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MIGUEL BÁEZ DURÁN
Egresado de la Licenciatura en Derecho por la
UIA Torreón y profesor de asignatura en el
área de Integración de la misma.
Maestro en Letras Españolas por la Universidad de Calgary,
Canadá. Ha publicado en la antología
Hoy no se fía y recientemente su libro Vislumbres de
cineastas. |
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Vislumbre de cineastas (UIA Laguna, 2001)
nace como una oposición a la idea generalizada
de que la cinematografía de Hollywood es la mejor. Ya durante mucho tiempo se nos
han vendido, con cifras de taquilla y premios Óscar, a directores como Steven Spielberg
y James Cameron o a actores como Julia Roberts y Tom Cruise como los
máximos baluartes del cine. La intención de
Vislumbre... es subrayar, dentro de los confines de
La Laguna, trece directores de mirada auténtica
y por lo regular alejados del mercantilismo hollywoodense.
No recuerdo con exactitud, aunque me esfuerce, mi primera memoria
cinematográfica. Tal vez fueron las escenas de
cienciaficción de La guerra de las
galaxias o alguna cinta de los estudios Disney o algo
todavía más convencional. Sin embargo, el cine y
sus imágenes bajo la ilusión del
movimiento siempre estuvieron cercanas a mí con
las visitas a las salas de costumbre, con la
televisión o hasta con un proyector Súper 8
acompañado de varios carretes de escenas
escogidas de (otra vez) La guerra de las galaxias,
El imperio contraataca y Alien -de esta
última, imposible olvidar la salida del monstruo
del estómago de John Hurt-. Este camino de filias fílmicas no estaría completo sin
los beneficios de la revolución del video
que arribó algunos años más tarde.
La mayor parte de las trece reseñas del libro fueron publicadas en la columna
"El bueno, el malo y el feo" del
suplemento cultural la tolvanera de la revista
brecha, gracias a la invitación y el apoyo de Jaime
Muñoz. Algunas más aparecieron en las páginas
de Acequias. No siguieron entonces el orden cronológico de
Vislumbre..., sino uno que tenía que ver más con el orden en que
los descubría: Peter Greenaway, Wim
Wenders, Denys Arcand, Alfred Hitchcock, David Lynch, Luis Buñuel, Arturo Ripstein,
Pedro Almodóvar, Tomás Gutiérrez Alea,
Stanley Kubrick, Ingmar Bergman, Jane Campion y Louis Malle. Durante dos años,
aproximadamente, me acerqué a las fuentes
cinematográficas de La Laguna con la esperanza
de encontrar novedades y, sobre todo,
historias. Entre tantos filmes, me llamaron la
atención estos trece nombres.
A aquellos canales de cable que no deberían estar ahí -pues algunos eran de
pago-por-evento en Estados Unidos- les
atribuyo una de las primeras películas españolas en
mi educación fílmica: Mujeres al borde de un
ataque de nervios de Almodóvar. Otro
largometraje que cambió sin remedio mi
perspectiva sobre el cine fue Naranja
mecánica de Kubrick. Ni siquiera fue necesaria una pantalla
grande para comprobar la maestría de este
filme, visto muy por debajo del agua, todavía en
la adolescencia y con el velo tan atrayente de su publicidad que la proclamaba como una
de las películas más violentas. Entonces
estaba lejos la oportunidad de escribir sobre cine.
Uno de los primeros en convertirse en una obsesión fue Hitchcock. La
explicación es simple. Se resume en la escena de
la regadera de Psicosis. De este crédito de
1960, un shocker, como él mismo lo llamó,
han seguido muchos más. Aunque seguirle los pasos a sir Alfred siempre será una
tarea titánica por su abultada filmografía.
Luego vino Wenders, un artista descubierto a
través de la canción "Stay" de U2. Poco
después, Tan lejos y tan cerca tuvo un tímido estreno
en una sala de La Laguna. Cuando la vi el lugar estaba casi vacío. Pero no me importó
porque lo que tenía frente a mí era diferente.
Antes de encontrar a Buñuel en los canales
culturales, al Buñuel de El ángel
exterminador, no sospechaba que dentro de la industria del
cine mexicano se hubiera filmado una
película como ésta. Hasta la fecha, el aragonés
sigue reclamando visitas continuas. La puerta
hacia Lynch la abrió la serie de televisión
Twin Peaks, la que conocía desde 1991 por
una añeja afición por las historias de
detectives. Hasta entonces no me di cuenta de que Lynch había llegado con mucha antelación,
a los siete u ocho años, cuando me topé,
sin entenderla por completo por la falta de subtítulos, con
El hombre elefante. La deformidad de Merrick me atraía al mismo tiempo
que me aterrorizaba.
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Antes de que la Universidad Iberoamericana nos hiciera el gran favor a los
cinéfilos de La Laguna de esforzarse por traer la
Muestra Internacional de Cine, llegó a estas
tierras una larga jornada de películas de autor.
El horario se extendía de las cuatro de la tarde
a la medianoche. Únicamente soporté tres
de las cuatro cintas. Sin embargo, el saldo fue óptimo porque descubrí dos nombres
importantes: Arcand y Greenaway. Del
primero, Amor y restos humanos; Del segundo, El bebé
de Mâcon. Este maratón cinematográfico
coincidió con el nacimiento de la columna "El
bueno, el malo y el feo" en la tolvanera. Una
clase de integración me condujo hasta
Titón Gutiérrez Alea, el gran director cubano, y
sus Memorias del subdesarrollo, no comprendidas del todo en un principio.
Tal vez lo primero de Ripstein haya sido Profundo
carmesí, antes de que el cine mexicano fuera de nuevo rentable en La Laguna
y cuando todavía compartía funciones o
era exhibido en las salas de Gómez Palacio.
Fue allá como si allá fuera lejos donde
alcancé a ver en pantalla grande este crédito. A
los canales culturales también les debo,
además de muchos otros largometrajes de gran
interés, El séptimo sello de Bergman y
Sweetie de Jane Campion. Entre las muchas cápsulas
de plástico que encierran cintas en las
tiendas de video locales, hallé Adiós a los
niños de Louis Malle. Fue así, a través de todas
estas vías, que cada uno de los trece
directores empezaron a serme gratamente familiares.
Y en este camino hubo (y habrá) muchos más no incluidos por desgracia en el
libro: Orson Welles, los hermanos Cohen,
François Truffaut, Yasujiro Ozu, Zhang Yimou,
Atom Egoyan, etcétera. Todos ellos cineastas,
autores. Y muchas de sus obras se nos presentan como una dulce píldora para purgar,
aunque sea un poco, la casi siempre nociva
influencia de Hollywood.
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