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A la memoria de Carlo Guliani y las víctimas
del 11 de septiembre en Estados Unidos
(y a las que, tal vez, siguieron después),
acaso todos asesinados por el mismo demonio.
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Ancladas al viento, las palabras con que Marx y Engels abrieron fuego en su
memorable Manifiesto Comunista, de inmediato
se esparcieron por cuanto punto cardinal
había. Aquella famosa afirmación: "Un fantasma
se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo", pronto quedó hundida en la
memoria de quienes participaron en las luchas
proletarias del siglo antepasado. Ciento
cincuenta años más tarde, se ha hecho lugar
común afirmar lo mismo, pero ahora, de la
globalización: "Un fantasma se cierne sobre
el planeta: el espectro de la globalización".
Frase que en los hechos se ha vuelto el más
común de los lugares.
Y más todavía: parece irónica la
facilidad con que puede parafrasearse aquella
perícopa del Manifiesto... aplicándola a la
globalización, podría quedar así: " ...contra ese
espectro se han conjurado en santa jauría todas
las potencias de la vieja izquierda, y de la nueva también, lo mismo obreros que
indígenas, estudiantes y globalifóbicos, oenegeros e
intelectuales, los radicales monos negros y los zapatistas chiapanecos. No hay un solo
partido democratizador a quien los adversarios no motejen de globalizado, ni un solo
globalifóbico que no lance al rostro de las
posturas más avanzadas, lo mismo que a los
enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante
de neoliberal y globalizador. De este hecho se desprenden dos consecuencias: la primera
es que la globalización se halla reconocida
como una realidad por todas las potencias y también por las que no lo son. La segunda,
que ya es hora de que los globalifílicos expresen
a la luz del día y ante el mundo entero
sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones,
saliendo así al paso de esa leyenda de espectro
globalizador con un manifiesto de sus integrantes. Con este fin se han congregado en
Davos, en Cancún, en Seattle y en Génova los
representantes globalizadores de diferentes
países, y han redactado el siguiente manifiesto
que aparecerá en lengua inglesa, francesa,
alemana, italiana, japonesa y, por invitación,
rusa." Y así se podía seguir parafraseando.
En un momento de su exposición, los patriarcas barbados del comunismo
intelectual escribieron una lista de las
principales medidas a tomar una vez que el
proletariado obtuviera el poder. Sucede lo mismo con
la globalización contemporánea, cuya
columna vertebral es la economía. De ella, sus
sacerdotes formados ya no en Jerusalén o Roma,
sino en Harvard o Chicago, han enunciado una serie de principios cuya alcurnia roza el
nivel de doctrina religiosa. Apoyados en el
desarrollo tecnológico y enarbolando el libre
comercio, han decretado el decálogo que cada
nuevo huésped ha de seguir para obtener, en
su apreciación, el visionario, inevitable y
honroso título de globalizador.
¿Qué requisitos se deben cumplir
para ingresar al club de los globalifílicos
contemporáneos? Facilitar a toda costa una
libre circulación de mercancías, tecnología,
dinero, patrones laborales y, en mucho menor medida, de trabajadores (el intento europeo tal
vez será catalizador de esto último). Esa
libertad económica y financiera ha sido
apremiada por el presuroso desarrollo tecnológico y
en comunicaciones, el rostro de la llamada tercera ola. Lo anterior implica que las
decisiones estratégicas en los planos político,
económico y de seguridad nacional se vayan
tejiendo de tal modo que deban ser tomadas en función de variables globales que rebasan
los meros intereses de una sola nación. Con
ello, el tradicional concepto de soberanía
nacional se ve canoso, y se urge a poner en marcha
una nueva concepción de ella, sumamente
apegada a los intereses globalizadores, quizá
más claramente, a los intereses de las siete
potencias globalizadoras contemporáneas.
Usamos el término globalización
contemporánea porque este no es el primer
intento por mundializarnos, parece importante
aludir a otros intentos por universalizar imponiendo, en su contexto histórico, dominios
y paradigmas. Que la memoria nos hable de los intentos egipcio, romano, chino y,
más recientemente, de los experimentos
austrohúngaro y soviético, o el caso de las
doctrinas religiosas que se pretendieron con la
autoridad y la fórmula exacta para
universalizarse. Todos ellos intentaron dominar cada vez
más y a más. Si mal no recordamos,
igualmente todos sucumbieron en su intento, unos
muy pronto, otros se desmoronaron después, pero, finalmente, el tiempo implacable
les hizo compartir la suerte de sus victimados. La historia se repite, dijo Marx, unas
veces como farsa y otras como tragedia.
Tres características particulares tiene
el nuevo intento globalizador: es radicalmente económico, está soportado en el
desarrollo tecnológico y el centro de toma de
decisiones reposa ya no en un sólo Estado, sino en
quienes detentan el capital financiero además
del capital científico, es decir, incluso el
sí y el no que definían la suerte de millones y
millones de seres humanos, ya no tienen una
nacionalidad particular, a no ser ésta la de la
ganancia a ultranza. Desde luego que el aspecto militar sigue jugando un papel nodal en
la orientación y manutención "ordenada"
del dinamismo globalizador, de ahí lo
remoto que se ve un cambio radical de modelo mientras las potencias tecnofinancieras
son, al mismo tiempo, los colosos militares.
Ahora bien, el tren globalizador ya no tiene marcha atrás. Ni siquiera un
guardagujas divino nos libraría de él. Al menos no
en lo que tiene como potencial de
imbricación tecnológica, de transporte y
comunicaciones. Todos estamos conectados. Lo que no
significa que el actual sea el único modo de
conectarnos, de globalizarnos. El modelo vigente ha venido a desafiar, también, la lenta
dinámica que da forma a las culturas
regionales. Las apresura, las estruja, les impone
patrones, valores y comportamientos sin mayor contemplación, en muchos casos, que
aquella necesaria para el mercado. Así pues,
integrarse a los mercados globales conlleva
construir identidades culturales que alberguen los caprichos de ese proceso, que no sean
reactivos a él. El caso Chiapas es un claro
ejemplo. La lógica del Plan Puebla-Panamá
contraviene puntos medulares que configuran la
identidad cultural de gran parte de los
pobladores del territorio que se contempla impactar.
Por eso el conflicto que allí observamos.
Se confrontan no sólo intereses económicos
o políticos; nos parece que lo grave es que
se conflictúan visiones del mundo:
identidades culturales; y esto es más difícil de entender
y conciliar. Ejemplo: Acuerdos de San
Andrés, postura del Congreso Nacional Indígena
y dividida aceptación de la reforma a la
Constitución mexicana en lo que se refiere a
los indígenas. El hecho de que se apruebe
una ley de este tipo no legitima la imposición
de una visión del mundo sobre otra, no
autoriza por decreto la irrupción de una cultura
sobre otra, y el recurso de la fuerza pública
para aplicar la ley, en estos casos, puede
enfrentarse al recurso de la resistencia colectiva, tal
vez pacífica, pero no se descarte la violenta.
Nos parece que la visión de
economía globalizadora que tiene al mercado
como alma, necesariamente se ve enfrentada a culturas regionales o locales. No podía ser
de otra manera. La pregunta es,
ciertamente, hasta qué punto una puede imponerse
y hasta cuál las otras pueden resistir.
Sin embargo, considerando que las culturas son dinámicas, parece que la cuestión
no debe plantearse en términos irreductibles
del tipo globalización sí o no, o plantear
posturas de resistencia suponiendo identidades
culturales inmutables. Allí no habría salida al
conflicto latente. Sí es posible la permanencia
de culturas regionales dentro de la
globalización, aunque muy difícil en una globalización
bajo un paradigma económico que soslaye la prioridad de lo humano y sus
necesidades básicas, que si bien son económicas,
también son simbólicas, culturales. Tan es así
esto último que, paradójicamente, mientras
las olas de la globalización económica cada vez
se apropian de más playas, han surgido
movimientos nacionalistas apoyados en su recuerdo simbólico, reacios a tal dinamismo
y dispuestos a defender, aún con violencia, intromisiones en sus modos de concebirse
y vivirse como pueblos.
En nuestra opinión, es difícil que un
escenario de globalización económica
extrema logre consolidarse, y más si no viene
acompañado de una globalización que
efectivamente, podría ser más peligrosa para las
identidades regionales que la meramente económica:
aquella que la tecnología de la imagen
propone, esto es, la homogeneización
espacio-temporal de las experiencias humanas simbólicas a
través de los medios actuales de comunicación.
Las manifestaciones de protesta cada vez que se reúne el grupo de los ocho, los
incontables conflictos sociales que ya se
están sucediendo por ejemplo en Latinoamérica,
y otros conflictos étnico-nacionalistas y
algunos fundamentalistas en Europa y Asia, y los peligros ambientales que están siendo
cada vez más desagradablemente presentes,
hacen suponer que pisar el acelerador al actual modo de globalizar es sumamente
riesgoso para la estabilidad social mundial. Como terrífico ejemplo tenemos lo sucedido
en Manhattan el 11 de septiembre de este año.
Supuesto lo anterior, en lo que se refiere a la posibilidad de subsistir que tienen
las identidades regionales ante el avasallador paso de la globalización económica, vale
la pena traer a colación ejemplos de respuesta
a esta dinámica. Allí está, como un caso,
la particular forma de ir configurando una identidad, incluso transterritorial, por
parte de los migrantes mexicanos a los Estados Unidos de Norteamérica. El surgimiento
de una identidad mexicoamericana cada vez
más definida desde el mismísimo territorio
del Hermes de la globalización, debe llevarnos
a considerar que el componente simbólico
del colectivo humano no es fácil de borrar.
Es, sin duda, un componente esencial de lo humano en cuanto tal, no
necesariamente supeditado a un modo de organizar el
mundo de forma meramente economicista. Repetimos aquí, sería más peligroso para la
diversidad cultural un ataque de globalización
simbólica, una especie de búsqueda de
universalizar lenguajes, unificando visiones y
respuestas. Y tal vez en el ámbito tecnológico
nos encontremos en la puerta de entrada a las posibilidades para hacerlo.
En otras palabras: los ritmos culturales de los pueblos no van a la par de los
ruidos economicistas, aquellos son más lentos en
su gestación, desarrollo y cambio; además,
no siempre sus encuentros son negativos; el dinero, por su parte, suele tener prisa, es
un ave inquieta: allí radica su fortaleza y
también el pórtico de su debilidad.
Para ir concluyendo: considerando que el factor simbólico o cultural del ser humano
es uno de sus componentes esenciales para la convivencia, la conformación de
identidades regionales es una situación humana
necesaria, no por definición, pero así lo
constatamos históricamente. Y es muy difícil,
pues, que se imponga una sola identidad cultural apoyados con un argumento
economicista como el del actual proceso globalizador.
Nos parece que teóricamente, la mera
suposición es errónea. Además, las respuestas a
intentos de este tipo han sido múltiples: a veces
la resistencia pacífica; en muchas otras, la
violenta; o sencillamente, el surgimiento de identidades construidas lentamente a
partir de otras, pero nunca, la abolición de
la diversidad cultural.
Ciertamente es una tarea titánica la que va dejando la globalización económica:
las secuelas de pobreza y conflictos sociales desafían al pensamiento: ¿cómo lograr,
entonces, que la carga del avance globalizador con
los ejércitos de pobreza y desestabilidad
social que arroja a su paso no sea el sello
distintivo de la trastienda de la globalización?; u
otra, ¿cómo aprovechar las ventajas que ofrece
la globalización tecnológica y el desarrollo
en comunicaciones para fomentar el diálogo intercultural respetuoso y, finalmente,
favorecer el desarrollo humano global? En esto
último, nos parece, atisbamos un reto mayúsculo, la vieja búsqueda de
respuestas que lleven a construir ambientes sociales
-ahora globales- equitativos y generosos en bienestar. Para terminar, insistimos
en afirmar que, de suyo, el encuentro entre culturas no necesariamente es
pernicioso. Para el caso que nos ocupa, encontramos
un ejemplo que la misma globalización
favorece y que de promoverse, modificaría radicalmente algunas culturas, y sin
embargo nos parece positivo: la equidad entre las mujeres y los varones. En fin, el tema de
la globalización está lleno de aristas enemigas
de cualquier abordaje maniqueísta. Es una
realidad complejísima que exige
planteamientos similares. Contiene retos enormes que
apelan a respuestas aún mayores. De forma
que, finalmente consideramos que la pregunta no debe formularse en términos de las
posibilidades que tienen las identidades regionales
en esta realidad, sino en el tipo de configuraciones de las mismas, y acorde al
dinamismo cultural, si éstas abren o no puertas para
el desarrollo humano global.
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