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1. Fuentes
lector
De uno de los primeros acercamientos de Carlos Fuentes al Quijote se tiene como testimonio el
trabajo escolar escrito a los quince años en el Colegio México y publicado en La Cervantiada, celebración de papel
convocada por Julio Ortega. En este capítulo N, titulado “De las razones que
pasaron entre don Quijote y Sancho, camino a la venta, y de la sin ventura
aventura que en ésta les sucedió” (239), se vislumbra el diálogo del joven Fuentes
con Cervantes a través de la imitación y la reescritura del personaje de
Maritornes. Sin embargo, el autor admite que el viejo adagio —“nunca segundas
partes fueron buenas” (245)— es susceptible de aplicarse a su capítulo
apócrifo.
Otro acercamiento del
escritor mexicano a la primera novela moderna surge a través de una mirada
crítica según da a entender en el artículo “La tradición literaria
Latino—Americana”:
cuando Cervantes era
estudiado en los niveles de enseñanza media en la ciudad de México durante los
cuarenta, nos era presentado a los adolescentes [...] como una momia literaria
[...] se nos decía, que era desagradable pero bueno para el organismo: como el
aceite de ricino [...] Creo que [...] empecé a escribir porque rechacé
entonces este concepto de literatura [...] algo me dijo que Don Quijote era un libro que ocupaba el
centro de mi herencia [...] y si no podía tomar en serio este libro, yo mismo
no escribiría nunca nada serio (19, las cursivas son mías)
Se puede observar entre la
primera apreciación y la segunda un cambio radical en la perspectiva del
Fuentes alumno —el que imita a muy temprana edad y llega a admitir con cierta
humildad la superioridad del hipotexto con respecto a su hipertexto— a una
perspectiva más crítica frente a la presentación del Quijote en los programas escolares del país que, por lo regular,
alejan de la lectura a los jóvenes en lugar de acercarlos a ella.
El tercer movimiento en la
mirada de Fuentes frente al texto cervantino será expresado en Cervantes o la crítica de la lectura, su ensayo de 1976. Para Carlos
Fuentes una de las motivaciones de tal ensayo consiste en analizar —por su
importancia para el tema de la identidad, recurrente en su obra— con mayor
hondura la relación entre México y España, país al que cataloga como “[la] otra
mitad de nuestra vida y de nuestra herencia” (11). En principio, el Fuentes
lector trata de resolver la dicotomía establecida entre las dos escuelas
cervantistas más importantes al afirmar que la esencia del Quijote es la crítica de la lectura y que en Cervantes podemos
encontrar más ironía que ingenuidad, y más conciencia que hipocresía:
El propósito del presente
ensayo es reflexionar sobre los factores mediatos e inmediatos que, subjetiva y
objetivamente, conciente e inconscientemente, ingenua e irónicamente,
hipocrítica y críticamente, se dieron cita en las páginas de Don Quijote a fin de ofrecernos [...]
una nueva manera de leer el mundo: una crítica de la lectura que se proyecta
desde las páginas del libro hacia el mundo exterior; pero también [...] una
crítica de la creación narrativa contenida dentro de la obra misma: crítica de
la creación dentro de la creación (15).
Como trasfondo histórico de
España, a fin de sustentar su argumento, Fuentes parte de tres fechas que son
claves para él: 1492, 1521 y 1598. 1492 es el año en que España pierde, como
nación, una de sus tres partes, una influencia fundamental, además de la
cristiana y la árabe: la judía (su inteligencia) más tarde, perderá la árabe
(su sensualidad).2 1521 es el
año de la derrota de los comuneros de Castilla durante el régimen de Carlos V.
Y 1598, el año de la muerte de Felipe II, quien representa la inmovilidad de la
estructura del imperio español.
Fuentes afirma que Cervantes
vivía entre dos mundos: uno con un punto de vista unívoco, ortodoxo, medieval;
y otro más bien plural, heterodoxo y moderno. De acuerdo con Fuentes, subsisten
en la novela los valores de la utopía —valores ya conquistados por el hombre en
épocas pasadas: la justicia y el amor—. Esta utopía se verá reflejada en las
alusiones a la Edad de Oro de la que siempre habla don Quijote.
Aunque para hablar de la
rebelión de las comunidades de Castilla, Fuentes se basa en la obra de José
Antonio Maravall al respecto —en cuanto a la idea de utopía dentro del Quijote— dando muestras de un aparente contraste con las opiniones de
este cervantista.3 Maravall
indica que, mientras existe una utopía que se asienta en la realidad para
transformarla, la que rechaza Cervantes en el Quijote es una utopía de evasión, una seudo utopía. Sin embargo,
existe una reflexión profunda en la novela, ya que “con su risa obliga a otros
a cuestionar el estado de una sociedad en la que las intenciones puras y nobles
siempre parecen ridículas” (192, la traducción es mía). [“with his laughter he forces others to reflect on the state of a
society in which pure and noble intention always looks ridiculous”].
Para Fuentes, los ideales de
la utopía siguen vigentes en la mente de Cervantes durante la escritura del Quijote.
Para Maravall, tales ideales ya se habían disipado en la edad madura y, a lo
largo de la redacción del texto, eran vistos con escepticismo. A pesar de que
Fuentes y Maravall discrepan en cuanto a la perspectiva de Cervantes frente a
don Quijote, ambos admiten que los ideales de la utopía se cruzaron en algún
momento con el autor. El lector podrá percibir otro desplazamiento de esta
concepción utópica en Fuentes dentro la novela Terra Nostra, la cual trataré en el segundo apartado de este
ensayo.
Para volver al estudio
cervantino del escritor mexicano, en él, la crítica de la lectura viene a ser
la negación de los aspectos rígidos de la Edad Media, pero la afirmación de
antiguos valores que hacen posible la utopía, el bien común. El Quijote, empero, se presenta como
crítica de la creación dentro de la creación, pues a través de la novela
Cervantes cuestiona los principios de los cuales parte para confeccionar el
texto. Para Carlos Fuentes, según la lectura de su ensayo sobre Cervantes y la
de otros escritos suyos, el lector debe ser crítico y participar activamente en
el texto. La crítica a la que alude se extiende además a la realidad.
Cervantes, crítico de la realidad y de la literatura, apela también a un lector
participativo con el cual pueda entablar un diálogo.
En Fuentes, como se puede
apreciar, la crítica, la lectura y la escritura están ligadas de manera íntima:
la lectura crítica de la literatura y de la realidad la llevan a la escritura,
de ser lector pasa a ser autor. Cervantes parece seguir el mismo proceso que
culmina con el nacimiento de la novela moderna y que desemboca en una acción
transformadora, en una revolución —palabra importante para el Fuentes de
finales de los sesenta y principios de los setenta por la efervescencia
política vivida a partir de la revolución cubana—. Por esta razón Raymond
Leslie Williams afirma en su libro Los escritos de Carlos Fuentes: “En
firme solidaridad con Cervantes y Borges, Fuentes ha defendido en forma
consistente la imaginación como el agente primordial de la transformación. En
este sentido, es tan utópico como los hombres del Renacimiento que vinieron a
América en busca de Eldorado” (74).
Para el mexicano, los
lectores críticos deben continuar en esta línea crítica al convertirse en
autores, pues opina en su ensayo La nueva
novela hispanoamericana (1969): “cada escritor, como cada revolucionario es
de algún modo [...] un hombre que ve, escucha, imagina y dice: un hombre que
niega que vivimos en el mejor de los mundos” (95). Pero es precisamente en este
concepto del autor como revolucionario donde algunos críticos consideran que
Carlos Fuentes se contradice pues el autor es, en realidad, autores. En Cervantes o la crítica de la lectura, el
escritor mexicano llama al Quijote
“libro sin origen autoral” (95), libro abierto donde el lector se sabe leído y
el autor se sabe escrito. No en balde afirma:
Pero sí estoy convencido de
que se trata del mismo autor, del mismo escritor de todos los libros, un
polígrafo errabundo y multilingüe llamado, según los caprichos del tiempo,
Homero, Virgilio, Dante, Cervantes, Cide Hamete Benengeli, Shakespeare, Sterne,
Goethe, Poe, Balzac, Lewis Carroll, Proust, Kafka, Borges, Pierre Ménard,
Joyce… Es el autor del mismo libro abierto que, como la autobiografía de Ginés
de Pasamonte, aún no termina (96).
La obra, entonces, no es
propiedad exclusiva de un autor, sino de esa red de influencias que le preceden
y que así como pueden ser influencias literarias, pueden provenir además de
otras manifestaciones artísticas o hasta de lazos personales, haciendo difícil,
en algunos casos, la tarea de rastrearlas. La obra, como el ser humano,
interactúa con todo lo que le rodea y tiene una biografía propia.
Ya en líneas anteriores
aludí a las objeciones a la visión de Fuentes del autor como ente
revolucionario y como ente colectivo hechas por algunos críticos. Por ejemplo,
Alicia Rivero—Potter señala en su estudio Autor/Lector: “Hay una
inconsistencia en la postura de Carlos Fuentes. Su concepto del escritor como
revolucionario no se aviene a la desindividualización intertextual que profesa”
(86). De nuevo, vuelvo a la importancia del lector, ya que es precisamente en
su figura donde estas objeciones encuentran respuesta. Un texto puede ser
revolucionario durante la escritura como lo fue el Quijote, en la esfera del autor. Me pregunto qué sucede al entrar
en la esfera del lector y de qué sirve un texto revolucionario si no es
reconocido como tal por el lector, si el montón de páginas permanece escondido
durante años en el cajón del escritorio. Ninguna revolución se construye a
solas (igual que las utopías transformadoras del Quijote y de Terra Nostra),
sino que se requiere el esfuerzo de un ente colectivo. De esta manera, se
desvanece la supuesta contradicción en el pensamiento de Fuentes respecto a la
figura del autor.
El escritor mexicano no es
el primero en notar la relación dialéctica autor—lector en Cervantes, ya que
otros lo han hecho y, como cualquier lector promedio, puedo notarla. Por
ejemplo, en el prólogo de la segunda parte del Quijote, Cervantes proyecta una relación cercana con su lector, ya
percibida en el prólogo de la primera parte. A ese “lector ilustre o quier
plebeyo” (557) se dirige directamente en el segundo prólogo y entabla un
diálogo con él. En momentos, Cervantes logra que su lector le conteste o, al
menos, le da esa ilusión al decir: “Paréceme que me dices” (558). También
realiza un diálogo, aunque más problemático, con el autor del Quijote apócrifo,
Alonso de Avellaneda, y con esto recuerda las rencillas que se dan, hasta la
fecha, en los círculos literarios. De forma curiosa, Cervantes mantiene este
diálogo con Avellaneda a través del lector, pues a él le dice: “quiero que en
tu buen donaire y gracia le cuentes [a Avellaneda] este cuento” (559).
Cervantes se da así por
enterado de la existencia del Quijote
apócrifo y, apropiándose de la perspectiva del lector —a quien supone también
enterado de tal existencia— le dice: “Quisieras tú que lo diera [a Avellaneda]
del asno, del mentecato y del atrevido” (557). La enumeración de motes es un
juego irónico—retórico de Cervantes en el que, de hecho, adorna a Avellaneda
con estos adjetivos. Después de todo, es él quien interpreta la posible
perspectiva de su lector y quien más adelante relata dos cuentos con
protagonistas que bien pueden ser llamados asnos, mentecatos y atrevidos. Lo
que sí queda más claro es que el autor del Quijote
apócrifo es un cobarde, “pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro,
encubriendo su nombre” (559).
Paso seguido, Cervantes
responde a los adjetivos incluidos por Avellaneda en el prólogo del Quijote apócrifo.
En él, lo llama viejo, manco y envidioso. Los primeros dos argumentos contra
Cervantes son descartados con facilidad, ya que no está en su mano detener el
tiempo y el no tener mano lo debe a “la más alta ocasión que vieron los siglos
pasados” (557). Con relación a su envidia, más resiente que se le describa ésta
como a un ignorante, pues la que él conoce, advierte, es sólo la bien
intencionada.
Su lector también le sirve
de mensajero para llevarle al otro “historiador” dos cuentos de locos. En el
primero desacredita el trabajo escritural de Avellaneda y lo compara con el
inflamiento de un perro (y aquí sí parafraseo un poco) en la parte que
soplándole le pone redondo como una pelota. En el segundo, el presente escrito,
el prólogo en sí, parece transformarse en los palos que el dueño del podenco
suelta sobre el loco. Con la comparación, Cervantes apalea al cobarde
Avellaneda, reclama su autoridad y su propiedad sobre el texto con respecto al
falso historiador. Hacia la conclusión, Cervantes cierra el debate, pues “te
doy a un Quijote dilatado y, finalmente, muerto y sepultado, porque ninguno se
atreva a levantarle nuevos testimonios” (561). Ante tal enunciado, me pregunto
si Avellaneda es, a final de cuentas, el asesino de don Quijote, el personaje.
Se observa cómo frente a
Cervantes y al pasar el libro de una mano a otra, el lector individual se
multiplica y se vuelve lector colectivo. Esta relación dialéctica en la que
pretendo ahondar, para vislumbrarla en Terra
Nostra, de nuevo se manifiesta en algunas de las Novelas ejemplares.4 Tomo como ejemplo(s) El casamiento
engañoso y El coloquio de los perros.
En cuanto al número surge la cuestión de si en realidad se puede hablar no de
dos novelas, sino de una, pues El
coloquio de los perros es un manuscrito enmarcado por El casamiento engañoso. Como lo hace dentro del Quijote, Cervantes despliega su juego de
autorías.
La primera relación
autor—lector en El casamiento engañoso
se presenta entre el Alférez Campuzano y el licenciado Peralta al salir aquél
del hospital apenas teniéndose en pie. El texto a leer en el juego autor—lector
entre Campuzano y Peralta es el oral. Como ocurre en los relatos de Dorotea y
Cardenio, por dar sólo una referencia al Quijote;
en esta novela ejemplar, el autor Campuzano se esfuerza lo más posible en
deleitar a su lector—escucha Peralta y convencerlo de su punto de vista, de su
perspectiva del mundo. Un ejemplo es el siguiente juego de palabras que
Campuzano confecciona sobre el caso: “aunque sabré afirmar que fue por dolores,
pues de mi casamiento, o cansamiento, saqué tantos en el cuerpo y, en el alma”
(277).
Me hallo ante autores y
lectores dentro del texto. Autores que cuentan cosas maravillosas y que
intentan agradar a sus oyentes. Lectores que dialogan, cuestionan y, como da a
entender Fuentes, critican. En el marco de esta primera relación encontramos
otra: la de Campuzano, el burlado, con doña Estefanía, la burladora. Estas
denominaciones opuestas (burlado burladora), como las de autor y lector, se
verán trastrocadas: Campuzano es lector frente a la imagen de doña Estefanía,
quien es autora de la farsa; Campuzano, lector que más tarde se convertirá en
autor frente a Peralta. Recalco esta transformación de lector a autor para
establecer la relación con el proceso que sigue Fuentes, primero como lector de
la obra cervantina y después como autor no sólo de Terra Nostra sino también del propio Cervantes, quien aparece
asociado en la citada novela con el personaje del Cronista de Felipe, el Señor.
Otro ejemplo es la metaformosis entre un Alonso Quijano, lector de novelas de
caballería, y un don Quijote, autor de sus aventuras.
Retorno a la novelita
ejemplar. La relación autor—lector entre el Alférez y Estefanía se complica al
descubrir que Campuzano es también autor de su propia farsa. Con ella convierte
a doña Estefanía en lectora, pues él afirma: “de toda aquella balumba y aparato
de cadenas, cintillos y brincos podía valer hasta diez o doce escudos” (282).
La transformación se halla además inmersa en el diálogo casi al finalizar el
relato entre el autor Campuzano y el lector Peralta. El mencionado fragmento
revela la relación dialéctica entre el Alférez y el licenciado. El relato de
aquél se interrumpe para dar paso a la intervención de éste. El diálogo, aunque
amistoso, no está exento de polémica. Peralta opina que Campuzano merece lo que
le pasa por farsante. El Alférez, por supuesto, no opina igual, pues: “ella se
podrá deshacer de mis cadenas y yo no de la falsía de su término” (ídem).
Dentro de este primer diálogo casi armónico, se halla encuadrado el de
Estefanía con el Alférez, diálogo aún más problemático, con interferencias
provocadas en ambos extremos de la relación, ya que los dos personajes se
engañan mutuamente.
El Alférez, terminado el
primer relato, promete al licenciado otra relación de hechos aún más
maravillosa que la que acaba de contar. Se da una nueva relación autor—lector
entre Peralta y Campuzano, donde el mensaje no es oral sino escrito. El nuevo
diálogo con respecto a los perros del hospital, por ser tan insólito, resulta
todavía más problemático que el anterior con respecto a Estefanía. Peralta no
cree y punto. Tal escepticismo, sin embargo, no le impide disfrutar el texto.
Encuentro enmarcado otro diálogo: el de Cipión y Berganza, los dos perros
guardianes; los perros paradójicos (a cierta hora son como corderos y a otra
como leones); los perros opuestos (Cipión es el discreto y Berganza el simple).
Aquí, en cierta forma, percibo el juego del doble, también de naturaleza
dialéctica, que Fuentes utiliza en Terra
Nostra y en otros de sus escritos.
Además, se proyectan en el lector dos textos: uno con la historia de Berganza
(el presente) y otro con la historia de Cipión (el futuro).
Salta a primera vista el
palimpsesto con el género picaresco en la variedad de amos de Berganza. Al
repasar la lista de amos, flotan en la mente los títulos de otros libros tanto
españoles —Lazarillo de Tormes en
cuanto al género, La Celestina en
cuanto al personaje de la Cañizares y el propio Quijote en cuanto a los conceptos de simplicidad y discreción— como
latinoamericanos —Terra Nostra por su
abundancia de transtextualidad—. Es entonces cuando, como lector en diálogo con
Cervantes, me percato de la presencia de otros autores con los que antes el
mismo Cervantes ha dialogado en su papel de lector. De ser así, ese diálogo se
multiplica en otros lectores que luego serán autores como Fuentes. Las
posibilidades de diálogo, entonces, son tan infinitas como las salas
hexagonales de la biblioteca imaginada por Borges —autor también de suma
importancia para el Fuentes lector como nos lo da a entender Williams en su
estudio—.
Stephen Gilman, discípulo de
Américo Castro, hace notar en La novela según Cervantes la narratividad
peculiar del Quijote puesta de manifiesto en la interrupción del célebre
episodio del vizcaíno por parte del segundo narrador: “Pero está el daño de
todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia
esta batalla, disculpándose que no halló más escrito, destas hazañas de don
Quijote, de las que deja referidas” (97). Gilman bucea en este juego de
narradores y manuscritos, también presente —como ya se vio— en algunas de las Novelas
ejemplares, y recalca respecto al efecto de dicho juego en la relación
autor—lector:
Su significado para la
narratividad del texto radica, más bien en que hace del autor un lector.
“Cervantes” [el segundo narrador] (a quien ahora hay que referirse entre
comillas) es uno de nosotros; está tan ansioso como nosotros de averiguar lo
que sucederá a continuación; y al pretender compartir nuestra molestia, provoca
en nosotros el despertar de nuestro ser como lectores (63—4).
Con este juego de la
interrupción del episodio entre don Quijote y el vizcaíno, Miguel de Cervantes
vuelve otra vez a ser lector como en una mascarada donde los disfraces se
intercambian sin respetar las reglas, y de nuevo cultiva una relación estrecha
con todo aquel que se atreva a leer su novela.
Ya enraizada en Carlos
Fuentes la naturaleza dialéctica y transformadora de la relación autor—lector,
la teoría se volverá práctica con la novela Terra
Nostra, donde el diálogo con otros autores (o con muchos de los que
conforman ese autor colectivo, ese ser polígrafo y multilingüe) se realizará a
través del palimpsesto.
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2. Fuentes autor
Las ideas que Fuentes maneja como lector
del Quijote en Cervantes o la crítica de la lectura aparecerán también en su
novela Terra Nostra (1975). Esta
novela, como lo ha indicado el propio autor y algunos de sus críticos, es el
“Tiempo de fundaciones” en el vasto esquema de sus trabajos literarios de
imaginación, bautizado como “La edad del tiempo”.5 Terra Nostra podría interpretarse entonces
como una obra de totalidades que aspira aglutinar las cuestiones que aparecen y
reaparecen en su obra entera.6 De nuevo España es esa otra
mitad perdida de la identidad del mexicano; espejo humeante, temido y deseado:
“España, padre cruel: Cortés. España, padre generoso: Las Casas” (Cervantes..., 9). El palimpsesto que
Fuentes establece con otras obras es múltiple, casi innumerable, pues se enlaza
con la historia (Juana la Loca, Felipe el Hermoso, Hernán Cortés, Eva Perón, el
propio Cervantes), con la pintura (Velázquez, El Bosco, José Luis Cuevas), con
el cine (Luis Buñuel) y, por supuesto, con la literatura (El burlador de Sevilla, Don
Juan Tenorio, La Celestina, Don Quijote). Tanto así que personajes
de estas obras literarias se integran a Terra
Nostra para desempeñar una función diferente a la del texto original.
Fuentes transforma a Cervantes y a don Quijote de acuerdo a su narrativa, la
cual será, como lo indica en su ensayo, un trabajo colectivo.
En cuanto a la teoría del
palimpsesto, las cinco clasificaciones de transtextualidad enumeradas por
Gérard Genette (intertextualidad, paratextualidad, metatextualidad, hipertextualidad
y arquitextualidad) pueden ser, sin duda, aplicadas a la novela.7 Existe abundancia de
intertextualidad —la presencia efectiva de un texto dentro de otro— con
diversos escritos. Igual sucede con la paratextualidad —la presencia de otro
texto en el aparato alrededor del nuevo como títulos, prefacios o notas— si se
toma en cuenta que dos fragmentos de la novela son titulados “El caballero de
la triste figura” y “Dulcinea”. La metatextualidad es evidente, ya que las
ideas de Castro, Maravall y otros se vuelven vasos comunicantes entre la novela
y el ensayo. La hipertextualidad —la utilización de injertos del hipertexto— se
presenta en la siguiente pregunta del viejo del molino: “¿Tan sandio me crees
que no vea ante mí a esta vieja bruja, alcahueta, que hasta las piedras le
gritan a su paso, ‘¡Puta vieja!’, y que
fregó sus espaldas en todos los burdeles?” (538). Por último, la
arquitextualidad —relación entre textos de acuerdo al género— apunta hacia uno
de los obreros de la obra, Catilinón, quien se declara y es declarado pícaro.
El palimpsesto refuerza la
visión de Carlos Fuentes del autor como ente colectivo. En su relación con
Cervantes, la cual como ya indiqué en líneas anteriores, sufrió varios
movimientos desde la adolescencia hasta la etapa de escritor maduro, llevará a
su interlocutor a su propia novela y lo convertirá en su personaje: el Cronista
del palacio.
En la historia, contada por
fray Julián, el Cronista se presenta como: “el hidalgo empobrecido, hijo de
cirujano sin fortuna, hijastro fugaz de las aulas de Salamanca” (241). Aunque
basado en la realidad —pues Cervantes nunca fue cronista del rey— Fuentes
trastoca la historia (con H mayúscula) para darle un nuevo valor en la novela.
Para Fuentes, según indica en el ensayo, Cervantes era un hombre atrapado entre
dos mundos: el de la certeza medieval y el de la duda moderna. Esta lucha,
empero, no es exclusiva del Cronista. Lo acompañan la señora Isabel, fray
Julián, el mismo señor Felipe y muchos de los personajes—narradores de la
novela.
El Fuentes autor hace alusión
a su lectura de Américo Castro y sitúa al Cronista, este espejo humeante de
Cervantes, en la España de las tres culturas. Así, el joven amante de la señora
Isabel quemado en la hoguera por un manuscrito del Cronista se hace llamar
Miguel de la Vida o Mijail ben Sama o Michah y dice: “Soy el dueño de todas las
sangres” (252). La misma señora Isabel construye en su alcoba un santuario a la
sensualidad arábiga en el palacio necrófilo de Felipe, en el monumento al
cristianismo, en el espacio arquitectónico donde se vierte la España católica y
que ya Raymond Leslie Williams ha identificado con El Escorial.
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Como otros personajes, Felipe
el señor se encuentra dividido entre la visión ortodoxa y la heterodoxa. En un
pasaje conversa de la siguiente manera con Guzmán el sotamontero: “— [...] si
todos pudiesen escribir a su manera el mismo texto, el texto ya no sería único;
entonces ya no sería secreto; luego…— no sería sagrado” (194). Con el citado
diálogo, el escritor establece un paralelismo entre el poder despótico del rey
que cree heredar su jerarquía de Dios y el poder despótico del autor (con A
mayúscula) que es como un dios dentro del texto. Lo anterior me lleva a
preguntar cómo se relaciona Fuentes con su antecesor Cervantes —el hombre
endiosado por los programas educativos de México— en esta crítica de la
realidad y de la lectura.
Harold Bloom en su obra The Anxiety of Influence, me otorga
cierta aproximación con sus figuras del espejo y el doble gnóstico.8 De acuerdo con
Bloom, “El poeta consolidado mira el espejo de su precursor caído y no
contempla ni a su precursor ni a sí, sino a un doble gnóstico, el otro oscuro,
la antítesis que tanto él como su precursor esperaban pero también temían ser”
(147, la traducción es mía). [“The strong poet peers in
the mirror of his fallen precursor and beholds neither the precursor nor
himself but a Gnostic double, the dark otherness or antithesis that both he and
the precursor longed to be, yet feared to become”]. Para Carlos Fuentes, la
manera de enfrentarse con un gigante de la literatura hispánica —momia sagrada
para el sistema educativo mexicano— se da a través de esta contemplación en el
espejo logrando así el paso exitoso de lector a autor y estableciendo una
relación dialéctica con Cervantes.
Dicha relación será tan
paradójica como el doble en el espejo de Bloom (tan deseado como temido) pues,
aunque el escritor mexicano demuestre gran admiración por su precursor al
aplicar en la novela técnicas y temas cervantinos, al mismo tiempo lo reduce a
ser su personaje y transforma el carácter de don Quijote, como se podrá
observar en líneas posteriores. En la admiración, Cervantes se sitúa como padre
de Fuentes. En la reducción, Fuentes será padre de Cervantes. Se logra en el Quijote como afirma Bloom: “el efecto
sorprendente […] el mérito del poema reciente hace que nos parezca no como si
el precursor lo hubiera escrito, sino como si el poeta novel hubiera escrito la
obra característica del precursor” (16, la traducción es mía). [“the uncanny effect [...] the new poem’s achievement makes it seem to
us, not as though the precursor were writing it, but as though the later poet
himself had written the precursor’s characteristic work”]. No en balde el
viejo Pierre Ménard, uno de los muchos autores del Quijote, hace su aparición en el último fragmento de Terra Nostra y seguido de los personajes de las principales novelas del llamado boom latinoamericano como Oliveira de Rayuela, Buendía de Cien años de soledad, Cuba Venegas de Tres tristes tigres, Santiago Zavala de Conversación en la catedral y Humberto el mudito de El obsceno pájaro de la noche, entre otros.
La relación de Fuentes con
Cervantes también es susceptible de observarse en la función que don Quijote
desempeña como personaje dentro de la novela del mexicano. Don Quijote se le
aparece por primera vez al lector de Terra
Nostra cuando Celestina busca a su doble por las calles de Toledo. Entonces
es abordada por Sancho y llevada hasta una venta donde don Quijote es manteado:
“por los aires volaba el infeliz, dando voces, gritando bellacos, faquines,
belitres, y el ventero gritaba más fuerte, idos al diablo, caballero de todos
los demonios, que todos mis cueros de vino habéis agujereado” (537). Al
presentar Sancho a Celestina como “principalísima dama” frente a don Quijote,
éste se transforma en otro gracias a la pluma de Fuentes: “Joven fui, aunque no
lo creas, y mi virtud perdí a manos de esta misma vieja falsa [...] ¿qué haces
por estas tierras?, ah, vil alcahueta codiciosa, garnacha eres en el tribunal
de la lujuria, y ni un par de pasas tendrás de mí” (538).
Años después, Ludovico y el
joven don Juan lo hallan dentro de un molino que para don Quijote representa
“las entrañas mismas del gigante Caraculiambro” (579). De nuevo, Fuentes altera
el texto cervantino, pues el supuesto encanto de don Quijote dentro del molino
será compartido con los visitantes: “se escucharon voces plañideras, otras
guturales y temibles, y éstas eran de impotente amenaza, y aquéllas de
entrañable súplica” (ídem).
La figura de don Quijote se
fusiona además con las de Juan y Celestina al afirmar aquél: “yo amaba a
Dulcinea, ella mostrábase virtuosa, valíme de vieja alcahueta [...]
sorprendiónos el padre de la muchacha [...] atravesó con la espada a su propia
hija y yo con la mía a él” (581). Cuando el que fuera don Juan, ahora don
Alonso, y mucho más tarde don Quijote, visita la tumba de Dulcinea, la estatua
del padre cobra vida: “me dijo que a algo peor me condenaba, a que mis
imaginaciones y mis lecturas se convirtiesen en realidad [...] a que una y otra
vez me lanzase a deshacer entuertos sólo para terminar vapuleado, burlado,
enjaulado, tomado por loco” (582).
En su búsqueda literaria por
la identidad, Fuentes sintetiza en el personaje de don Quijote tres textos de
suma importancia para la literatura española y, por ende, para la literatura
mexicana. Recalca, con esta osada experimentación, la importancia del diálogo
entre autores y lectores para la consolidación de una tradición literaria
española e ininterrumpida —española no por referirme a una nacionalidad sino a
una lengua hablada y viva en todo el mundo—. La historia del hidalgo manchego
(historia con minúscula) es subvertida, parodiada, prolongada, trascendida y
utilizada según los fines del nuevo novelista: buscar esa otra mitad del ser
mexicano, esa mitad deseada y temida que es tanto la España de las tres
culturas como la España monolítica, ortodoxa y cerrada. La trascendencia de don
Quijote estriba en la otra utopía de la cual sí resulta vencedor: la utopía
literaria. En la conversación de la tercera jornada, Felipe está convencido del
fracaso de don Quijote. Ludovico no:
—¿Y qué logró ese enloquecido
caballero repitiendo veinte veces cada una de sus cincuenta aventuras y las
versiones de sus aventuras a ustedes? / —Sencillamente, aplazar el día del
juicio, que fue recobrar la razón, perder su maravilloso mundo, y morir de
científica tristeza… / —Entonces la fatalidad de todos modos, le venció… /
—No, Felipe; en Barcelona vimos sus aventuras reproducidas en papel [...] /
—Mil días y medio, dijiste, pero sólo has dado cuenta de cincuenta cuentos en
veinte versiones: falta un medio día… /
—Que jamás se cumplirá, Felipe. Es la infinita suma de los lectores de
este libro, que al terminar de leerlo uno, un minuto después otro empieza a
leerlo [...] el libro nunca termina de leerse, el libro es de todos… (610, las
cursivas son mías).
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La utopía literaria consiste
en que el libro nunca termine de leerse, sea entonces de todos y don Quijote
nunca recobre la razón, saliendo una y otra vez a buscar aventuras. A través de
la lectura continua y colectiva de sus hazañas, don Quijote logra vencer a la
razón y, por lo tanto, a la muerte. Del Ludovico narrador, la historia de don
Quijote llegará a fray Julián, confesor de todos los personajes y espía de las
conversaciones de las siete jornadas. Julián, a su vez, se la narrará al
Cronista que regresa de las galeras y él se la contará al mundo: “Doble víctima
de la lectura, el caballero perdería dos veces el juicio: primero al leer;
después al ser leído [...] Fracasa, pues, en cuanto lector de epopeyas que
obsesivamente quiere trasladar a la realidad. Pero en cuanto objeto de una
lectura, empieza a vencer a la realidad, a contagiarla con su loca lectura de
sí mismo” (673). Tras observar esta relación dialéctica, a la vez que
paradójica, entre Cervantes (el autor), y Fuentes (el lector), en un producto
creativo de éste ya convertido a su vez en autor. Debo regresar a la utopía del
Quijote.
Ya a través de la relación
autor—lector entre Erasmo y Cervantes, el lector en Fuentes había establecido
en su ensayo la presencia de ideales utópicos (el amor, la justicia) dentro del
Quijote. En líneas anteriores expuse
las diferencias entre el pensamiento del escritor mexicano y el de Maravall,
para quien el factor contrautópico parece residir en el vencimiento de don
Quijote. El Fuentes autor también llevará la utopía a su Terra Nostra y, como ya se
vio, declarará al Quijote vencedor en una literaria batalla.
Durante su juventud, Felipe el
señor conoce a Celestina, Ludovico, Pedro y Simón. Estos cuatro personajes han
sufrido, de alguna manera, formas de opresión y sin saber la mayoría de ellos
quién es Felipe, le comparten sus sueños de un mundo ideal, sueños desligados
de la realidad, utopías de evasión siempre condenadas al fracaso como las que,
según Maravall, Cervantes condenaba. Felipe protesta: “Ven: la utopía no está
en el futuro; no está en otro lugar. El tiempo de la utopía es ahora. El lugar
de la utopía es aquí” (131). Pero él, así como recomienda con acierto una
utopía transformadora de la realidad ya existente, así los lleva a la masacre.
Tras la matanza, Fuentes va un
poco más allá del factor fracaso de la contrautopía. Después del terror del que
se han salvado, Celestina le dice a Ludovico: “Sí: fracasaremos una vez, y
otra, y otra más. Pero cada fracaso será nuestra victoria” (135). Aún en los
sueños y en la fantasía, la utopía se viene abajo, aún en el Nuevo Mundo soñado
por el Viejo. Porque una y otra vez, el Fuentes autor parece afirmar una opresión
que renacerá en lugar de la fantasía y, de nuevo, un grupo de revolucionarios
se levantará para defenderla a pesar del fracaso inminente. Porque, una y otra
vez, la utopía literaria se llevará a cabo con la colaboración de los lectores
del Quijote. Sí, la utopía caballeresca de don Quijote —la de la
imitación de las hazañas de Amadís, Orlando, etcétera— se viene abajo pero, por
lo que me hace entender Fuentes con su obra, no pasa así con la de Miguel de
Cervantes, sea el joven erasmista o el escritor maduro, “padrastro” del Quijote y de las lecturas múltiples.
Porque su utopía, como la del escritor mexicano, es literaria en esencia.
La técnica narrativa que
emplea Fuentes en Terra Nostra es
otro indicio de la herencia de Cervantes, pues aún dentro de los confines de la
ficción, autores y lectores se encuentran en diálogo y transformación
constantes. El múltiple juego de autores ficticios remite de nuevo a la obra
cervantina. Polo Febo, a quien Fuentes denomina de entrada como “nuestro héroe”
(20), es el lector de una realidad irreal en el París de fin de milenio.
Después de caer al hirviente Sena, escuchará la voz de la muchacha de los
labios tatuados que le dice: “Éste es mi cuento. Deseo que oigas mi cuento. Oigas.
Oigas. Sagio. Sagio.
Otneuc im sagio euq oesed. Otneuc im se etse” (35). El tiempo se subvierte como
lo da a entender el texto al revés y un joven rubio como Polo Febo aparece
triplicado en la España del Siglo de Oro.
La lista de autores y lectores
se alarga: el Señor le cuenta a Guzmán su pasado, la Señora a las fregonas
Azucena y Lolilla, la dama loca al príncipe bobo, el fraile Julián al Cronista,
etcétera. Ningún autor está por encima de otro —aunque algunos argumenten su
autoridad— y no es posible prescindir de ninguno sin perder una pieza del
mosaico. Importa poco la proclama de Julián: “Hasta aquí [...] lo que yo sé. Y
nadie sabe lo que yo sé, ni sabe más que yo. He sido el confesor de todos; no
creas sino en mi versión de los hechos; elimina a todos los demás narradores
posibles” (657). El Cronista, aquí lector de la historia de Julián, más tarde
será autor. Pero ni Julián ni el Cronista conocerán toda la narración. El
tiempo está en su contra: “Celestina dio cita en París al peregrino en una
fecha muy distante, el último día del presente milenio. ¿Cómo pondremos punto
final a esta narración si desconocemos lo que entonces sucederá?” (659). Sólo
gracias al texto Terra Nostra, confeccionado a través del palimpsesto y
libro de tantas autorías, el lector pondrá punto final a lo que los autores y
lectores ficticios no podrán conocer.
Es también en tal texto donde
ninguna perspectiva está por encima de otra, donde ninguna pieza del mosaico
por nimia que parezca puede faltar. Tomo por ejemplo un punto de vista que
parecerá insignificante en la novela: el de Barbarica. La pregunta de a qué
puede contribuir esta “enana pedorra” (190) encuentra su respuesta en el engaño
hecho a la dama enloquecida. Por Barbarica, el lector se entera del motivo
detrás de la “milagrosa” reencarnación del rey hermoso en el príncipe idiota:
“¿quién te sacó de tu condición de mendigo [...] quién traía en su baúl de
mimbre los afeites, las pomadas, los pinceles, las pinturas, las falsas barbas
que transformaron tu apariencia, quién, mi bobito lindo?” (334). Sin esta “pequeña”
pieza del mosaico se acallaría otro enfoque que a fin de cuentas enriquece la
experiencia del lector. Y es que, cada enfoque, cada personaje, es finalmente
un autor.
Otro elemento que confirma la
idea del autor colectivo en Terra Nostra
es el manejo del tiempo y de la historia. El tiempo circular y eterno se
manifiesta en las constantes apariciones y reapariciones de ciertos personajes
—Celestina, Ludovico, Simón, Polo Febo— en diferentes épocas y sitios. El
anciano del Nuevo Mundo le dice así al Peregrino: “hay vidas que son como
círculos [...] Hay vidas renovables” (394). El Fuentes autor, además, imagina
un futuro apocalíptico para México en el segundo manuscrito leído por el señor
en el cual la bomba llamada lazy dog
representa tanto la destrucción como la reescritura del nacimiento del dios
azteca Huitzilopochtli: “Dentro de la bomba madre hay trescientas bolas de
metal, cada una del tamaño de una pelota de tenis, que al liberarse del seno
materno ruedan por su cuenta y en diversas direcciones“ (739). La génesis de
México se vuelve también su final y sólo en el círculo se da esta coincidencia
entre principio y fin. Principio y fin donde, a diferencia del tiempo lineal,
no hay origen. Igual sucede con la historia. Fray Julián le advierte al Cronista:
“[no] creas en las simples y mentirosas cronologías que sobre esta época se
escriban en beneficio de la lógica de una historia lineal y perecedera; la
verdadera historia es circular y eterna” (657). De no existir origen en el
tiempo y en la historia, no es posible para Carlos Fuentes hablar de un Autor
original.
3. Conclusión
Concluyo este ensayo con una reflexión
sobre la presencia del número tres en la novela. Tal número parece ser
fundamental para la forma y el fondo de Terra Nostra: tres hermanos, tres
tiempos, tres mundos. Es en la persistencia de este número donde encuentro una
vez más las figuras del diálogo, del autor colectivo y de la transformación de
autor a lector.
En el concepto del diálogo se
halla implícito el número tres, ya que estará compuesto de un emisor, un
receptor y un mensaje que los une. Con el autor colectivo sucede algo similar
ya que, gracias a la triplicación, se niega la autoridad de un punto de vista
único y en cierta medida, se rompe la dicotomía del uno y el dos. Por último
queda la transformación a través de la cual a una tesis de autor se contrapone
una antítesis de lector y juntas dan lugar a algo nuevo, a la síntesis de ambas
posturas.
La
relación autor—lector que Carlos Fuentes apre(he)nde en su lectura de la obra
cervantina es una relación dialéctica y sujeta a la transformación. En ella, el
lector más tarde se convierte en autor y, como se ha visto a lo largo de este
estudio, lo apre(he)ndido durante la lectura de Fuentes se volverá práctica en
su escritura. Tal práctica será también crítica y revolucionaria. Al igual que
Cervantes, el escritor mexicano cuestiona la realidad —tanto histórica como
literaria— y busca transformarla tomando como base sus presupuestos. Los
conceptos de lectura, escritura, crítica y revolución se encuentran íntimamente
enlazados en el pensamiento de Fuentes. En el diálogo, en la contemplación del
otro, en esa unión escrita con el espejo humeante —sea éste el autor, el
lector, México o España— Carlos Fuentes encuentra uno de los detonantes de lo
que ha sido gran parte de su obra: la identidad.
Obras citadas
Bloom Harold, The
Anxiety of Influence, Oxford up, Londres, 1973.
Castro Américo, Cervantes y los casticismos españoles,
Alfaguara, Madrid, 1966.
_______, Hacia Cervantes, Taurus, Madrid, 1957.
Cervantes Saavedra Miguel de, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha, Martín de Riquer (editor), Planeta, Barcelona, 1998.
_______, Novelas ejemplares, Porrúa, México, 1983.
Fuentes Carlos, “Capítulo N. De las razones que pasaron entre Don Quijote
y Sancho, camino a la venta, y de la sin ventura aventura que en esta les
sucedió”, Julio Ortega (editor), La Cervantiada, Universidad de Puerto
Rico, Río Piedras, 1994, p. 239—56.
_______, Casa con dos puertas, Joaquín Mortiz, México, 1970.
_______, Cervantes o la crítica de la lectura, Joaquín Mortiz,
México, 1976.
_______, La nueva novela hispanoamericana, Joaquín Mortiz,
México, 1969.
_______, “La tradición literaria Latino—Americana”, Interpretaciones
a la obra de Carlos Fuentes, Ana María Hernández de López (editora),
Beramar, Madrid, 1990, pp. 17—24.
______, Terra Nostra, Joaquín Mortiz, México, 1975.
Genette Gérard, Palimpsestes, Seuil, París, 1982.
Gilman Stephen, La novela según Cervantes, fce, México, 1993.
Maravall José Antonio, Utopia and Counterutopia
in the “Quixote”, Robert
W. Felkel (traductor), Wayne State up, Detroit, 1991.
Riley Edward Calverley, Teoría de la novela en Cervantes, Carlos
Sahún (traductor), Taurus, Madrid, 1966.
Rivero—Potter Alicia, Autor/Lector: Huidobro, Borges, Fuentes y
Sarduy, Wayne State up,
Detroit, 1991.
Williams Raymond Leslie, Los escritos de Carlos Fuentes, fce, México, 1996.
1 Sobre la
influencia del Quijote en tierras
americanas y la existencia de relaciones intertextuales con él desde el siglo xvii, véase el artículo “La recepción
del Quijote en Hispanoamérica” de
José Montero Reguera (Cuadernos
Hispanoamericanos 500, 132—40).
2 Este pensamiento
lo hereda Fuentes de Américo Castro. En Hacia
Cervantes el crítico español habla de “[una] situación de armónicas
interferencias” (45) para referirse a la coexistencia de tres religiones en
España: cristiana, judía y árabe. Introduce además la existencia de relatos
donde “las piedras simbolizan las tres religiones, sin que a primera vista
quepa decidir cuál de ellas sea la mejor, la auténticamente divina” (30).
3 Para Maravall,
en Utopia and Counterutopia in the
“Quixote”, el joven Cervantes compartía el ideal utópico con su
protagonista, no así el Cervantes que escribe a don Quijote: “Cervantes le da
la vuelta a ese punto de vista, mira su creación a través de un prisma irónico
y la convierte en lo opuesto de lo que pudo ser. La convierte, en una palabra,
en contrautopía” (180, la traducción es mía). [“Cervantes
turns that point of view inside out, looks at his creation through the prism of
irony, and makes it the opposite of what it might have been. He makes it, in a
word, a counterutopia”].
4 La figura del
diálogo ya ha sido señalada por la crítica en numerosas ocasiones. Américo
Castro destaca en el Quijote a través
del estudio Cervantes y los casticismos
españoles: “la necesidad formal de las parejas, o emparejamientos, como
espacio humano de los acuerdos o desconciertos” (179). Por otro lado, Edward C.
Riley deja entrever ciertas motivaciones en Cervantes para cultivar esta
relación dialéctica y tan cercana con el lector en el género de la novela: “Una
novela es un asunto de orden privado en mayor medida que lo es una obra
teatral, y por eso fue con el lector individual con quien Cervantes [...]
estableció esos lazos de simpatía en los que nunca fue igualado” (189).
5 Esquema que
puede consultarse en el segundo apéndice de Los
escritos de Carlos Fuentes de Raymond Leslie Williams y en ediciones
recientes de las obras del autor. Williams además, en su relectura de Terra Nostra, afirma: “Esta novela
representa la culminación de su proyecto moderno, iniciado con Los días
enmascarados, el cual ofrece sus lecturas profundísimas de la
cultura y la historia de América […] Terra Nostra constituye la
interpretación más elaborada y compleja que haya hecho Fuentes sobre la
interacción entre las culturas de España y las de América” (77—8).
6 Véanse el
estudio La narrativa de Carlos Fuentes de
Aída Elsa Ramírez Mattei, el artículo “Carlos Fuentes: The Reader and The
Critic” de Williams (Hispania 79,
222—33) y la colección de ensayos Carlos
Fuentes: A Critical View, editada por Robert Brody y Charles Rossman. En
cuanto a Terra Nostra, en esta
colección aparece el artículo “Terra
Nostra: Theory and Practice” de Roberto González Echeverría, ya rebasado en
algunas cuestiones por el libro de Williams que cito en la nota anterior.
7 En su obra Palimpsestes, Genette indica: “Hoy me
parece […] percibir cinco tipos de relaciones transtextuales” (8, la traducción
es mía). [“Il me semble aujourd’hui […] percevoir cinq types de relations
transtextuelles”]. Todos ellas pueden observarse en Terra Nostra. Pero cuando más adelante el teórico habla de
prácticas intertextuales (parodie, pastiche, travestissement, charge, transposition, forgerie), su clasificación se vuelve algo esquemática para la
escritura de Fuentes.
8 De nuevo, las
seis esferas que propone Harold Bloom en su obra (Clinamen, Tessera, Kenosis, Daemonization, Askesis, Apophrades), aunque susceptibles de aplicarse
no sólo a precursores de la poesía, sino también a narradores, se vuelven algo
esquemáticas frente a la relación dialéctica entre Carlos Fuentes y Cervantes.
Sin embargo, algunas de sus ideas resultan sugerentes.
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