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JAIME MUÑOZ VARGAS
Licenciado en Ciencias de la Información y candidato a maestro
en Historia. Investigador en el Archivo Histórico y coordinador del
taller literario de la UIA Laguna. Ha publicado, entre otros,
El augurio de la lumbre, Pálpito de la sierra
tarahumara y El principio del terror. |
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Como los Cuatro viajes del
Almirante, como la Brevísima
crónica..., como las Cartas de
relación, como todos los documentos, la Historia
verdadera de la conquista de la Nueva
España admite un amplio número de lecturas.
Prácticamente podemos ver en esos textos lo que se nos
antoje: un relato de aventuras, una
acusación humanista, un mosaico descriptivo, una
disparatada fabulación, una crónica que
da cuenta del heroísmo español, un sumario
de la brutalidad europea en el nuevo mundo, etcétera. Cada usuario de un texto
puede asimilarlo desde su propia historicidad y desde sus propios intereses, de eso no
cabe duda. Pero la historia, aunque se sirve de la narración, no es literatura, y siempre
será mejor recibida, por lo menos en el
ámbito académico, aquella interpretación del
documento que más pruebas aporte para llegar
al mejor entendimiento de un código verbal enhebrado en el pretérito.
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Eso hace Alfonso Mendiola Mejía en Bernal Díaz del Castillo: verdad romanesca
y verdad historiográfica, un ensayo de
interpretación que propone nuevas rutas de acceso a
la célebre Historia verdadera... Mendiola Mejía
es doctor en Historia y ha trabajado en
diferentes instituciones de educación
superior; actualmente imparte cursos de posgrado en
la Universidad Iberoamericana Santa Fe (ciudad de México) y es director de la
revista Historia y grafía que publica el Departamento de
Historia de esa misma institución.
Bernal Díaz... focaliza su mirada no
tanto en la obra del soldado español, sino en
el contexto que sirvió de caldo a su escritura,
en el receptor de un documento distante de nosotros en el tiempo y, sobre todo, en
el complejo territorio de la mentalidad. Para Mendiola Mejía, la importancia del lector
es capital, tanto que ya no puede disociar una interpretación del pasado inscrito en la
textualidad sin antes considerar, primero, al lector primigenio del documento y,
segundo, al lector que hoy lo escudriña, un lector
indefectiblemente histórico, "en situación".
Esto se puede enunciar con una frase que tiene cierto aire de aforismo: no hay texto sin
contexto, y Mendiola Mejía lo sabe muy
bien, tanto que Bernal Díaz... es sustancialmente
un libro que pretende -con el soporte teórico
de Gadamer, Ingarden, Jauss e Iser- reconstruir
al lector original de la Historia
verdadera..., propósito que básicamente implica separar
y hacer explícita, hasta donde esto es posible,
la distancia que media entre el horizonte mental del receptor modelo u original y el
de quien hoy se sumerge en las páginas bernaldianas.
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Bernal Díaz... avanza con tiento
metodológico y, no está de más mencionarlo, con
una prosa educada en lo mejor de la
tradición académica, de suerte que sin detrimento
del contenido -a veces necesariamente denso- la forma posibilita un recorrido ajeno a
la ingratitud y la aridez que suelen tener los textos científicos.
La obra está armada en dos partes: la primera, "¿Qué es la historia en la
Edad Media?", alberga ocho capítulos que
buscan responder a la pregunta que se plantea en
el frontis de este segmento. La segunda,
"Aproximación a la recepción de la Historia
verdadera... durante el siglo XX", contiene
cuatro capítulos que ofrecen otros tantos
acercamientos a, entre otros, el acto de leer,
dos recepciones de la Historia verdadera... en el siglo
XX (las de Ramón Iglesia y Miguel León-Portilla) y la lectura que
pudieron hacer los coetáneos de Díaz del Castillo en
el horizonte de expectativas de los siglos XVI y
XVII. El rótulo de la conclusión insinúa,
pues, la desembocadura natural de un libro cuya intención era ponderar, desde el inicio,
"La historicidad del acto de leer". El libro se
complementa con dos piezas apendiculares: el prólogo de Guy Rozat y un agregado
("Cinco años después") que Mendiola Mejía le hace
a la segunda edición (de 1995, la primera
data del 91).
Los ocho trancos de la primera parte conforman una entrada en materia digna de
ser considerada, creemos, no sólo por
aquellos entusiasmados en la crónica
bernaldiana. Parecería excesivo recomendar -a los
estudiosos profesionales y a los amateurs de la oceánica documentación propiciada por
el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo- esta reubicación de la
coyuntura espiritual que compartían los soldados,
los misioneros y todos aquellos que se embarcaron en la empresa colonizadora de las
Indias. El constructo Edad Media es trabajado
aquí, sobre todo, para dejar sentado que su
hipotética contradicción, el Renacimiento, es
otro constructo que tiene más de ilusorio que
de real, por lo menos en el momento en el que se desata la epidemia conquistadora
española. En una palabra, fueron cristianos
medievales, no vanguardistas del Renacimiento
emergente, los hombres que escribieron las
primeras páginas de la conquista en el Nuevo
Mundo. Su cosmovisión es, luego, la de
hombres atravesados por el influjo que dimanaba de "la única institución que cumple la
función de homogenizar los valores y las ideas",
la Iglesia, "por ello la verdadera unidad de
la civilización medieval es de orden
religioso". Entender la mentalidad del español
promedio -el que trepó a los barcos con
catalejo, Biblia o arcabuz- como la de un
renacentista puro es morder el anzuelo de una
generalización, de un a priori que en poco socorre ya
la interpretación de los documentos que
sobreviven de aquel periodo. La Edad Media se erige entonces como el centro del
discurso trabado por Mendiola Mejía en este
apartado de Bernal Díaz... (por ejemplo, qué
significaba el término historia en la Edad Media, cuál
era la retórica de la literatura medieval,
quiénes escribían historia en esa época, etcétera). Y
el Medievo es el centro de ese escrutinio no por capricho erudizante, sino como
fundamento de una contextualización
imprescindible ahora para leer con mejores herramientas
la Historia verdadera... En la medida en que entendamos el espacio de experiencia y
el horizonte de expectativas de Bernal, mejores preguntas le podremos plantear a su
famoso libro. Lo otro, leer a Bernal sin un previo acomodo en su contexto, es repetir
aquella lectura ingenua que, de entrada, admite como historia a secas la
Historia de Bernal y, de paso, como verdadero el sentido del
adjetivo verdadera en el título de aquella obra.
Muchas, muchísimas riquezas guarda Bernal Díaz del Castillo: verdad romanesca
y verdad historiográfica. No es posible
agotarlas en una reseña de esta catadura, pero sí
puede afirmarse categóricamente que de este
libro emergen los lectores con una nueva mirada: aquella que le permitirá enfatizar que la
lectura toda no es un acto simple ni ahistórico,
y que, como tal, cualquier indagación de
un texto urdido en el pasado nos demanda, como condición insoslayable, una
"reubicación en su horizonte cultural", única
manera posible de evitar, lo advierte más de una
vez Alfonso Mendiola, "malentendidos",
esos malentendidos que tanto campean en aquella historia que todavía, a estas horas, no
repara en la necesidad de criticar sus
petrificados métodos.
Mendiola Mejía Alfonso, Bernal Díaz del Castillo: verdad romanesca y
verdad historiográfica, UIA Santa
Fe, Departamento de Historia, México, 1995, 168 pp.
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