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Sentirse otro con el otro
Para hacer de este mundo un sitio más habitable, es necesario,
en primer lugar, sentirse otro y desde el otro poder compartir su
situación. Hay que saber que, según los datos que proporciona periódicamente
el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), tan
conocidos pero no por ello menos escalofriantes, en el mundo hay 800
millones de personas que viven con menos de un dólar al día, mientras
que en los Estados Unidos de Norteamérica en este año morirán 300 mil
personas a causa de un consumo excesivo de grasas y sobrepeso.
Sentirse
otro con el otro es pensar cómo deben sentirse las víctimas de la
explotación laboral en algunos países del Sur, cómo deben sentirse
los campesinos–peones en los monocultivos de extensión igual o mayor
que algunos países, para que los consumidores del Norte tengamos en
nuestros supermercados productos exóticos a precios asequibles. Es
sentirse excluido del mercado de trabajo y en paro por tener más de una
determinada edad, o un color de piel distinto del blanco, o un sexo
determinado y que no es el masculino. Es sentirse y compartir cómo se
siente un excluido del sistema bancario cuando tiene un proyecto
empresarial y el banco no le presta un dinero por falta de garantías
reales (una casa, un sueldo), aún cuando ese proyecto pueda sacarle de
situaciones de exclusión y transformar un trocito del mundo.
Y
ello para poder decir no
y así denunciar la injusticia. Sentirse otro con el otro para derribar
tres mitos, tres falsas creencias que nos vienen metiendo en la cabeza y
que es necesario desmantelar: me refiero al mito de “lo imposible”,
al de “lo complicado” y a la creencia “sin dinero no se pude
crecer”.
Denunciar para anunciar
El primero a batir es el mito de lo
imposible.
Este sistema neocapitalista y basado en lo que los medios de comunicación
de masas quieren contarnos, nos dice que es imposible cambiar, que el
mundo se ha hecho tan complejo y sus problemas tan estructurales, que es
imposible cambiarlo desde la ciudadanía. Nos cuentan que ni siquiera
las cumbres (Barcelona, Bali, Johannesburgo...) de altos funcionarios y
jefes de estado, o los organismos multilaterales bajo el paraguas de la ONU, son capaces de ponerle remedio a la pobreza y a la
miseria, y a la degradación del medio ambiente.
Y
así, en Johannesburgo se ha celebrado este verano la cumbre RÍO+10
y se ha constatado que, de todo lo acordado en Río de Janeiro en 1992,
no se ha hecho más que una mínima parte. Muchos encontramos aún difícil
creer que una conferencia mundial que se suponía iba a tratar sobre
recuperación y reconstrucción globales haya sido dominada una vez más
por intereses mercantiles que reducen las grandes cuestiones de la
pobreza, la injusticia y la degradación ambiental, a asuntos de dinero
y poder.
Es
cierto que en esta cumbre se han establecido, una vez más, objetivos y
calendarios con respecto a algunos temas importantes como por ejemplo,
la sanidad, la sobreexplotación de los recursos pesqueros, los
productos químicos peligrosos o la reducción de la pérdida de la
biodiversidad. Es cierto que más de cincuenta naciones se han
comprometido en una declaración a favor de las energías renovables. Es
cierto que muchos países han firmado el Protocolo de Kyoto sobre cambio
climático nacido en la Cumbre de la Tierra de Río en 92, pero no menos
cierto es que Australia y los Estados Unidos de Norteamérica no lo han
hecho.
Y
sin embargo y a pesar de todo, creo que sí es posible transformar el
mundo desde lo chiquito y cotidiano, y allá van algunos ejemplos que a
lo largo y ancho del planeta nos dicen que existen alternativas para
hacer exigibles (y reales) los derechos económicos, sociales y
culturales:
-
El
reclamo de tierras improductivas que hacen los campesinos
empobrecidos del Brasil, que ocupando y asentando tierras, crean
granjas y proyectos de vida para familias que antes vivían entre la
suciedad, la pobreza y la violencia de las favelas; demuestran que
es posible encontrar nuevas formas de vida sostenible.
-
La
lucha ganada a los que quieren privatizar el agua en Cochabamba,
Bolivia indica que todavía hay quien pone lo común por encima de
lo mercantil.
-
La
experiencia compartida y participada de doce años de gestión
vecinal de una parte del presupuesto municipal en Portoalegre
manifiesta que la ciudadanía puede ser corresponsable de la gestión
municipal.
-
El
reclamo de espacios públicos para todos, como el parque Olivera en
Zaragoza, España, gestionado directamente por sus ciudadanos, también
es reflejo de que es posible cambiar.
-
La
adopción y reconocimiento por parte de la Organización Mundial de
la Salud de que la medicina de los indígenas del Amazonas es tan medicina como la de los
laboratorios multinacionales, es un ejemplo de que es posible
salirse de un mercado dominado por la industria farmacéutica.
-
La
lucha de las ONG´s y
la sociedad civil por la socialización de patentes de fármacos que
palian las consecuencias del SIDA
y otras epidemias en los países empobrecidos, también refleja
esto.
-
La
lucha diaria para demostrar que hay proyectos empresariales que
desde un planteamiento basado en las personas y el respeto a su
dignidad y al medio ambiente se puede convertir en economía.
Bicimensajería, jardinería con personas discapacitadas, tiendas de
comercio justo y talleres artesanales, son muestras de que
rentabilidad social y rentabilidad económica no tienen porqué
estar necesariamente reñidas.
El segundo mito es el de lo complicado:
este sistema neocapitalista y basado en lo que los medios de comunicación
de masas quieren contarnos, nos dice que la economía es complicada y
que los problemas son complejos, que el ciudadano de a pie no sabe (o no
debe) hablar y participar de ellos. Que el gobierno de países, empresas
e instituciones (los profesionales) deben hacerlo, y que ya es bastante
participación en la economía el ir a la compra.
Nos
convencen que con comprar y consumir hacemos lo que debemos y que si nos
preocupa este mundo, consumamos productos de multinacionales que luego
dan el 0.7 de sus beneficios
a lo que ellos llaman Tercer Mundo, y yo prefiero denominar “países
empobrecidos” o como dice el obispo Casaldaliga, “los sobrantes del
mundo”. Nos han intentando convencer, desde hace tiempo, que
participar en la economía es algo muy difícil para quien no tiene
estudios económicos, que es prácticamente una quimera comprender el
sistema en su totalidad, que es cierto que el mercado es imperfecto y
que hay problemas de ajuste, dicen, pero que es una tarea imposible
acabar con esas pequeñas
imperfecciones.
Y
sin embargo, hay movimientos de la ciudadanía que critican, contagian,
debaten y proponen. Los Foros Sociales Mundiales de Portoalegre y tantos
y tantos otros encuentros de personas sencillas que hablan de su economía
y de la Economía con mayúsculas, y que
movilizan lo que algunos han llamado el “factor C”:
Comunidad, Cooperación y Corazón. Comunidad, porque se hace con la
visión de que lo comunitario está delante de lo individual; Cooperación,
porque frente a la competitividad, si todos arrimamos el hombro, el
resultado es bueno, y el proceso para llegar a él es educativo y
enriquecedor; Corazón, porque queriéndonos más trabajaremos mejor.
Así,
la lucha por la instauración de una tasa sobre los movimientos
especulativos del capital internacional,
el control de los paraísos fiscales y las fortunas en ellos
depositadas, la cancelación de la deuda externa de los países
empobrecidos o el afán por garantizar una renta básica para todos los
habitantes del mundo, etcétera, son
reflejos de que también hay preocupaciones en los no economistas, en la
gente sencilla.
Y
el tercer mito es eso de sin
dinero no se puede crecer: este sistema neocapitalista y
basado en lo que los medios de comunicación de masas quieren contarnos,
nos dice que todo se compra y se vende a cambio de un símbolo llamado
dinero, y que sin ese símbolo no se puede participar. “Tanto tienes
tanto vales” parece ser una regla común de estimación de la
importancia que una persona tiene en este mundo. Pero si el símbolo
funciona mal, tiene tanta fuerza, que lo simbolizado, lo real, también
empieza a fallar.
Nos
dicen que sin dinero es imposible prosperar y sin embargo, seis millones
de argentinos se han olvidado del dinero, del dólar y del peso, y
participan en clubes de trueque diseminados por todo el país, los
cuales les permiten soportar e incluso vivir, pese a la tremenda crisis
a la que los ha llevado precisamente ese símbolo del que hablamos.
El “ahorro responsable”
es una realidad en muchos países y supone una experiencia
comprobada a lo largo de sus años y sus cifras, de cómo lo social no
tiene porqué estar reñido con lo rentable. Muchos son los ejemplos y
las iniciativas que, a lo largo y ancho de Europa (y del mundo), tratan
de introducir el componente de responsabilidad social en los ahorros.
Saber qué hacen con nuestro dinero cuando no lo manejamos nosotros
mismos sigue siendo nuestra responsabilidad y cada vez más ciudadanos y
ciudadanas somos conscientes de ello. Cabría hablar aquí de
iniciativas como JAK, el
banco sueco sin intereses; la francesa Asociación por el Derecho a la
Iniciativa Económica, la banca comunitaria Sharebank en EU o la Caisse
Solidarie de la región Nord Pas de Calais, Francia, entre otras muchas
iniciativas; así como del famoso Graamen Bank o “banco de los
pobres” creado por el economista Yunnus en Bangladesh. Son todas ellas
respuestas que personas con inquietudes están dando actualmente a un
problema cotidiano como lo es saber qué hacer con el dinero.
Epílogo: ¿la revolución los jueves de 7 a 9?
Sentirse otro/con el otro para poder decir no
tiene que desembocar, necesariamente, en anunciar que sí, que hay alternativas si
la gente quiere. Otro mundo, otra economía es posible si la
gente participa, y pese a lo complicado y lo complejo, hace más que ir
a la compra. La revolución no puede hacerse desde un sillón, desde un
supermercado, desde un voluntariado los jueves de 7 a 9. La revolución,
la transformación del mundo debe hacerse de adentro hacia fuera, y de
abajo hacia arriba, en cada uno de los actos chiquitos de nuestra vida.
Experimentar nuevas formas de trabajar y producir que ayuden no sólo a
sobrevivir, sino a construirse y construir al otro, generando sentido.
Consumir de forma diferente, haciendo cierto aquello de “reduce,
recicla y reutiliza”. Ahorrar buscando que los ahorros se conviertan
en fuente de riqueza para otros.
A
lo largo de estas páginas se ha tratado de resumir y transmitir que hay
otra forma de hacer las cosas, de hacer economía, de transformar el
mundo. Que desde los barrios, los hogares, las personas... se puede
transformar el planeta. Que desde lo chiquitito y cotidiano no sólo se
puede cambiar el mundo, sino que se debe cambiar el mundo. Que otro
mundo es posible, que ya está siendo posible porque hay muchos hombres
y mujeres que pensamos en ello, soñamos con ello y avanzamos poco a
poco hacia la utopía. ¿La revolución? Desde el día a día, desde
cada actividad y acción que realizan las personas y no los jueves de 7
a 9. Que como dice Bertold Bretch: “La buena gente nos preocupa/
Parece que no pueden realizar nada solos/ Proponen soluciones que exigen
aún tareas/ En momentos difíciles de barcos naufragando/ de pronto
descubrimos fija en nosotros su mirada inmensa/ Aunque tal como somos no
les gustamos/ están de acuerdo, sin embargo, con nosotros”.
Alguna bibliografía consultada
y para consultar
Arrizabalaga A. y Wagman D., Vivir
mejor con menos, Aguilar, Madrid, 1997.
Ballesteros C., “Marketing con Causa,
Marketing sin Efecto”,
El Marketing con Causa y la educación para el desarrollo,
Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 2001.
During A., Cuánto
es bastante, Apóstrofe, Barcelona, 1994.
Faura I., Consumidores
activos, Icaria, Barcelona, 2002.
Iglesias Fernández J., et. al., Todo
sobre la renta básica, Virus, Madrid, 2001.
Lustig N. (comp.), El desafio de la austeridad,
Fondo de Cultura Económica, México, 1995.
PNUD
(varios años), Informe
sobre el desarrollo humano, Mundiprensa, Madrid.
Yunnus M., Hacia
un mundo sin pobreza, Destino, Madrid, 1998.
Ziegler J., El hambre en el mundo explicada a mi
hijo, Muchnick Editores, Barcelona, 2000.
www.graamen.org
www.reasnet.net
www.consumoresponsable.org
Campaña de la ongd Manos
Unidas, realizada con anuncios en prensa a finales de los
noventa, que planteaba precisamente eso: que la solución a los grandes
problemas del mundo estaba en la responsabilidad individual de cada
persona para cambiar sus hábitos de vida.
Jeremy Rifkin en el diario El País, con motivo de la cumbre de la fao
en Roma, junio 2002.
La carta “Emprender por un mundo solidario”, iniciativa de la Red
Europea Horizon, adoptada y adaptada por la Red de Economía Alternativa
y Solidaria Española (REAS),
expone los principios básicos por los que trabajan las empresas de la
socioeconomía solidaria:
Igualdad:
se trata de satisfacer de manera equilibrada los intereses de todos los
protagonistas involucrados en las actividades de la empresa u organización.
Esto supone que se prefieran modelos de gestión horizontal y sistemas
de retribución con pocas diferencias salariales entre los distintos
niveles.
Empleo: hay
que favorecer la creación de empleo estable y el acceso al mismo, de
personas desfavorecidas o marginadas, asegurando a cada miembro del
personal condiciones de trabajo dignas, estimulando su desarrollo,
aprendizaje y toma de responsabilidades.
Medio ambiente:
se busca procurar acciones, productos y métodos de producción no
perjudiciales para el entorno natural, ni a corto ni a largo plazo;
anteponiendo lo local frente a lo alejado, favoreciendo el desarrollo de
lo próximo, de la comunidad cercana.
Cooperación:
se apuesta por la cooperación en vez de por la competencia, tanto fuera
como dentro de las organizaciones.
Compromiso con el entorno:
se debe estar plenamente integrado en el entorno social en el que se
desarrollan los proyectos, lo cual exige la cooperación con otras
organizaciones que afrontan diversos problemas del territorio y la
implicación en redes, como único camino para que experiencias
solidarias concretas puedan generar un modelo socioeconómico
alternativo.
Sin carácter lucrativo:
el fin al que se tiende es la promoción humana y social, lo cual no
obsta para que sea imprescindible equilibrar la cuenta de ingresos y
gastos e incluso, si es posible, la obtención de beneficios. Ahora
bien, los posibles excedentes no se reparten para beneficio particular,
sino que se revierten a la sociedad mediante el apoyo a proyectos
sociales, nuevas iniciativas solidarias o programas de cooperación al
desarrollo, entre otros.
En el año 2000, y para 55 de las 104 entidades
que pertenecen a las redes de REAS,
había mil 835 personas contratadas, 942 voluntarias y 145 becadas. El
volumen de facturación del conjunto de estas entidades ascendía a 33.6
millones de euros (cinco mil 600 millones de pesetas). Es significativo
señalar que el sector no lucrativo en el estado español, en su
conjunto, genera 450 mil empleos, a pesar de que dentro del sector no
lucrativo global, solamente se considera que aproximadamente el 10%
realiza actividades económicas y de generación de empleo. Según estos
datos, reas abarca un
porcentaje de 4.5 del total de empleos del sector no lucrativo dedicado
a actividades económicas. Existen sectores de actuación predominantes:
el comercio justo (10%), la inserción socio–laboral (44%), la
recuperación y reciclaje (26%) o la agricultura ecológica (11%).
Mediante campañas que últimamente se han puesto de moda en España
bajo el nombre de Marketing Social Corporativo o Marketing con Causa.
Una visión crítica de cómo se instrumenta este tipo de solidaridad
puede consultarse en Ballesteros C.,
“Marketing con Causa, Marketing sin Efecto”,
El Marketing con Causa y la educación para el desarrollo,
Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 2001.
La
llamada Tasa Tobin, una de las reivindicaciones principales del
movimiento ATTAC.
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