Las cofradías
tlaxcaltecas de Parras*
Sergio Antonio Corona Páez
  Sergio Antonio Corona Páez
Maestro en Historia y candidato a doctor en Historia por la UIA ciudad de México. Coordinador del Archivo Histórico Juan Agustín de Espinoza, s.j., de la UIA Torreón. Autor de San Juan Bautista de los González y Ríos de gozo púrpura. Becario de Conacyt.

Cofradías en general
Las llamadas cofradías eran, como todos sabemos, asociaciones de fieles que servían para dar asistencia espiritual y material a sus miembros. Era el lugar social en el cual convergían la "economía material" y la "economía espiritual", el gremio y el culto. Las cofradías aprovechaban el concepto de fuerza de grupo. Con esta fuerza colectiva, apoyada en las normas y prácticas religiosas comunes a cada cofradía, el sujeto -en la mentalidad colonial-, podía obtener con mayor facilidad la salvación, ya que el control de grupo siempre ha sido más eficaz que el de la débil voluntad humana individual.
      Pero la cofradía no buscaba sólo la "economía del más allá" para la salvación del alma. En el terreno natural y cotidiano, estas instituciones funcionaban como verdaderos círculos mutualistas, brindando seguridad social a sus agremiados: otorgaban préstamos a los socios necesitados, pensiones a las viudas de los miembros fallecidos y a la vez se hacían cargo de los entierros.
      Además, hacia fuera, realizaban cierto tipo de beneficio u obra de servicio social, cuya naturaleza variaba según la cofradía de que se tratara. En la teología católica novohispana socorrer al necesitado era socorrer a Cristo en persona. Y para que una cofradía pudiese solventar todos los gastos que suponían las actividades asistenciales, necesitaba generar riqueza y en este sentido, era un espacio en el que se amalgamaba lo sagrado con lo profano.

Las funciones religiosas
Desde el punto de vista del clero, una función primordial de la cofradía, sobre todo a partir del último tercio del siglo XVI, era la que podemos denominar "de control o cohesión social", o bien, "de propaganda", ya que servía como plataforma ideológica para la ortodoxia, afirmación y promoción del culto y de la iconografía católicos en el contexto de la amenaza que suponía para el imperio español la penetración del así llamado "error luterano".
      El Concilio de Trento recomendaba a los obispos:

      Por medio de las historias de nuestra salvación,
      expresadas en las pinturas y otras copias, instruir
      y confirmar al pueblo, recordándole los artículos
      de fe y recapacitando continuamente en ellos: más
      aún, todas las sagradas imágenes son muy
      fructíferas no sólo debido a los beneficios y dones que
      Cristo les ha concedido, sino también porque ellas
      exhiben ante los ojos de los fieles los saludables
      ejemplos de los santos y los milagros que Dios ha
      realizado en ellos.1

      Fundada siempre bajo el patrocinio de la imagen evidente de una realidad sobrenatural o invisible, desde el punto de vista religioso, la cofradía exaltaba siempre aspectos paradigmáticos o realidades salvíficas de la revelación, de la historia sagrada, de la vida de Jesús, de María, de los santos y aún de ciertas prácticas religiosas.
      Sobre esta base, la cofradía reforzaba la identidad religiosa y el sentimiento de seguridad de los creyentes de las siguientes maneras: primero, fomentando la piedad y la devoción entre las diversas etnias y clases sociales; segundo, redimiendo al ser humano de las miserias del purgatorio a través de las prácticas aprobadas en el estatuto fundacional (indulgencias); y tercero, dando protección o curación de la enfermedad o la calamidad mediante la intercesión del santo patrono.

 

 

 

Un ejemplo de cofradía tlaxcalteca del siglo XVII
Prácticamente desde su fundación en 1598, Santa María de las Parras se constituyó como un asentamiento pluriétnico: españoles, indios tlaxcaltecas y aborígenes (de la región), negros y castas. De alguna manera, la historia de sus cofradías refleja las tensiones y contradicciones interétnicas, o bien, la búsqueda de la hegemonía de una sobre la otra. A partir de la información que nos brinda el presbítero Dionisio Gutiérrez,2 Santa María de las Parras constituyó una población en la que las autoridades locales eran indígenas, y muchos de los gobernados, españoles. Muchas veces en varios momentos estas tensiones se reflejaron en la creación de las cofradías, como la del Santísimo Sacramento, en cuyo expediente de fundación declaran los tlaxcaltecas que los españoles de Parras, a pesar de constituir una minoría numérica, querían fundar otra "en oposición" a aquélla, buscando hacer valer, sin éxito, su calidad.
      Las constituciones de la cofradía tlaxcalteca del Santísimo Sacramento fueron aprobadas y llegaron a Parras el 18 de junio de 1669. A partir de sus cláusulas, podemos darnos una idea de su funcionamiento.
      La cofradía estaba abierta para indios y españoles, negros y castas, hombres y mujeres,3 pero solamente los tlaxcaltecas podían votar y ser votados en la elección de rector y diputado (autoridades máximas).4 Al terminar su cargo, los rectores podían ser elegidos diputados o mayordomos.5
      El rector y el mayordomo tenían por obligación visitar a los cofrades enfermos, sobre todo a los más pobres y necesitados, a quienes deberían ayudar a cuenta de los fondos comunes de la congregación.6 Al morir un miembro, todos sus compañeros debían asistir al entierro. El difunto tenía derecho a misa y responso.7
      Todos los jueves saldría un mayordomo a pedir limosna por el pueblo y lugares circunvecinos, pro gastos de la cofradía.8 Por lo general, el mayordomo asumía funciones de ejecutor de los designios de la hermandad, y solía ser responsable de la integridad de los bienes y del correcto manejo y distribución de los fondos comunes. Cada persona asentada en la cofradía se haría acreedora a las gracias, indulgencias y jubileos de costumbre.9
      Cuando se fundó la del Santísimo Sacramento, los tlaxcaltecas contaban ya con la del Santo Entierro de Cristo,10 la cual fue constituida el 13 de diciembre de 1622.11

 

 

El aspecto económico
Hacia 1659 o poco antes, se inició12 en Parras una revolución tecnológica que habría de incidir en la economía de la región y, desde luego, en la de las cofradías y sus integrantes. Desde 1598 o antes, los parrenses obtenían vino de sus cosechas de uva. Dado las condiciones de la técnica, el vino se echaba a perder con facilidad por causa de la fermentación acética, es decir, se avinagraba. Pero en 1659, y con abundante producción a partir de 1667, los vitivinicultores comenzaron a usar la técnica de la destilación de los orujos de la uva para obtener aguardiente de alta calidad. No se trataba de brandies -vinos destilados que rendían poco y consumían el mosto de la vendimia-, era más bien un producto elaborado a partir de la destilación del bagazo de la uva ya exprimida y fermentada, que no requería del mosto previamente separado.
      Era ya una norma establecida y aceptada en Santa María de las Parras que la uva rindiese, por cada unidad de vino producida, media de aguardiente,13 sin tener que echar mano de aquél. Ésta es la pauta para entender las cifras de producción parrense que nos brinda el padre Morfi en el siglo XVIII. Este aguardiente tenía una gran demanda como bebida, era un producto químicamente estable y a igualdad de volumen, valía el doble que el vino.
      Además, este avance tecnológico permitió estabilizar químicamente los vinos al añadirles cierta cantidad de aguardiente. Quedaban fortificados o encabezados,14 listos para recorrer los largos caminos de la distribución en un mercado que se ampliaba gracias a esta innovación. Éste es el origen de los vinos generosos15 de Parras, que se caracterizaban por tener un mayor contenido de alcohol.
      Sobra decir que la economía de un gran número de los tlaxcaltecas parrenses se orientó hacia la producción de vinos y aguardientes. No mucho después, las cofradías tenían en sus inventarios medios de producción netamente vitivinícolas: viñedos, majuelos, aguas, lagares, toneles, cubas, pipas, alambiques y muchos otros artefactos utilizados en el proceso de elaboración de dichos productos. Con esto, las congregaciones buscaban el lucro y la ganancia, ya que a través de la generación de excedentes en metálico, podían sostener el culto y los beneficios de seguridad social que ofrecían a propios y extraños. El sostén de la cofradía del Santísimo Sacramento, al igual que la del Santo Entierro y la de otras hermandades parrenses, se orientaron a la producción de vinos y aguardientes. Por otra parte, aunque la pujante cofradía parrense en cuanto persona moral fue una especie de embrión, nunca llegó a desarrollar el concepto europeo de sociedad puramente mercantil por participación, precisamente porque había una profunda raigambre medieval, religiosa y filantrópica que impedía desacralizar la institución.

 

 

Las cofradías parrenses: fiestas y calendarios
Uno de los aspectos más populares y queridos de las cofradías era el de la celebración de la fiesta o función del santo patrono o de algún misterio o acontecimiento del calendario litúrgico. Eran tan importantes estas celebraciones, que la población novohispana las había incorporado como referentes del tiempo cronológico. No se recordaban los días o los meses, sino las fiestas que caían por esas fechas. Los hitos del tiempo eran tan sacros como festivos. En esos días especiales parecía no haber distancia entre el cielo y la tierra, entre santos y pecadores. Rotas las dimensiones del tiempo y del espacio, salvado el abismo que mediaba entre ellas, la iglesia militante y la triunfante se abrazaban y compartían banquetes de comunión sagrada y profana.
      Para una cofradía del siglo XVIII en Parras, la función normal de Corpus en 1757 había requerido misa y sermón especiales, con el consiguiente desembolso de derechos al cura y al padre celebrante, cantores, músicos, sacristanes, monaguillos y demás ayudantes. Se gastaron 28 docenas de cohetes, tres ruedas de fuego, y libra y media de pólvora. Seis cargas de palmas para luminarias y siete cargas de tule para enramadas. Catorce libras de marquesote para refresco de los padres y señores concurrentes a la función de la iglesia. Se fabricaron rosquetes con cuatro arrobas de harina, seis libras de manteca y seis libras de azúcar. Se prepararon aguas frescas con cuatro libras de almendras y seis libras de azúcar. Se hizo una molienda de chocolate con cacao, azúcar y canela.16
      Esta misma celebración en 1759 había implicado la compra de arroba y media de cera "del norte", dieciséis docenas de cohetes, diez docenas de chicharras de trueno, doce docenas de buscapiés, seis ruedas de fuego portuguesas, cinco cargas de palma para luminarias, diez cargas de tule para enramadas; y se sirvió, para el refresco de la asistencia, chocolate, rosquetes, marquesotes, aguas, vino y aguardiente.17
      Pero la fiesta era la excepción y no la regla. En el medio de esta tipología de los tiempos, encontramos la vida litúrgica y devocional de todos los días; y en el otro extremo, la realidad económica y cotidiana de la producción profana de cualquiera de estas cofradías parrenses.
      Las actividades económicas se sucedían sin interrupción mes tras mes a lo largo de un calendario,18 no litúrgico, sino vitivinícola. Enero era la época del trasiego del vino en las bodegas, de la limpieza de acequias, replantado y riego de las viñas. Febrero era el mes de la poda, cercado de las viñas con espinos, mezquites y ocotillo; compra de quiotes y de aguzar estacas. En marzo se cavaban las viñas. Abril era mes de riego. Mayo de cercado y estacado. Junio se destinaba a la limpieza de las viñas con azadón y también al riego. Julio era mes de limpieza de viñedos y acequias. Agosto de calafatear vasijas y lagares, ordinariamente con copal blanco,19 aunque también se limpiaban las viñas para la cosecha. Septiembre se utilizaba para la vendimia, pisado de la uva, confección de los arropes y colocación de los mostos arropados en vasijas para su fermentación; la uva pisada se ponía a fermentar. Octubre era el mes de la obtención del aguardiente de uva fermentada, conocido como aguardiente de orujo. En noviembre se recogían las estacas de los viñedos y se limpiaban viñas y acequias. En diciembre se resolvían los pendientes o se adelantaba trabajo.

Conclusión
Las cofradías de Parras, al igual que las del resto de la Nueva España, constituían una respuesta al agudo requerimiento de seguridad ante las demandas de la vida y de la muerte. El conocimiento de la insuficiencia individual para transitar con decoro por la vida o la muerte -hablo en términos de su propia mentalidad- era muy alta. El control del individuo sobre su propio entorno físico era mínimo; las instituciones de seguridad social, donde las había, se reducían a los hospitales de religiosos o a la vida dependiente de la caridad pública. En el catolicismo novohispano la salvación eterna del ser humano dependía de la intercesión de los santos y de los sufragios e indulgencias que pudiese haber acumulado durante toda su vida. En lugares fronterizos como Parras, expuestos al ataque de los indígenas indómitos, la cohesión de grupo era un elemento vital de supervivencia. La cofradía fue una magnífica respuesta a todas estas necesidades vitales, a la vez que reproducía y perpetuaba una cultura católica ortodoxa, refractaria a cualquier innovación teológica.
      Quizá el elemento más original y propio de las cofradías tlaxcaltecas parrenses lo constituya el hecho de haber evolucionado hacia una economía vitivinícola que les dio su sello característico.

*Ponencia presentada en el coloquio "Tlaxcaltecas" del Archivo Municipal de Parras, verano de 2001.

1 Ribes Iborra Vicente, "Popular prints: a reflection of society" en Folk art of Spain and the Americas, Marion Oettinger Jr. (editor), San Antonio Museum of Art, Abbeville Press Publishers, New York, 1997, p. 37 y ss.
2
Corona Páez Sergio Antonio y Sakanassi Ramírez Manuel, Tríptico de Santa María de las Parras. Notas para su historia, geografía y política en tres documentos del siglo XVIII, Colección Lobo Rampante (número 4), UIA Torreón/ R. Ayuntamiento de Saltillo, Torreón, Coah., 2001.
3
Archivo Histórico del Colegio de San Ignacio de Loyola de Parras (AHCSILP), exp.551, cláusula 7.
4
Ibid, cláusula 10.
5
Ibid, cláusula 11.
6
Ibid, cláusula 12.
7
Ibid, cláusula 14.
8
Ibid, cláusula 15.
9
Ibid, cláusula 16.
10
AHCSILP, exp. 551.
11
Churruca et. al., El sur de Coahuila en el siglo XVII, Torreón, Coah., 1994, p. 221.
12
Corona Páez Sergio Antonio, Una disputa vitivinícola en Parras (1679), Colección Lobo Rampante (número 1), UIA Torreón/ R. Ayuntamiento de Saltillo, Torreón, Coah., 2000.
13
AHCSILP, exp. 710, Parras, 22 de mayo de 1771.
14
Con este término se designaba y se designa aún dicha operación.
15
"Generosos" por estar "generosamente enriquecidos" con la adición de alcohol.
16
Estos conceptos y cantidades corresponden a los utilizados por la Cofradía de Guadalupe, en la fiesta de Corpus, Parras, junio de 1757, AHCSILP, exp. 231.
17
Ibid, 24 de junio de 1759.
18
Las actividades ordinariamente dependían de la disponibilidad de agua del vitivinicultor, de la fertilidad de la tierra y las características climatológicas del año, entre otros aspectos. El modelo de calendario que aquí se brinda resulta de la comparación de las actividades mensuales que realizó la Cofradía de Guadalupe de Parras en el período 1756-1759.
19
Este es un elemento cultural mesoamericano de gran interés, ya que hay innovación en su uso, al incorporarlo a una técnica productiva netamente europea.