La identidad regional
frente a la globalización:
la defensa del respeto a las diferencias
Ricardo Valtierra Díaz Infante
 

  Ricardo Valtierra Díaz Infante
Alumno de la Licenciatura en Psicología en la UIA León. Con el presente ensayo obtuvo el segundo lugar en el tercer certamen Agustín de Espinoza, s.j. organizado por la UIA Torreón a través de la revistas Acequias.

En un mundo que día a día se piensa más global, llegando incluso al término de aldea, podría pensarse que las miles de identidades regionales que habitan el planeta tendrían la posibilidad de compartir sus riquezas y así hacer de este lugar un mejor mundo para todos. Pero irónicamente, el camino que hasta ahora ha seguido este proceso de globalización, el cual arranca de una situación de desigualdad global, ha cerrado las oportunidades de autonomía y desarrollo para todos aquellos que no comulgan con la idea de bienestar propuesto por unos cuantos: los países poderosos. Tal desigualdad, en lugar de facilitar un diálogo global que sirva para afianzar y afirmar las raíces regionales, ha puesto a las regiones en el dilema de conservar sus costumbres y el espejismo del desarrollo.
      La apuesta por el mercado, con su concomitante obsesión por erradicar las diferencias a costa de lo que sea, plantea la existencia de una única identidad que regule y defienda sus intereses, pues lo distinto lo ve como peligroso, amenazando con desaparecer lo regional y por ende, la identidad.

 

 

 

La región y el mundo del mercado
En la crisis de largo plazo que vive el capitalismo y que ha llevado a una violenta recomposición del capital transnacional a escala mundial, la región vive nuevas y agudas contradicciones que están redefiniendo su papel en el desarrollo nacional e imponen nuevas modalidades de interrelación con el capital transnacional y de desarticulación con el país en su conjunto. La ley de desarrollo desigual se concretiza en desarrollo regional desigual, enfrentando y contraponiendo los intereses regionales, nacionales y transnacionales.
      Con el comportamiento de las empresas transnacionales que van desde las fábricas de tenis, donde la piel se produce en América, la suela en Asia y las agujetas en las Filipinas; hasta los barcos maquiladores, quienes tiran por la borda cualquier tipo de seguridad laboral, pues al encontrarse en aguas internacionales, las leyes se ausentan como la tierra firme en alta mar; podemos ver que el concepto de explotación global de una nación se transforma en el de explotación intensiva de regiones particulares, por lo que se regresa a un nivel superior como en los peores momentos del imperialismo, considerando que las regiones no valen en sí ni por sí mismas, sino en la medida en que satisfacen ambiciones exteriores de producción

La región y el estado
El Estado como eje en la llamada política de "modernización", liquida, vende o traspasa sus empresas, destruyendo el inmovilizado capital y, al mismo tiempo, entregando al gran capital el control de recursos y sectores estratégicos vive la fantasía del desarrollo, pues el simple trato con supuestos "iguales" pareciera que es el único requisito para el crecimiento y el desarrollo.
      En la división territorial de la economía la lucha de clases se expresa como una lucha de escalas de decisión, en la cual, indudablemente, el Estado dominante opta por la subordinación a los intereses de las fuerzas de escala más global y abandona con mucha facilidad la lucha por la defensa de los intereses vinculados a su propia región, y es por esto que trata de maquillar su función con esquemas de exportaciones y demás políticas exteriores, que no tienen sustentos reales porque no cuentan con una estructura productiva nacional suficientemente fuerte que los respalde.
      En el caso particular de México, vemos que el problema de la identidad necesariamente pasa por el tamiz político, como sucede con las iniciativas de reforma que los mismos indígenas, con el apoyo del EZLN, han puesto sobre la mesa de discusión en el Congreso a favor de su autonomía y el respeto por parte de la sociedad hacia sus formas de convivencia.

 

 

 

La región y su gente, la comunidad
Nada ni nadie puede escapar a la vorágine de los cambios. ¿Por qué entonces no habrá de cambiar la geografía política? O, en términos más complejos, ¿por qué no habrían de cambiar los conceptos y el mismo modo de generación y funcionamiento de los territorios organizados? En otras palabras, ¿por qué tenemos que seguir apegados a conceptos e ideas rígidas en relación, por ejemplo, a los procesos de regionalización, descentralización y desarrollo regional?
      El instrumental introducido por la sociedad nacional en las comunidades no viene solo, sino aparejado a pautas de conducta cuya aceptación se exige haciendo que las sociedades tradicionalmente rurales o preindustriales (de base comunitaria) se transformen en sociedades modernas, asociativas y urbanas, con un consecuente declive de la "comunidad". Tal introducción supone la pérdida de identidad en un grupo a raíz de su absorción por otro, el cual mantiene inalterada su "regionalidad".
      Como sabemos, el problema de dicho enfoque de modernización es su perspectiva unilateral, es la manera como se implanta en las sociedades latinoamericanas, las que con sus particularidades geográficas, ecológicas e históricas, no tienen la capacidad ni el deseo de soportar los embates del mercado.
      La necedad de introducir un concepto de sociedad y un estilo de vida basado en el mundo occidental y que se aplica sin contemplación y violentamente a otras culturas y sociedades que no comparten los mismos parámetros sociales, representa una de las más graves faltas a la identidad regional debido a la carencia total de respeto por el otro y todo lo que ello implica.
      Es decir: en definitiva, dicha modernización se transforma en el nuevo vehículo de colonización y apropiación, no del territorio, sino de la cultura y de otras formas de comportamiento humano; pero con la singularidad -por desgracia- de que para la invasión ya no se usan mosquetones ni balas de cañón. Las "armas" del conquistador se han vuelto más sutiles y complejas, por lo que cualquier intervención en la comunidad deberá valerse de una aguda e inteligente estrategia, salir del asistencialismo y reconocer el riesgo que implica reconocer que el otro es distinto a mí e incluso, puede ser mejor.
      No se trata de diversificar interminablemente, sino de reconocer y defender el sentido subjetivo que un pueblo puede expresar al pensar el desarrollo, su propio desarrollo.
      Se trata de que la sociedad le ponga su sello personal y en eso mismo se inserte el proceso de la participación, permitiendo así la reproducción de la diferencia y por lo tanto, la permanencia de la tradición y la cultura de la gente.
      En la medida en que las comunidades recuperen el control de su cultura dispondrán de mejores y más poderosos recursos para eliminar los intereses que les han sido impuestos históricamente, y que resultan ajenos y contrarios a su propio proyecto, y así se podrá triunfar a la globalización.
      La autogestión es la expresión o proyección ideológica de los factores de identificación y diferenciación específicos de una sociedad. La identidad no debe concebirse como una esencia o paradigma inmutable, sino como proceso de identificación; es decir, como un proceso activo y complejo, históricamente situado y resultante de conflictos y luchas; todo esto enmarcado en una relación de respeto, tolerancia y escucha que nace de reconocer la imagen de la vida que las distintas regiones tienen y por lo tanto, la imagen de su desarrollo.
      La descentralización como la forma instrumental del principio político de la subsidariedad (y del principio moral de la solidaridad) y el territorio organizado (región, provincia o comuna) como nuevo actor de desarrollo, competencia y competitividad, hacen indispensable repensar o tal vez, destruir para reconstruir todo el arsenal epistemológico del desarrollo regional y el respeto a su identidad.