La ruta hacia
Una casa del viejo barrio de Analco
Bertha Rivera
  Bertha Rivera
Radica en la ciudad de Durango. Es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad La Salle (antes ISCYTAC) de Gómez Palacio. Colaboró con esta revista como correctora de estilo, fue maestra en la carrera de Comunicación y coordinadora del Centro de Extensión Universitaria Durango de la uia Torreón.

“Te sientes asomada a una ventana abierta... donde,
al fondo, se ve otra ventana con un pedazo
azul de firmamento...”

Felipe Garrido
La musa y el garabato

En estos días del regreso, que es una vuelta a casa, del adiós que no es sino un hasta luego, pienso en el camino seguido rumbo a Una casa del viejo barrio de Analco, en Durango.
      Me asomo por última vez al patio de la casa en la avenida Morelos y observo el contraste entre el cielo azulísimo y las vigas y paredes amarillas que tanto me gusta; el recorrido de las nubes como en cámara lenta a través de ese espacio enmarcado, igual que ocurre con el paso del tiempo, el transcurrir de la vida y el fluir de los recuerdos. Así empezó todo. Con los recuerdos y un poco de la nostalgia que se siente al asomarse a la ventana de la memoria.
      En la mía ocupó siempre un lugar importante la figura de mi abuela Celia, mujer junto a la cual todo me parecía posible; abuela consentidora, contadora de historias, motor de fantasías: por ella me convertía en cada visita en Rapunzel, como la del cuento; dama capaz de convocar a viajes inmediatos para observar la luna.
      Es ella, pues, culpable de que Una casa... exista —si ver al primer libro tomar forma puede considerarse culposo—; aunque otra parte de la culpa corresponde al deseo por conocer lo no conocido y rastrear las huellas, cada vez más borrosas, de ancestros que forman parte de mi historia, a la que primero presenté como proyecto de investigación, cuyo título se refiere a la casa donde vivieron mis abuelos paternos.
      Una casa... fue escrito gracias a una beca que me otorgó el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Durango, en la categoría de difusión del patrimonio cultural y más tarde, publicado por el Instituto Municipal de Arte y Cultura, igualmente durangueño.
      Se preguntarán por qué un libro de memorias, una historia de familia, que fue el género en el que supuse cabrían recuerdos y anécdotas propias y ajenas, puede considerarse difusor del patrimonio cultural: creo que Una casa... constituye también —como pasa con las historias de familia, que suelen trabajarse junto a la historia oral en las ciencias sociales, y que no le son ajenas a profesores y alumnos de la Universidad Iberoamericana— un testimonio de formas de cultura ligadas a la tradición familiar y a la memoria cotidiana; una fotografía de la vida privada —literalmente, pues medio libro está formado por imágenes— que se convierte en pública cuando se trata de costumbres y formas que han definido a una sociedad.

 

 

 

      Con este preámbulo me permito llegar al propósito del libro: compartir mi recuerdo de personas que fueron queridas, importantes, y el de muchas actividades ligadas a ellas, que marcaron mi vida; pero también, plantear como posible que valiosas historias e imágenes que se conservan en familias y mentes puedan salir a la luz para ser no sólo narradas sino escuchadas con los ojos, como ha escrito Jaime Muñoz.
      Una casa... fue la ventana abierta a través de la cual encontré de nuevo la sonrisa de mi abuelo Roberto, el andar de Norín, el ir y venir de la bisa Lucita... Ni qué decir de la voz de mi abuela y su presencia, enmarcada por una casa que fue como la propia. Las risas de mi infancia, los paseos y los viajes, el sabor de la cajeta, el olor del mar, el sonido de las campanas de la iglesia. Pájaros en jaulas y disfraces. Los cuentos antes de dormir... Una fotografía de la tatarabuela Leonor, desaparecida misteriosamente, y la razón de aquellos negocios oscuros... Mis bisabuelos Damm y von Bertrab, y la historia común a tantos emigrantes europeos que se lanzaron a la aventura americana para encontrar en Durango —muchos, después, en el Torreón que tomaba importancia— su destino.
      En el viaje a la casa de Analco conocí el diario de otro viaje, Farewell to Durango, la jornada desde Alemania hasta mi tierra en época de la Revolución, hecha y escrita por una dama (la constancia de lo cotidiano y el valor de los recuerdos quizá como un recurso femenino) y tantos trabajos de investigación de la historia local, a través de múltiples registros, que existen casi sin que nos demos cuenta.
      Concluyo agradeciendo este espacio que Acequias brinda al ejercicio del recuerdo como una forma más de abordar la escritura, con las palabras de Eduardo Galeano:

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.