Pensar en la salud
desde una visión integradora
Leonor Paulina Domínguez Valdés
  Leonor Paulina Domínguez Valdés
Profesora de tiempo e investigadora en el Departamento de Humanidades de la uia Torreón.

El fantasma de la enfermedad ha sido el gran temor de los hombres de todos los tiempos. En realidad, hoy por hoy el hombre le teme más a la enfermedad que a la muerte. La enfermedad significa incapacidad, limitación, postración, pérdida de la autonomía y del control. La enfermedad significa desorganización y pérdida del equilibrio del sistema familiar; la muerte es solamente el fin, el reacomodo, la reestructuración de aquello que por un momento se alteró en el universo humano.
      Todas las religiones hacen alusión al hecho del cuidado de la salud, al hacer referencia a nuestro cuerpo como un templo: “El cuerpo es la patria de la bondad del ser”. De ahí que Dios bendiga la salud y la paz, y “Dios te dará salud y medicina”, dice el Antiguo Testamento. En las tradiciones orientales también se hace un énfasis muy particular al hábito de las prácticas ascéticas, de limpieza corporal y mental, de regímenes alimenticios que provean al cuerpo de salud y que le permitan alcanzar un nivel óptimo de bienestar.

      Ahora que la expectativa de vida del ciudadano común de clase media ha rebasado los setenta y cinco años, la preocupación de las personas por mantener altos estándares de calidad de vida es cada vez mayor, toda vez que lo que más se teme es la vejez y sus consecuencias, más que la muerte misma En la actualidad resulta muy frecuente escuchar a los jóvenes hablar acerca de lo terrible que es la vejez, de la indefensión a la que conduce, de la necesidad que tiene nuestra sociedad de contar con especialistas en geriatría y gerontología, así como de crear espacios específicos para los viejos, quienes constituyen un grupo etario cada vez más importante. En realidad, podemos hablar de un mundo que encanece, de un país que encanece, de una región que encanece.
      Ahora bien, resulta paradójico el hecho de que mientras que por un lado la sociedad se ocupa cada vez más intensamente de su salud, por el otro, los grupos de poder que la dirigen promueven el consumo de productos altamente dañinos para cualquier forma de vida en el planeta y evidentemente, para el ser humano.
      Muy probablemente uno de los grandes errores de la cultura occidental radique en el hecho de que en virtud de nuestra herencia greco—latina, privilegia el sometimiento del cuerpo, so pretexto del cultivo del espíritu. Esto no viene a crear sino una escisión en la condición humana, una alteración del equilibrio, un divorcio de la unidad mente, cuerpo y espíritu. No obstante, las generaciones del siglo que comienza contemplan su propia humanidad desde una posición diferente y se ven a sí mismos como un todo, como una entidad única, indivisible y terriblemente frágil, además de vulnerable e insignificante frente a la inmensidad infinita de lo universal.

 

 

 

El ser humano se contempla a sí mismo como lo finito, lo complejo, lo imperfecto. Se mira a sí mismo como un cuerpo llamado a la vida pero indefectiblemente mortal. Pero el ser humano actual parte de la premisa de que la vida es fiesta y no tragedia, gozo y no sufrimiento, y mientras haya vida, quiere tener salud, quiere que su sistema nervioso mantenga su equilibrio y que solamente soporte la tensión que le es posible soportar sin tener que someterlo a presiones extremas. Pero he aquí que surge una paradoja más: la sociedad de nuestro tiempo exige ritmos de trabajo más acelerados, mayor versatilidad en las actividades, mayor productividad y rendimiento, más esfuerzo mental y mayor sedentarismo, lo que trae consigo un deterioro importante de la calidad de vida de la persona como unidad y de la sociedad como totalidad.
      Existen otros agentes de riesgo para la salud, mismos que escapan al dominio de la sociedad y que solamente pueden ser controlados por un sector social minoritario al que hemos denominado “elites de poder”. Estos pequeñísimos grupos de presión deciden acerca de nuestras vidas y de las vidas de las generaciones futuras. Es el sector de los poderosos el que en aras del control financiero y político construye un aparato ideológico de dominación cultural que promueve el sometimiento de continentes enteros a los cuales deja en el más absoluto deterioro ecológico y consecuentemente, en la miseria, la enfermedad y la muerte prematura.
      Las elites de poder, controlan las acciones del hombre sobre el planeta y hoy día, también sobre el espacio. Son estos sectores privilegiados de las sociedades nacionales y mundiales, los que prueban con nuevos agroquímicos sobre el suelo de los países del tercer mundo, los que producen medicamentos con los cuales se experimenta en las mujeres y los hombres de los países pobres.
      Ahora bien, muy probablemente nos preguntemos acerca del porqué de los altos índices de mortalidad en América Latina, Asia, África y Oceanía, y muy probablemente también nos encontremos ante la aparente paradoja de por qué siendo franjas continentales supuestamente tan ricas, sus habitantes viven tales niveles de miseria, sus tierras aparecen ante nuestros ojos como arrugas inexplicables en el rostro de dolor de una madre que ha perdido a sus hijos, sus cielos son opacos y turbios, su lluvia ácida y todo ser viviente se desarrollo en un contexto en donde lo sano está ausente. Ante estas grandes interrogantes, la respuesta es clara: la mundialización de la pobreza es una realidad inobjetable y el fenómeno de la miseria obedece a un sinfín de variables, de entre las cuales aquí menciono solamente unas cuantas.
      Así, de lo anterior se desprende una lección, misma que ya El Talmud había contemplado:
      “Aquel que salva una vida, habrá salvado al universo”.
      “Aquel que destruye una vida, habrá destruido al universo”.
      Por eso, en virtud de que nuestro planeta es sólo uno, su salvación es ahora o nunca, y los seres humanos somos también una especie única: “El hombre es el individuo como totalidad, su peso, su estatura, sus preferencias y aversiones, su presión sanguínea y sus reflejos, sus esperanzas y sus menosprecios, sus piernas vencidas y sus amígdalas inflamadas” (Karl Menninger).

Bibliografía
Lindholm Charles, Culture and Identity, Editorial McGraw Hill, Boston University, EUA, 2001.
Medina Cárdenas Eduardo “Enfermedad y contexto sociocultural”, Imágenes en Salud Mental, Santiago de Chile, septiembre de 2001.
Riquelme Véjar Raúl, “La personalidad: sus trastornos y estructuras limítrofes”, Imágenes en Salud Mental, Santiago de Chile, septiembre de 2001.