La Comala
de Juan Rulfo:
             una distopía
Silvya M. Domínguez
 

  Silvya M. Domínguez
Maestra en Educación y en Artes. Doctora en Filosofía. Ha publicado las obras de teatro La comadre María, Samuel la Carretilla y Tres águilas de la Revolución Mexicana; y los programas para televisión Tesoro español de obras originales y La Navidad en el Valle de Río Grande. Profesora e investigadora en la Universidad de Texas Pan Americana.

Una de las grandes y enigmáticas personalidades en las letras hispánicas de nuestro tiempo es Juan Rulfo. Este extraordinario escritor de ficción quien en su corta vida, en comparación con Agustín Yáñez y Juan José Arreola, sacudió y trastornó -si podemos usar esos términos- la novelística mexicana y sobre todo, llevó al frente la novela en México y a unas alturas que nunca antes había alcanzado mediante una "revolución" novelística: una acortación definitiva, es decir, su técnica narrativa; un estilo especial, una nueva visión universal; y muy ciertamente, una magia literaria que probablemente sea el punto de partida del llamado realismo mágico o fantástico.
      En este "diálogo" mental con ustedes, nos limitaremos al tema de distopía y un poco, del otro lado de la misma moneda, a la utopía en la literatura; es decir, a la distopía presente en Comala, sitio en que se desarrolla Pedro Parámo, la magistral obra de Rulfo.
      Esta novela monumental en idioma español se compacta en ciento veintinueve páginas explosivas y fantásticas que detienen y mantienen al lector en un delirio mágico, que posiblemente no se había visto en la historia de la novela mexicana. Juan Rulfo revolucionó completamente el fondo, la forma y la interrelación estructural de la novela moderna en el mundo literario hispánico.

 

 

 

      De acuerdo con el mismo Rulfo, sabemos que el trabajo original estaba conformado por trescientas páginas, pero el autor las redujo con la intención de que el lector se diera cuenta de que en su novela todos están muertos, incluso el pueblo de Comala entero. Después de leer por primera vez la obra de Rulfo, nos atreveríamos a preguntarnos si las personas alguna vez vivieron o si únicamente fue un sueño, o peor aún, sí fue sólo una pesadilla.
      Al principio de la novela dice Juan Preciado: "Vine a Comala porque me dijeron que acá vería a mi padre, un tal Pedro Páramo" (p. 7); el huérfano-protagonista, que espera a alguien para que le señale el camino y lo conduzca a Comala. Presiente que alguien vendrá en su ayuda: "Me estuve allí esperando hasta que al fin apareció este hombre" (ibid). Entonces llega Abundio, un arriero, quien para nuestra sorpresa, también se presenta como hijo de Pedro Páramo: "Yo también soy hijo de Pedro Páramo -me dijo-" (p. 9). Esto los vincula: tienen el mismo padre.
      Luego Abundio deja a Juan Preciado en Comala. Este último recuerda con tristeza el reclamo de Dolores, su madre: "No vayas a pedirle nada: exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mijo, cóbraselo caro" (p. 7).
      Pedro Páramo está caracterizado por la crueldad y el odio, es "un rencor vivo" (p. 10), dice Abundio, su hijo ilegítimo. Sin embargo, él es el único personaje que sobrevive en la novela. Damiana también es la única mujer que permanece inviolada y virgen. Por lo tanto, Abundio y Damiana son los únicos que están por encima del protagonista.
      Damiana es quien le describe Comala a Juan Preciado: un pueblo muerto, poblado sólo de voces gastadas, ecos, murmullos, fantasmas y sombras. Son los ecos de Comala los que le contestan a Preciado cuando grita: "¡Damiana!… ¡Damiana Cisneros!" (ibid) y recibe por única respuesta: "¡… ana… neros …! ¡… ana… neros…! (p. 76).
      Ya en la tumba, después de su muerte por asfixia, por el miedo y los murmullos, Juan le cuenta a Dorotea:

      Oí el alboroto mayor en la plaza (…) Llegué a la
      plaza, (…) Me llevó hasta allí el bullicio de la gente
      y creí que de verdad la había (…) Me recargué en
      un pilar de los portales. Vi que no había nadie,
      aunque seguía oyendo el murmullo como de
      mucha gente en día de mercado. Un rumor parejo,
      sin ton ni son (…) Comencé a sentir que se me
      acercaba y daba vueltas a mi alrededor aquel
      bisbiseo apretado como un enjambre, hasta que
      alcancé a distinguir unas palabras casi vacías
      de ruido: "Ruega a Dios por nosotros". Eso oí que me
      decían. Entonces se me heló el alma (pp. 62-63).

 

 

 

      Todo ese mundo misterioso de Juan Rulfo, de vislumbre y de prenumbra, de distopía, es el que predomina. El ambiente de Comala es sórdido y asfixiante. Juan Preciado dice: "Cada vez entiendo menos (…) Quisiera volver al lugar de donde vine" (ibid). Sin embargo termina por quedarse en Comala, convencido. Este lugar acabará con él, corrompiéndolo definitiva y totalmente.
      Se podría decir que Comala es el origen geográfico de la desgracia de Juan Preciado. Otro señalamiento importante es el hecho de que fue Abundio quien lo condujo a Comala, alejándose rápida y tajantemente, como quizás uno se alejaría de algún lugar poseído por demonios. Por Comala corre un viento desolador, arrastrador y frío. Juan Preciado encuentra el pueblo habitado por fantasmas y muertos en vida; escucha murmullos que también recorren toda la novela. Son precisamente estos murmullos los que llevarán al protagonista a descubrir el mundo sórdido de Comala.
      Rulfo parece haber sufrido una terrible pesadilla, en la cual bien podría haberse llamado Pedro Páramo. La atmósfera de la novela es de ultratumba, de intemporalidad y ultramundo -otro mundo irreal y fantástico-.
      Como ya hemos dicho, la aventura inicial con Abundio es la que le abre las puertas de Comala a Juan Preciado. Apenas llega allí observa que "Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos llenando con sus gritos la tarde. Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos" (p. 11, las cursivas son mías).
      El autor se refiere a los niños que son criaturas inocentes, sin pecado, sin inhibiciones, sin malicia y bañados con el agua pura y bendita del bautizo. Los niños de Sayula representan una utopía, mientras que los de Comala una distopía que descansa sobre el filo de la muerte, la maldición y todo lo que podemos llamar malo y condenado al infierno.

 

 

 

      El autor habla acerca del arrayán y las uvas que trataron de sembrar y cultivar en Comala. Sin embargo, las uvas se negaron y murieron sin fruto. Sólo los naranjos y el arrayán se habían dado, pero el terreno se convirtió en una tierra de amargura y nada más naranjos y arrayanes agrios se dieron en Comala: el terreno está maldito (una distopía total). Todo está de malas y el diablo anda para arriba y para abajo, siempre buscando almas en pena, almas perdidas para llevárselas al infierno.
      Mucha literatura distópica del siglo XX señala la inutilidad y trivialidad del ser humano. En ella reinan el patetismo y el horror, y se estudia la vida fuera de la naturaleza, la vida subterránea.1 En el caso de Comala todos los habitantes están muertos y "viven" en el sótano, enterrados. Con su novela Pedro Páramo, Juan Rulfo ha hecho lo que E. M. Forster hizo con su obra The machine stops al dar un salto imaginativo poniendo cierta civilización organizada bajo tierra.2 Comala también es una ciudad subterránea. Es un desplazamiento total; no sólo es un infierno, sino que también tiene un monstruo: Pedro Páramo, el terrible cacique que mantiene a los habitantes de Comala siempre dependientes y débiles. En el momento en que Pedro Páramo deja de apoyar a Comala, el pueblo llega a su fin y muere. Cuando el padre-cacique cesa su protección, el poblado que él sobreprotege, deja de existir y perece de hambre: muere el panal mecánico que es Comala.
      Pedro Páramo es una obra de absoluto conflicto, de elementos naturales que son como un volcán antes y durante la erupción, hasta completarse con la muerte violenta de Pedro Páramo en manos de Abundio. Es una novela de energía sobrenatural y de fuerzas misteriosas, de súper potencia.
      Es imposible imaginar cómo una persona puede leer la novela sin ser influida, y no solamente con leerla y estudiarla una vez, sino que en cada ocasión, se reciben vibraciones de energía positiva y negativa.
      La obra empieza con la presencia de un cierto calor: al divisar Comala, que se encuentra frente a ellos, Juan Preciado comenta con Abundio: "Hace calor aquí" (p. 9). Antes de bajar para entrar a Comala, Abundio responde: "Sí, y esto no es nada…" (ibid). El aire mueve el calor que luego se compara con el del pueblo: "Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala" (ibid). Ni siquiera ventea un poco, es el calor del infierno. "Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija, concluye Abundio" (p. 9-10).

 

 

 

      El nombre de Comala deriva de la palabra comal, implemento de cocina que se usa para calentar la comida sobre las brasas. La gente de Comala está muerta y el demonio es quien calienta sus almas, juega con ellas antes de comérselas.
      La muerte parece estar más que nada en el pensamiento del autor. En todas las esquinas, en todos los rincones y en todas las acciones de la obra se encuentra la violencia que tiene como primer resultado la muerte. Y nos preguntamos, ¿qué acompaña a la muerte, con su terror, su agonía, con las exclamaciones de los difuntos y consecuentemente, con los sonidos que se convierten en ecos y descienden a murmullos como voces del infierno?
      Como un río de sangre, que lánguidamente fluye hacia un mar rojo, teñido con la sangre de Comala y un sufrimiento nutrido por el odio de un hombre-cacique (Pedro Páramo), personificación de todo lo malo que la humanidad pudiera imaginarse. Y es precisamente así como termina la obra: en las llamas de una distopía.
      En una distopía el hombre distópico ve al ser humano como una entidad (sempiterna e inseparable) del bien y del mal; como una criatura con prejuicios e impulsos, y asimismo, como una criatura de razón. Visto de esta manera, el ser humano es tan maleable como el plástico, ya que mediante condicionamiento y lavado de sesos, se le puede hacer pensar que es un agente libre y cooperador en su sociedad, aunque en realidad sea su esclavo, un miembro de una sociedad planeada para hacer el bien, pero que será pervertida, convirtiéndose inesperadamente en algo cruel y absurdo.3
      Así pues, Pedro Páramo como gobernante, cacique par excellence en Comala, se hará corrupto por su poder. Si aceptamos que el diálogo puede ser el símbolo de una utopía en toto, entonces podríamos decir que la falta del diálogo denota una distopía en toto también -en cuanto a la falta de comunicación verbal-, puesto que todos los habitantes del pueblo son difuntos y, por lo tanto, no pueden hablar en el sentido estricto de la palabra.
      Si el diálogo es simbólico, del libre pensamiento, del deseo de saber o conocer, y de la humildad, i.e. una utopía.4 Entonces, podemos decir que Comala es una completa distopía: el diálogo no existe y por lo tanto, ninguno de los demás elementos mencionados existen.
      En resumen y para concluir, esta obra maestra del ingenioso Juan Rulfo es una representación inequívoca de la eterna lucha entre el bien y el mal, y aún más, del eterno conflicto entre la vida y la muerte. Al empezar, la obra pone muy claramente ante el lector la tarea de Juan Preciado: bajar a Comala, que es literalmente una penetración al infierno, en busca de Pedro Páramo, su padre, quien había muerto años antes, sin que él lo supiera. Entonces, Preciado es el objeto y guía utilizado por el autor para llevarnos por toda la obra en un viaje vertiginoso, lleno de simbolismo nunca antes visto en la historia de la novela mexicana.
      La lucha por la igualdad y la justicia nunca se terminará mientras haya avaricia, soberbia, ignorancia y falta de juicio; mientras todos estos factores influyan en los corazones y en los espíritus de los seres humanos. En una distopía las fuerzas que la mueven son el anticristianismo y el antihumanismo: Comala no sólo es un pueblo en desequilibrio, sino que también está en decadencia par excellence en todos los sentidos de la palabra -decadencia física, moral, espiritual, social y psicológica-.
      Comala es un infierno viviente. Es un infierno más allá del más allá, en el espacio y el tiempo. Se puede decir que Juan Rulfo presenta su distopía (Comala) en un estado de deterioro que termina en polvo, en nada.

 

Bibliografía
Rulfo Juan, Pedro Páramo, Fondo de Cultura Económica, Colección Popular, 1955.
Dunn Thomas P. y Erlich Richard D., "A vision of dystopia: beehives and mechanization," Journal of General Education, vol. 33, núm. 1, spring 1981, University Park: The Pennsylvania State University Press, pp. 45-57.
Logan George M., The meaning of More’s "Utopia", New Jersey: Princeton University Press, 1983.
More St. Thomas, Utopia, introducción y notas de Edward Surtz, S.J. New Haven: Yale University Press, 1964.
Mumford Lewis, The story of utopias, Peter Smith: Gloucester, Mass., 1959.
The utopian vision,
E.D.S. Sullivan (editor), San Diego State University Press, 1983.

1Dunn Thomas P. y Erlich Richard D., "A vision of dystopia: beehives and mechanization", Journal of General Education, vol. 33, núm. 1, spring 1981, University Park: The Pennsylvania State, University Press, p. 46.
2
Ibid, p. 47.
3
More St. Thomas, Utopia, introducción y notas de Edward Surtz, S.J. New Haven: Yale University Press, 1964, xxviii.
4
Ibid, xxvi.