Tercer certamen de ensayo Agustín de Espinoza, s.j.

 

  ¿Es posible la identidad regional dentro de la globalización?
Edgar Salinas Uribe, s.j.
 

 

Edgar Salinas Uribe, licenciado en Filosofía y Ciencias Sociales y escolar jesuita, bajo el seudónimo de "Roni" obtuvo el primer lugar en el tercer certamen de ensayo Agustín de Espinoza, s.j., con el tema "¿Es posible la identidad regional dentro de la globalización?", convocado por la UIA Torreón, a través de la revista Acequias y abierto a todos los interesados en el tópico, a quienes por este medio agradecemos su valiosa participación.
      El segundo lugar fue para Ricardo Valtierra Díaz Infante, estudiante de la carrera de Psicología en la UIA León, con el trabajo "La identidad regional frente a la globalización: la defensa del respeto a las diferencias" firmado como "Ruca". El profesor del iteso Rutilio Tomás Rea Becerra bajo el seudónimo "Justicia Ciega", obtuvo el tercer lugar con el ensayo "La economía regional: atrapada por los procesos de globalización".
      Se otorgaron dos menciones honoríficas a Pedro Bermúdez Solís, profesor en Progreso Yucatán y a la señora Norma Leticia Calderón de Contreras, ama de casa y madre de una alumna de nuestra Institución; ambos firmaron sus trabajos como "Globo" y "Norma Tile", respectivamente. Considerando la pertinencia de su contenido, se sugirió la publicación del ensayo "Agustín de Espinoza, s.j.: identidad y globalización" escrito por el maestro David Hernández, s.j. con el seudónimo "Irritila".
      El jurado estuvo integrado por la maestra Laura Orellana Trinidad, socióloga, candidata a doctora en Historia y profesora de la UIA Torreón y Luis García Abusaíd, economista, candidato a doctor en Sociología, investigador y periodista radicado en Saltillo, Coahuila. Los ensayos ganadores serán publicados en Acequias a partir del presente número.

 

A la memoria de Carlo Guliani y las víctimas del 11 de septiembre en Estados Unidos (y a las que, tal vez, siguieron después), acaso todos asesinados por el mismo demonio.

Ancladas al viento, las palabras con que Marx y Engels abrieron fuego en su memorable Manifiesto Comunista, de inmediato se esparcieron por cuanto punto cardinal había. Aquella famosa afirmación: "Un fantasma se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo", pronto quedó hundida en la memoria de quienes participaron en las luchas proletarias del siglo antepasado. Ciento cincuenta años más tarde, se ha hecho lugar común afirmar lo mismo, pero ahora, de la globalización: "Un fantasma se cierne sobre el planeta: el espectro de la globalización". Frase que en los hechos se ha vuelto el más común de los lugares.
      Y más todavía: parece irónica la facilidad con que puede parafrasearse aquella perícopa del Manifiesto... aplicándola a la globalización, podría quedar así: " ...contra ese espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja izquierda, y de la nueva también, lo mismo obreros que indígenas, estudiantes y globalifóbicos, oenegeros e intelectuales, los radicales monos negros y los zapatistas chiapanecos. No hay un solo partido democratizador a quien los adversarios no motejen de globalizado, ni un solo globalifóbico que no lance al rostro de las posturas más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de neoliberal y globalizador. De este hecho se desprenden dos consecuencias: la primera es que la globalización se halla reconocida como una realidad por todas las potencias y también por las que no lo son. La segunda, que ya es hora de que los globalifílicos expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda de espectro globalizador con un manifiesto de sus integrantes. Con este fin se han congregado en Davos, en Cancún, en Seattle y en Génova los representantes globalizadores de diferentes países, y han redactado el siguiente manifiesto que aparecerá en lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, japonesa y, por invitación, rusa." Y así se podía seguir parafraseando.
      En un momento de su exposición, los patriarcas barbados del comunismo intelectual escribieron una lista de las principales medidas a tomar una vez que el proletariado obtuviera el poder. Sucede lo mismo con la globalización contemporánea, cuya columna vertebral es la economía. De ella, sus sacerdotes formados ya no en Jerusalén o Roma, sino en Harvard o Chicago, han enunciado una serie de principios cuya alcurnia roza el nivel de doctrina religiosa. Apoyados en el desarrollo tecnológico y enarbolando el libre comercio, han decretado el decálogo que cada nuevo huésped ha de seguir para obtener, en su apreciación, el visionario, inevitable y honroso título de globalizador.
      ¿Qué requisitos se deben cumplir para ingresar al club de los globalifílicos contemporáneos? Facilitar a toda costa una libre circulación de mercancías, tecnología, dinero, patrones laborales y, en mucho menor medida, de trabajadores (el intento europeo tal vez será catalizador de esto último). Esa libertad económica y financiera ha sido apremiada por el presuroso desarrollo tecnológico y en comunicaciones, el rostro de la llamada tercera ola. Lo anterior implica que las decisiones estratégicas en los planos político, económico y de seguridad nacional se vayan tejiendo de tal modo que deban ser tomadas en función de variables globales que rebasan los meros intereses de una sola nación. Con ello, el tradicional concepto de soberanía nacional se ve canoso, y se urge a poner en marcha una nueva concepción de ella, sumamente apegada a los intereses globalizadores, quizá más claramente, a los intereses de las siete potencias globalizadoras contemporáneas.
      Usamos el término globalización contemporánea porque este no es el primer intento por mundializarnos, parece importante aludir a otros intentos por universalizar imponiendo, en su contexto histórico, dominios y paradigmas. Que la memoria nos hable de los intentos egipcio, romano, chino y, más recientemente, de los experimentos austro­húngaro y soviético, o el caso de las doctrinas religiosas que se pretendieron con la autoridad y la fórmula exacta para universalizarse. Todos ellos intentaron dominar cada vez más y a más. Si mal no recordamos, igualmente todos sucumbieron en su intento, unos muy pronto, otros se desmoronaron después, pero, finalmente, el tiempo implacable les hizo compartir la suerte de sus victimados. La historia se repite, dijo Marx, unas veces como farsa y otras como tragedia.
      Tres características particulares tiene el nuevo intento globalizador: es radicalmente económico, está soportado en el desarrollo tecnológico y el centro de toma de decisiones reposa ya no en un sólo Estado, sino en quienes detentan el capital financiero además del capital científico, es decir, incluso el y el no que definían la suerte de millones y millones de seres humanos, ya no tienen una nacionalidad particular, a no ser ésta la de la ganancia a ultranza. Desde luego que el aspecto militar sigue jugando un papel nodal en la orientación y manutención "ordenada" del dinamismo globalizador, de ahí lo remoto que se ve un cambio radical de modelo mientras las potencias tecnofinancieras son, al mismo tiempo, los colosos militares.
      Ahora bien, el tren globalizador ya no tiene marcha atrás. Ni siquiera un guardagujas divino nos libraría de él. Al menos no en lo que tiene como potencial de imbricación tecnológica, de transporte y comunicaciones. Todos estamos conectados. Lo que no significa que el actual sea el único modo de conectarnos, de globalizarnos. El modelo vigente ha venido a desafiar, también, la lenta dinámica que da forma a las culturas regionales. Las apresura, las estruja, les impone patrones, valores y comportamientos sin mayor contemplación, en muchos casos, que aquella necesaria para el mercado. Así pues, integrarse a los mercados globales conlleva construir identidades culturales que alberguen los caprichos de ese proceso, que no sean reactivos a él. El caso Chiapas es un claro ejemplo. La lógica del Plan Puebla-Panamá contraviene puntos medulares que configuran la identidad cultural de gran parte de los pobladores del territorio que se contempla impactar. Por eso el conflicto que allí observamos. Se confrontan no sólo intereses económicos o políticos; nos parece que lo grave es que se conflictúan visiones del mundo: identidades culturales; y esto es más difícil de entender y conciliar. Ejemplo: Acuerdos de San Andrés, postura del Congreso Nacional Indígena y dividida aceptación de la reforma a la Constitución mexicana en lo que se refiere a los indígenas. El hecho de que se apruebe una ley de este tipo no legitima la imposición de una visión del mundo sobre otra, no autoriza por decreto la irrupción de una cultura sobre otra, y el recurso de la fuerza pública para aplicar la ley, en estos casos, puede enfrentarse al recurso de la resistencia colectiva, tal vez pacífica, pero no se descarte la violenta.
      Nos parece que la visión de economía globalizadora que tiene al mercado como alma, necesariamente se ve enfrentada a culturas regionales o locales. No podía ser de otra manera. La pregunta es, ciertamente, hasta qué punto una puede imponerse y hasta cuál las otras pueden resistir.
      Sin embargo, considerando que las culturas son dinámicas, parece que la cuestión no debe plantearse en términos irreductibles del tipo globalización sí o no, o plantear posturas de resistencia suponiendo identidades culturales inmutables. Allí no habría salida al conflicto latente. Sí es posible la permanencia de culturas regionales dentro de la globalización, aunque muy difícil en una globalización bajo un paradigma económico que soslaye la prioridad de lo humano y sus necesidades básicas, que si bien son económicas, también son simbólicas, culturales. Tan es así esto último que, paradójicamente, mientras las olas de la globalización económica cada vez se apropian de más playas, han surgido movimientos nacionalistas apoyados en su recuerdo simbólico, reacios a tal dinamismo y dispuestos a defender, aún con violencia, intromisiones en sus modos de concebirse y vivirse como pueblos.
      En nuestra opinión, es difícil que un escenario de globalización económica extrema logre consolidarse, y más si no viene acompañado de una globalización que efectivamente, podría ser más peligrosa para las identidades regionales que la meramente económica: aquella que la tecnología de la imagen propone, esto es, la homogeneización espacio-temporal de las experiencias humanas simbólicas a través de los medios actuales de comunicación.
      Las manifestaciones de protesta cada vez que se reúne el grupo de los ocho, los incontables conflictos sociales que ya se están sucediendo por ejemplo en Latinoamérica, y otros conflictos étnico-nacionalistas y algunos fundamentalistas en Europa y Asia, y los peligros ambientales que están siendo cada vez más desagradablemente presentes, hacen suponer que pisar el acelerador al actual modo de globalizar es sumamente riesgoso para la estabilidad social mundial. Como terrífico ejemplo tenemos lo sucedido en Manhattan el 11 de septiembre de este año.
      Supuesto lo anterior, en lo que se refiere a la posibilidad de subsistir que tienen las identidades regionales ante el avasallador paso de la globalización económica, vale la pena traer a colación ejemplos de respuesta a esta dinámica. Allí está, como un caso, la particular forma de ir configurando una identidad, incluso transterritorial, por parte de los migrantes mexicanos a los Estados Unidos de Norteamérica. El surgimiento de una identidad mexicoamericana cada vez más definida desde el mismísimo territorio del Hermes de la globalización, debe llevarnos a considerar que el componente simbólico del colectivo humano no es fácil de borrar. Es, sin duda, un componente esencial de lo humano en cuanto tal, no necesariamente supeditado a un modo de organizar el mundo de forma meramente economicista. Repetimos aquí, sería más peligroso para la diversidad cultural un ataque de globalización simbólica, una especie de búsqueda de universalizar lenguajes, unificando visiones y respuestas. Y tal vez en el ámbito tecnológico nos encontremos en la puerta de entrada a las posibilidades para hacerlo.
      En otras palabras: los ritmos culturales de los pueblos no van a la par de los ruidos economicistas, aquellos son más lentos en su gestación, desarrollo y cambio; además, no siempre sus encuentros son negativos; el dinero, por su parte, suele tener prisa, es un ave inquieta: allí radica su fortaleza y también el pórtico de su debilidad.
      Para ir concluyendo: considerando que el factor simbólico o cultural del ser humano es uno de sus componentes esenciales para la convivencia, la conformación de identidades regionales es una situación humana necesaria, no por definición, pero así lo constatamos históricamente. Y es muy difícil, pues, que se imponga una sola identidad cultural apoyados con un argumento economicista como el del actual proceso globalizador. Nos parece que teóricamente, la mera suposición es errónea. Además, las respuestas a intentos de este tipo han sido múltiples: a veces la resistencia pacífica; en muchas otras, la violenta; o sencillamente, el surgimiento de identidades construidas lentamente a partir de otras, pero nunca, la abolición de la diversidad cultural.
      Ciertamente es una tarea titánica la que va dejando la globalización económica: las secuelas de pobreza y conflictos sociales desafían al pensamiento: ¿cómo lograr, entonces, que la carga del avance globalizador con los ejércitos de pobreza y desestabilidad social que arroja a su paso no sea el sello distintivo de la trastienda de la globalización?; u otra, ¿cómo aprovechar las ventajas que ofrece la globalización tecnológica y el desarrollo en comunicaciones para fomentar el diálogo intercultural respetuoso y, finalmente, favorecer el desarrollo humano global? En esto último, nos parece, atisbamos un reto mayúsculo, la vieja búsqueda de respuestas que lleven a construir ambientes sociales -ahora globales- equitativos y generosos en bienestar. Para terminar, insistimos en afirmar que, de suyo, el encuentro entre culturas no necesariamente es pernicioso. Para el caso que nos ocupa, encontramos un ejemplo que la misma globalización favorece y que de promoverse, modificaría radicalmente algunas culturas, y sin embargo nos parece positivo: la equidad entre las mujeres y los varones. En fin, el tema de la globalización está lleno de aristas enemigas de cualquier abordaje maniqueísta. Es una realidad complejísima que exige planteamientos similares. Contiene retos enormes que apelan a respuestas aún mayores. De forma que, finalmente consideramos que la pregunta no debe formularse en términos de las posibilidades que tienen las identidades regionales en esta realidad, sino en el tipo de configuraciones de las mismas, y acorde al dinamismo cultural, si éstas abren o no puertas para el desarrollo humano global.