Empeños
  José Alberto de la Fuente
 
 






JOSÉ ALBERTO DE LA FUENTE

Alumno de octavo semestre de Ingeniería Industrial en la UIA Laguna.

Nuestra percepción de la realidad es vaga,
de ahí el peligro de inventar muchos detalles.

Jorge Luis Borges

Después de muchas cuadras de camino y sudor, el señor Rodríguez podía ver más de cerca el lugar a donde se dirigía. Junto a él viajaba algo parecido a una maleta remendada con trozos de cinta plástica.
      Al entrar a su destino, se imaginó minúsculo con las pedradas de gente que lograba entrever. Sobresalían varias largas filas que para su limitada visión, era casi imposible alcanzar a leer a dónde conducían. Cargando su lastre y su enfermedad, buscó alguna buena alma que le indicara qué hacer. A no más de cuatro pasos se encontraba un policía armado únicamente con su sombrero y su bigote desmesurado.
      -Perdone señor, para empeñar ¿dónde me formo?- preguntó el señor Rodríguez.
      -Si son joyas ,en aquellas dos; si es otra cosa, fórmese junto a la pared de ese lado- le informó el guardia.
      Junto con su vejez llegó a la fila cerca de la pared, que contaba con asientos para sostener las penas antes de ser empeñadas. Sus ojos rojos combinaban con su enojo al acudir a ese lugar. A su lado se encontraba un hombre que presumiblemente era músico, por la guitarra que cargaba y por sus uñas largas. No se movía, parecía que de verdad pensaba que deseaba empeñar su alma junto a su guitarra. Después de él alcanzaba a ver dos niñas jugando al lado de su , que asistía con una licuadora en sus manos.
      -Que chingaderas tiene que hacer uno cuando no hay lana, ¿verdad mi estimado?- comentaba el señor Rodríguez a su compañero en penas con guitarra. El músico sólo volteó para mover los ojos en señal de buena educación.
      Cerca de dos minutos después, entró un hombre con una grabadora en brazos y formó el nuevo eslabón de empeño. El señor Rodríguez, desanimado por los samaritanos, ni siquiera lo volteó a ver.
      -Buenas- dijo el hombre.
      -Buenas- contestó el señor Rodríguez.
      El hombre miraba con curiosidad el paquete que descansaba cerca de ambos.
      -¿Qué es, oiga?
      -Una máquina de coser. Pues la traigo para ver cuanto me dan, con que me den doscientos pesos, por mientras me conformo- dijo el señor Rodríguez.

 
 

      -Pues andamos igual. Pero para eso son las cosas, para cuando necesita dinero, ¿no?
      -Pues sí... Fíjese que yo no tendría necesidad si no fuera por esos cabrones del seguro. Tienen dos semanas sin surtirme la receta y yo ya estoy viejo- comentaba el señor Rodríguez.
      -¿Qué tiene, oiga?
      -Neurosis y la presión, y la vejez más que nada. ¿Sabe que me dijo el muy cabrón del doctor? Que lo que yo necesito es relajarme, que vaya los domingos a la plaza porque allí hay tertulias, póngase a bailar, disfrute la tarde, platique con las señoras. El muy cabrón quiere que yo ande buscando viejas, a mi edad y ¿para qué? ¿Para que me peguen el sida? Ya ni chinga. Ya ni sabe uno en quien confiar. La pinche gente es recabrona. Fiíjese que cuando me da calor en mi casa, saco una silla y me plantó en la sombra de un arbollillo rascuacho que está afuera, y luego, luego las vecinas morbosas salen para preguntar que como estoy, como si me fueran a ayudar, nomás van para ver a quien chingan y a burlarse las cabronas, pues qué les importa, si ya saben que uno está jodido, nomás por chingar, por eso cuando me salgo, prefiero hacerme el dormido, así, ni me molestan.
      -Pues a lo mejor alguna si pregunta de buena fe, ¿no?
      -No mi estimado, todavía le falta mucho por vivir, así igual pensaba yo antes, pero hasta que la vida le da cabronazos, uno se da cuenta.
      El ambiente degradaba un aire viciado por el calor y los sudores masivos, el hombre se había quedado pensativo y el señor Rodríguez esperaba que le diera la siguiente pauta para poder seguir hablando, cosa que el hombre ya no hizo. Cuando por fin le tocaba el turno al señor Rodríguez, el hombre le ayudó a subir su máquina para su valuación.
      -Máquina eléctrica de coser, americana, en muy mal estado, color café. ¿Le sirven a usted cien pesos señor?- indicó el valuador.
      -Oiga, pero sí funciona, sólo está un poco seca la banda- alegaba el señor Rodríguez.
      -¡Poco seca? Señor, esto tiene años sin usarse, ¿le sirven cien pesos?-. Mientras le entregaban la boleta de empeño se dirigía hacía el hombre a su espalda.
      -Pues sí, mi estimado, espero que se dé cuenta pronto de que la vida es muy hermosa, pero ah... ¡como está embarrada de mierda!- decía el señor Rodríguez mientras se encaminaba hacia afuera.