En la cuarta emisión del certamen internacional de ensayo Agustín de Espinoza, sj, convocado por la uia Torreón y el Centro Miguel Agustín Pro Juárez, con el tema Alternativas actuales para hacer exigibles los derechos económicos, sociales y culturales, el jurado decidió declarar desierto el premio de primer lugar, debido a que los ensayos participantes no ahondan lo suficiente en el significado práctico del tema propuesto.
        Con el presente ensayo enviado bajo el seudónimo “Romero”, Carlos Ballesteros García, obtuvo el segundo lugar; el jurado mencionó que se trata de una propuesta loable de alternativa inducida por la discusión de ideas en el texto. Carlos Ballesteros es doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid (UPCO), España, de donde actualmente es profesor propio adjunto de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales (ICADE) y jefe de estudios de la licenciatura en Investigación y Técnicas de Mercado; patrono de la Fundación Hogar del Empleado, fundador del Grupo de Apoyo a Proyectos de Economías basados en las Personas y miembro del consejo editorial y asesor de las revistas Somos (educación popular) y Alternativa Sur, respectivamente.
        Angélica Monserrat Márquez Osuna, estudiante de octavo semestre de la Licenciatura en Comunicación en el ITESO, se hizo acreedora al tercer lugar con el trabajo titulado”¿Alternativas para hacer exigibles los derechos?”, firmado con el seudónimo “Fractal”. El jurado opinó que se trata de un texto que presenta una discusión teórica bien llevada, y asimismo, respeta la estructura del género.
        
  El jurado estuvo integrado por Edgar Cortez Moralez, sj, licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Tlaxcala, licenciado en Filosofía y Ciencias Sociales por el Instituto Libre de Filosofía y Ciencias y licenciado en Teología por el Instituto Libre de Filosofía de México; es el actual director del Centro Miguel Agustín Pro Juárez y Armando Mercado Hernández, licenciado en Derecho por la UIA Torreón y coordinador del Programa de Derechos Humanos de la misma Institución.
         
Ambos textos serán publicados en la revista Acequias a partir de este número. Aprovechamos este espacio para felicitar nuevamente a los ganadores y agradecer a todos los participantes su respuesta a esta convocatoria. Asimismo, para destacar la profesional labor de los miembros del jurado, ya que el certamen Agustín de Espinoza, sj, se constituye como un foro cada vez más sólido, a través del cual se muestran las propuestas e ideas de los miembros del Sistema UIA–ITESO, AUSJAL y la comunidad en general.

“¿La revolución? Los jueves de 7 a 9” trata de expresar que no es sino con nuestros actos cotidianos de consumo, de trabajo, de ocio, de ahorro, como podemos cambiar y transformar el mundo. Las propuestas que aquí se plantean buscan articular y vincular esferas sociales, políticas y económicas, desde abajo y desde adentro, para así construir un mundo diferente con base en los actos cotidianos. “Cambia tu vida para cambiar el mundo” proponía una ONGD1 española hace pocos años. “Cambia el mundo sin cambiar de vida”, plantea la última campaña del Ministerio de Medio Ambiente español ¡Dos visiones tan diferentes y tan lejanas una de la otra!
        La transformación del mundo hay que hacerla todos los días con nuestros actos cotidianos, no puede dejarse sólo para el espacio de un par de horas el jueves por la tarde. Sólo desde el compromiso político, social y económico de todos y cada uno de los ciudadanos del mundo, especialmente de la parte de arriba y a la derecha, de la zona occidental del hemisferio Norte (lo que comúnmente se conoce como “los ricos”), se podrá hacer del mundo un sitio más justo y más agradable para vivir. Sólo desde nuestros actos cotidianos, desde lo cercano y diario se podrá transformar la realidad. Pero esto no se puede realizar si uno previamente no disiente y se indigna con las situaciones injustas del mundo. Y uno no se puede indignar ni disentir con ellas si antes no se ha puesto en el lugar del otro y ha sentido con el otro. Este es, precisamente el punto de partida: sentirse otro con el otro.

Sentirse otro con el otro
Para hacer de este mundo un sitio más habitable, es necesario, en primer lugar, sentirse otro y desde el otro poder compartir su situación. Hay que saber que, según los datos que proporciona periódicamente el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), tan conocidos pero no por ello menos escalofriantes, en el mundo hay 800 millones de personas que viven con menos de un dólar al día, mientras que en los Estados Unidos de Norteamérica en este año morirán 300 mil personas a causa de un consumo excesivo de grasas y sobrepeso.2 
        Sentirse otro con el otro es pensar cómo deben sentirse las víctimas de la explotación laboral en algunos países del Sur, cómo deben sentirse los campesinos–peones en los monocultivos de extensión igual o mayor que algunos países, para que los consumidores del Norte tengamos en nuestros supermercados productos exóticos a precios asequibles. Es sentirse excluido del mercado de trabajo y en paro por tener más de una determinada edad, o un color de piel distinto del blanco, o un sexo determinado y que no es el masculino. Es sentirse y compartir cómo se siente un excluido del sistema bancario cuando tiene un proyecto empresarial y el banco no le presta un dinero por falta de garantías reales (una casa, un sueldo), aún cuando ese proyecto pueda sacarle de situaciones de exclusión y transformar un trocito del mundo. 
       
Y ello para poder decir no y así denunciar la injusticia. Sentirse otro con el otro para derribar tres mitos, tres falsas creencias que nos vienen metiendo en la cabeza y que es necesario desmantelar: me refiero al mito de “lo imposible”, al de “lo complicado” y a la creencia “sin dinero no se pude crecer”.

Denunciar para anunciar
El primero a batir es el mito de lo imposible. Este sistema neocapitalista y basado en lo que los medios de comunicación de masas quieren contarnos, nos dice que es imposible cambiar, que el mundo se ha hecho tan complejo y sus problemas tan estructurales, que es imposible cambiarlo desde la ciudadanía. Nos cuentan que ni siquiera las cumbres (Barcelona, Bali, Johannesburgo...) de altos funcionarios y jefes de estado, o los organismos multilaterales bajo el paraguas de la ONU, son capaces de ponerle remedio a la pobreza y a la miseria, y a la degradación del medio ambiente.
        Y así, en Johannesburgo se ha celebrado este verano la cumbre RÍO+10 y se ha constatado que, de todo lo acordado en Río de Janeiro en 1992, no se ha hecho más que una mínima parte. Muchos encontramos aún difícil creer que una conferencia mundial que se suponía iba a tratar sobre recuperación y reconstrucción globales haya sido dominada una vez más por intereses mercantiles que reducen las grandes cuestiones de la pobreza, la injusticia y la degradación ambiental, a asuntos de dinero y poder.
        Es cierto que en esta cumbre se han establecido, una vez más, objetivos y calendarios con respecto a algunos temas importantes como por ejemplo, la sanidad, la sobreexplotación de los recursos pesqueros, los productos químicos peligrosos o la reducción de la pérdida de la biodiversidad. Es cierto que más de cincuenta naciones se han comprometido en una declaración a favor de las energías renovables. Es cierto que muchos países han firmado el Protocolo de Kyoto sobre cambio climático nacido en la Cumbre de la Tierra de Río en 92, pero no menos cierto es que Australia y los Estados Unidos de Norteamérica no lo han hecho.
        Y sin embargo y a pesar de todo, creo que sí es posible transformar el mundo desde lo chiquito y cotidiano, y allá van algunos ejemplos que a lo largo y ancho del planeta nos dicen que existen alternativas para hacer exigibles (y reales) los derechos económicos, sociales y culturales:

  • El reclamo de tierras improductivas que hacen los campesinos empobrecidos del Brasil, que ocupando y asentando tierras, crean granjas y proyectos de vida para familias que antes vivían entre la suciedad, la pobreza y la violencia de las favelas; demuestran que es posible encontrar nuevas formas de vida sostenible.

  • La lucha ganada a los que quieren privatizar el agua en Cochabamba, Bolivia indica que todavía hay quien pone lo común por encima de lo mercantil.

  • La experiencia compartida y participada de doce años de gestión vecinal de una parte del presupuesto municipal en Portoalegre manifiesta que la ciudadanía puede ser corresponsable de la gestión municipal.

  • El reclamo de espacios públicos para todos, como el parque Olivera en Zaragoza, España, gestionado directamente por sus ciudadanos, también es reflejo de que es posible cambiar.

  • La adopción y reconocimiento por parte de la Organización Mundial de la Salud de que la medicina de los indígenas del Amazonas es tan medicina como la de los laboratorios multinacionales, es un ejemplo de que es posible salirse de un mercado dominado por la industria farmacéutica.

  • La lucha de las ONG´s y la sociedad civil por la socialización de patentes de fármacos que palian las consecuencias del SIDA y otras epidemias en los países empobrecidos, también refleja esto.

  • La lucha diaria para demostrar que hay proyectos empresariales que desde un planteamiento basado en las personas y el respeto a su dignidad y al medio ambiente se puede convertir en economía.3 Bicimensajería, jardinería con personas discapacitadas, tiendas de comercio justo y talleres artesanales, son muestras de que rentabilidad social y rentabilidad económica no tienen porqué estar necesariamente reñidas.

        El segundo mito es el de lo complicado: este sistema neocapitalista y basado en lo que los medios de comunicación de masas quieren contarnos, nos dice que la economía es complicada y que los problemas son complejos, que el ciudadano de a pie no sabe (o no debe) hablar y participar de ellos. Que el gobierno de países, empresas e instituciones (los profesionales) deben hacerlo, y que ya es bastante participación en la economía el ir a la compra.
        Nos convencen que con comprar y consumir hacemos lo que debemos y que si nos preocupa este mundo, consumamos productos de multinacionales que luego dan el 0.7 de sus beneficios4 a lo que ellos llaman Tercer Mundo, y yo prefiero denominar “países empobrecidos” o como dice el obispo Casaldaliga, “los sobrantes del mundo”. Nos han intentando convencer, desde hace tiempo, que participar en la economía es algo muy difícil para quien no tiene estudios económicos, que es prácticamente una quimera comprender el sistema en su totalidad, que es cierto que el mercado es imperfecto y que hay problemas de ajuste, dicen, pero que es una tarea imposible acabar con esas pequeñas imperfecciones.
        Y sin embargo, hay movimientos de la ciudadanía que critican, contagian, debaten y proponen. Los Foros Sociales Mundiales de Portoalegre y tantos y tantos otros encuentros de personas sencillas que hablan de su economía y de la Economía con mayúsculas, y que movilizan lo que algunos han llamado el “factor C”: Comunidad, Cooperación y Corazón. Comunidad, porque se hace con la visión de que lo comunitario está delante de lo individual; Cooperación, porque frente a la competitividad, si todos arrimamos el hombro, el resultado es bueno, y el proceso para llegar a él es educativo y enriquecedor; Corazón, porque queriéndonos más trabajaremos mejor.
       
Así, la lucha por la instauración de una tasa sobre los movimientos especulativos del capital internacional,5 el control de los paraísos fiscales y las fortunas en ellos depositadas, la cancelación de la deuda externa de los países empobrecidos o el afán por garantizar una renta básica para todos los habitantes del mundo, etcétera, son reflejos de que también hay preocupaciones en los no economistas, en la gente sencilla.
        Y el tercer mito es eso de sin dinero no se puede crecer: este sistema neocapitalista y basado en lo que los medios de comunicación de masas quieren contarnos, nos dice que todo se compra y se vende a cambio de un símbolo llamado dinero, y que sin ese símbolo no se puede participar. “Tanto tienes tanto vales” parece ser una regla común de estimación de la importancia que una persona tiene en este mundo. Pero si el símbolo funciona mal, tiene tanta fuerza, que lo simbolizado, lo real, también empieza a fallar.
        Nos dicen que sin dinero es imposible prosperar y sin embargo, seis millones de argentinos se han olvidado del dinero, del dólar y del peso, y participan en clubes de trueque diseminados por todo el país, los cuales les permiten soportar e incluso vivir, pese a la tremenda crisis a la que los ha llevado precisamente ese símbolo del que hablamos.
       
El “ahorro responsable” es una realidad en muchos países y supone una experiencia comprobada a lo largo de sus años y sus cifras, de cómo lo social no tiene porqué estar reñido con lo rentable. Muchos son los ejemplos y las iniciativas que, a lo largo y ancho de Europa (y del mundo), tratan de introducir el componente de responsabilidad social en los ahorros. Saber qué hacen con nuestro dinero cuando no lo manejamos nosotros mismos sigue siendo nuestra responsabilidad y cada vez más ciudadanos y ciudadanas somos conscientes de ello. Cabría hablar aquí de iniciativas como JAK, el banco sueco sin intereses; la francesa Asociación por el Derecho a la Iniciativa Económica, la banca comunitaria Sharebank en EU o la Caisse Solidarie de la región Nord Pas de Calais, Francia, entre otras muchas iniciativas; así como del famoso Graamen Bank o “banco de los pobres” creado por el economista Yunnus en Bangladesh. Son todas ellas respuestas que personas con inquietudes están dando actualmente a un problema cotidiano como lo es saber qué hacer con el dinero.

Epílogo: ¿la revolución los jueves de 7 a 9?
Sentirse otro/con el otro para poder decir no tiene que desembocar, necesariamente, en anunciar que , que hay alternativas si la gente quiere. Otro mundo, otra economía es posible si la gente participa, y pese a lo complicado y lo complejo, hace más que ir a la compra. La revolución no puede hacerse desde un sillón, desde un supermercado, desde un voluntariado los jueves de 7 a 9. La revolución, la transformación del mundo debe hacerse de adentro hacia fuera, y de abajo hacia arriba, en cada uno de los actos chiquitos de nuestra vida. Experimentar nuevas formas de trabajar y producir que ayuden no sólo a sobrevivir, sino a construirse y construir al otro, generando sentido. Consumir de forma diferente, haciendo cierto aquello de “reduce, recicla y reutiliza”. Ahorrar buscando que los ahorros se conviertan en fuente de riqueza para otros.

        A lo largo de estas páginas se ha tratado de resumir y transmitir que hay otra forma de hacer las cosas, de hacer economía, de transformar el mundo. Que desde los barrios, los hogares, las personas... se puede transformar el planeta. Que desde lo chiquitito y cotidiano no sólo se puede cambiar el mundo, sino que se debe cambiar el mundo. Que otro mundo es posible, que ya está siendo posible porque hay muchos hombres y mujeres que pensamos en ello, soñamos con ello y avanzamos poco a poco hacia la utopía. ¿La revolución? Desde el día a día, desde cada actividad y acción que realizan las personas y no los jueves de 7 a 9. Que como dice Bertold Bretch: “La buena gente nos preocupa/ Parece que no pueden realizar nada solos/ Proponen soluciones que exigen aún tareas/ En momentos difíciles de barcos naufragando/ de pronto descubrimos fija en nosotros su mirada inmensa/ Aunque tal como somos no les gustamos/ están de acuerdo, sin embargo, con nosotros”.

Alguna bibliografía consultada 
y para consultar

Arrizabalaga A. y Wagman D., Vivir mejor con menos, Aguilar, Madrid, 1997. 
Ballesteros C.,Marketing con Causa, Marketing sin Efecto”, El Marketing con Causa y la educación para el desarrollo, Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 2001.
During A., Cuánto es bastante, Apóstrofe, Barcelona, 1994.
Faura I., Consumidores activos, Icaria, Barcelona, 2002. 
Iglesias Fernández J., et. al., Todo sobre la renta básica, Virus, Madrid, 2001.
Lustig N. (comp.), El desafio de la austeridad, Fondo de Cultura Económica, México, 1995.
PNUD
(varios años), Informe sobre el desarrollo humano, Mundiprensa, Madrid.
Yunnus M., Hacia un mundo sin pobreza, Destino, Madrid, 1998. 
Ziegler J., El hambre en el mundo explicada a mi hijo, Muchnick Editores, Barcelona, 2000. 
www.graamen.org
www.reasnet.net
www.consumoresponsable.org

[1] Campaña de la ongd Manos Unidas, realizada con anuncios en prensa a finales de los noventa, que planteaba precisamente eso: que la solución a los grandes problemas del mundo estaba en la responsabilidad individual de cada persona para cambiar sus hábitos de vida.
2
Jeremy Rifkin en el diario El País, con motivo de la cumbre de la fao en Roma, junio 2002.
3 La carta “Emprender por un mundo solidario”, iniciativa de la Red Europea Horizon, adoptada y adaptada por la Red de Economía Alternativa y Solidaria Española (REAS), expone los principios básicos por los que trabajan las empresas de la socioeconomía solidaria:
Igualdad: se trata de satisfacer de manera equilibrada los intereses de todos los protagonistas involucrados en las actividades de la empresa u organización. Esto supone que se prefieran modelos de gestión horizontal y sistemas de retribución con pocas diferencias salariales entre los distintos niveles. 
Empleo: hay que favorecer la creación de empleo estable y el acceso al mismo, de personas desfavorecidas o marginadas, asegurando a cada miembro del personal condiciones de trabajo dignas, estimulando su desarrollo, aprendizaje y toma de responsabilidades. 
Medio ambiente: se busca procurar acciones, productos y métodos de producción no perjudiciales para el entorno natural, ni a corto ni a largo plazo; anteponiendo lo local frente a lo alejado, favoreciendo el desarrollo de lo próximo, de la comunidad cercana. 
Cooperación: se apuesta por la cooperación en vez de por la competencia, tanto fuera como dentro de las organizaciones.
Compromiso con el entorno: se debe estar plenamente integrado en el entorno social en el que se desarrollan los proyectos, lo cual exige la cooperación con otras organizaciones que afrontan diversos problemas del territorio y la implicación en redes, como único camino para que experiencias solidarias concretas puedan generar un modelo socioeconómico alternativo.
Sin carácter lucrativo: el fin al que se tiende es la promoción humana y social, lo cual no obsta para que sea imprescindible equilibrar la cuenta de ingresos y gastos e incluso, si es posible, la obtención de beneficios. Ahora bien, los posibles excedentes no se reparten para beneficio particular, sino que se revierten a la sociedad mediante el apoyo a proyectos sociales, nuevas iniciativas solidarias o programas de cooperación al desarrollo, entre otros.
En el año 2000, y para 55 de las 104 entidades que pertenecen a las redes de REAS, había mil 835 personas contratadas, 942 voluntarias y 145 becadas. El volumen de facturación del conjunto de estas entidades ascendía a 33.6 millones de euros (cinco mil 600 millones de pesetas). Es significativo señalar que el sector no lucrativo en el estado español, en su conjunto, genera 450 mil empleos, a pesar de que dentro del sector no lucrativo global, solamente se considera que aproximadamente el 10% realiza actividades económicas y de generación de empleo. Según estos datos, reas abarca un porcentaje de 4.5 del total de empleos del sector no lucrativo dedicado a actividades económicas. Existen sectores de actuación predominantes: el comercio justo (10%), la inserción socio–laboral (44%), la recuperación y reciclaje (26%) o la agricultura ecológica (11%).
4 Mediante campañas que últimamente se han puesto de moda en España bajo el nombre de Marketing Social Corporativo o Marketing con Causa. Una visión crítica de cómo se instrumenta este tipo de solidaridad puede consultarse en Ballesteros C., “Marketing con Causa, Marketing sin Efecto”, El Marketing con Causa y la educación para el desarrollo, Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 2001.
5 La llamada Tasa Tobin, una de las reivindicaciones principales del movimiento ATTAC.