Santiago Montobbio de Balanzó
Santiago Montobbio de Balanzó
Licenciado en Derecho y Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, ciudad donde reside. Profesor de Teoría de la Literatura y Crítica Literaria de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Ha publicado los poemarios Hospital de inocentes, obra que mereció comentarios de autores como Ernesto Sábato y Juan Carlos Onetti; Ética confirmada y Tierras (Francia 1996); así como algunos volúmenes en prosa; su obra ha sido traducida a varios idiomas. En España ocupa la vicepresidencia de la Association pour le Rayonnement des Lengues Européennes (ARLE) y es corresponsal en Barcelona de su revista Europe Plurilingue, publicada por las Éditions Université Paris 8.
Rescate
Rescata palabras, barcos, noches que anulen las espinas
o sobre los antiguos amores resplandezcan.
Rescata madrugadas, adioses, silencios, muertos
y antiquísimos arrabales de sábanas
poblados de puñales y bien lejos del anillo.
Rescata eso, palabras, barcos, cielos, tú rescata
piernas con la risa de la hoguera
y corazones destilados
con un sol muy parecido
a aquél con que tejiste lentamente
poemas con ceniza
y rescata también fantasmas por sueños desfilando
y todo aquello que bajo dormidas lunas te dio nombre
y que pueda aún hoy reconstruirte a caso,
venderte un nombre o abrirte líneas
que no se consuman por la noche
y cuyo contorno ni remotamente se parezca
a las musicales cinturas de la vida.

Es cierto, sí: tú puedes hablarte así, decir cuidado,
te quiero, amor, rescata, desde luego es cierto
que puedes aún alguna vez hacerlo si te esfuerzas
en creer que puedes ser aún suficiente incendio
como para teñir con un empolvado fuego los espejos
y con sus retratos hacer después un libro
con el mínimo número de adioses, ciudades,
muchachas y otros miedos
como para resultar mínimamente entretenido,
sí, puedes hacerlo, urdir corazones, silencios, libros
y como fantasma de nada arder
y tener la desvergüenza de fingir
que a pesar de las serpientes que enroscadas tienes en los ojos
crees salvarte desde ellos.

Sí. Puedes hacerlo. Pero
no lo harás. Jamás lo harás. Pues
de sobra sabes que de la noche 
son las horas, que ni tiempo te queda,
ni misterios, y que lo que no sea
fracaso ahora

nomás será mentira.

 

El teólogo disidente

No existe la muerte, no ha existido nunca.
Aunque bajo su amenaza haya vivido el hombre,
en su mentira, no existe la muerte, no existe,
y si adivináis tras la luna el exacto rostro
de la ausencia, si con olvido miráis
la pupila oscura de la espera
entenderéis que no existe, que de verdad no existe
y que cómo iba a existir ella y qué nombre
hubiéramos podido darle entonces a esta tierra.

 

Una mujer

 Una mujer se hace así: sobre las espinas del sueño,
con un poco de luna y como escogida cárcel
donde la luz se amanse. Una mujer se hace así,
y si no, debería hacerse de un modo parecido.

 

No queda más que tu rostro

A pesar del miedo, a pesar del cielo
quizá si todo esto es sólo una historia
en la que hago que transpires tú para ver
si por un momento muere el tiempo.
Quizá es un poco eso y quizá
quien no haya vendido sus ojos todavía
pueda entenderlo de ese modo: quizá
tú transpiras así, sobre muertos ojos,
y no queda más que tu rostro
porque yo soy aún más pequeño cuando

con él la soledad entretejo.