Certamen Ser hombres y mujeres para los demás
Pedro Arrupe, s.j.,
un conquistador de almas
del siglo XX

Jandir Damo
Traducido del portugués por Felipe Espinosa Torres, s.j.

Jandir Damo, integrante de la Universidad Do Vale Do Rios dos Sinos de Brasil, con el presente ensayo enviado bajo el seudónimo de "Anchieta", obtuvo uno de los dos primeros lugares del Certamen Ser hombres y mujeres para los demás, con el tema "Pensamiento, vida y obra del padre Arrupe, s.j.", convocado por la UIA Laguna a través del Centro de Pastoral Universitaria y la revista Acequias, con motivo de la celebración del Año del padre Arrupe, s.j.
      El otro trabajo premiado corresponde a Delfina Moreno Landeros, profesora de tiempo en la licenciatura en Derecho de la UIA Laguna, quien bajo el seudónimo de "Magis" envío el ensayo titulado "Padre Pedro Arrupe, general de la Compañía de Jesús y la inspiración trinitaria del carisma ignaciano".
      El jurado estuvo integrado por Felipe Espinosa Torres, director general de Servicios Educativo Universitarios de la UIA Laguna y Luis José Guerrero Anaya, jefe del Centro de Formación Humana y jefe del Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos del ITESO.
      Ambos textos serán publicados en
Acequias a partir de este número. Aprovechamos este espacio para felicitar nuevamente a los ganadores y a Anita Rendón, artífice de esta iniciativa que contribuye a consolidar cada vez más nuestros lazos con la comunidad del Sistema UIA-ITESO y todos los integrantes de AUSJAL y además, constituye el punto de partida de una actividad anual que será el foro adecuado para difundir temas ignacianos, que estamos seguros, son un interés central para todos.

 

 

Las páginas que siguen, escritas sobre un hijo de san Ignacio de Loyola, quieren recordar la dulce y bella figura del padre Pedro Arrupe, s.j., y relacionarla con la vida de los fundadores de la Orden de los jesuitas.
      Es difícil trazar, en pocas páginas, el pensamiento, la obra y la vida de grandes personalidades. Sobre este jesuita no tenemos recelo en afirmar que su vida estuvo llena de abnegación, fe, sacrifício, apostolado y oración. Vida que tuvo en la mira la gloria de Dios y la honra de la Compañía de Jesús, en la que llegó a ser general. Eminente apóstol de la caridad y valeroso soldado de Cristo y de la Iglesia.

 

 

Los primeros años y el inicio de los estudios de pedro
Pedro Arrupe nació en Bilbao, España, el 14 de noviembre de 1907. Como san Ignacio de Loyola y Francisco Xavier, era vasco. A lo largo de su vida tuvo una profunda inclinación por esos dos santos y los consideraba sus compañeros inseparables, pues al igual que él lo haría en el futuro, peregrinaron por varios países, con la intención de difundir, como Jesucristo lo hizo en su tiempo, la Buena Nueva del Reino recorriendo ciudades y aldeas, y enseñando en las sinagogas.
      Era hijo legítimo de don Marcelino de Arrupe y Ugarte, quien era arquitecto, y de doña Dolores Gondra y Robles; fue el único varón entre las hermanas Margarita, Catarina, María e Isabel. Al siguiente día de su nacimiento fue bautizado en la catedral de Santiago el Mayor. A los siete años comenzó a frecuentar el colegio de los padres escolapios de las Escuelas Pías. A los ocho perdió a su madre que había sido sometida a una cirurgía. Su padre se esforzaba por satisfacer el vacío que subsistía cuidando a sus hijos de la mejor manera posible.
      En 1923, a los 16 años, ya era universitario en la Faculdad de Medicina de San Carlos, Madrid, donde obtuvo múltiples conocimientos que le fueron ampliamente reconocidos académicamente. A los 19 resuelve renunciar a los estudios de medicina y como fruto, descubre su misión de conquistador de almas. En su interior hablaba una voz que parecía llamarlo a la "medicina espiritual", al sacerdocio, teniendo el encargo de conquistar el bienestar de los seres mortales. En esa época don Marcelino falleció. El joven no se desanimó, porque percibió que había toda una vida por delante.

Candidato a la compañía de jesús
El 14 de enero de 1927 ingresó a la Compañía de Jesús en Loyola, donde hizo el noviciado. Varios fueron los factores que llevaron a Arrupe a tomar esta decisión. Los mismos acontecimentos y episodios ocurridos de forma repentina durante su infancia y adolescencia demuestran una perspectiva amplia para ilustrar su vida y vocación religiosa.
      Es imposible descartar la influencia de su padre, que era un gran y muy conocido divulgador de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola y además tenía la costumbre de llevar cada año a la ciudad de Loyola, a hombres notables de Bilbao para el ritual de semana santa. Este grupo fundó un diario católico llamado La gaceta del norte, periódico muy apreciado en aquella región. Don Marcelino era también muy asiduo a la procesión de la fiesta anual del Sagrado Corazón de Jesús. Su hijo lo seguía orgulloso, cargando su velita por las calles de su ciudad natal, profunda huella que le quedaría por siempre, pues Pedro hablaba con frecuencia del Sagrado Corazón de Jesús y pasaba largo tiempo orando en la capilla. Sabemos que su fervor espiritual fue demonstrado desde muy tierna edad, ya que a los 11 años se hizo congregante mariano.
      Su estancia en la gruta de Lourdes, junto al comité médico internacional que examinaba a los enfermos lo conmovió mucho. Asistió a una curación tan evidente e instantánea de un enfermo que él mismo había ayudado a examinar horas antes, que quedó profundamente impresionado. Aquel contacto tan palpable con lo sobrenatural pudo haber sido la confirmación del gérmen de su vocación religiosa, derribando las últimas barreras al llamado divino.
      Siguió sus estudios de filosofía en Oña, los cuales tuvieron que ser interrumpidos a causa de la disolución de la Orden de los jesuitas por el gobierno español en 1931. Al año siguiente fue transferido con los demás compañeros a Marneffe, Bélgica, provincia de Baja Alemania, para proseguir sus estudios. Ahí experimentó la mentalidad nazi, que le causó un fuerte choque cultural.
      Se ordenó sacerdote en Marneffe el 30 de julio de 1936, en pleno estallido de la guerra civil en España, sin la presencia de sus familiares, pues en esa época nadie podía dejar su país de origen. Completó su formación teológica en 1936­37, en el St. Mary's College de Missouri. Pasó tres meses en México iniciándose en los ministerios sacerdotales. Al poco tiempo volvió a los Estados Unidos para la Tercera Probación, que hizo en Cleveland. Entretanto, dedicó más de tres meses a los ministerios, en esta ocasión en Nueva York en una prisión con 500 condenados de lengua española, sobre todo oriundos de Puerto Rico; a tavés de esa experiencia se convenció de que "...los hombres no son malos, sino víctimas de las circunstancias de una estructura corrupta."

 

 

 

Su obra
El padre Arrupe dejó trás de sí significativas huellas en el sector educativo, social y vocacional, además de su tascendente personalidad.
      Podemos advertir sus dotes literarios cuando todavía era estudiante. Se archivan en la revista Flores y frutos de la Congregación Mariana sus primeros escritos. Formó parte de su directorio a partir de 1920, desempeñando el cargo de director de las representaciones teatrales y más tarde, el de vicepresidente. Escribió ocho libros en japonés. Publicó Cartas a los jóvenes, en las que les expone la doctrina cristiana, el comunismo y la traducción de las obras de san Juan de la Cruz. En español publicó Este Japón increíble y un relato de la explosión de la bomba atómica titulado Yo viví la bomba atómica.
      De esta forma, la misión en Japón fue, sin duda, su obra maestra,ya que pudo captar el valor de esta cultura milenaria, viendo que era posible cristianizarla. Él mismo lo confiesa al escribir en sus memorias: "Dios me quería en Japón". Los resultados de sus trabajos invitan a la caridad y glorificación. Entretanto, recorría varias millas a pie o en barco, a través de ríos caudalosos y torrentes impetuosos para misionar, recordando los caminos transitados por antiguos misioneros.
      El viaje a Japón fue un "llamado" que tuvo muchos años antes. Esta idea se concretó en septiembre de 1938. Arrupe se embarcaba en Seattle con dirección a Yokohama. En Hiroshima estudió la lengua japonesa durante seis meses, lo cual fue una ardua tarea, pues el japonés es considerado una de las lenguas más difíciles. En ese periodo no pudo ejercer muchas actividades pastorales, apenas hizo algunas visitas en las que le impresionó el abandono y pobreza de los habitantes de algunos lugares pobres, considerándolos fértiles espacios para el trabajo apostólico.
      Tuvo la tarea de asimilar la cultura oriental y relacionarla con el cristianismo occidental. Dejaba atrás a Europa y entraba en un mundo nuevo y exótico que le presentaba grandes desafíos. Era el Japón de la preguerra, pues ya se estaba fermentando la eclosión de la segunda guerra mundial, afectando de cierta forma la vida del padre Arrupe. Es importante resaltar que el dia 6 de agosto de 1945 Arrupe sobrevivió a la primera explosión atómica, que tuvo más de 300 mil víctimas. El noviciado de los jesuitas distaba apenas seis kilometros de Hiroshima, centro de la explosión y después de ella fue transformado en hospital. Ciertamente los conocimientos de medicina con los que Arrupe contaba no fueron adquiridos en vano. Su dedicación de médico de cuerpos y almas frente a las víctimas no tuvo límites.
      Son muchos los méritos que Arrupe acumuló durante su vida de misionero, mismos que inician desde que era párroco en Yamaguchi, a partir de 1940. Dos años después fue designado maestro de novicios, cargo que ocupó hasta 1954, cuando fue nombrado viceprovincial. En octubre de 1958, con la creación de la Provincia de Japón, ocupó el cargo de provincial.
      Como se puede notar, Arrupe fue fiel a las palabras de Loyola: "Id y lanzad el fuego sagrado entre los pueblos". Declaración que enviaba a su Compañía para el mundo entero, para las naciones de todos los continentes, para "la búsqueda de la gloria divina", que es el carisma y espiritualidad del fundador de la Orden.
      Tal vez haya sido por esto que en la mañana del 22 de mayo de 1965, el padre Arrupe, s.j., con 57 años de edad, fue electo como el 28 superior general de la Compañía de Jesús -el sexto de nacionalidad española-. En el tercer escrutinio ya superaba los 110 votos necesarios. Su generalato coincidió con la difícíl época posconciliar. Sin embargo, el padre Arrupe, con una clarividencia extraordinaria y espíritu ignaciano, supo conducir a la Orden a una profunda revisión interna, basada en el espíritu de su fundador. También fue miembro de la Sagrada Congregación de Religiosos y de la Sagrada Congregación de la Fe, órganos del gobierno central de la Iglesia y presidente de la Unión de Superiores Generales de las Congregaciones Religiosas Masculinas.

 

 

 

Pensamiento de arrupe
Pedro Arrupe estaba dotado de un extraordinario sentido de organización. Formó parte de la implantación de la Iglesia japonesa, abrió el Museo de los Mártires en Nagasaki, la Casa de Ejercicios en Tokio, promovió el reconocmiento de la Faculdad de Teología y de la Escuela de Música de Tokio por parte de la Santa Sede, y como Universidad por el Estado. Participó en la apertura de nuevos colegios y estaciones para la enseñanaza de la lengua japonesa a los misioneros.
      Arrupe se preocupó, desde un inicio, por las tendencias divergentes en cuanto a la forma de concebir el apostolado, la fundación de la Iglesia, la función de los padres, la catequesis y la liturgia. Frente a esta problemática, se mostraba siempre abierto a escuchar y dialogar. Esto quedó demonstrado en sus visitas a los jesuitas por el mundo. Los viajes del padre general buscaban saber en qué circunstancias concretas trabajaban sus compañeros: le gustaba ventilar los problemas de los jesuitas, responderles las perguntas y alentarlos en sus esfuerzos. Era como "un padre que visita a sus hijos". Fueron calurosos contactos de intercambio de ideas.
      Como padre general, algunas escalas de sus viajes por Asia procuró transformarlas en ocasiones para recordar los 25 años que viviera como misionero en Japón y siguió las huellas de su ídolo Francisco Xavier, visitando, inclusive, a la iglesia del Buen Jesús, en Goa, donde se venera el cuerpo incorrupto del santo jesuita. Es importante recordar que después de san Ignacio, ningún otro general de la Compañía había puesto los pies en Oriente.
      Trazo típico del impetuoso carácter de Arrupe es que cuando daba un paso al frente, nada ni nadie lo hacía retroceder. Fue muy exigente consigo mismo, pero liberal y abierto con las otras personas, sin albergar prejuicio alguno. Era severo y humano; alegre, saludable y bromista; tal vez, rasgos característico de la diplomacia jesuítica. Poseía gran capacidad para observar, comprender y recordar; un pensamiento abierto, creativo, orientado a la búsqueda de inovaciones, siempre cimentadas en determinados lemas o principios como "fe y optimismo" y "el primer evangelio es el amor". Su preocupación e interés constante era establecer relaciones entre los hombres y Dios.
      Los incesantes viajes transoceánicos lo pusieron en contacto con diversas lenguas y culturas. Lo hicieron descubrir la problemática del tercer mundo, construyendo sobre esta triste realidad una convicción personal, vislumbrando dudas en cuanto a las tendencias marxistas y el miedo con las relaciones de las ideologías ateas, sugiriendo que fuesen derribadas a través de la colaboración internacional e interprovincial. Por otro lado, veía la sintonía de esas inclinaciones con la situación social y económica de miseria arraigada en los países pobres, mostrándose preocupado con la construcción del futuro. Eso, según Arrupe, sólo sería posible cuando los gobernantes colocaran por encima de todo, la promoción y la realización de la justicia.
      A pesar de todo, nos hizo creer que la esperanza está abrigada dentro de las personas, incluso ante los momentos más tempestuosos. Él mismo se apoyaba para eso en las palabras del apóstol Pablo: "La esperanza no engaña" (Rom, 5,5). Procuraba entender y consolar a los pobres y oprimidos en la lucha por la justicia. Cuando en 1974 convocó la 32 Congregación General, animó a sus compañeros para que se comprometieran en el servicio de la fe y la promoción de la justicia entre las personas.
      Arrupe defendía la idea de que la formación de las personas debía darse de manera multiforme y orientada en diversas direcciones: formación espiritual, cultural, técnica, humana y sobrenatural. San Ignacio de Loyola ya intentaba proyectar la educación de la juventud, tratando de dar una instrucción general de la persona humana. Como el fundador de la Orden decía hace siglos a los jóvenes aspirantes jesuítas: "...el mundo tiene el derecho de esperar de ustedes que sean hombres por encima de la medianía".
      Cansado, en 1981, la salud del padre Arrupe se vió afectada. Fue golpeado por una trombosis cerebral que lo dejó en el lecho de la invalidez temporal. Reducido por la dolencia y por la semiconsciencia, se consumió rápidamente, entregando su espíritu a Dios el día 5 de febrero de 1991, a los 84 años de edad.

Bibliografía
Anuario de la Compañía de Jesús, años 1965-1966, 1966-1967, 1967-1968, 1968-1969, 1969-1970, 1970-1971, 1973-1974, 1974-1975, 1975-1976, 1976-1977, 1977-1978, 1982, 1983, Roma, Curia Generalicia.
Noticias para nuestros amigos, mensaje trimestral dirigido a las familias y benefactores de la Provincia Sur Brasileña de la Compañía de Jesús, núm. 86, 89, 90, 93, 94, 97, 99/100, 102, 103/104, 151/1 y 160, Porto Alegre, RS, Brasil.
Lamet Pedro Miguel, Arrupe: da bomba de Hiroshima à crise pós­concilhar, tradução Héber S. de Lima, s.j,. Edições Loyola, São Paulo, 1992.