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ENRIQUE SADA SANDOVAL
Alumno de octavo semestre en
la carrera de Comercio Exterior
y Aduanas y miembro del taller literario de la
UIA Torreón. Ha publicado en la antología
Hoy no se fía y en la gaceta Paloma Azul. |
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A Flavia Lugo Casas
Quisiera lograr, tan sólo al verte,
hundir el corazón bajo la tierra;
echar raíz, quizá, si así pudiera
llegar a donde estás. Hollar el polvo,
la distancia temprana que conoces.
Sordo, cojeando
vuelvo a ti sobre estos cuatro
sentidos mutilados que me restan
y duelen por no hablarte en tanto tiempo.
Lo hacen ahora sin preámbulos,
en un jardín harto de nombres
que confusos se empolvan y se olvidan.
Hoy que salen sobrando
los segundos, al fin
parece que encontraste
un rincón para acostar nuestras cabezas
y compartir el mismo espacio,
el solo sitio donde guardan
tus manos celosas la caricia
o el beso que tu piel nunca pensó
reservar para esta piedra tímida
que apenas se atreve a deletrearte.
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Si supieras
que he sido un loco
olvidado entre tantos,
un menesteroso invisible
que viene o va sin alcanzarte,
y termina por ahorcarse en tantas calles
hechas nudo por la ausencia,
sin que tu voz lejana rompa
siquiera una o dos de mis palabras.
Espera hasta que rompa la mañana
mis pies, las arterias, el reloj,
y encuentre sitio bajo el suelo
a quien envidio por ti desde esa Hora.
¿Cuándo?
Tal vez hasta que suban
tus huesos impacientes a encontrarme,
sonrientes, ligeros, desde el polvo;
para dormir contigo alguna noche,
una sola de tantas que perdimos.
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