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Zog,
Rex Albani
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Federico Garza Ramos
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Federico Garza Ramos
Alumno de la Licenciatura en Derecho e integrante del taller literario de la UIA Torreón. |
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No hace mucho, visité con curiosidad algunas páginas de John Reed, en las que confiesa que los dos hombres más pintorescos que conoció a lo largo de sus viajes viven tan lejos uno del otro que se pensaría que no podrían compartir algunas características, pero le impresionó que ambos fueran tan parecidos y al mismo tiempo, exquisitamente conmovedores. Al primero lo conoció en Durango, durante la revolución mexicana, y lo menciona en el tercer capítulo de su magna obra México insurgente: Ataulfo Sifuentes, pequeño hombre robusto de piel marrón, como el lodo que traía en un guarache (porque sólo acostumbraba usar uno), y con un sombrero tan grande que le cubría todo el cuerpo, aunque extendiera al máximo sus brazos. Reed dice que le parece fascinante cómo aquellos sombreros, que parecían prolongarse al infinito, podían servir de techo. Asegura que los soldados revolucionarios llevaban consigo sus casas sobre la cabeza. El segundo hombre es igual de pintoresco, su nombre, según nos relata, era Ahmed.
Mientras Reed escribía La guerra en el Este de Europa en 1915, hizo un breve viaje a Albania, para experimentar el retraso que aquel pequeño país sufría, pues había leído unas notas de Sulzburger, un periodista que visitó Albania anteriormente,1 quien decía que los únicos vehículos con motor en todo el país eran cuatro camiones Ford abandonados. Solamente había tres doctores y cinco hospitales para toda la nación. Aunque Albania está sólo a cien kilómetros de Italia, eran contados los extranjeros que habían entrado y los nativos que alguna vez habían salido.
En sus memorias Reed cuenta que deseaba entrevistar a un albano común, alguien que le pudiera explicar la situación que se vivía en aquel entonces. Así fue como conoció a Ahmed, un campesino musulmán -como casi toda la población-, ignorante, iletrado, vestido con pieles de animales, como solían hacerlo los antiguos hunos e ilirios que ahí habitaron. "Portaba dos pieles de lobo, una en cada hombro; sus hocicos se encontraban y enganchaban con sus dientes en el pecho de Ahmed" según dice Reed. Pero lo que ninguno de los dos sabía es que Ahmed estaba destinado a ser rey de Albania.
En la décima edición de La guerra... se agregaron dibujos inéditos que Reed hizo durante sus viajes; uno de ellos es un feliz dibujo de Ahmed cuando aún era campesino. Reed murió en Azerbaján en 1928, un mes antes de que Ahmed fuera coronado rey de Albania, sin saber que alguna vez conversó y se burló de un futuro monarca.
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En 1928 un grupo de revolucionarios liderados por Ahin Schikkep, montados en un mar de caballos salvajes, pasó por el pueblo de Ahmed. Leyeron un discurso insurreccionista e instaron al pueblo a levantarse en armas. Ahmed, ignorante y fácilmente incitado a la violencia, tomó su hoz, se despidió de su padre y siguió a los revolucionarios, mientras que su madre veía como iba desapareciendo entre el bosque y los cerros. Ahmed jamás sintió tanta felicidad en su pecho; mientras respiraba el aire sucio de polvo, podía oler la libertad. Sucede que en Albania a eso huele la libertad, a polvo.
Al día siguiente llegaron a una de las poblaciones más importantes y se vieron obligados a levantar un estrado para lanzar el discurso. La noche anterior había llovido un poco, por lo que la madera se encontraba mojada y resbaladiza. Ahin Schikkep ascendió al estrado y al pisar el tercer escalón, resbaló súbitamente, cayendo sin escalas al piso con su cuello. Aquel día se decidió el destino de Ahmed, pues Schikkep cayó sólo a unos pasos de él. Ahmed lo levantó rápidamente y antes de morir, el hombre que se encontraba agonizando en sus brazos, nombró a Ahmed el sucesor de la causa revolucionaria. Esa misma tarde, mientras Schikkep yacía abandonado en el suelo, la gente soltaba gritos escandalosos, cantos y silbidos, porque un nuevo líder tomaba la estafeta, un nuevo hombre que llevaría a Albania a la modernidad y al progreso había ascendido. Subiendo al estrado con cuidado de no resbalarse y mostrándose ante todos, Ahmed dio las gracias y levantó victorioso su puño al aire.
En unas semanas los rebeldes habían entrado a Tirana, saqueado el palacio real y expulsado al régimen que los había mantenido en la pobreza. Los funcionarios del viejo gobierno fueron ejecutados públicamente, mientras Ahmed se coronaba, dándose a sí mismo amplios poderes para legislar, juzgar y ejecutar. El pueblo era ignorante, así que no protestó. Los hacendados si lo hicieron, dado que eran un poco más cultos y educados, pero fueron calmados rápidamente por Ahmed, quien les otorgó más tierras y concesiones. En aquellos días, la felicidad emborrachaba a la ciudad: fiestas, balazos al aire, gritos, mujeres, vino; el pueblo entonaba felizmente un canto que Rebecca West pudo recopilar, casi al principio de la segunda parte de su libro Oveja negra, Halcón gris uno puede encontrar el canto de Ahmed:
La noche te ha elegido
portador de la última estrella
que Alá te concedió.
Ahmed, en las balas de tu fusil,
está escrita la palabra
libertad.2
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Ahmed nunca había salido de Albania, pero sabía que las potencias europeas no gustaban de estados musulmanes. Su asesor le contó acerca del tratado de San Stefano y el Congreso de Berlín de 1878, donde las potencias secretamente acordaron desplazar a los turcos de Europa. Los musulmanes simplemente no inspiraban confianza. Ahmed, concienzudamente optó por renunciar al islam y cambiarse el nombre. Problemas de todo tipo llenaban el palacio: agricultores inconformes, juicios pendientes, recaudaciones atrasadas; pero Ahmed sólo pensaba en qué nombre escogería: ¿Zoltar, Zogar? No, demasiado turcos. ¿Gotur? No, demasiado bárbaro. ¿Zog? Ahmed se dio cuenta de que aquel nombre era muy parecido a "Bog" (Dios en albano), y rápidamente se rebautizó.
R. J. Crampton hace un estudio minucioso de Albania, jura que tuvo que viajar allá para saber algo acerca del país. Cualquier persona que consulte la Enciclopedia británica encontrará más ensayos y artículos sobre clavos y tornillos que acerca de Albania. Sin embargo Crampton, Sulzburger, Reed y West, entre otros, lograron compilar algo de información para saber siquiera un poco más de aquel misterioso Estado. Casi todos ellos dedican una mayor cantidad de letras y páginas felices a la biografía de Zog que a la historia de Albania. Contando con lo anterior, no estarán en desacuerdo conmigo en que la vida de Zog es mucho más interesante que la vida de todo su pueblo.
El año de 1929 amanecía, y a Zog le encantaba que le leyeran todas las noches las sagas islandesas de Snorri Strulson y las noruegas de Thidrek. La cantidad de valentía, coraje y pasión que sostenía a estos relatos le parecía emocionante. Después adquirió un gusto enorme por la literatura medieval germana, pasando por las fábulas de Otfried, Ulfilas, La canción de los Nibelungos y sobre todo, las fórmulas de encantamiento de Merseburg. Zog creyó que podía agradar a las potencias europeas (en particular a Alemania), si comenzaba a legislar de acuerdo a la mitología germánica o tal vez, a la escandinava. Era evidente que Zog jamás había salido de Albania, nunca había visto a un alemán o leído algún libro (aparte de las fábulas que le recitaban). Creía que en el resto del mundo vivían igual que en su país.
Cada noche que pasaba Zog se interesaba más en la literatura, así como aquellos reyes, acaso príncipes medievales, que aunque no sabían leer o escribir, gustaban de las épicas y de la poesía. Así que le propuso a la cámara de hacendados una serie de leyes inspiradas solamente en las fábulas germánicas o en las sagas escandinavas. Por ejemplo, a las ocho de la noche todas las casas debían cerrar puertas y ventanas, y no podían dejar entrar a nadie, ya que era una medida para protegerse del demonio de la noche; también, la gente debía dejar un pedazo de pan y un vaso de cerveza afuera de sus domicilios, para saciar al gnomo3 y evitar que hiciera algún desastre. Zog pidió que las guerras fueran llamadas "juego de espadas"; el mar sería "sendero del cisne"; el ministerio de la tesorería se llamaría "ministerio del dragón"; así como en Beowulf el mar y la guerra eran nombrados con aquellas metáforas y en la Canción de Hildebrando, escrita por el obispo Ulfilas en la antigua Sajonia, el dragón era aquel animal que protegía los tesoros.
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Zog advirtió a los hacendados que si no aprobaban las leyes, les triplicaría los impuestos y además amenazó con inventar unos nuevos. Esta última idea se la dio su asesor, pues le dijo que en México durante el siglo XIX un dictador había obligado a la gente a pagar impuestos según el número de ruedas que tuvieran sus carruajes y el número de ventanas en sus casas. Zog siempre pensó que México era un reino al que se podía llegar cruzando un par de montañas y lagos al este de Albania.
El Código Penal fue basado únicamente en un libro de Jacob Spengler, un inquisidor alemán que escribió Malleus maleficarum, manual demonológico que hace un análisis profundo sobre la brujería y sus formas de castigo. Aquel libro posee un magnífico ensayo titulado "Las ventajas de la hoguera sobre la horca". La pena que Zog autorizaba (tomando el consejo de Spengler), era únicamente la hoguera, sin importar qué clase de delito se hubiera cometido.
La última petición de Zog a la cámara de hacendados fue que Korce Vlore, un rico empresario miembro de la cámara, le diera a su hija Sikkep en matrimonio.
Sulzburger en su libro Albania the mooned4 dice: "La cámara dijo que sí a todas las propuestas de Zog, sin haber consultado siquiera al padre de la futura esposa (Zog's future bride)".
R. J. Crampton en su famosa obra Europa Oriental en el siglo veinte, cuenta que para la boda de Zog Hitler mandó un Mercedes Benz, que por cierto, nunca funcionó y Mussolini prometió enviar un yate que nunca llegó.
Sikkep poseía una cultura superior a la de Zog y tomaba ventaja de ella. Todas las noches le decía a su rey "sic semper tiranus" y él siempre pensó que se trataba de un halago. A Zog le gustaba llamar a su esposa "Shukup cern haskana" o "Sikkep, la loba carroñera", que en Albania es un gran cumplido, pues significa fidelidad, valentía y persistencia.
Para 1932 Zog había desecho el país: la sequía amenazaba, los ministerios tenían un personal de tres contadores y dos abogados, que además eran corruptos, y la pobreza parecía haberse prolongado al infinito. Pero la última ley de Zog, que causó el mayor disgusto al pueblo, fue la "ley del impuesto sobre la corrupción".
La corrupción se había convertido en la única actividad del país y este impuesto, sin duda, quebrantaría a la sociedad. La gente se alzó en armas (que no eran más que picos y palas), se reunió en el palacio y exigió que Zog renunciara. Él salió al balcón y alzó sus brazos, como dando un saludo de aprecio, pues pensaba que la gente se había reunido para venerarlo. Su asesor le pidió que huyera. Le dijo que la gente no tardaba en entrar al palacio y subir por las escaleras para lincharlo. Zog no entendió, pero confió en su asesor y sucintamente huyó del palacio. Vuk Stefanovic, un escritor serbio, cuenta que a Sikkep la quemaron viva, pues el código penal aún tenía vigencia. Zog nunca se acordó de ella mientras huía.
Ese mismo día un nuevo gobierno se instaló en Tirana, mientras que afuera, en las calles, nevaba como nunca se había visto en Albania y Zog, ahora sin trono ni riquezas, caminaba por los callejones en medio de la noche tocando las puertas, buscando posada para huir del amenazador frío. Nadie le abrió la puerta, pues las casas debían protegerse contra el demonio de la noche. Zog murió helado y con la cabeza apuntando a la Meca, como lo habría hecho el simple campesino Ahmed.
Posdata: los intelectuales de Albania cuentan que Zog no murió congelado en las calles, que esto es sólo un mito popular. Esta teoría no es descabellada. Gracias a las cuentas registradas en el hotel de lujo Royal Palais de Marsella, el gobierno francés nos puede probar que Zog no murió de aquella manera.
1 Este autor escribió A long road of candels (Un largo sendero de velas, Toronto, 1934), libro que alguna vez fue prohibido en Albania.
2 Qualaila kipesti kas sqiperi krlaj govorite dast. Ala qast girokaste gor debar prizen kipesch: Gaj Karalaj.
3 El personaje más popular de la superstición noruega. Es un alegre hombrecillo, responsable de todas las minucias y desastres de la casa. Para evitar sus bromas y locuras, se le debe alimentar.
4 Albania la lunesciente, Nueva York, 1930.
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