz, sus ideas, sus
convicciones (video), Cátedra Paulo Freire–ITESO,
Guadalajara, 2000.
Citado por Duch,
op. cit., p. 56.
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