El elemento prerreflexivo
en la antropología filosófica

Jaime Maravilla Correa

       
JAIME MARAVILLA CORREA
Licenciado en Derecho, maestro en Educación y estudiante del doctorado en Filosofía de la Educación. Director del Departamento de Investigación y Difusión y coordinador de la Maestría en Educación y Desarrollo Docente en la UIA Laguna. Coautor de los manuales Investigación a tu
alcance 1, 2 y 3
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Hablar del método de la antropología filosófica en principio nos remite a intentar esbozar cuál es su objeto de estudio, ya que el método que se aplique dependerá de las características de ese objeto de estudio, descartando de paso el hecho de que no existe un solo método para acceder al conocimiento.
      La antropología filosófica "tiene como fin interpretar y conocer a la persona como totalidad real y sustantiva, en sus últimos fundamentos y estructuras, en cuanto sea posible, tanto en sentido sincrónico como en sentido diacrónico, no en sus particularidades concretas, (...) con la luz de la razón natural" (Valverde, 1995, p. 15).
      De aquí se sigue que su centro de estudio lo constituye el conocimiento de la persona, tarea nada fácil, desde luego, pero indudablemente apasionante, ya que intentar esclarecer su incógnita siempre ha sido motivo de arduas reflexiones y desvelos del filósofo, y además, de un cuestionamiento que es inherente al propio ser humano que se pregunta acerca de sí mismo.
      Sin embargo, el camino es abrupto, ya que por el gran desarrollo de las ciencias naturales en los siglos XIX y XX, se ha considerado tan sólo como conocimiento científico, el saber positivo metódicamente controlado y sistematizado, basado en la observación experimental y formalizado a través de procedimientos de medida y cálculo. Pero con todo, la ciencia no puede agotarse ante los objetos que admiten medida y cuantificación, ni el saber en los métodos matemáticos, porque en ambos casos no se agota la realidad del ser. Al parecer es una visión reduccionista que debe superarse si queremos acceder a las notas constitutivas del ser.
      Frente al paradigma de las ciencias naturales se puede argumentar que el estudio de la persona no podría llevarse a cabo debido a que el ser humano es multidimensional, polivalente e histórico, es decir, que se hace en el fluir del tiempo, y sería una empresa prácticamente imposible llegar a leyes universales que lo expliquen. En la misma frecuencia se puede responder que el hombre, si bien es singular, irrepetible y diacrónico, también guarda características genéricas y constantes estructurales últimas que lo hacen ser lo que es. Y precisamente sobre estas características, sin que se pierda lo particular e histórico junto a lo universal del ser humano, donde la antropología puede aportar mucho a la explicación del hombre.
      Por otra parte, se puede afirmar que los estudios que se realizan al respecto están plagados de un subjetivismo que no permite un conocimiento real del ser y por lo tanto, se debería abandonar esta tarea. También se podría decir que existe una confusión entre el sujeto y objeto de estudio, lo que contamina el proceso del conocimiento. Pero estos argumentos tan sólo reflejan más la concepción de que el único camino para conocer es el trazado por las ciencias naturales, lo cual es querer que el objeto se ajuste al método y no el método al objeto.
      Sin embargo, a estas alturas, en los métodos de las ciencias del hombre, contrariamente al estatuto cuantitativo objetivista, se considera que la conducta del sujeto y su involucramiento en el proceso, en lugar de ser un elemento perturbador, es un factor fundamental que enriquece el conocer. Además de que ya casi nadie sostiene el objetivismo del conocimiento decimonónico, ya que en la mismas ciencias físicas se ha puesto de relieve la influencia del sujeto sobre el objeto de estudio, como parte indisoluble del mismo.
      Por otra parte, llegado el caso, existen técnicas de la sociología (como la triangulación) que al estudiar un fenómeno dan confiabilidad y validez a la investigación. Igualmente, la reflexión filosófica sobre el hombre debe considerar los datos últimos proporcionados por las ciencias biológicas, sociológicas, etnológicas y psicológicas, sometiéndolos a un cuestionamiento racional, indagando a través de ellos lo que hay de universal en el hombre: de no hacerlo así, se caería en simples especulaciones sin sustento, con lo que se restaría credibilidad a los estudios filosóficos. Esto rompe con una falsa concepción del filosofar, que para muchos consiste tan sólo en la reflexión y especulación sobre algún problema, sin más.

 

 

 

      La antropología filosófica parte "del postulado demostrable de que el objeto específico del conocimiento humano es lo real en cuanto real, sea del orden sensitivo, sea del orden transitivo" (Ibídem, p. 17). Por tanto, "una fenomenología existencial que parte del yo psicológico para después trascenderlo y llegar al yo ontológico parece ser el método de investigación con mayores posibilidades de acceso a la realidad humana" (Ibídem, p.18). Ir directamente a las cosas, no quedándose en ellas, sino penetrar en los actos y vivencias que forman la conciencia humana de identidad, que nos muestran su realidad única, irrepetible y permanente, distinta de todo lo demás. El yo es el término de una síntesis holística de nuestro movimiento psíquico. El yo es a su vez diacrónico y sincrónico, ya que tiene una conciencia clara de identidad y permanencia a través del tiempo.
      Jaspers resumía la conciencia del yo empírico o psicológico en cuatro forma diferentes: 1) sentimiento de nuestros hechos (una conciencia de nuestra actividad de cierta manera que no es propia), 2) conciencia de nuestra simplicidad (yo soy solamente uno en cada momento), 3) conciencia de la identidad histórica (yo soy el mismo que antes) y 4) conciencia de la identidad del yo en oposición a lo externo y lo otro.
      A diferencia de las ciencias que se quedan en lo fenoménico, haciendo énfasis en la descripción externa de los hechos, y en las que el sujeto parece impasible, la antropología filosófica traspasa la parte fenoménica a partir del yo psicológico, para trascenderlo y llegar al plano ontológico, dando cuenta del ser. "Se trata de una reflexión a nivel filosófico sobre las dimensiones y actividades peculiares del existente humano con el fin de descubrir su estructura íntima y el principio originario de su comportamiento" (De Sahagún, 1996, p. 53).
      El punto de partida para la reflexión es el dato fenoménico. Así tenemos un doble elemento metódico: lo fenomenológico y la reflexión en búsqueda de una coherencia racional. Cada elemento abarca un espacio que debe ser clarificado desde el principio. Esto nos lleva a precisar cuál va a ser el dato empírico que servirá de base al estudio antropológico, el punto de arranque, el hecho o hechos relevantes; también se requiere concretar el tipo de reflexión que se va a realizar, por supuesto que ésta tendrá que ser en profundidad. El análisis antropológico, como ya se mencionaba en párrafos anteriores, se ventilará "en un plano científico naturalista encuadrado en un marco teórico ontológico que posibilite el discurso racional"
(Ibídem, p. 57).
      El lugar de inicio, el dato empírico respecto al hombre del análisis filosófico no es la naturaleza exterior y directa de las cosas, sino la conciencia que se ha formado de ellas. Esto es un elemento fundamental dado que muchas veces se hace énfasis principalmente en la descripción fenomenológica, sin considerar que lo realmente importante es la conciencia del dato, que tendría que lanzarnos a la búsqueda de la estima y el valor, de su impacto y relevancia, más que al hecho crudo. Lo que los antropólogos denominan autotestimonialidad, ser testigos de lo que somos y de lo que nos pasa, poder mirarnos en perspectiva, como en una especie de desdoblamiento del sujeto que lo sitúa en posición de observador de sí mismo.
      Con esto la objetividad pasa por una especie de filtro subjetivo, sin que el acto se pierda en puro subjetivismo, ya que el observador que mencionamos no pierde su característica de sujeto cognoscente. El sustento de todo esto es la autointerpretación y autoconocimiento como dimensiones constitutivas del hombre y no como algo que se agrega al margen. Así pues, el primer paso del método de la antropología filosófica es el análisis de la experiencia del yo, es decir, que el sujeto como parte del proceso de conocimiento, en el que su conciencia del existir es imprescindible.
      Por eso, contrariamente al papel del sujeto de estudio en el método de las ciencias naturales, en las que su postura es situarse al margen del objeto para no contaminar el proceso de conocimiento en pos de una supuesta objetividad, como menciona Buber: "el filósofo del hombre solamente puede cumplir su propio cometido, si no deja fuera su subjetividad, ni se mantiene como espectador impasible. No es suficiente poner el yo como objeto para poder cerciorarse de la realidad humana. Habrá que adentrarse también en sí mismo por un acto de autoconocimiento, ya que sólo se conoce aquello que se ofrece en el estar presente" (Ibídem, p. 62).
      Por tanto, el interés se centra en precisar el grado y significación de la experiencia humana, que será el material de la reflexión; esto hace comprensible lo mencionado por Gevaert en el sentido de que "el conocer caracteriza esencialmente a un modo de existir" (1983, p. 149). Hay que insistir pues en que lo importante en la recuperación de la experiencia no es en sí lo fenoménico, sino la significatividad que ésta guarda para el sujeto, como preludio de toda comprensión en el conocer.
      Lo primero que aprende el hombre en su insaciable sed de verdad "es la realidad en toda su concreción" (De Sahagún, op. cit., p. 63). El hombre en contacto con su entorno aprende las propiedades sensibles de los objetos y aprende la realidad de su ser, esto constituye un momento prerreflexivo y prefilosófico más profundo que el conocimiento empírico, que luego será motivo de reflexión racional, para obtener la verdad. Al respecto Santo Tomás mencionaba que "el objeto formal del conocimiento es el ser de las cosas sensibles" (Ibídem, p. 63), no el dato experimental científico ni el racional posterior, sino "la intimidad y meollo del orden concreto de lo real del que el mismo hombre forma parte" (Idem).
      Es el dato primigenio del conocimiento humano, ello derivado de una intencionalidad originaria, llamada por Husserl y Mearleau Ponty, intencionalidad operante, a través de la cual el hombre sabe qué es conocer y el significado de lo que es verdad. Sin este conocimiento preliminar no se puede desarrollar el proceso del conocer, de hecho, constituye la puerta de entrada que dará la pauta para el razonamiento y la crítica. Según Zubiri, "en el acto primigenio de sentir entendiendo se muestra la estructura de la vida cognoscitiva como dos términos que se implican mutuamente: sujeto y objeto (nóesis­noema)" (Ibídem, p. 64).
      Sólo considerando lo anterior se puede tener el elemento para continuar el proceso de conocimiento. Para esto nos hace falta el segundo componente del método que es la reflexión sobre el dato fenomenológico primigenio, que constituye una vuelta del sujeto hacia sí mismo, desde el dato percibido: es una especie de reconocimiento de la realidad del dato, tratando de desentrañar su realidad verdadera. Movimiento del sujeto sobre sí mismo. Ni intuición directa ni especulación abstracta, sino captación hermenéutica del ser que subyace en las operaciones del yo.
      Un tercer paso o recurso dentro del método de la antropología filosófica lo constituye la referencia histórica. Hay que rescatar los hallazgos de otros investigadores, recuperar los estudios anteriores, las vivencia y opiniones de otras personas, porque entre más información se tenga, la reflexión podrá descubrir la manifestación de la humanidad entera al momento en que se desvela el sujeto individual. Así, la antropología filosófica descubre a la par de la singularidad e irrepetibilidad de la persona, los lazos genéricos que la unen en una red de comunicación intersubjetiva con la humanidad: se trata de reconocer que tanto la historia como la conciencia de la persona que dimana de ella, es una herramienta insustituible de la antropología filosófica; ésta será más eficaz si logra entablar un diálogo por el camino de la confrontación, la comparación y la analogía, redundando en un conocimiento sólido sobre el existente humano.

BIBLIOGRAFÍA
Gevaert Joseph, El problema del hombre: introducción a la antropología, 5. ed., Ediciones Sígueme, Salamanca, España, 1983.
De Sahagún Juan, La dimensiones del hombre: antropología filosófica, Ediciones Sígueme, Salamanca, España, 1996.
Valverde Joseph, Antropología Filosófica, Edicep, Valencia, España, 1995.