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Se ha acusado a Iturbide de ser enemigo de la independencia por haber combatido
a los primeros insurgentes. Nada más falso,
puesto que él, como la mayoría de los
criollos, estaba de acuerdo con alcanzarla desde
que era coronel realista, aunque eso sí,
nunca comulgó con los procedimientos de los
primeros insurgentes, a los que combatió
con severidad. La desolación, los asesinatos y
el pillaje fueron, en efecto, los únicos
resultados visibles de la primera insurrección. Esto
explica porqué una gran cantidad de
partidarios de la independencia prefirieron apoyar
al virrey ante el peligro que suponía para
sus vidas y propiedades el paso de la multitud sin cabeza.
Los detractores de Iturbide olvidan, con su corta memoria, que fue su ingenio
político-militar el que alcanzó en cuestión
de meses todo aquello que diez años de
lucha fratricida y estéril no lograron: la
emancipación sin derramamiento de sangre, con
la entrada triunfal del ejército trigarante a
la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. A él se debió la anexión de
Centroamérica, que pidió su incorporación al
imperio mexicano que en ese entonces extendió
su territorio desde Oregon y las márgenes del
río Mississipi hasta Panamá.
Ante el rechazo de Fernando VII para reconocer la independencia de México,
junto a la prohibición de sus parientes para
aceptar la corona que se le ofrecía, el pueblo
propone libremente que Iturbide (quien se
desempeñaba como regente del imperio) sea coronado.
Sorprendido por la manifestación
cívico-militar fuera de su casa y los gritos de
"¡Viva Agustín Primero!", tuvo que salir al
balcón para pedirles calma a sus seguidores. No
estuvo seguro de aceptar la corona hasta que sus amigos y colaboradores cercanos lo
convencieron de ceder a las demandas del pueblo.
Algunos días después, ya en la
intimidad, en una carta Iturbide le confiaría sus
pensamientos a Bolívar, considerándolo el
único hombre de América que podía
comprenderlo: "Carezco de la fuerza necesaria para
empuñar un cetro; lo repugné, y cedí al fin por
evitar males a mi patria, próxima a sucumbir
de nuevo, si no a la antigua esclavitud, sí a
los males de la anarquía".
Ante la aclamación del pueblo, el congreso se reunió a deliberar, y por votación
mayoritaria se procedió a proclamar a
Iturbide emperador constitucional de México.
Dos días después la decisión sería ratificada,
esta vez, por unanimidad.
Lo anterior desmiente a quienes alegan que la elección de Iturbide como
emperador fue viciada de origen y que no contaba con
el voto popular. Lucas Alamán, que no simpatiza con Iturbide, manifiesta que todas
las provincias del imperio aceptaron con grandes muestras de júbilo su elevación al trono;
y Lorenzo de Zavala reconoce que la inmensa mayoría de la nación estaba a favor del
Imperio. Francisco Bulnes, historiador republicano y liberal, lo confirma en pleno siglo
XX:
En 1910 he visto sostener unánimemente por todos
los escritores jacobinos, que para que haya demo-
cracia basta que el gobernante emane de la volun-
tad de la mayoría del pueblo. Conforme a esta
doctrina (...), debe asegurarse que Iturbide con su
imperio fundó la democracia mexicana de la mane-
ra más correcta y completa.
Otra acusación sin fundamento es que disolvió el congreso para convertirse en
monarca absoluto. La realidad difiere totalmente, pues las pugnas por el poder entre
facciones, la envidia y la amenaza del exterior no
se hicieron esperar. El congreso en vez de dividirse en dos cámaras o empezar a redactar
la Constitución esperada, todo el tiempo se
dedicó a obstaculizar al emperador o a
conspirar en su contra. Esto por acción de la
masonería escocesa y las maniobras efectuadas por
Joel Poinsett, agente confidencial de los Estados Unidos en México, quien veía a Iturbide
con gran desprecio debido a que éste se negó
a entregar a su gobierno parte del territorio nacional que deseaba a cambio de
reconocer a México como nación independiente.
La conspiración fue descubierta y se
aprehendió a sus participantes, de los cuales,
no pocos eran diputados; en vista de ello, recibiendo miles de cartas de las provincias
y escuchando el parecer de muchos, disolvió
el congreso y estableció de manera
provisional una Junta Nacional Instituyente
mientras convocaba a elecciones para un nuevo
congreso. Nadie lamentó la desaparición de
este órgano político y el pueblo, por este
hecho, volvió a llamarlo libertador.
Sin embargo, todo esto fue el pretexto ideal para los enemigos de Iturbide, y
los generales de la Garza, Santa Anna, Bravo y Guerrero -amigos y colaboradores
de Poinsett- iniciaron levantamientos en su contra, aunque fracasaron por falta de
apoyo popular. Iturbide pensó que todo era un
malentendido, puesto que él deseaba que se
hubiera un congreso; pero una vez convencido de la mala fe de quienes dirigían el
movimiento en su contra, incluso pensó en
combatirlos. Contaba en todo momento con el apoyo popular, así como con los medios
necesarios y gran parte del ejército. Pero,
¿cómo reafirmar un trono que nunca
ambicionó derramando sangre mexicana?
Resentido por las voluntades desleales, restableció el viejo congreso y presentó
su abdicación. El congreso, para humillarlo todavía más, no quiso discutir,
manifestando, contrario a lo dicho meses antes, que la
coronación había sido obra de la violencia.
Con el fin de evitar una guerra civil, Iturbide decidió exiliarse, y en mayo de 1823
partió rumbo a Europa.
Las provincias de Centroamérica no tardaron en mostrar su apoyo a Iturbide junto
a la inconformidad respecto a su
abdicación, por lo que se declararon independientes
de México. Provincias como Querétaro,
Michoacán, México y Guadalajara manifestaron
la misma disposición mediante
levantamientos armados.
Una vez en el exilio, Iturbide publicó
sus memorias en Inglaterra, a donde le llegaban miles de cartas de México, las cuales le
hablaban de la anarquía en que había caído el
país y pedían su regreso. Él, a su vez,
informado de los planes de una invasión española
para reconquistar México, decide volver
para prevenir a las autoridades y ponerse a su disposición como simple soldado. Sus
enemigos temen ser desplazados del poder con su
retorno y por órdenes del congreso, es
aprehendido al desembarcar en Soto la Marina. Es
condenado a muerte sin ser sometido a juicio -derecho que no se le niega ni al peor
criminal- y a morir fusilado en Padilla, Tamaulipas. Sus últimas palabras al pueblo fueron
de obediencia al gobierno que lo ejecutaba y en defensa de su libertad ante cualquier
intento de reconquista española: "Mexicanos,
¡muero gustoso porque muero entre vosotros!".
Al saberse su muerte, se produjo una gran conmoción y México nunca volvió a ser
el mismo. Acerca de este hecho, Manuel Payno afirma que "La muerte de Iturbide es una
de las manchas más vergonzosas de nuestra historia. El pueblo que pone las manos
sobre la cabeza de su Libertador es tan culpable como el hijo que atenta contra la vida de
su padre".
"¿Qué aberración tan monstruosa,
sólo vista en México -dice Alfonso Junco-
(...) loar la libertad y maldecir al libertador,
glorificar la obra y desdeñar al obrero, tomar
el don y escarnecer al que lo da? (...) Iturbide es una gloria de México (...) Su genio militar,
su visión política, su gobierno
magnánimo, su abdicación gloriosa, su decencia
personal, su amor al pueblo y el amor de su
pueblo, pónenlo entre las figuras universales"
Iturbide no es héroe de facción, como
ingenuamente algunos creen, es un héroe nacional a secas. Para honrarlo bastan dos
cosas: saber historia y ser justo. Este 27 de
septiembre México cumple 180 años como
nación independiente, y hasta ahora, no se ha
dado algún intento por reivindicar la imagen
de Iturbide, otorgándole la importancia que tiene en la consolidación de nuestra patria.
Hoy más que nunca, suena un eco lejano que se pierde. Las últimas palabras que
el héroe de Iguala dejara escritas en sus
memorias: "Cuando instruyáis a vuestros hijos en
la historia de la patria, inspiradles amor por el jefe del ejército trigarante (...) quien
empleó el mejor tiempo de su vida para que
fueseis dichosos".
Bibliografía
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