|
Irving Ramírez
Licenciado en Letras Españolas por la Universidad Veracruzana y maestro en Guionismo para Cine, Radio y Televisión por la Universidad Intercontinental. Profesor de asignatura en el departamento de Humanidades de la UIA Torreón. Ha publicado las novelas Yo le canto al cuerpo gélido (premio Juan Rulfo a primera novela, 1997) y Mi único sueño voluntario (premio nacional de novela Ignacio Manuel Altamirano, 2000); y los poemarios Vagabundo en la niebla, Amarizar a solas, Mar de espejos y Prófugo de simonía. Es director de la Escuela de Escritores de La Laguna "José Carlos Becerra". |
|
Acto de fe
Amé mis días tempranos como si fueran la Elegida
los tuve que partir para repartirlos a los lados de la almohada
les coloqué el énfasis hiperbólico con que las luces se ensanchan
y me vi, llevado por los afectos como luciérnagas estivales
y me vi conducido por los centinelas del heroísmo equivocado
y tuve una escuela como todos, y un signo zodiacal, y una tormenta
cotidiana, como todas, que me inducía al azar.
Fui un entusiasta de las metamorfosis y las revoluciones; un cazador
furtivo de los sueños taciturnos
fui un desterrado de los vanos recintos
un precursor de los destinos cruzados
vi cómo mis actos presuponían saqueos, y se encumbraban en su propia geología.
Mi edad era marea, y una cantidad de heridas a mansalva
por eso la familia, esa gran tribu ilógica, libó los relatos mitológicos
no poder con el mundo: un ejercicio del fervor por la euforia
y dar al amor que sube sus resguardos como un canal atado a la retama
sí misterio de la fijación, retazos de niebla para una antorcha lívida
y así ¿cuál era el sopor de esa libertad que ronda los cristales?
No puede claudicarse ante los paraísos prometidos.
|
|
Pinta un territorio
No me erosionan siquiera las cordilleras de los años
viví en medio de separaciones, de adioses, de mohines
indiferentes
me hice un refugio hecho de corazones avizorados
un escondite donde murmuran los bosques
y allí veía rondar la civilización presidiaria de mi mundo interior
mi vida fue un eco de pasos alejándose
un castañear las nueces de los inviernos sin tiempo
era la niebla en grandes manadas
era el fulgor de la cascada en medio de fraternidades
predispuestas.
La inocencia es incesante como la yerba que pinta.
sabía del odio y del rencor como fastuosas herencias
Y aún así, mi idioma era la lluvia de la risa: sus sonoras mareas.
Una vez con mi lápiz pinté la gran promesa
como una tribu blanca de paraderos furtivos.
|
|
Mileniarismo doméstico
Cada día un Apocalipsis toca a mi puerta
llega con su rostro enjuto y cabizbajo
viene con la esperanza de que lo tome o lo compre
es difícil un rechazo en estas circunstancias; mi vida es una olla
repleta de quimeras
pero la génesis es una mañana amarga. El mal es la ocupación
que no ha tocado una mejilla intacta, que no ha posado su voz
para el rechazo de los justos perdidos.
Y he ahí que, con ello tengo que lidiar todos los días
una multitud que raspa el pecado como lo concibe la tradición
un predicador que no alcanza a llegar íntegro a las mentes
una velocidad por la tragedia que no se ofusca en oráculos
y cuando cae el día, los prestidigitadores duermen
los signos ominosos y las laderas proféticas se han ido
pero es tan simple como dejar ser las cosas a su arbitrio
como partir el queso a la mitad para las moscas
como volcar al presente del caldero de los fines sexuados
y vaticinar, un conjuro que emana nacimientos.
|