Armar
el rompecabezas
Leonor Paulina Domínguez Valdés
 

  Leonor Paulina Domínguez Valdés Profesora de tiempo e investigadora en el departamento de Humanidades de la UIA Torreón.

La metodología para iniciar todo trabajo de reconstrucción material es la misma que se sigue en el proceso de reconstrucción de un caso en el trabajo terapéutico con familias. Poner orden en el caos debe ser el punto de partida para todo análisis.
      Cuando nos disponemos a armar un rompecabezas, y al abrir la caja que contiene las piezas surge ante nosotros esa sensación fascinante de reto ante el obstáculo, de pronto sentimos que no sabemos por dónde empezar ni qué hacer. Esta analogía vale para cualquier tipo de trabajo terapéutico, ya sea individual, con parejas, con familias o con grupos.
      En un primer momento y durante el proceso de sistematización de la información que generosamente nos proporcionan nuestros consultantes, van apareciendo un sinfín de líneas en torno a las cuales hay que trabajar. Sin embargo, por momentos tenemos que detenernos a reflexionar y tomar distancia en relación con el caso en cuestión, toda vez que así como en el proceso de armar un rompecabezas es necesario separar las piezas por colores, en el trabajo terapéutico es necesario definir con claridad las distintas áreas de conflicto en la psicodinamia de nuestros pacientes.
      Existe una enorme diferencia en el trabajo de reconstrucción de un edificio histórico, de una joya arqueológica, pieza de arte, o en el juego de armar un rompecabezas. En ninguno de estos casos surgen cambios constantes, todas las piezas son inmutables y nuestro trabajo puede demorarse indefinidamente. En el trabajo con familias no, ahí los sucesos modifican los roles que desempeñan las diferentes personas que conforman el sistema y basta con que uno de los actores salga de la escena o decida representar otro personaje para que todo el sistema se modifique.
      Como en toda comunidad humana, en el entorno familiar cada uno de los miembros que lo conforman juega un papel diferente y cumple con tareas y misiones diferentes, de la misma manera que cada uno de ellos percibe las cosas desde una óptica distinta, según su género, su ubicación generacional dentro de la misma, su estado civil y su grado de identificación con unos u otros de los integrantes de la unidad. En la familia, como en cualquier otro grupo humano, las características de personalidad del sujeto influyen de manera altamente significativa en el modo como se viven los sucesos que la afectan.

 

 

 

      Usualmente algunas de las personas que integran el holón familiar quedan atrapadas en el mismo, y en virtud de esto, pierden la capacidad de análisis que eventualmente les permitiría diferenciarse como individuos independientes y por ello, separarse del resto de sus miembros. La persona ha quedado atrapada en un nicho simbiótico que le une con una dependencia patológica hacia alguno o algunos de sus miembros. Como en toda situación de dependencia, el sujeto que ha sido devorado por otro u otros de los miembros del sistema experimenta, sin siquiera saberlo, una pérdida de su soberanía. Su yoeidad se pierde en la del otro.
      Aparentemente todo está muy bien, en orden y los integrantes de la familia llevan una vida plena, productiva, autónoma, libre e independiente. Sin embargo, continuamente ocurren sucesos que obligan al sujeto elegido como depositario de las cargas familiares a permanecer vinculado al sistema. Todo se prueba con tal de que la presa que ha sido capturada no escape. Todo se intenta, cualquier cosa se vale, incluso la enfermedad y hasta la muerte si fuesen necesarias.
      A veces el discurso familiar suele ser sumamente contradictorio: se dice una cosa y se hace otra; o bien, se dice una cosa en un momento dado y al minuto siguiente el discurso cambia por completo. Con frecuencia, la distancia que media entre lo que dicen y lo que hacen cada uno de los integrantes de la familia es abismal. Todo ello crea confusión en aquel o aquellos miembros de la familia que han perdido (por lo menos en parte) su independencia y que se han olvidado de sí mismos al haber asumido la tarea encomendada de velar por los demás.
      A simple vista, todo y todos están bien; la situación es inmejorable y no hay un solo indicio que muestre que existe algún problema en la familia. ĦEn verdad resulta envidiable! Pero de pronto, y sin causa aparente, todos y cada uno de los integrantes de la constelación familiar empiezan a mostrar síntomas. Algunos adquieren adicciones y presentan estados patológicos de angustia y depresión, otros optan por echar mano de toda suerte de mecanismos de defensa para no hacerles frente a las situaciones y aún así, no pueden evitar que la angustia los rebase. En estos casos, la angustia viene acompañada de un componente adicional de culpabilidad que les invade como un virus letal. Por último, y sin motivo aparente, una tremenda crisis les aqueja a aquellos miembros de la familia sobre los cuales ha sido depositada la mayor carga afectiva de esa pócima mágica que ha sido cuidadosamente elaborada con amor y odio.
      El sujeto fuerte ha quedando vencido, se ha doblado como se dobla el hierro al rojo vivo, y siente que como el metal, está a punto de fundirse, de perder forma, de derretirse, de dejar de ser. Milagrosamente, el niño herido saca fuerza de la nada y se incorpora dispuesto a salvarse a sí mismo y emprende las primeras labores de autorescate. El sujeto se descubre como diferente, único y separado en relación con los demás miembros de la familia. El proceso de diferenciación, separación e individuación, le permite a la persona ir descubriendo el misterio de la historia de la vida familiar y con ello, el misterio de su propia historia... Ahora todo tiene un nombre, para cada interrogante existe una respuesta, y al espacio nebuloso le sucede la claridad. El niño se yergue dolorido y maltrecho, descubre que está solo, total y absolutamente solo.
      Ante la exuberante realidad, no hay un solo paradigma que resista, no hay secreto familiar que no sea evidenciado, las figuras totémicas han sido devoradas una a una y no hay mandamiento familiar alguno que ponga en riesgo la integridad del sujeto. El niño herido que lloraba agazapado en un rincón, sin saber qué pasaba, se ha convertido en hombre, ha recobrado su libertad y a cambio habrá de reconocerse solo, total y absolutamente solo, porque tal vez sea demasiado tarde para dejar de estarlo.

Bibliografía recomendada
Black Evan Imber, La vida secreta de las familias, Editorial Gedisa.
Freud Sigmund, Totem y tabú, The complete psychological works: The standard edition, New York, Norton.
Hoffman Lynn, Fundamentos de la terapia familiar, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1994.
López Carrasco Miguel Angel, La supervisión en la psicoterapia: modelos y experiencias, Universidad Iberoamericana Puebla, México, 1998.