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Los rarámuri
cultura mística
de la sierra tarahumara
Lucila Navarrete Turrent
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LUCILA NAVARRETE TURRENT
Alumna de primer semestre de la licenciatura en Comunicación
en la UIA Laguna. |
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Jipe rawé ko ta a iseni yúa eperé, -chabochi-. Kite bela a ta akubá nisa aré tamujé aboni ko ba,ke wesi
suwélésa aré, ni bilé je anebo,kemu tasi wakiná si betéami ju, echiregá bela ko ta a wachina ralámuli neráa a perélipo alé.
Hoy en día compartimos nuestro territorio con otros pueblos (con los blancos); por eso, aunque sea entre
nosotros debemos guardar nuestras leyes y no desearle el mal a nadie ni decirle que no es de este suelo, para que de
esta manera poniendo el ejemplo podamos ser entendidos y a la vez podamos vivir en paz.
(testimonio de un anciano de Norogachi)
Trescientos cincuenta años han
transcurrido desde que los primeros blancos llegaron,
sin embargo, los valores e instituciones tarahumares fundamentales, la forma de
producción y de reproducción de esa
sociedad siguen siendo prácticamente idénticos.
Poco más de cincuenta mil tarahumares
pueblan desde siempre una región extensa del
estado de Chihuahua, aunque poco a poco sus dominios se reducen. Allí conviven con
los blancos, mestizos, o como ellos los nombran:
chabochis.
La sierra tarahumara se encuentra al noreste de la república mexicana, es una
de las regiones más abruptas de todo el
país; abarca el suroeste del actual estado de
Chihuahua. En esta tierra de belleza dura, se establecieron hace aproximadamente
unos mil años algunos grupos indígenas,
con descendencia cultural del sur de los Estados Unidos de Norteamérica llamada
"utoazteca". Dentro de los cuales se encuentran
los mayos, yaquis, pimas y tarahumares, que evolucionaron a una fase de habitantes
de cavernas que se extiende hasta el presente. Actualmente la sierra está habitada por
unos 100 mil mestizos, 10 mil tepehuanes, 200
warojíos y 60 mil tarahumares. Estos
últimos son la única tribu numéricamente
importante que ha logrado mantener su cultura
prácticamente incontaminada a pesar de tres siglos
y medio de contactos con los blancos y de presión por parte de estos.
"Tarahumar" es una deformación
hispánica del nombre indígena rarámuri,
que etimológicamente significa "planta de
pie corredora", y que alude a las carreras de
bola acostumbradas entre ellos. Hasta la fecha su nombre nativo original es rarámuri, a
pesar de que sean mayormente conocidos como "tarahumaras".
Hasta la llegada de los misioneros, los rarámuri no tenían animales
domésticos, cultivaban como hoy en día, maíz, frijol
y calabaza. La actividad artesanal se reducía a
la elaboración de vestidos, canastas y
vasijas de cerámica sumamente rudimentarias.
No tenían escritura propia, pero sí
instrumentos musicales. Un patrón que ha prevalecido,
y que suele ser un dato predominante, ha sido el hecho de no vivir como pueblo sino a
manera de núcleos familiares dispersos a lo
largo de valles cultivables llamados comunidades. De igual manera, el espíritu de
independencia ha permanecido, lo cual, en general,
era calificada de salvaje, aunque ahora su sentido esté orientado hacia la misma tradición,
resistencia y vida comunitaria.
La conquista española significó
un cambio radical para los tarahumares, dando inicio a una nueva etapa histórica.
Desde entonces, la evangelización jesuítica ha
estado presente hasta la fecha. Los jesuitas se
vieron frustrados por la resistencia de los
"indios" (como ellos los llamaban) ante todos
los intentos por integrarlos al modo de vida y producción occidental. Tal resistencia
consistía en refugiarse en lugares inaccesibles,
o bien, en provocar revueltas sangrientas que costaron la vida de muchos jefes indígenas
y misioneros. Sin embargo, tales resistencias se fueron reduciendo con el paso de los
años, viéndose forzados a aceptar la
evangelización. Los misioneros, que a su debido tiempo
se familiarizaron con la lengua, realizaron con ellos un trabajo similar al desarrollado
en otras regiones.
Alrededor de unos 40 mil tarahumares, llamados
rarámuripagótuame (rarámuri bautizados),
han aceptado la presencia de la Iglesia Católica, conservando sus
tradiciones y modo de vida; el resto viven en ciudades
o pueblos, o de manera informal política y estructural-mente. El presente trabajo
tiene como objetivo enfocarse en la mística
del rarámuripagótuame.
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DESCRIPCIÓN DE UN TARAHUMAR
El tarahumar es de complexión vigorosa y porte esbelto, con estatura promedio de
1.65 el hombre y 1.58 la mujer. Es de tez
broncínea, pómulos salientes, frente
despejada, nariz recta, mentón huidizo, ojos oscuros
de fulgor penetrante y mirada de largo alcance. El hombre tiene abundante cabellera negra
y lacia, es lampiño de barba y de escasa
vellosidad en el cuerpo. Es raro en ellos tener
canas o padecer calvicie.
El vestido típico del hombre tarahumar consiste en una camisa de manta
llamanda napachi y un taparrabo de manta, que le
cuelga por atrás en forma de triángulo o
cuadrado, conocido en castilla como zapeta y en rarámuri como
wisiburi. Usa unos huaraches con suela de llanta y sujetados por
una correa. Detiene sus cabellos con una kowera o lienzo doblado. La mujer porta un
vestido que consiste en un napachi y una falda amplia con mucho vuelo, que llega debajo de
las rodillas. Al vestido lo llaman sipuchi y generalmente es de flores o colores vistosos.
La mujer porta los mismos huaraches y
también utiliza kowera. Posiblemente la
influencia mestiza ha sido mayormente notoria en
el vestir de los tarahumares, ya que muchos varones utilizan el pantalón comercial,
botas o zapato cómodo, y algunas mujeres
portan huaraches de plástico y el rebozo industrial.
CONTROL SOCIAL
El factor de control social más importante
es el aprecio a la comunidad. Este medio es altamente eficaz, ya que dada la situación
de las relaciones comunitarias y lo restringido de su ámbito, toda la vida social, política
y religiosa de los rarámuri y buena parte de
su vida económica, dependen de su
aceptación en la comunidad. La represión es
poco utilizada por la importancia del respeto a la persona y a su autodeterminación.
Mucho del control se realiza mediante los
nawésaris (sermones o consejos) sobre variados temas que dan los gobernadores
a petición de los padres para ir adentrando
en la cultura a niños y jóvenes. En su mayoría,
la tradición se ha transmitido oralmente
de generación en generación, por medio de
la familia y las autoridades. Todos los domingos, el gobernador habla a su gente; en
las fiestas y tesgüinadas, en los casamientos y
en las ocasiones de muerte o enfermedad.
Actualmente, la figura central del gobierno rarámuri sigue siendo el
siríame (gobernador). No existe una sola autoridad para
toda la tribu, los siríames son nombrados
por tarahumares de varias comunidades que tienen contacto periódico y se conocen
bien. El siríame ejerce su poder a base de
sugerencias, consejos, exhortaciones, y no
mediante el dominio o castigo; su deber
fundamental consiste en conservar las tradiciones y
dirigir a varias comunidades vecinas con intereses
en común, de ahí que el principal
instrumento de gobierno es el nawésari. Además,
son elegidos democráticamente por un
periodo determinado y con posibilidad de
reelección, son los jefes supremos en los límites
que corresponden a sus jurisdicciones. Por lo general, son hombres maduros,
destacados por su aprecio a la comunidad y al servicio.
El único medio de control o de
establecer la justicia es el juicio. Sólo con motivo de
una sentencia judicial se llegan a imponer castigos. No utilizan la cárcel ni tampoco
códigos pormenorizados de obligaciones o leyes,
sólo se acuden a estas formas legales cuando
no queda otro recurso. El juicio es la
institución tradicional para resolver los problemas
que surgen entre los individuos de la tribu.
Cuando una persona siente que otro individuo de la comunidad está violando
sus derechos (se trata generalmente de robos, agresiones, adulterios o problemas de
tierra), acude al siríame para exponer los cargos
y solicitar un juicio. El acusado es citado personalmente para asistir a su juicio, que se lleva
a cabo algún día con motivo de
reunión comunitaria. La gente reunida oye los
cargos, las pruebas, el debate y el fallo. Toda
persona presente conoce al demandante y al
acusado, y tienen derecho a intervenir; sin embargo,
la última palabra siempre es de las
autoridades, quienes dictan una sentencia ajustada a
las posibilidades del acusado. El proceso
público se convierte en un factor de control social:
el juicio local y su elección, se graban en
la memoria de la gente. Los juicios representan un factor muy importante de
independencia frente al sistema judicial de los blancos,
los rarámuri prefieren arreglar sus asuntos
dentro de la misma comunidad.
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LAS FIESTAS
La fiesta es la máxima expresión religiosa
de los rarámuri, es el centro de la vida del
tarahumar. Tal religiosidad se manifiesta en comunidad y siempre en las fiestas. Para
el rarámuripagótuame el baile es la forma
de orar, de ayudar a Dios, de participar en la lucha entre el bien y el mal, de hacer fiesta.
Si es cierto que el indígena danza para
vivir, en cierto sentido "vive para danzar".
Las fiestas constituyen prácticamente el
único acontecimiento social.
El cumplimiento de este deber religioso el baile, es una norma fundamental en
la moral rarámuri, a quien la infringiera se
le consideraría influenciado por la cultura chabochi.
En general, todas las fiestas empiezan al caer la tarde, con la reunión de los
rarámuri. Una vez juntos, comienza el baile, que
dura toda la noche hasta la salida del sol. Cuando paran de bailar, le ofrecen a Dios la comida
y el tesgüino, procediendo después a comer
y beber.
Organizan su calendario y actividades en función de las fiestas, los demás
compromisos quedan siempre en segundo plano.
El calendario de fiestas está sujeto a las
celebraciones católicas, y generalmente, se
divide en dos ciclos anuales: el de Semana Santa
es el más importante, inicia con el cierre de
la pascua navideña después del 2 de febrero y
comprende toda la cuaresma culminando
con la Semana Santa. El de Navidad o de Invierno se abre con la fiesta de algún
santo, casi siempre se trata de una fiesta cercana
al mes de diciembre. Durante las celebraciones de purificación, que son las de Semana
Santa, se baila el pascol; y durante las
celebraciones navideñas el matachin. La
comunidad decide cuándo realizar las fiestas, en
especial, aquellas que no tienen relación con
alguna celebración religiosa, ya que durante el año
le ofrecen muchas cosas a Dios, tales como la construcción de alguna casa y el festejo
de alguna carrera de bola, entre otras; pero las fiestas siempre tienen sentido religioso y
son ofrecidas a Onorúame (Dios).
El yúmari es un baile ritual propio y
original de los rarámuri, que consta de
cantos, ofrenda, comida y bebida. Es una forma de celebración frecuente, que dura toda la
noche y parte del día siguiente; es
fundamentalmente una danza de acción de gracias. "El
proceso de preparación del yúmari (solemne)
comienza con el anuncio de la necesidad o conveniencia de bailarle a Dios, sea porque
hubo un aviso o amenaza, sea porque hay
sequía, enfermedad, etc."1
Para preparar el área de yúmari se
construye un altar. Con dirección a oriente,
se clavan tres cruces, la de en medio es
más grande que las otras dos. Estas cruces
simbolizan la Santísima Trinidad. Frente a ellas
se coloca una especie de altar pequeño donde
se ponen las ofrendas, básicamente tortillas
o remekes, tesgüino y tónari.
El yúmari es una especie de danza
mística dirigida por un owirúame o curandero.
El ritual toma lugar principalmente cuando los matachines están descansando, lo que
podría significar una especie de vigilancia al altar,
y de tiempo para pedirle a Dios todo lo que necesita la comunidad.
El matachín es una danza exclusivamente religiosa, que se limita a las fiestas de
invierno. Todo tarahumar aprende a bailar desde
pequeño y debe ir introduciéndose en
la participación de las fiestas. Se baila
matachín dentro y fuera del templo, así como en
el patio construído para el yúmari. Esta
danza comienza al atardecer de la víspera del día
a celebrar, sin parar hasta la mañana siguiente
y se acompaña con violines, guitarras y sonajas.
Se dice que "El matachín es una
danza originalmente española, que representaba
la guerra entre moros y cristianos, y que se acompañaba de textos catequéticos. El
fin edificante, era exaltar el triunfo del
cristianismo".2 Es evidente entonces que los
jesuitas introdujeron esta danza a manera de
evangelización. Romayne Wheeler, en su libro
La vida ante los ojos de un rarámuri nos expresa
de una manera muy particular esta danza tan religiosa:
El combate entre el bien y el mal la luz contra las
tinieblas es una danza misteriosa cargada de una
fuerza vital y salvaje que proviene del comienzo de
los siglos. Los danzantes se confrontan entre sombras
invisibles hasta rayar el alba. Los pasos señalan
un formidable simbolismo del cual los matachines
no tienen conocimiento intelectual, pero sí lo
saben intuitivamente, con la sabiduría del
alma.3
El pascol es la danza de las fiestas de Semana Santa. Los pascoleros se visten distinto
a los matachines y la danza "sugiere una
representación estilizada del movimiento
de algunos animales; en concreto podría muy bien ser una estilización de los
movimientos de los animales en época de
celo."4 Se acompaña únicamente con flautas y
tambores, cuyos sonidos representan la liberación de
los espíritus malos como simbolización de
la purificación de las almas y la
preparación para el recibimiento de una digna
Pascua. "Desde el día de la Candelaria hasta la
Semana Santa tocamos siempre la flauta y el tambor por donde quiera que
caminemos".5
En todas las ceremonias religiosas, curaciones o reuniones de alguna
comunidad tarahumar, el tesgüino ocupa un lugar
importante, ellos lo llaman batari, es un
fermentado de maíz de contenido alcohólico (similar a
la cerveza), espeso y nutritivo. Éste subraya
todos los momentos importantes de la comunidad (una fiesta o la realización de algún
trabajo comunitario). Primeramente se le ofrece
a Dios, después el anfitrión elige a alguno
de sus invitados para que lo distribuya; esta elección significa un honor y va
directamente relacionada con el aprecio que le tiene
el anfitrión. El ingerir la bebida puede
tomar hasta días, para ellos, el tesgüino
significa alegría y el despeje de una realidad compleja.
Los tarahumares no incluyen carne en su dieta, sólo cuando se trata de una fiesta
relevante. Toda celebración comienza con
la ofrenda de un borrego, venado, chivo, vaca o buey que el anfitrión o
fiestero se encarga de conseguir. Una vez que se ofrece el
animal a Dios, se procede a matarlo. Las mujeres
se encargan de quitarle la piel, ponerlo a cocer y hacer las tortillas. La cocción lleva toda
la noche, por lo que mientras se baila
matachín, las mujeres preparan el caldo al que
llaman tónari y no lleva ninguna clase de sazón,
ya que los rarámuri creen que a Dios no le
gusta la sal. Al amanecer, se bebe tesgüino y
se come tónari, culminando con la fiesta.
LOS JUEGOS
Los juegos tarahumares, más que un
deporte, propician la unidad. No hay mayor gozo ni diversión, que el participar en un juego.
El más importante y que puede ser motivo de reunión entre comunidades lejanas, es
la carrera de bola, o como originalmente es llamado:
rarajípa, para el caso de los hombres y
ariweta para las mujeres, aunque este
último no sea con bola sino con aros y palos.
El interés de las carreras estriba
principalmente en las apuestas. Una carrera
requiere de mucha organización, es por esto que
una persona de la comunidad se ofrece para en-cargarse de conseguir a los corredores,
reunir a las comunidades contrincantes y
preparar tesgüino para los invitados. Siempre es
entre dos comunidades o zonas. Al igual que en las fiestas religiosas, las personas de cada zona
se reúnen al caer la tarde para realizar sus
apuestas, que consisten principalmente en ropa y algunas veces, en dinero. Todos aquellos
que apuestan se comprometen a proteger a sus corredores, preparándoles pinole o
alguna otra bebida para que no se deshidraten durante la carrera, que empieza al
anochecer. Cada equipo cuenta con varios
corredores que comienzan al mismo tiempo. El juego consiste en lanzar con el pie una
pequeña pelota hecha de raíz de encino, para el
caso de la rarajípa; para la ariweta, se lanzan
aros con unos bastones de madera; su duración
es indefinida, ya que el equipo que conserve por lo menos un corredor es el ganador.
En ocasiones, las carreras pueden durar hasta más de un día sin parar. Se dice
que esta impresionante resistencia física de
los tarahumares la adquieren desde que son pequeños y la costumbre de las carreras se
ha transmitido de generación en
generación durante cientos de años.
LAS CURACIONES
En su mayoría las curaciones son
físicas, aunque algunas de ellas se realizan en
sueños. La única persona que puede efectuarlas es
el owirúame, que suele ser una persona
adulta que posee toda clase de conocimientos
acerca de hierbas, además de una sabiduría
que heredó de los antepasados por la tradición.
El resultado de una curación no depende de fuerzas mágicas, sino que sucede por
el mismo hecho de realizar los ritos, a través
de los cuales se consiguen efectos concretos, a diferencia de aquellos religiosos que buscan
el perdón y la benevolencia de Onorúame.
La curación no se le atribuye a Dios,
aunque frecuentemente se le menciona, depende del curandero que salga bien o mal. Sólo
en casos catastróficos generales se le pide a Onorúame su intervención. Cuando
alguien está embrujado, es deber del
owirúame deshacer el embrujo.
El owirúame es una persona muy respetada dentro de la comunidad porque se
le considera un sabio, además de que se
acude frecuentemente a él para consejos y
participa en todas clase de celebraciones, ya sean
religiosos o no, tales como nacimientos y matrimonios.
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CONCEPTO DE ALMA
Los rarámuri consideran al alma como un sinónimo de aliento, es por esto que la
llaman iwigá, que significa aliento. Para ellos,
las almas están inherentemente vivas y
cada entidad que posee almas está viva en tanto
sus almas estén presentes.
"Todas las explicaciones para sus acciones y sus estados físico, mental y emocional
están apoyadas finalmente en sus teorías sobre
la naturaleza y actividad de sus almas. Este concepto motiva muchas actividades que
son centrales en la vida rarámuri, como son
los rituales curativos y mortuorios".6
En su mayoría, las ideas sobre el alma
se transmiten en la privacidad del hogar, no es un concepto que se difunda en
comunidad, sino más bien, es de temática familiar.
Se puede decir que fuera del hogar, la
única difusión relacionada con el tema de las
almas son los sueños, que se consideran
actividades del alma.
La ubicación y condición de las
almas, según los rarámuri, están estrictamente
vinculadas e influyen directamente en la
condición de una persona en cualquier momento.
Es así, que cuando alguien se enferma, la
causa sea alguna disfunción "almática".
Para los rarámuri, los hombres poseen tres almas grandes y las mujeres cuatro;
este número de almas es un marcador
simbólico. Cuando un hombre muere, se celebran
tres fiestas, y cuando se trata de una mujer, cuatro. Esto es, porque según la
creencia rarámuri, cada alma necesita de una
fiesta para que su camino al cielo sea más fácil.
Las ideas que comparten los tarahumares acerca del alma están vinculadas a la
relación cuerpoalma, y a las explicaciones sobre
estados fisiológicos. Esto depende del número
de almas que posea la persona, las relaciones que éstas tengan, su destino en la otra vida y
la explicación del sueño.
CONCLUSIONES
Los tarahumares aceptan y utilizan muchos elementos foráneos, lo cual ha producido
una modificación en sus vidas. De igual
manera que estos elementos han sido introducidos
en su cultura, el trabajo asalariado va penetrando poco a poco en la vida de los
rarámuri, viéndose forzados a trabajar para los
chabochis, explotando su propia tierra, la tierra
que Dios les ha dado.
La civilización va destruyéndoles su
patria, pues cada vez ensanchan los blancos los
lími-tes de la suya, la clase de mestizos con los
que tienen contacto ni pueden ni quieren hacerlos progresar. Desafortunadamente, el
tarahumar, desde pequeño, observa estos
factores que va alterándole su forma de vivir,
corriendo el riesgo de adentrarse en la cultura
del consumismo. El papel del nativo consciente radica en "deslindarse" del occidentalismo
y preocuparse por conservar las tradiciones de su comunidad
A pesar de toda una historia de
opresión, los rarámuri siguen mostrando actitudes
de paz. Son una cultura que se ha preocupado por ella misma, limitándose a
desplazarse cada vez más de los blancos,
mostrando prudencia y guardando silencio.
La música santifica el momento en la vida de todos
los rarámuri. Diariamente nuestros bailes nos
llenan la vida de alegría, valor y confianza en nuestro
Creador. Nuestras canciones y bailes sirven
como oraciones de gracias para bendecir a los
enfermos, nuestros campos y nuestras cosechas.
Hasta las tareas más comunes tienen un sentido
eterno cuando hay música en el aire. Cuando Dios
Onorúame creó el mundo, lo hizo cantando y bailando.
El latido de nuestra Madre, la Tierra, fue el
tambor que lo acompañó. Sentimos su latido cuando
descansamos en el seno de la tierra y cuando el
yúmari se canta, oímos el pulso de la vida valor y
confianza en nuestro Creador.
Todo lo que hacemos tiene sentido musical. Sentimos
los movimientos de nuestro Creador en la
naturaleza y creemos que nuestra fuerza depende
del respeto y de la reverencia que tenemos hacia
todo lo que vive. Nacemos, vivimos y nos acostamos
a descansar en la palma abierta de nuestra
Madre, la Tierra. Somos como las hojas, moviéndonos
en el viento con las ramas. En otros follajes
sentimos el pulso, ritmo y enlace común a todo lo
que vive.7
Bibliografía
De Velasco Rivero Pedro, sj., Danzar o Morir, Centro
de Reflexión Teológica, segunda edición, México,
D.F. 1987.
Gardea García Juan y Chávez Martínez Martín,
Kite amachíala kiya nirúami. Nuestros saberes
antiguos, Gobierno del Estado de Chihuahua, primera
edición, Chihuahua, Chihuahua, 1998.
Merril William L., Almas rarámuris, Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, primera edición en
español, México, D.F., 1992.
Núñez de la Peña Francisco J.,
Tarahumara, el mundo de Pepe Llaguno, International Printing and
Publishing, primera edición, Houston, Texas, 1994.
Wheeler Romayne, La vida ante los ojos de un
rarámuri, Agata, segunda edición, Guadalajara, Jalisco, 1998.
1 De Velasco Rivero Pedro s.j., Danzar o
Morir, Centro de Reflexión Teológica, México, D.F, segunda
edición, 1987, p. 137.
2 Ibidem, p. 152.
3 Wheeler Romayne, La vida ante los ojos de un
rarámuri, Agata, Guadalajara, Jalisco, México, Segunda
edición, 1998, p. 159.
4 De Velasco Rivero Pedro, s.j.,
op.cit., p. 211.
5 Wheeler Romayne, op. cit., p. 75.
6 Merril William L, Almas
rarámuris, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, D.F., 1992, p. 135.
7 Wheeler Romayne, op. cit., pp. 29-30.
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