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Jaime Muñoz Vargas
Licenciado en Ciencias de la Información y candidato a maestro en Historia. Investigador
en el Archivo Histórico Juan Agustín de Espinoza, sj, y coordinador del taller
literario de la UIA Torreón. Ha publicado, entre otros, El augurio de la lumbre, Pálpito de la sierra
tarahumara y El principio del terror. Recientemente obtuvo el premio nacional de novela “Jorge Ibargüengoitia” con Fervor de Santa Teresa. |
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Con Perogrullo se puede afirmar que, en principio, los novelistas
están obligados a escribir novelas. Imaginar, construir personajes, hacerlos
deambular por aventuras físicas o mentales, crear estructuras narrativas que
(con mayor o menor dosis de verosimilitud) imiten a la vida, ése es el
imperativo ineludible de quien asume la tarea de novelar. Por otro lado, para
hablar de la novela, para criticarla, para recorrer los artificios de su
creación y el sentido de su existencia, para eso suelen estar los críticos, los
diseccionadores que bisturí en mano atreven cortes que intentan descifrar el
complicado misterio de ése y otros géneros. Pero no todo es tan esquemático:
muchos novelistas hay que, experiencia mediante, hunden la mirada en los
entresijos de la novela y sacan a la superficie sus descubrimientos. De hecho,
en entrevistas o en textos menos indirectos, casi todos los novelistas han
cedido a la tentación de opinar sobre el género, y se puede afirmar que cada
autor delata, implícita o explicitamente, un ars poética de la novela, un abecé de lo que es o de lo que no es,
a su parecer, una ficción narrativa de esta índole.
Ernesto Sabato
(Buenos Aires, 1911) es uno de ellos. Como sus coetáneos Carpentier, Fuentes o
Vargas Llosa, el argentino ha edificado textos donde indaga los recovecos del
laberinto novelístico y donde urde planteamientos que pueden servir para
explorar la novela de nuestro siglo. En general, su propósito puede ser
enunciado con una línea: demostrar que la novela es, como ningún otro, el
género literario que mejor sirve para barruntar con palabras el caos y la
contingencia de la vida humana. Por lo menos tal es el objetivo que se advierte
en “Características de la novela contemporánea”,1 ensayo que Sabato
publicó en 1971 y en el que manifiesta, como su título señala, el perfil de las
novelas escritas a la vera del tiempo que le cupo en suerte.
La meta de esta breve cala
es, pues, sencilla pero, sospecho, importante: reflexionar sobre el significado
que para Sabato tiene la novela en tanto molde literario en el que se rastrea
la crisis del hombre finimilenar ya desnudo de las utopías racionalistas
alentadas por el cientificismo decimonónico.
Ernesto Sabato es, quizá, el novelista latinoamericano que ha
impregnado su obra de mayor sentido metafísico. Sin dejar de ser obras de
creación, ficciones en el más estricto sentido del término, las historias del
argentino han sido cimentadas en las firmes bases del pensamiento previo a la
escritura. Sus elucubraciones en torno al arte de novelar convalidan esta
afirmación. Decenas de páginas le han servido para fundamentar su quehacer
imaginativo como si, per se, sus
novelas no fueran suficiente prueba de solvencia intelectual. Uno de esos
sondeos, “Características...”, desbroza e indaga, aclara el sentido medular que
para él, Sabato, tiene la novela. Es un texto sumario, cierto, pero no es menos
evidente que en su laconismo está quintaesenciado el contorno de la novelística
que él tiene por válido.
Lo primero que salta a la vista es la enorme fe de Sabato en ese
saludable espécimen de la zoología literaria llamado novela. Frente a críticos como T. S. Elliot, quien estableció la
muerte del género en Flaubert y James, Sabato contradice y enfatiza la
vitalidad de la novelística contemporánea. No carece de ironía esta aseveración:
Ocurre que con frecuencia se confunde transformación con decadencia,
porque se enjuicia lo nuevo con criterios que sirvieron para lo viejo. Así,
cuando algunos sostienen que “el siglo xix
es el gran siglo de la novela”, habría que agregar “de la novela
novocentista”, con lo que su aforismo se haría rigurosamente exacto, pero
también completamente tautológico.2
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Lo primero que aduce nuestro autor en defensa de su asunto es la
necesidad de no liquidar a la novela actual con la noción facilista y anacrónica
de Elliot. Sabato propone:
Es bastante singular que se pretenda valorar la ficción del siglo xx con los cánones del siglo xix, un siglo en que el tipo de
realidad que el novelista describía era tan diferente a la nuestra como un
tratado de frenología a un ensayo de Jung (...) [pues la novela] es un género
cuya única característica es la de haber tenido todas las características, y en
haber sufrido todas las violaciones.3
Luego de despachar el “juicio funerario” contra la novela actual,
Sabato enumera los rasgos que trazan el croquis de lo que para él es, hoy, una
novela. Aquí es urgente observar que la mayoría de sus puntos se inscriben en
lo que podríamos denominar, por lo pronto, sentido
introspectivo del arte novelístico. Más allá del mero examen de la realidad
epidérmica, más allá del pintoresquismo que examina la cáscara de la realidad y
la expone con detallada prosa, la propuesta sabatiana aduce que en la novela
debe regir el buceo del espíritu, la sumersión plena en la turbiedad del alma
humana. Su ars, entonces, rechaza la
ejecución de obras asépticas, objetivas, creadas según prefiguraciones
cabalmente controladas por el artista.
Éstas son, en síntesis, las pautas que Sabato enlista como
ingredientes de la novela:
1. Descenso al yo (subjetivismo).
2. Tiempo interior, no
cronológico, inexacto o difuso.
3. Subconsciencia, “donde no rige la ley de la razón sino la ley de
las tinieblas”.
4.
Ilogicidad.
5.
El mundo desde el yo.
6.
El otro (descubrimiento de la otredad a
partir del yo).
7.
La comunión (mostrar al hombre en su
soledad).
8.
Sentido sagrado del cuerpo (si el tema es la
soledad del hombre, la carnalidad, que es intento de comunicación, se
sacraliza).
9.
El conocimiento (la novela como asimiento del
lado nocturno del hombre).4 Sobre este punto haremos un énfasis más
delante.
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Como ya podrá notarse, Sabato puntualiza los elementos que, a su
juicio, definen a la novela y en todos los puntos subraya la urgencia
introspectiva (tiempo interior, descenso al yo, ilogicidad). Este énfasis del
argentino se basa, como ya sugerimos, en su noción del resultado que ha dejado
el fervor por la ciencia y la tecnología. Para Sabato, los racionalistas (de
Descartes a la fecha) han fomentado una veneración sin orillas a la razón como
fundamento del progreso. La Enciclopedia, la Revolución Industrial, el
Positivismo y la actual tecnolatría, lejos de abolir o mitigar la desdicha del
hombre, la han acentuado hasta llevarla a su más escandalosa masificación.5
La “civilización” propuesta por los cientificistas, argumenta Sabato, sólo ha perfeccionado
las armas para el exterminio y la infelicidad humanos. En una palabra, la
discordia no se da hoy, como hace un siglo, entre “civilización contra
barbarie”, pues ambos términos, antaño opuestos, se han enlazado hasta
convertirse en el siniestro matrimonio que exacerba la desigualdad económica y
todos sus lastres. Frente al desastre, Sabato postula,6 no por vanos
utopismos sino por un mínimo instinto de conservación, un regreso al humanismo
hoy deshumanizado, un retorno al interior del hombre —aunque en ese interior se
agazapen infiernos y demonios—, un desandamiento con dirección a la
sensibilidad, una revaloración del sueño irracional
como fuente de la verdad, del conocimiento.7
A ese sentido, precisamente, apunta el postulado número nueve que propone
Sabato. Si es exploración del alma humana, buceo a las aguas profundas del
espíritu, la novela deviene entonces fuente de conocimiento más auténtico y
acabado que el sugerido por el hiperracionalismo cientificista. En una palabra,
la novela —la literatura, el arte todo— es el único contrapeso posible que se
puede oponer al desastre tecnológico. La crisis humanística del fin —y del
principio— del milenio, en suma, sólo puede ser abatida con una serena
regresión al mito, al sueño, a la sencilla armonía del hombre con la
naturaleza, a su caos y a su enmarañada contingencia. “La razón no sirve para
la existencia”, sólo entendido esto alcanza la plenitud de su significado, el
ceint de su sentido, la obra sabatiana, sus novelas.
1 Los novelistas como críticos, Klahan Norma y Corral Wilfrido H.
(compiladores), fce (Tierra
firme)/Ediciones del Norte, México, 1991, p. 578.
2 Ibid., p. 579.
3 Ibid.
4 Ibid.
5 Sabato cree que el imaginario
cientificista se derrumba por estos años: “... es cierto que se están viniendo
abajo algunas ideas claves, no ya del siglo diecinueve, sino del diecisiete,
pues Descartes pertenece a ese siglo y fue, para muchos, algo así como el
patrono del racionalismo, que en el siglo dieciocho, con el enciclopedismo y la
ciencia, desata la catástrofe, espiritual y material, que hoy está a la vista.
Da paso, y no es que menosprecie a Descartes, sin duda una gran cabeza en la
historia de la filosofía, pero sería bueno recordar que les raisons du coeur, defendidas por su casi contemporáneo Pascal,
opuestas a las razones de la cabeza, han demostrado ser más visionarias, hasta
en el propio Descartes. Convendría recordar que las tesis de su famosa obra
surgieron de tres sueños, que el mismo ha relatado”, en América Latina, marca registrada, Sergio Marras, Ediciones B (Serie
reporter), Buenos Aires, 1992, p. 423.
6 Tales ideas las expresó, según
se sabe, desde la polémica edición de Hombres
y engranajes (1951).
7 A propósito de literatura y
conocimiento, Sabato opinó: “¿Por qué he hecho física, matemáticas, literatura
y ahora pintura? Aparentemente es contradictorio, y lo es desde el punto de
vista de la lógica, pero no desde la psicología, y sobre todo de la psicología
profunda, del inconsciente. ¿Cómo pedirle coherencia a un sueño? Y sin embargo
es una gran verdad. Si hay algo de
verdadero en la vida de un hombre, tan lleno de falacias, de pequeñas vanidades
inútiles, si algo está desprovisto de eso —y por eso es tan enigmático y
terrible— es el sueño. El arte contiene las mismas raíces: parte del inconsciente,
como el sueño”, en “Ernesto Sabato: la pasión desgarrada”, entrevista de Mempo
Gardinelli y Marco Antonio Campos, Sábado, 3 de octubre de 1992, p. 1.
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