Iturbide:
¿libertador de México?

Enrique Sada Sandoval
  ENRIQUE SADA SANDOVAL
Alumno de octavo semestre en la carrera de Comercio Exterior y Aduanas y miembro del taller literario de la UIA Laguna. Ha publicado en la antología Hoy no se fía y en la gaceta Paloma Azul.

¿Quién borrará tu nombre de la Historia
sin borrar de tu enseña sus colores?

Amado Nervo

El 15 septiembre de 1910, México celebra las fiestas del primer centenario de su independencia. Las calles revientan en desfiles alegóricos secundados por grandes banquetes; el zócalo de la capital se viste de luces y colores, los cielos se pintan en ráfagas con juegos pirotécnicos. Entre el repique de campanas se da el "grito" y voces llenas de untuosa retórica elevan "vivas" a los hombres de la primera revolución de insurgencia, cuyos restos reposan al pie del ángel que se eleva en el Paseo de la Reforma. Las masas envueltas en la farsa teatral de aquella noche ignoran el papel que juegan. No saben que secundan por decreto una interpretación histórica oficial y que lejos de conmemorar su emancipación, en efecto, celebran aquel día por ser el cumpleaños de su presidente: el general Porfirio Díaz.
      Ajena a cuanto ocurre en ese momento, en un rincón oscuro de la catedral metropolitana se encuentra la capilla de San Felipe. Ahí se levanta sobre un nicho, callada e indiferente, la urna de cristal que guarda los restos de quien fuera en vida el verdadero libertador de la nación que se aglutina afuera: Agustín de Iturbide.
      La historiografía oficial, de manera perniciosa, ha condenado largamente a Iturbide al oprobio o al olvido, sobre todo tras el encono de la intervención francesa y del segundo imperio (Maximiliano había adoptado a su nieto, Agustín Iturbide y Green, como príncipe heredero). A diferencia de otros libertadores de América como Bolívar, San Martín y Washington, la inquina en su contra se ha extremado hasta el grado de negarle, más que el sitio que merece en el calendario cívico, el título de padre de la nación y libertador de México.

 

      Se ha acusado a Iturbide de ser enemigo de la independencia por haber combatido a los primeros insurgentes. Nada más falso, puesto que él, como la mayoría de los criollos, estaba de acuerdo con alcanzarla desde que era coronel realista, aunque eso sí, nunca comulgó con los procedimientos de los primeros insurgentes, a los que combatió con severidad. La desolación, los asesinatos y el pillaje fueron, en efecto, los únicos resultados visibles de la primera insurrección. Esto explica porqué una gran cantidad de partidarios de la independencia prefirieron apoyar al virrey ante el peligro que suponía para sus vidas y propiedades el paso de la multitud sin cabeza.
      Los detractores de Iturbide olvidan, con su corta memoria, que fue su ingenio político-militar el que alcanzó en cuestión de meses todo aquello que diez años de lucha fratricida y estéril no lograron: la emancipación sin derramamiento de sangre, con la entrada triunfal del ejército trigarante a la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. A él se debió la anexión de Centroamérica, que pidió su incorporación al imperio mexicano que en ese entonces extendió su territorio desde Oregon y las márgenes del río Mississipi hasta Panamá.
      Ante el rechazo de Fernando VII para reconocer la independencia de México, junto a la prohibición de sus parientes para aceptar la corona que se le ofrecía, el pueblo propone libremente que Iturbide (quien se desempeñaba como regente del imperio) sea coronado.
      Sorprendido por la manifestación cívico-militar fuera de su casa y los gritos de "¡Viva Agustín Primero!", tuvo que salir al balcón para pedirles calma a sus seguidores. No estuvo seguro de aceptar la corona hasta que sus amigos y colaboradores cercanos lo convencieron de ceder a las demandas del pueblo.
      Algunos días después, ya en la intimidad, en una carta Iturbide le confiaría sus pensamientos a Bolívar, considerándolo el único hombre de América que podía comprenderlo: "Carezco de la fuerza necesaria para empuñar un cetro; lo repugné, y cedí al fin por evitar males a mi patria, próxima a sucumbir de nuevo, si no a la antigua esclavitud, sí a los males de la anarquía".
      Ante la aclamación del pueblo, el congreso se reunió a deliberar, y por votación mayoritaria se procedió a proclamar a Iturbide emperador constitucional de México. Dos días después la decisión sería ratificada, esta vez, por unanimidad.
      Lo anterior desmiente a quienes alegan que la elección de Iturbide como emperador fue viciada de origen y que no contaba con el voto popular. Lucas Alamán, que no simpatiza con Iturbide, manifiesta que todas las provincias del imperio aceptaron con grandes muestras de júbilo su elevación al trono; y Lorenzo de Zavala reconoce que la inmensa mayoría de la nación estaba a favor del Imperio. Francisco Bulnes, historiador republicano y liberal, lo confirma en pleno siglo XX:

      En 1910 he visto sostener unánimemente por todos
      los escritores jacobinos, que para que haya demo-
      cracia basta que el gobernante emane de la volun-
      tad de la mayoría del pueblo. Conforme a esta
      doctrina (...), debe asegurarse que Iturbide con su
      imperio fundó la democracia mexicana de la mane-
      ra más correcta y completa.

      Otra acusación sin fundamento es que disolvió el congreso para convertirse en monarca absoluto. La realidad difiere totalmente, pues las pugnas por el poder entre facciones, la envidia y la amenaza del exterior no se hicieron esperar. El congreso en vez de dividirse en dos cámaras o empezar a redactar la Constitución esperada, todo el tiempo se dedicó a obstaculizar al emperador o a conspirar en su contra. Esto por acción de la masonería escocesa y las maniobras efectuadas por Joel Poinsett, agente confidencial de los Estados Unidos en México, quien veía a Iturbide con gran desprecio debido a que éste se negó a entregar a su gobierno parte del territorio nacional que deseaba a cambio de reconocer a México como nación independiente.
      La conspiración fue descubierta y se aprehendió a sus participantes, de los cuales, no pocos eran diputados; en vista de ello, recibiendo miles de cartas de las provincias y escuchando el parecer de muchos, disolvió el congreso y estableció de manera provisional una Junta Nacional Instituyente mientras convocaba a elecciones para un nuevo congreso. Nadie lamentó la desaparición de este órgano político y el pueblo, por este hecho, volvió a llamarlo libertador.
      Sin embargo, todo esto fue el pretexto ideal para los enemigos de Iturbide, y los generales de la Garza, Santa Anna, Bravo y Guerrero -amigos y colaboradores de Poinsett- iniciaron levantamientos en su contra, aunque fracasaron por falta de apoyo popular. Iturbide pensó que todo era un malentendido, puesto que él deseaba que se hubiera un congreso; pero una vez convencido de la mala fe de quienes dirigían el movimiento en su contra, incluso pensó en combatirlos. Contaba en todo momento con el apoyo popular, así como con los medios necesarios y gran parte del ejército. Pero, ¿cómo reafirmar un trono que nunca ambicionó derramando sangre mexicana?
      Resentido por las voluntades desleales, restableció el viejo congreso y presentó su abdicación. El congreso, para humillarlo todavía más, no quiso discutir, manifestando, contrario a lo dicho meses antes, que la coronación había sido obra de la violencia. Con el fin de evitar una guerra civil, Iturbide decidió exiliarse, y en mayo de 1823 partió rumbo a Europa.
      Las provincias de Centroamérica no tardaron en mostrar su apoyo a Iturbide junto a la inconformidad respecto a su abdicación, por lo que se declararon independientes de México. Provincias como Querétaro, Michoacán, México y Guadalajara manifestaron la misma disposición mediante levantamientos armados.
      Una vez en el exilio, Iturbide publicó sus memorias en Inglaterra, a donde le llegaban miles de cartas de México, las cuales le hablaban de la anarquía en que había caído el país y pedían su regreso. Él, a su vez, informado de los planes de una invasión española para reconquistar México, decide volver para prevenir a las autoridades y ponerse a su disposición como simple soldado. Sus enemigos temen ser desplazados del poder con su retorno y por órdenes del congreso, es aprehendido al desembarcar en Soto la Marina. Es condenado a muerte sin ser sometido a juicio -derecho que no se le niega ni al peor criminal- y a morir fusilado en Padilla, Tamaulipas. Sus últimas palabras al pueblo fueron de obediencia al gobierno que lo ejecutaba y en defensa de su libertad ante cualquier intento de reconquista española: "Mexicanos, ¡muero gustoso porque muero entre vosotros!".
      Al saberse su muerte, se produjo una gran conmoción y México nunca volvió a ser el mismo. Acerca de este hecho, Manuel Payno afirma que "La muerte de Iturbide es una de las manchas más vergonzosas de nuestra historia. El pueblo que pone las manos sobre la cabeza de su Libertador es tan culpable como el hijo que atenta contra la vida de su padre".
      "¿Qué aberración tan monstruosa, sólo vista en México -dice Alfonso Junco- (...) loar la libertad y maldecir al libertador, glorificar la obra y desdeñar al obrero, tomar el don y escarnecer al que lo da? (...) Iturbide es una gloria de México (...) Su genio militar, su visión política, su gobierno magnánimo, su abdicación gloriosa, su decencia personal, su amor al pueblo y el amor de su pueblo, pónenlo entre las figuras universales"
      Iturbide no es héroe de facción, como ingenuamente algunos creen, es un héroe nacional a secas. Para honrarlo bastan dos cosas: saber historia y ser justo. Este 27 de septiembre México cumple 180 años como nación independiente, y hasta ahora, no se ha dado algún intento por reivindicar la imagen de Iturbide, otorgándole la importancia que tiene en la consolidación de nuestra patria.
      Hoy más que nunca, suena un eco lejano que se pierde. Las últimas palabras que el héroe de Iguala dejara escritas en sus memorias: "Cuando instruyáis a vuestros hijos en la historia de la patria, inspiradles amor por el jefe del ejército trigarante (...) quien empleó el mejor tiempo de su vida para que fueseis dichosos".

Bibliografía
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