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LEONOR DOMÍNGUEZ VALDÉS
Profesora e investigadora de tiempo en el Departamento de Humanidades
en la UIA Laguna. |
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La comprensión de la dinámica familiar
nos permite aproximarnos al análisis y
estudio de uno de los fenómenos más
importantes de nuestra época: la necesidad
de atender a las enormes demandas que nos exige la atención de la salud mental.
Ahora bien, todo abordaje que pretenda lograr una comprensión profunda de la realidad
emocionalafectiva del sujeto, deberá considerar
por fuerza, un conjunto de variables a las que científicamente se les conoce como
series complementarias. La estructura psíquica de
la persona y por tanto, el proceso posterior de formación del carácter, están
cimentados sobre la base del equipo genético con el
que toda persona viene dotada al nacer. No obstante, de acuerdo con estudios recientes
en materia de ingeniería genética, se ha
comprobado que incluso ese rompecabezas perfectamente armado con el cual nace la
persona, puede modificarse y sufrir cambios.
Dichas alteraciones y modificaciones estructurales están directamente relacionadas con el
impacto que la vida tiene sobre el individuo.
Cada persona es siempre una
realidad aparte, totalmente diferente e individual y
su historia comienza a partir del tercer mes de embarazo, cuando ya las células se han
diferenciado y se ha iniciado el proceso de formación del sistema nervioso y con ello
el incipiente desarrollo del cerebro. Desde este punto de vista, la vivencia del embarazo
y posteriormente del parto, van a significar el momento inaugural en la vida emocional
del sujeto como un ser vinculado al mundo y por lo tanto al resto de la humanidad.
Evidentemente el primer vínculo que todo ser humano establece es aquel que lo
une a la madre, y no es sino hasta varios meses después de nacido que el pequeño niño
reconoce e integra a su mundo a otras personas: el padre, los hermanos y hermanas, las
personas que trabajan en la casa y el resto de
los miembros de la familia, quienes viven fuera del núcleo. Desde esta perspectiva, el
proceso de aprendizaje tiene su inicio en la familia
y hay quienes afirman que los aprendizajes que se adquieren en ella son los únicos reales a
los cuales podemos hacer
referencia. Algunos autores sostienen que es
solamente ahí, en el núcleo familiar, el ambiente en
el que el sujeto realmente es capaz de aprender y de enseñar a su vez.
Para bien o para mal, los aprendizajes y las enseñanzas que se obtienen a partir de
la experiencia de vida al interior de la familia son parte y fundamento de un legado
histórico y por tanto, para entender cabalmente
su dinámica, es necesario hacer un
análisis generacional que abarque por lo
menos tres generaciones.
Afortunadamente, en la mayoría de las familias latinas no es difícil reconstruir
el árbol genealógico de una persona, toda
vez que por tradición cultural éstas suelen
tener una estructura más compacta, lo cual
facilita el recuento de su historia.
El hecho de que las personas de origen latino tengamos dos apellidos es vital para
la reconstrucción histórica de la familia y
asimismo, para el análisis de su problemática
y de los roles o papeles que cada uno de sus miembros juega en ella. El papel que
cada individuo desempeña en la familia le es
asignado al nacer. Así, existe el papel del
primogénito varón, el del benjamín o la
benjamina, el del hijo "sandwich", etcétera.
Es evidente que la familia asigna muchos otros roles o papeles más complejos y
sofisticados, y también, más
comprometedores. Frecuentemente la familia no
determina, pero si condiciona, la profesión o el oficio
al que habrá de dedicarse una persona, o
bien, el tipo de trabajo que se desempeñará, ya
que las preferencias laborales surgen de los aprendizajes que se tienen en el hogar. La
elección del estado de vida o del oficio que se habrá
de llevar a cabo en el futuro no es una
elección que se hace con la libertad que se piensa:
la influencia del clan familiar es decisiva.
Pero la familia condiciona también el papel o la función que cada uno de sus
miembros jugará en el seno de la misma. La
familia decide inconscientemente cuál de sus
miembros jugará el rol de hijo(a) parental, y cuál
el del hijo(a) preferido al que habrá que
mantener a buen resguardo y relevarlo de toda responsabilidad y compromiso, so pretexto de
su fragilidad y vulnerabilidad, del grado de complicación de su realidad personal,
etcétera. Este hijo(a) mantendrá un tipo de
vinculación más bien marginal con la familia, y
participará como figura satelital, con
un mínimo nivel de compromiso. Por lo
general a este hijo no se le exige nada o casi nada
en términos de éxitos o logros personales
o profesionales. Es el hijo simpático y alegre,
el que hace estancias de cinco minutos en las reuniones familiares, dando muestras
claras de su carácter festivo y divertido.
En algunos casos, en familias con una patología más severa, se reservan lugares
especiales para el hijo enfermo, el inútil y
tonto, el irresponsable, el exitoso y finalmente,
deberá existir un sitio que ocupe el hijo
previamente elegido para ser el "loco" de la casa,
en quien habrán de depositarse todos los sentimientos y experiencias negativas de
los demás miembros de la familia. El "loco" de
la casa no podrá salir nunca de ella y cada
vez que lo intente, será succionado
nuevamente por el sistema, a fin de que sea éste
quien haga posible el control y mantenimiento
homeostático de la misma.
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Ahora bien, cabe aclarar que es necesario distinguir entre aquellos fenómenos
mórbidos que se producen como resultado de
una disfunción bioquímica, en cuyo caso
existe siempre una predisposición genética,
tales como la esquizofrenia y aquellas
disfunciones que responden propiamente al
desideratum de la familia: es decir, que la familia elige a
uno de sus miembros para ser el depositario de todas las cargas y pese a lo que algunos
autores piensan, no se trata precisamente de un sujeto acreedor a aquellos subproductos a
los que se les denomina ganancias secundarias. Este hijo o hija no ocupa un lugar
concreto en el orden genealógico, se le elige con
base en sus "cualidades" personales y se le
entrega un legado al cual no podrá renunciar jamás,
a menos que poco a poco y de repente -¡zaz!-, caiga en la cuenta de la telaraña en la que
se encuentra atrapado y decida empezar a luchar por zafarse de ella con tal de sobrevivir.
El tipo de trastorno emocionalafectivo que alcanza a padecer una persona
puede tener un impacto sobre los procesos neurobioquímicos y neuroeléctricos, de tal
manera que los sistemas de neurotransmisión y
neurorecepción se vean comprometidos; no obstante, es necesario señalar que estos
se producen como resultado de las condiciones medioambientales a las que se
encuentra expuesto el sujeto. Es el entorno familiar
el que lo ha enfermado y no su fragilidad mental o física. Sin embargo, para la familia es
vital que exista un "chivo expiatorio"
al cual deberá de convertírsele en el
depositario de las proyecciones, profecías,
temores, frustraciones, responsabilidades y compromisos no asumidos, así como del
resto de la "basura" que los demás miembros de
la familia tengan necesidad de tirar.
El miembro de la familia que juega el papel de "chivo expiatorio" está sujeto al
control de los demás integrantes de la misma,
quienes manejan un patrón de
comunicación verbal y conductual siempre
contradictorio. El miembro de la familia que ha sido
elegido como depositario de las carencias
psíquicas de los demás
suele ser un sujeto al que se le tiene sometido y
por lo tanto, es objeto de un sinfín de formas
de explotación y maltrato (no forzosamente físico). Existe una correspondencia
biunívoca entre las conductas de sometimiento
por parte del sujeto que ha sido atrapado en la telaraña familiar y el maltrato y la
explotación por parte de los demás miembros de la
constelación, quienes siempre se sitúan en
una posición periférica. En realidad, están
demasiado comprometidos en no comprometerse.
El análisis de las pautas y conductas comunicacionales que se generan en el
entorno de una familia nos muestra claramente la existencia de un tipo de mensaje
siempre contradictorio y misterioso: el sujeto en
cuestión, aquel que juega el papel de "chivo
expiatorio", conoce solamente una parte de la
verdad y desconoce otra, ya que a él se le
incluye en la jugada solamente cuando es necesario encontrar a alguien que haga posible
liberar la tensión que amenaza con
reventar al sistema. Cuando eso no es necesario, ese holón es excluido del sistema.
Es justamente esto lo que hace que la persona en tal situación eventualmente
pueda desarrollar un sentimiento de suspicacia, mismo que puede intensificarse si
desconoce la psicodinamia de la familia y "el juego
de roles" que se da en ella. Pero cuando esta
persona ha sido capaz de "darse cuenta"
del modo de operar del sistema familiar, se sale de él, se desprende y toma distancia,
situándose en una posición de resguardo que
le permita rescatarse.
El inicio del proceso de rescate define un momento inaugural a partir del cual el
"chivo expiatorio" no lo será más. Así, inicia un
proceso de individuación, separación y
diferenciación en relación con el resto de los
integrantes del sistema familiar. Una vez que el sujeto en cuestión decide renunciar al
"rol asignado", la dinámica de la familia se altera
y el sistema se convulsiona y se desorganiza de tal forma, que aquellos de sus miembros
que habían formado alianzas y colusiones no saben qué hacer, ni cómo proceder ante
una realidad que ahora les resulta totalmente desconocida.
Cuando esto ocurre, el sistema familiar entero se colapsa. No obstante, algunos
de sus miembros se ven más afectados que
otros. Particularmente aquellos cuya aparente estabilidad depende de la presencia
del miembro de la familia al cual hasta ese momento se le tenía bajo condiciones
de explotación, sometimiento, dominación
y control. A partir de ese momento, la familia deberá reestructurarse de otra forma y
cada uno de sus miembros habrá de redefinir
su participación al interior.
Ahora bien , cuando el miembro de la familia que ha jugado el papel de víctima
está dispuesto a dejar de serlo, debe mantener
una lucha constante y cotidiana para no dejarse absorber nuevamente y con ello, exponerse
a la reedición de viejos patrones y pautas
de conducta.
En relación con lo anterior, algunos autores sostienen que la asignación de
roles cumple una función determinante e
irremediable en la vida de la persona.
Sin embargo, considero que una afirmación tan
contundente no puede sostenerse, máxime si
partimos del hecho de que ante la vivencia de
situaciones límite, la persona no tiene
más que dos opciones: asumir el sufrimiento como un acto de renuncia al propio ser y
al hacerlo exponerse a sufrir un daño psíquico
y físico que eventualmente pudiera ser
irreversible; o bien, luchar por salvarse a sí misma
a toda costa. Viktor E. Frankl expresó
ambos pensamientos durante su cautiverio en los campos de concentración. El primero
lo expresó, cuando fue liberado después
de cuatro años de sufrir las peores
vejaciones que un ser humano hubiera podido
imaginar. El segundo, cuando vio cómo su esposa
era conducida hacia un vagón de tren
diferente que iba hacia otro campo de concentración.
Desde esta perspectiva, para aquel sujeto que vive una situación de
sometimiento, explotación y maltrato en la familia
solamente existe la posibilidad de optar por
cualquiera de estas dos alternativas. Partiendo de
esto, el trabajo terapéutico debe tener una
finalidad última que conduzca hacia el
fortalecimiento de la persona en situación de
riesgo mediante la conquista que ella misma haga de su individualidad del éxito que obtenga
al identificarse como alguien separado y diferenciado en relación con el resto de los
integrantes del sistema familiar.
Una vez, que el sujeto se "da cuenta"
de su situación, deberá iniciar un arduo
trabajo de autorescate y reconquista de sí mismo
y con ello, un proceso de diferenciación,
individuación y separación en relación con
las demás personas que conforman la
familia. Solamente así y no de otra forma, el
sujeto "víctima" logrará sobrevivir a la
desintegración psíquica. Ahora bien, así como el
juego de roles es producto del proceso de
enseñanzaaprendizaje que se logra en el seno de
la familia y por tanto, es una realidad que se aprende a
través de la historia de vida del sujeto, el proceso de reedición de su
historia deberá partir del aprendizaje de nuevas
pautas de comportamiento y del desarrollo de una nueva conciencia de sí mismo. "En este
caso, moverse de lugar para no representar
siempre al mismo personaje en la escena es fundamental".
El éxito del trabajo
psicoterapéutico radica justamente en lograr que el
miembro víctima de la familia deje de serlo y la
única manera en que puede conseguirlo es
renunciando al rol que históricamente le ha
sido asignado. El sujeto víctima deja de serlo,
cuando es capaz de devorar al tótem,
cuando deja de mirarse a sí mismo como un
enano frente a los gigantes, cuando descubre que
los otros también son débiles, frágiles y
fácilmente destructibles. El sujeto víctima deja
de serlo, cuando se decide a "salvarse a sí
mismo a toda costa", cuando descubre su
propia fortaleza, cuando se sitúa en una posición
de igualdad en relación con los demás
miembros de la familia.
Así , poco a poco nuestro "chivito
expiatorio" se retira de la escena, prefiere no
salir en la foto en la que aparece la familia con una gran sonrisa diciendo "whisky", para
que al ver la imagen todos digan... ¡Qué bonita familia!
Bibliografía
Ackerman Nathan W., Diagnóstico y tratamiento de
las relaciones familiares, Editorial LumenHorme,
Buenos Aires, 1994.
Domínguez Valdés Leonor, "La supervisión: un
camino obligado en la formación del terapeuta",
Psicología Iberoamericana, vol. 7, núm. 2, junio de 1999.
Donoso Castillo Andrés, "Familia y salud
mental", Imágenes en salud mental, vol. 14, núm. 2,
Ediciones Sociedad Chilena de Salud Mental, Santiago de
Chile, noviembre de 1999.
Esteinou Rosario, Familias de sectores medios,
CIESAS, México, 1996.
Frankl Viktor E., El hombre en busca de sentido,
Herder, Barcelona, 1979.
Imber Black Evan, La vida secreta de las
familias, Gedisa, Barcelona, 1998.
López Carrasco Miguel Angel, La supervisión en
la psicoterapia, Universidad Iberoamericana Golfo
Centro, México, 1998.
Pittman Frank S. lll, Momentos decisivos,
Paidós, Barcelona, 1995.
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