Jonás, el mago

Alfonso Vázquez Sotelo
 

  ALFONSO VÁZQUEZ SOTELO
Director e investigador del Instituto Estatal de Documentación en Ramos Arizpe, Coahuila.

A las 14:53 subió y la transformación ocurrió de nuevo. Jonás tomó rumbo desde atrás del salón, caminó con paso grácil, sahumando el escenario a los cuatro vientos con olor de triunfo. Luego dibujó con sus movimientos la imagen de un buen y clásico lector; porque a eso iba: a convencer a todos de que la lectura es un placer.
      En el pequeño recorrido cambió de mano cuatro volúmenes que eran como su escudo de guerrero. Después habríamos de enterarnos que en ellos tenía señalados poemas de autores que ponían el sentimiento lleno de calor existencial.
      De su figura destacaba una frente abierta, despoblada, totalmente perlada con un sudor que corría en un rostro alegre; dominador de los espacios locales, de los nombres de sus coterráneos y coetáneos.
      Los fue nombrando uno por uno como quien saborea los recuerdos, nostalgias y rincones secretos. Los amigos estaban allí, habían asistido a escucharlo. Ahora él llegaba con triunfo, cargado de palabras llenas de sorpresas.
      Nos llevó en su alfombra mágica del tiempo a verlo como él se veía a sí mismo en el destierro, a los ocho años, en un lugar sórdido, solitario; impactado por los presagios de aburrimiento en que debe caer un enfermo de hepatitis y que gracias a la lectura, su descubrimiento, pudo recorrer con otros sentimientos.
      Tres largos meses trepado leí y leí para no aburrirme -decía-; ahora su rostro tiene el impacto de un festejo. Leí sin aburrirme. Sábanas teñidas con ese sudor ácido y amarillento que deja la enfermedad. Sin dolor aparente, sólo la punzada que reventaba en el costado lleno de queja y de abandono.
      Con la repetición quería demostrar que nada le sucedió en el fragor de la enfermedad y que había tenido que aprender a encontrar en los textos el sentido de las historias de los reyes que se mandaban hacer trajes de tela invisible y de cómo en su reino se trastocaba el comportamiento.
      Seguía pronunciando palabras profundas llenas de sabor, luego hizo revolotear mariposas en el cuello, habló de pechos adolescentes bordados con suspiros, estaba electrizado, con los ojos fijos en el recuerdo. Sabía que con lo dicho tenía la inmortalidad.
      Jonás está convencido de que la enfermedad le cambió la vida. Yo, en lo más íntimo, pienso, fue la enfermedad la que dio origen a su existencia.
      Bajó del escenario y comenzó a saludar a los amigos que se arremolinaron en torno. Entre paso y paso fue recogiendo uno por uno los recuerdos antes esparcidos; los fue colocando en la chistera de mago que apareció en sus manos. Cuando concluyó, se puso la chistera y fue ascendiendo lentamente hasta desaparecer en ella. Todos los que habíamos presenciado el acto, nos preguntábamos si aquello había sido real.