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Blanca Chong López
Licenciada en Sociología por la UAC
y maestra en Comunicación por la UIA
ciudad de México. Profesora de asignatura en el Departamento de
Humanidades, en la carrera de Comunicación y en la maestría en Educación
y Desarrollo Docente en la Ibero Torreón. |
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En los albores del siglo XXI,
las transformaciones originadas por la ciencia y la tecnología se dan a
un ritmo cada vez más acelerado. A partir de ellas, la vida humana ha
cambiado más en los últimos 200 años de lo que cambió en toda su
historia.
Partiendo de la idea de que la ciencia se ubica en una estructura social
con ciertas características, de las cuales va a depender su papel, y más
allá de asombrarnos por los prodigios del desarrollo científico, cabe
preguntarnos: ¿cuáles son las cuestiones que desde un enfoque social
plantea el desarrollo del conocimiento científico y tecnológico en el
contexto de la globalización?, ¿cuál es la situación de América
Latina en cuanto al desarrollo de la ciencia y la tecnología frente a
los países industrializados?
La denominada Tercera Revolución,
en marcha ya desde la Segunda Guerra Mundial y la primera fase de la
posguerra, se caracteriza por un cambio científico y tecnológico sin
precedentes, tanto por su amplitud e intensidad, como por su profundidad
y continuidad. Un dato que nos puede proporcionar una idea de la situación
que hoy vive el mundo es que “85% de todos los científicos que han
vivido en el planeta están vivos hoy, con instrumentos avanzados y
mayores potencialidades creativas”.
En las últimas décadas se han realizado mayores progresos científicos
que en toda la historia.
Hoy, el desarrollo acelerado de la ciencia y la técnica hace que la
vida y los problemas de una generación sean cada vez más diferentes de
los de sus predecesoras. Las soluciones a problemas anteriores se
vuelven insuficientes para las situaciones que vivimos las generaciones
actuales.
El conocimiento científico ha probado sus virtudes de verificación y
descubrimiento con respecto a otros modos de conocimiento. Sin embargo,
como señala Edgar Morin,
esta ciencia plantea problemas cada vez mayores en torno al conocimiento
que produce: los poderes que la han creado escapan a los propios científicos,
porque se han concentrado en las fuerzas económicas y políticas.
Mientras que en sus orígenes la ciencia constituía una actividad
marginal, hoy se ha convertido en una institución poderosa, ubicada en
el centro de la sociedad. Algunas de las cuestiones que plantea este
protagonismo de la ciencia en el mundo contemporáneo tienen que ver con
aspectos como: |
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La ciencia comenzó como un proceso en el que se manipulaba para
verificar, para descubrir el verdadero conocimiento. Hoy cada vez más
se verifica para manipular.
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Hasta tiempos recientes el dominio de la naturaleza se identificaba con
el desarrollo de lo humano. Hoy se ha tomado conciencia de que el
desarrollo de la técnica no solamente lleva a procesos de
emancipación, sino que también provoca nuevos procesos de
manipulación del hombre por el hombre.
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El proceso de fragmentación del saber–poder tiende a producir una
total transformación del sentido y de la función del saber: “el
saber ya no está hecho para ser pensado, reflexionado, meditado,
discutido por los seres humanos para aclarar su visión del mundo y
su acción en el mundo, sino que es producido para ser almacenado en
los bancos de datos y ser manipulado por las potencias anónimas”.
Lo anterior es causa de
preocupación para muchos hombres de ciencia, que se preguntan acerca de
cuál es su deber social respecto al mundo que ellos han creado.
Considerando que quienes deciden el uso de las nuevas técnicas no son
los hombres de ciencia, sino sobre todo los políticos, ¿debe culparse
a los científicos por los resultados de la aplicación de la ciencia?
La ciencia es una actividad
humana. Quien la practica no es un ser al margen de la sociedad en la
que vive. Los logros de la ciencia pertenecen a toda la sociedad, son
producto de una colaboración comunitaria. Por tanto, el científico es
responsable ante la sociedad de la ciencia que practica y de las
consecuencias que ella tiene para la humanidad.
Ciencia y globalización
Actualmente vivimos como sociedad
el proceso que hemos denominado globalización, que implica cambios
profundos que no se reducen al ámbito de la economía, donde tiene sus
orígenes. Desde su aparición, uno de los rasgos que ha definido la
globalización ha sido la desaparición de fronteras de todo tipo entre
las naciones. En lo económico, estamos ante un fenómeno en el que lo
nacional tiene cada vez menor importancia y en su lugar se impone la
integración regional de bloques que buscan competir a nivel mundial.
Uno de los cuestionamientos que se
hace al concepto de globalización tiene que ver con el hecho de que
parecería referirse a un proceso de integración en el que todos los países
del mundo participan por igual. Sin embargo, las diferencias entre países
desarrollados y los que no lo son, lejos de disminuir tienden a
profundizarse. El ámbito científico y tecnológico no es la excepción.
En estos momentos se dice que el conocimiento científico es patrimonio
de toda la humanidad, que en grados distintos, la ciencia se incorpora a
la cultura y al sistema productivo de todos los países. Se reconoce su
papel como motor del desarrollo económico y social. Sin embargo, existe
aún un abismo entre los países que producen conocimiento y los que
solamente lo utilizan, entre los protagonistas de la ciencia de nuestro
tiempo y los espectadores que se limitan a admirar lo que otros hacen: más
del 90% de la ciencia proviene de los países industrializados. No es posible referirnos al
proceso de globalización sin considerar el modelo económico que lo ha
impulsado en las últimas décadas: el neoliberalismo, ideología que
postula la preeminencia del mercado y la libre competencia, amparando
una serie de prácticas:
a) En lo económico, políticas desregularizadoras, privatizadoras y
liberalizadoras de las economías nacionales. Una de las consecuencias
de la aplicación de estas políticas ha sido una mayor dependencia de
los países con menor desarrollo frente a los grandes polos del poder
económico.
b) En lo cultural, uno de los
rasgos de este modelo es la educación orientada a satisfacer las
necesidades del mercado de trabajo y la producción privada, lo cual
necesariamente se refleja en las políticas de desarrollo científico y
tecnológico seguidas por los países que lo han adoptado. Al identificar las tendencias del desarrollo científico y tecnológico
contemporáneo, es decir, en el marco del proceso de globalización, Núñez
señala lo siguiente:
1. El fortalecimiento del núcleo
dominante Estados Unidos, Europa y Japón, lo cual confirma la idea de
Touraine de que el mundo no está globalizado, sino trilateralizado. Una
evidencia de esto es que la suma del Gasto Interno Bruto en Investigación
y Desarrollo (GIBID) de
Norteamérica, la Unión Europea y Japón, es superior al 80% mundial.
El autor menciona otras cifras que de alguna forma confirman esta
aseveración.
2. En los sistemas de ciencia y
tecnología más avanzados es creciente el papel de las empresas en el
financiamiento y la realización de investigación y desarrollo, lo que
orienta el esfuerzo hacia las tareas de desarrollo que predominan sobre
la investigación básica y aplicada. En Estados Unidos, por ejemplo,
las empresas financian 59% de estas actividades, el gobierno cubre 46% y
las universidades y organismos no lucrativos 18%.
Una situación muy diferente es la que se observa en los países menos
desarrollados: un ejemplo es México, donde el gobierno financia 68% del
gasto de investigación y desarrollo, y las empresas 32%.
3. Un cambio profundo en las políticas
de ciencia y tecnología de los países más avanzados de Occidente en
la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial.
4. El proceso de innovación tiene un carácter cada vez más global. La
globalización de la economía abarca las actividades de ciencia y
tecnología. Las grandes y medianas empresas, así como las
instituciones académicas, crean redes internacionales para generar
tecnología e innovar.
5. Existen tecnologías clave, sobre
las que los países industrializados orientan su inversión. Son las
tecnologías de la información y las comunicaciones; los componentes eléctricos
y electrónicos; la biotecnología y los productos farmacéuticos;
nuevos materiales, transporte, energía y medio ambiente.
6. Existen países con una transición ascendente muy marcada en ciencia y
tecnología, y en los procesos de innovación. Por ejemplo, los asiáticos
recientemente industrializados, que han incrementado en forma
considerable sus inversiones en investigación y desarrollo, con
notables efectos en sus estrategias de industrialización. Conciben sus
políticas de ciencia y tecnología en función de la identificación de
las necesidades de los mercados. El conocimiento y sus aplicaciones son
prioridad en sus estrategias de desarrollo.
7. Mientras que un grupo de países
viven una transición positiva en ciencia y tecnología, hay otro grupo
que siguen un camino inverso, entre los que destacan los países de la
llamada Comunidad de Estados Independientes. Estos países experimentan
una reducción básica de su inversión en investigación y desarrollo.
En Rusia, por ejemplo, el gasto en este rubro disminuyó de 2.03% a
0.81% de su PNB entre 1990
y 1993. Uno de los efectos ha sido el éxodo de científicos al
extranjero y a otros sectores.
8. En América Latina se nota un
moderado avance en la creación de capacidades de investigación y
desarrollo. Mientras que en los sesenta se dedicaba a este concepto el
0.2% del PIB, en los
ochenta se alcanzaba el 0.5%. En ese lapso se pasó de 30 mil a 100 mil
profesionales dedicados a esta actividad. América Latina cuenta con
2.5% de los científicos del planeta y ejerce el 1.8% del gasto mundial
en investigación y desarrollo.
Al hacer referencia también a las tendencias del desarrollo de la
ciencia y la tecnología en el contexto actual, Kaplan sostiene que
“la expansión global de la ciencia y la técnica va acompañada por
su distribución no uniforme, desigual, polarizada, entre clases y
grupos, regiones y países, y en el interior de unas y otros”. Lo anterior confirma lo señalado
líneas arriba: la diferencia abismal que existe en el terreno científico
y tecnológico entre los países con un alto nivel de desarrollo y los
que no lo tienen. Al respecto Mora señala que “La revolución científico–técnica
y tecnológico–informática actualmente en marcha supone una
superconcentración del poder sin precedente, además de la exclusión
de los países del Sur de los frutos del desarrollo, si bien se les
impone un particular modelo tecnológico y científico, ajeno a su
identidad y a sus necesidades”. Hoy día resulta cada vez más necesario reconocer que la ciencia y la
tecnología contribuyen a elevar las condiciones de vida y el nivel de
bienestar social. Para los países menos desarrollados, crear una
infraestructura científica y tecnológica propia les puede permitir ser
menos dependientes, al contar con mayor capacidad para explotar sus
recursos.
Para que un país pueda avanzar en
el terreno científico y tecnológico, es necesario formar
investigadores que posean los conocimientos de frontera. Las prioridades
son pues, innovación tecnológica y transformación de la educación,
orientada en ese sentido.
Finalmente, no está de más
insistir en la necesidad de no olvidar la orientación de carácter
social que debe tener la investigación científica, sobre todo en
nuestros países, es decir, tener presente a quién debe servir el
conocimiento.
Kaplan M. (coordinador), “Revolución tecnológica”, Estado
y derecho, tomo IV,
“Ciencia, Estado y Derecho en la Tercera Revolución”,
UNAM/ PEMEX, México, 1993.
Morin, E., Ciencia
con conciencia, Editorial Anthropos, Barcelona, 1984.
Ibidem,
p. 90.
Aréchiga, H., “La ciencia mexicana en el contexto global”, México, ciencia y tecnología en el
umbral del siglo XXI,
CONACYT, México, 1994.
Mora R., “El proyecto neoliberal en América Latina”, Umbral
XXI, núm. 10,
otoño 1992, UIA ciudad de
México, México.
Núñez Jover J., La
ciencia y la tecnología como procesos sociales. Lo que la educación científica no
debería olvidar, Editorial Félix Varela, Cuba, 1999.
Kaplan,
op. cit.
Mora, op.
cit., p. 36.
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