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Los primeros años y el inicio de
los estudios de pedro
Pedro Arrupe nació en Bilbao, España, el
14 de noviembre de 1907. Como san Ignacio de Loyola y Francisco Xavier, era vasco. A lo
largo de su vida tuvo una profunda
inclinación por esos dos santos y los consideraba
sus compañeros inseparables, pues al igual que
él lo haría en el futuro, peregrinaron por
varios países, con la intención de difundir,
como Jesucristo lo hizo en su tiempo, la Buena Nueva del Reino recorriendo ciudades
y aldeas, y enseñando en las sinagogas.
Era hijo legítimo de don Marcelino de Arrupe y Ugarte, quien era arquitecto, y
de doña Dolores Gondra y Robles; fue el
único varón entre las hermanas Margarita,
Catarina, María e Isabel. Al siguiente día de
su nacimiento fue bautizado en la catedral de Santiago el Mayor. A los siete años comenzó
a frecuentar el colegio de los padres escolapios de las Escuelas Pías. A los ocho perdió
a su madre que había sido sometida a
una cirurgía. Su padre se esforzaba por
satisfacer el vacío que subsistía cuidando a sus hijos de la
mejor manera posible.
En 1923, a los 16 años, ya era
universitario en la Faculdad de Medicina de San
Carlos, Madrid, donde obtuvo múltiples
conocimientos que le fueron ampliamente reconocidos académicamente. A los 19
resuelve renunciar a los estudios de medicina y
como fruto, descubre su misión de conquistador
de almas. En su interior hablaba una voz que parecía llamarlo a la "medicina espiritual",
al sacerdocio, teniendo el encargo de conquistar el bienestar de los seres mortales. En
esa época don Marcelino falleció. El joven no
se desanimó, porque percibió que había
toda una vida por delante.
Candidato a la compañía de jesús
El 14 de enero de 1927 ingresó a la
Compañía de Jesús en Loyola, donde hizo el
noviciado. Varios fueron los factores que llevaron
a Arrupe a tomar esta decisión. Los mismos acontecimentos y episodios ocurridos de forma repentina durante su infancia y
adolescencia demuestran una perspectiva amplia
para ilustrar su vida y vocación religiosa.
Es imposible descartar la influencia de su padre, que era un gran y muy conocido
divulgador de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola y además tenía la
costumbre de llevar cada año a la ciudad de
Loyola, a hombres notables de Bilbao para el ritual
de semana santa. Este grupo fundó un
diario católico llamado La gaceta del norte,
periódico muy apreciado en aquella región.
Don Marcelino era también muy asiduo a la
procesión de la fiesta anual del Sagrado
Corazón de Jesús. Su hijo lo seguía orgulloso,
cargando su velita por las calles de su ciudad
natal, profunda huella que le quedaría por
siempre, pues Pedro hablaba con frecuencia del
Sagrado Corazón de Jesús y pasaba largo
tiempo orando en la capilla. Sabemos que su fervor espiritual fue demonstrado desde muy
tierna edad, ya que a los 11 años se hizo
congregante mariano.
Su estancia en la gruta de Lourdes, junto al comité médico internacional que
examinaba a los enfermos lo conmovió mucho.
Asistió a una curación tan evidente e
instantánea de un enfermo que él mismo había ayudado
a examinar horas antes, que quedó profundamente impresionado. Aquel contacto tan
palpable con lo sobrenatural pudo haber sido la confirmación del
gérmen de su vocación religiosa, derribando las últimas barreras
al llamado divino.
Siguió sus estudios de filosofía en
Oña, los cuales tuvieron que ser interrumpidos
a causa de la disolución de la Orden de los jesuitas por el gobierno español en 1931.
Al año siguiente fue transferido con los
demás compañeros a Marneffe, Bélgica, provincia
de Baja Alemania, para proseguir sus estudios. Ahí experimentó la mentalidad nazi, que le
causó un fuerte choque cultural.
Se ordenó sacerdote en Marneffe el 30 de julio de 1936, en pleno estallido de la
guerra civil en España, sin la presencia de sus
familiares, pues en esa época nadie podía dejar
su país de origen. Completó su formación
teológica en 193637, en el St. Mary's College
de Missouri. Pasó tres meses en México
iniciándose en los ministerios sacerdotales. Al
poco tiempo volvió a los Estados Unidos para
la Tercera Probación, que hizo en
Cleveland. Entretanto, dedicó más de tres meses a
los ministerios, en esta ocasión en Nueva
York en una prisión con 500 condenados de lengua española, sobre todo oriundos de
Puerto Rico; a tavés de esa experiencia se
convenció de que "...los hombres no son malos,
sino víctimas de las circunstancias de una
estructura corrupta."
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Su obra
El padre Arrupe dejó trás de sí
significativas huellas en el sector educativo, social y
vocacional, además de su tascendente
personalidad.
Podemos advertir sus dotes literarios cuando todavía era estudiante. Se archivan
en la revista Flores y frutos de la
Congregación Mariana sus primeros escritos. Formó
parte de su directorio a partir de 1920, desempeñando el cargo de director de las
representaciones teatrales y más tarde, el de
vicepresidente. Escribió ocho libros en japonés.
Publicó Cartas a los
jóvenes, en las que les expone la doctrina cristiana, el comunismo y la
traducción de las obras de san Juan de la
Cruz. En español publicó Este Japón
increíble y un relato de la explosión de la bomba
atómica titulado Yo viví la bomba
atómica.
De esta forma, la misión en Japón fue,
sin duda, su obra maestra,ya que pudo captar el valor de esta cultura milenaria, viendo
que era posible cristianizarla. Él mismo lo
confiesa al escribir en sus memorias: "Dios me
quería en Japón". Los resultados de sus
trabajos invitan a la caridad y glorificación.
Entretanto, recorría varias millas a pie o en barco,
a través de ríos caudalosos y torrentes
impetuosos para misionar, recordando los caminos transitados por antiguos misioneros.
El viaje a Japón fue un "llamado"
que tuvo muchos años antes. Esta idea se
concretó en septiembre de 1938. Arrupe se
embarcaba en Seattle con dirección a
Yokohama. En Hiroshima estudió la lengua
japonesa durante seis meses, lo cual fue una ardua tarea, pues el japonés es considerado una
de las lenguas más difíciles. En ese periodo no pudo ejercer muchas actividades pastorales, apenas hizo algunas visitas en
las que le impresionó el abandono y pobreza
de los habitantes de algunos lugares pobres, considerándolos fértiles espacios para
el trabajo apostólico.
Tuvo la tarea de asimilar la cultura oriental y relacionarla con el cristianismo
occidental. Dejaba atrás a Europa y entraba en
un mundo nuevo y exótico que le presentaba grandes desafíos. Era el Japón de la
preguerra, pues ya se estaba fermentando la
eclosión de la segunda guerra mundial, afectando
de cierta forma la vida del padre Arrupe. Es importante resaltar que el dia 6 de agosto
de 1945 Arrupe sobrevivió a la primera
explosión atómica, que tuvo más de 300 mil
víctimas. El noviciado de los jesuitas
distaba apenas seis kilometros de Hiroshima,
centro de la explosión y después de ella fue
transformado en hospital. Ciertamente los conocimientos de medicina con los que
Arrupe contaba no fueron adquiridos en vano. Su dedicación de médico
de cuerpos y almas frente a las víctimas no
tuvo límites.
Son muchos los méritos que Arrupe acumuló durante su vida de misionero,
mismos que inician desde que era párroco en
Yamaguchi, a partir de 1940. Dos años después
fue designado maestro de novicios, cargo que ocupó hasta 1954, cuando fue
nombrado viceprovincial. En octubre de 1958, con
la creación de la Provincia de Japón, ocupó
el cargo de provincial.
Como se puede notar, Arrupe fue fiel a las palabras de Loyola: "Id y lanzad el
fuego sagrado entre los pueblos". Declaración
que enviaba a su Compañía para el mundo
entero, para las naciones de todos los
continentes, para "la búsqueda de la gloria divina", que
es el carisma y espiritualidad del fundador de la Orden.
Tal vez haya sido por esto que en la
mañana del 22 de mayo de 1965, el padre
Arrupe, s.j., con 57 años de edad, fue electo como
el 28 superior general de la Compañía de
Jesús -el sexto de nacionalidad española-. En
el tercer escrutinio ya superaba los 110 votos necesarios. Su generalato coincidió con
la difícíl época posconciliar. Sin embargo,
el padre Arrupe, con una clarividencia extraordinaria y espíritu ignaciano, supo conducir
a la Orden a una profunda revisión
interna, basada en el espíritu de su
fundador. También fue miembro de la Sagrada
Congregación de Religiosos y de la Sagrada
Congregación de la Fe, órganos del gobierno
central de la Iglesia y presidente de la Unión de
Superiores Generales de las Congregaciones Religiosas Masculinas.
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Pensamiento de arrupe
Pedro Arrupe estaba dotado de un extraordinario sentido de organización. Formó
parte de la implantación de la Iglesia
japonesa, abrió el Museo de los Mártires en
Nagasaki, la Casa de Ejercicios en Tokio, promovió
el reconocmiento de la Faculdad de Teología
y de la Escuela de Música de Tokio por
parte de la Santa Sede, y como Universidad por el Estado. Participó en la apertura de
nuevos colegios y estaciones para la enseñanaza de
la lengua japonesa a los misioneros.
Arrupe se preocupó, desde un inicio, por las tendencias divergentes en cuanto a la
forma de concebir el apostolado, la
fundación de la Iglesia, la función de los padres, la
catequesis y la liturgia. Frente a esta
problemática, se mostraba siempre abierto a escuchar
y dialogar. Esto quedó demonstrado en sus visitas a los jesuitas por el mundo. Los
viajes del padre general buscaban saber en qué
circunstancias concretas trabajaban sus compañeros: le gustaba ventilar los problemas de
los jesuitas, responderles las perguntas y alentarlos en sus esfuerzos. Era como "un padre
que visita a sus hijos". Fueron calurosos
contactos de intercambio de ideas.
Como padre general, algunas escalas de sus viajes por Asia procuró transformarlas
en ocasiones para recordar los 25 años que
viviera como misionero en Japón y siguió las
huellas de su ídolo Francisco Xavier,
visitando, inclusive, a la iglesia del Buen Jesús, en
Goa, donde se venera el cuerpo incorrupto del santo jesuita. Es importante recordar
que después de san Ignacio, ningún otro
general de la Compañía había puesto los pies
en Oriente.
Trazo típico del impetuoso carácter
de Arrupe es que cuando daba un paso al frente, nada ni nadie lo hacía retroceder. Fue
muy exigente consigo mismo, pero liberal y abierto con las otras personas, sin albergar
prejuicio alguno. Era severo y humano; alegre,
saludable y bromista; tal vez, rasgos característico de
la diplomacia jesuítica. Poseía gran
capacidad para observar, comprender y recordar; un pensamiento abierto, creativo, orientado a
la búsqueda de inovaciones, siempre cimentadas en determinados lemas o principios
como "fe y optimismo" y "el primer evangelio es
el amor". Su preocupación e interés
constante era establecer relaciones entre los hombres
y Dios.
Los incesantes viajes transoceánicos lo pusieron en contacto con diversas lenguas
y culturas. Lo hicieron descubrir la
problemática del tercer mundo, construyendo sobre
esta triste realidad una convicción personal,
vislumbrando dudas en cuanto a las tendencias marxistas y el miedo con las relaciones de
las ideologías ateas, sugiriendo que fuesen derribadas a través de la colaboración
internacional e interprovincial. Por otro lado, veía
la sintonía de esas inclinaciones con la
situación social y económica de miseria arraigada en
los países pobres, mostrándose preocupado
con la construcción del futuro. Eso, según
Arrupe, sólo sería posible cuando los
gobernantes colocaran por encima de todo, la
promoción y la realización de la justicia.
A pesar de todo, nos hizo creer que la esperanza está abrigada dentro de las
personas, incluso ante los momentos más
tempestuosos. Él mismo se apoyaba para eso en
las palabras del apóstol Pablo: "La esperanza
no engaña" (Rom, 5,5). Procuraba entender
y consolar a los pobres y oprimidos en la lucha por la justicia. Cuando en 1974 convocó
la 32 Congregación General, animó a sus
compañeros para que se comprometieran en
el servicio de la fe y la promoción de la
justicia entre las personas.
Arrupe defendía la idea de que la formación de las personas debía darse de
manera multiforme y orientada en diversas direcciones: formación espiritual, cultural,
técnica, humana y sobrenatural. San Ignacio de
Loyola ya intentaba proyectar la educación de
la juventud, tratando de dar una
instrucción general de la persona humana. Como
el fundador de la Orden decía hace siglos a
los jóvenes aspirantes jesuítas: "...el mundo
tiene el derecho de esperar de ustedes que sean hombres por encima de la medianía".
Cansado, en 1981, la salud del padre Arrupe se vió afectada. Fue golpeado por
una trombosis cerebral que lo dejó en el lecho
de la invalidez temporal. Reducido por la dolencia y por la semiconsciencia, se
consumió rápidamente, entregando su espíritu a Dios
el día 5 de febrero de 1991, a los 84 años
de edad.
Bibliografía
Anuario de la Compañía de
Jesús, años 1965-1966, 1966-1967, 1967-1968, 1968-1969, 1969-1970,
1970-1971, 1973-1974, 1974-1975, 1975-1976, 1976-1977,
1977-1978, 1982, 1983, Roma, Curia Generalicia.
Noticias para nuestros amigos, mensaje trimestral
dirigido a las familias y benefactores de la Provincia
Sur Brasileña de la Compañía de Jesús, núm. 86, 89,
90, 93, 94, 97, 99/100, 102, 103/104, 151/1 y 160,
Porto Alegre, RS, Brasil.
Lamet Pedro Miguel, Arrupe: da bomba de Hiroshima
à crise pósconcilhar, tradução Héber S. de Lima,
s.j,. Edições Loyola, São Paulo, 1992.
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